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Una historia de trashumancia

trashumancia Campo de Montiel ecoturismo

Desde las Sierras de Tragacete y Albarracín en Teruel, la Cañada Real Conquense atraviesa Cuenca y La Mancha hasta alcanzar Sierra Morena y la comarca del Condado de Jaén


Desde hace siglos, pastores y vaqueros conducen sus reses a través de las sendas medievales que hoy forman la Red Nacional de Cañadas Reales. Paso a paso, sol a sol, los “modernos” trashumantes de hoy en día recrean una anacrónica aventura pecuaria cubiertos de polvo, sudor y cansancio.
El viaje que os proponemos, por un tramo de la Cañada Real Conquense conocido como Cañada de los Serranos, permite conocer y disfrutar tres grandes zonas de la provincia de Ciudad – Real: la llanura Manchega, la altiplanicie del Campo de Montiel y las estribaciones de Sierra Morena Oriental.

¡Vamos, Tuerrrrrta!…, grita Antonio, echando mano de su vara de acebuche. Ganadero de talante apacible, Antonio suele arrear a sus 360 ovejas manchegas con educadas palabras de ánimo: “Venga, bonita”, llamándolas a casi todas por su nombre, Chispa, Gitana, Vívora, Extraña, Gasona, Perla… En su morral guarda la lista con sus partidas de nacimiento. El rebaño es como un pueblo pequeño donde todo el mundo se conoce. Pero con la Tuerta, hasta el perro pastor que lo acompaña, Granero de nombre y pastor mallorquín de raza, se desespera al enfilar la Cañada de los Serranos desde las llanuras de Socuéllamos (Ciudad – Real), donde se sitúa el comienzo de nuestro viaje trashumante de casi 140 km que nos conducirá hasta los pastos de verano (agostaderos) a los pies de la Sierra del Cambrón, en Castellar de Santiago (Ciudad – Real), en el límite con Andalucía y la provincia de Jaén.

La pobre Tuerta, que no está loca, sino que se hace la sueca, sería capaz de desquiciar al mismísimo John Wayne. Va a su bola tropezándose con las retamas, atravesándose en la carretera… Que estaba de pasar y pasó: acabó cayéndose en un agujero, llegando a Ruidera. Mientras caía, Juan, compañero y socio de Antonio, bromeaba: “Ya es tarde para comprarle un ojo de cristal”. Los restos de paja del fondo, por suerte, hicieron de colchón. ¡La madre que la parió!
En el camino, los pastores de la zona nos saludan con cierta familiaridad. Proceden en su mayoría de la zona, de estos pequeños pueblos de la España escondida, donde el pastoreo de ganado conforma un estilo de vivir, sentir y pensar.

Trashumancia

Trashumancia en La Mancha

rebaño de ovejas La Mancha

La necesidad de trasladar el ganado de los pastos de verano a los de invierno determinó unos itinerarios que fueron tejiendo, siglo tras siglo, una red de comunicaciones en la Península. Estas vías pecuarias (denominadas cañadas, cordeles, veredas y coladas en función de su importancia y anchura) recibieron carta de naturaleza en 1273 bajo el reinado de Alfonso X el Sabio y posterior tutela con la institución del Honrado Concejo de la Mesta de Pastores. Constituyen el más extenso entramado viario de la Comunidad Europea. Distribuidas por 40 provincias, estas sendas medievales tienen una longitud de 125000 km y ocupan una superficie de 425000 hectáreas, equivalente a la provincia de Pontevedra.

Noche de pastores en el chozoNoche de pastores en el chozo

Abrevadero para el ganadoAbrevadero para el ganado


El sesteo se realiza al mediodía para evitar las horas de más calor


Camino de Alhambra, donde se efectuará la tercera “dormida” del viaje, se escucha de fondo el rumor somnoliento de los cencerros, un monótono repicar que se convertirá en el hilo musical del rebaño durante las 6 jornadas, con sus respectivas noches al raso, de calculado recorrido. Nuestra expedición, que partió a últimos de junio, está formada por 4 personas, una mula, 360 ovejas y un vehículo todoterreno, un destartalado Land Rover. El reto es caminar de sol a sol, al ritmo de unos 20 a 25 km diarios.
Violeta, la mula del rebaño, destaca por su corpulencia entre todas las ovejas, idónea por su resistencia para el aprovechamiento ganadero extensivo. Transportar el rebaño en camiones hasta nuestro destino costaría mucho, muchísimo dinero. Y hay que mirar el bolsillo en estos locos tiempos de vacas flacas.
La ley de los trashumantes continúa inamovible: media vida de nómadas. Pese al curso imparable de la modernidad, los últimos pastores nómadas se sienten herederos de un espíritu migratorio de subsistencia.

Pasando por el Parque Natural de las Lagunas de RuideraPasando por el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera

Por tierras de Alhambra. Autor, SergioPor tierras de Alhambra. Autor, Sergio


Las vías pecuarias extienden sus 125000 km por toda España


Durante el día, las cabezas más nobles y veteranas, Chispa y Gitana, con las encargadas de marcar el recorrido al “pelotón”. Como sus dueños, conocen de memoria los mojones, abrevaderos, puentes… vestigios todos de una cultura milenaria.
Cae la tarde. El rebaño enfila la cañada en dirección al descansadero de la Sierra de Alhambra. Para comprobar que ninguna se ha perdido, cuentan las ovejas de “30 en 30” a medida que van entrando en la cerca. Volverán a contarlas al amanecer. Antonio, Juan y Elpidio, agradecen estas “estaciones de servicio” pecuarias. Atrás quedaron el inmenso coto de Cinco Navajos, próximo al Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, y la Casa del Pozo de las Chozas, donde “pastan unas ovejas que da gloria verlas”.
Con cada jornada amanece un nuevo paisaje. En la Sierra de Alhambra huele a romero, a tomillo, un frescor que alivia el arduo caminar por sus laderas. La Cañada desemboca en el cruce con la carretera que une Villanueva de los Infantes con La Solana y algunos conductores no disimulan su impaciencia. El sediento rebaño se entretiene abrevando en el río Azuer. ¡Vamos, Tuerrrrrta!
En los últimos 40 años, la paulatina disminución del tránsito ganadero ha provocado el abandono físico y administrativo y, como efecto bumerán, el menor uso de las cañadas. El porcentaje de tramos perdidos se sitúa en torno al 30 por ciento a pesar de que al actual Ley de Vías Pecuarias remarca el aspecto “inalienable, imprescriptible e inembargable” de este patrimonio público de los españoles.

Cerca de Alhambra. Autor, Luis Angel Gómez, de Historia y Arqueología de AlhambraCerca de Alhambra. Autor, Luis Angel Gómez, de Historia y Arqueología de Alhambra

Por Sierra MorenaPor Sierra Morena


No es dormir al raso ni tragar polvo lo que retrae a los últimos trashumantes, sino las fincas, las vallas, las carreteras…


Han pasado 6 días. A la altura de la Sierra del Cambrón, en Castellar de Santiago, en el límite con Andalucía y la provincia de Jaén, fin de nuestro viaje, los pastores discuten con los guardas forestales. “Nos sentimos extranjeros en nuestra propia casa” se lamentan. Pero las veteranas Chispa y Gitana han enfilado ya el camino que conducirá a todas sus compañeras hasta el agostadero. Y puede que tras el largo y cálido verano, cuando llegue el momento de regresar al norte, la Tuerta se atreva a seducir a Violeta guiñándole su único ojo. ¡La madre que la parió!

Fiesta de la Trashumancia en MadridFiesta de la Trashumancia en Madrid



Un artículo de Antonio Bellón Márquez ©

Fotografías en blanco y negro de Sergio Pascual


Mas detalles sobre la Cañada Real de los Serranos:

Partiendo de Socuéllamos recorreremos la Llanura Manchega, amplia extensión, con una altitud entre los 600 y 700 m., caracterizada por su plenitud, horizontalidad y sus luminosos paisajes en donde los cultivos agrarios de secano han sustituido casi por completo al encinar manchego-aragonés que lo cubría prácticamente hasta la Edad Media, y en donde sobre todo se enseñorean las viñas – y sus cada día más apreciados y premiados vinos con denominación de origen – y los cultivos cerealísticos, bajo un clima mediterráneo continentalizado y seco.
Sin darnos casi cuenta, la cañada irá suavemente encajándose siguiendo la misma red fluvial, diluyéndose el paisaje manchego y adentrándonos poco a poco en el Campo de Montiel. Iremos remontando su altiplanicie (700-900m) o paramera de calizas y dolomías recubierta de manchones de masas de encinar, sabinar y matorral mediterráneo, en cuyo corazón con sorpresa descubriremos el complejo lagunar cárstico de calizas traverníticas más excepcional de Europa, las celebérrimas Lagunas de Ruidera, hoy Parque Natural, un rosario de 15 espléndidas lagunas cabalgándose una tras otra a lo largo de un profundo corredor de 30 km, de gran belleza y riquísima vegetación hidrófila y acuática.
Después, en contraste con ellas, en Alhambra y sus alrededores, un paisaje más desnudo mostrará algo de ese relieve de mesas, cerros testigos, ondulaciones, cuestas y muy especialmente las rojizas tonalidades de sus areniscas y arcillas triásicas que tanto identifican esta Comarca. Esta roca, bautizada como “moliz” por los canteros, desde época ibérica y romana ya era explotada como piedra de sillería para la construcción de los edificios más regios, para la escultura, para afilar armas, etc; y en época moderna en las iglesias y las fachadas blasonadas de la nobleza terrateniente de nuestras ciudades manchegas.
Nuevamente el paisaje será llano y netamente agrario (viñedos, olivos, cereales) sobre el que sobresaldrán elevándose a nuestro lado las sierras de Alhambra (1088 m.) y del Cristo, destacando con sus crestas de cuarcitas ordovícicas (propias de los relieves paleozoicos), revestidas de jarales, matorral de encinar, tomillos, etc.
A continuación, durante el cuarto y quinto tramo, iremos bordeando la comarca de Valdepeñas y de Mudela, transición entre el paisaje propiamente manchego y el serrano. Ahora los retazos de vegetación serrana mediterránea y las áreas adehesadas se harán más numerosas y habituales, sobre todo una vez pasamos junto al pantano de La Cabezuela y el río Jabalón, acercándonos progresivamente a los paisajes cada vez más netamente serranos de después de Castellar.
La Mancha y particularmente estas áreas esteparias del Campo de Montiel, cultivadas, con pastizales y pastos secos según las distintas estaciones, intercaladas con zonas de monte bajo y matorrales mediterráneo, son un hábitat idóneo para alimentar una fauna de mamíferos, aves y reptiles muy variada. Así a lo largo del trayecto podremos observar aves muy singulares como gangas, gavilanes, aguiluchos cenizos, sisones, cernícalos, zorzales, mirlos, alondras, gorriones trigueros, tordos… Por supuesto multitud de aves migratorias de paso mientras alzan el vuelo a la vecina Ruidera o al cercano Parque Nacional de las Tablas de Daimiel. Y con suerte a la majestuosa y corpulenta pero amenazada avutarda. Sin olvidarnos obviamente de la brava perdiz roja, tan apreciada cinegéticamente. Entre los mamíferos: zorros, garduñas, liebres, conejos; o jabalíes y ciervos.
Esta Cañada nos sirve asimismo como un gran eje en torno al cual descubrir la rica historia de estos territorios y para acercarnos a visitar pueblos muy próximos como Tomelloso, Argamasilla de Alba, La Solana, Alhambra, Villanueva de los Infantes, Fuenllana, San Carlos del Valle, Valdepeñas, Torrenueva, Carrizosa, Torre de Juan Abad
En lo alto de las Sierras de Alhambra y del Cristo se conservan restos de poblados prehistóricos amurallados de la Edad del Bronce, testimonios de la presencia de pobladores autóctonos desde muy antiguo. Destacan el óppidum ibérico y la posterior ciudad romana de Alhambra, Laminium, citada por Plinio y Estrabón, una de las poblaciones con más continuidad histórica si tenemos en cuenta que su fortaleza de origen musulmán se levanta sobre otro poblado prehistórico y que en la ladera Sur del pueblo podemos ver la necrópolis visigoda de Las Eras.
Tampoco debemos olvidar que surcaremos un paisaje con una marcada dimensión literaria gracias a escritores como Cervantes, Quevedo, Galdós, Azorín o García Pavón, entre otros.
Si eres amante de la vegetación de interior (mediterránea) para hacer un descanso en la ruta, te puedes adentrar entre las encinas y coscojas y en las zonas de cardos buscar las tan apreciadas setas de cardo, delicia gastronómica de la zona.


Recomendaciones:

Este gran recorrido de casi 140 km cruza de Norte a Sur el lado oriental de la provincia de Ciudad – Real, siguiendo la Cañada Real Conquense, una de las más largas de España.
Os recomendamos estructurar la ruta en seis tramos: el primero, de 25 km, parte de la ermita de San Isidro en Socuéllamos, hasta el km. 141,8 de la carretera CM 400 (Tomelloso – Munera); el segundo, de 23 km, desde este punto hasta Ruidera y sus Lagunas; un tercero, de 20 km, nos acerca hasta Alhambra. El cuarto, de 25 km, nos lleva a Pozo de La Serna; el penúltimo, de 24 km, hasta el km 7,6 de la CR 614 (Torrenueva – Torre de Juan Abad); el último de 23 km Culmina a los pies de la Sierra del Cambrón, en Castellar de Santiago, en el límite con Andalucía y la provincia de Jaén, junto a la carretera CRP 610 (Castellar – Aldeaquemada).
A lo largo del recorrido nos encontraremos con paneles generales informativos, además de las correspondientes señales de dirección.
Recomendamos los meses de las estaciones de otoño, invierno y primavera para su realización. También ir provistos de: agua para prevenir la deshidratación, alzado ligero de montaña y prendas olgadas adecuadas a las temperaturas con colores poco llamativos. También, llevar prismáticos, andar en silencio para una mejor observación de la fauna, no cortar porque sí plantas o flores, no encender hogueras ni dejar desperdicios. Respetemos en todo momento los lugares y los animales con que podamos encontrarnos.

Panel Cañada Real de los SerranosPanel Cañada Real de los Serranos

Señales Cañada Real de los SerranosSeñales en los senderos de gran recorrido

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Molineros de La Mancha, el arte de remar el viento

Molineros de La Mancha, el arte de remar el viento

En la balsa de Ramón hace tiempo que los grillos comenzaron a cantar. Son apenas las 8 de la tarde, pero el sol se esconde tras el cerro de los molinos y un aire de espigas, que llega del este, viene a refrescar el pueblo más que otros días. Quizás haya tormenta esa noche. Pablo “el de los Cantos” lo intuye mientras guía al borriquillo cargado de sacos vereda “alante” para atajar los últimos metros antes de la subida. En lo alto, donde el molino, se oye a ratos un coro de risas juveniles y femeninas. Van y vienen como vencejos en el viento solano, ahora se oyen, ahora callan por un tiempo. Vuelven de nuevo. Seguramente estará allí también su sobrina dándole a la sin hueso junto a las mozas del barrio. Dicen que van a bordar, sí. Siempre dicen lo mismo. Pero el tío Pablo sabe que, en la explanada del molino que da al norte, las vistas son mejores que en ningún sitio y el pueblo parece que se adorna de luceros al caer la noche, y que la brisa corre allí más fresca y juvenil, invitando a paliar junto a sus muros los ardores de una tarde de julio. Allí más que en ningún sitio su sobrina y las amigas de su sobrina pueden enterarse de los últimos chascarrillos de Genara, la esposa del molinero. Allí ríen mientras bordan tapetes bajo el vuelo de las polillas, (o palomitas, como él las llama) justo bajo la luz de la única bombilla que cuelga sobre la puerta. Con un guiño, la sobrina ha susurrado algo a las demás. Y de inmediato todas ellas recitan con guasa una antigua adivinanza castellana más vieja que las piedras:

“Vino no bebo,
porque agua no tengo,
que si agua tuviera,
vino bebiera”.

Por supuesto, como ya habrán adivinado, la respuesta es el molinero.

Campo de trigo a punto para la siega. Autor, Sybarite48

Campo de trigo a punto para la siega. Autor: Sybarite48

En las tierras del interior peninsular, de gran tradición cerealista, la aridez del clima y los escasos cursos de agua obligaron a buscar alternativas al molino hidráulico para la fabricación de harina. Éste, mucho más antiguo, se extendió con la cultura andalusí a lo largo de toda la Edad Media desde sus orígenes griegos y romanos. Pero su presencia en La Mancha siempre se vio limitada por las frecuentes sequías que secaban el cauce de los ríos, sobre todo en verano, precisamente cuando se produce la siega y la trilla del cereal. Por ello hubo que encontrar nuevos modos de obtener energía, y esta solución, por supuesto, vino del viento.

Los primeros molinos de viento ya fueron utilizados en China al menos desde el siglo V d.C, y desde el siglo IX d.C. también en el Medio Oriente. Estas primeras máquinas eran muy rudimentarias al estar las aspas dispuestas horizontalmente, pero se cree que España conoció gracias a los árabes el mecanismo (mucho más eficiente) del eje horizontal, lo que dio origen a los molinos mediterráneos con grandes velas latinas tal como pueden admirarse hoy en tierras murcianas. Algunos molinos andalusíes de esta época llegaron a tener hasta 16 velas, aunque por lo común variaban entre 8 y 10 según se usasen para molienda o bombeo de agua, respectivamente.

Molino del tipo mediterráneo en Cartagena. Autor, Nanosanchez

Molino del tipo mediterráneo en Cartagena. Autor: Nanosanchez

El molino de la Mancha puede considerarse un híbrido entre los molinos de Al-Ándalus y los procedentes del norte de Europa, estos últimos de origen incierto. Se dice que los primeros molinos de viento manchegos, y en general todos los europeos, surgieron con el regreso de los ejércitos que lucharon en los siglos XII y XIII por el Reino de Jerusalén. Las Órdenes de Santiago y de San Juan administraron con la Reconquista grandes propiedades en el centro-sur de la Península, y es probable que con ellos vinieran también las técnicas francesa e inglesa de molinería, que combinaron con la autóctona para desarrollar un modelo único. Una de las referencias más antiguas en Castilla-La Mancha se encuentra curiosamente en El Libro del Buen Amor, escrito en 1330 por Juan Ruíz, Arcipreste de Hita. Pero el tipo de torre cilíndrica y encalada con techumbre cónica que hoy admiramos en Alcázar de San Juan, Consuegra, Campo de Criptana o Mota del Cuervo, no se introdujo en la Mancha sino hasta mediados del siglo XV, difundiéndose después ampliamente por todo el territorio durante los siglos XVI y XVII.

Paisaje con molino. Aert van der Neer. Óleo sobre tabla, 1646

Paisaje con molino. Aert van der Neer. Óleo sobre tabla, 1646

Por fin el borrico de Pablo corona la pendiente. El hombre saluda al llegar con gesto hosco, descarga los sacos de trigo frente a la puerta y ayuda a «Fernandito», el molinero, a meterlos en su interior. El diminutivo de este último no es sino chanza local: ocho y pico palmos a ojo y espaldas como dos yunques de herrero. Fernando no es nacido aquí: es de Antequera, pero conoce su oficio como nadie. Sabe por ejemplo que los cereales más usados en la zona son el trigo, la cebada y “los titos” utilizados para la fabricación de harina de almortas, base de las tradicionales gachas. Dentro, la luz se escapa rápidamente. En la cuadra el molinero almacena los sacos frente a frente con los que contienen harina, y a continuación se los carga a la espalda para subirlos por la escalera de caracol hacia los pisos superiores. Además de la cuadra hay otros dos: el primero, o camareta, donde se cierne la harina ya molida, y el último o moledero, que aloja toda la maquinaria y donde se realiza el trabajo de la molienda.

Lienzo de muralla del castillo medieval de Consuegra. Autor, Jebulon

Lienzo de muralla del castillo medieval de Consuegra. Autor: Jebulon

Como todos los años al comienzo de temporada fue el tío Pablo quien ayudó a Fernando a “armar las velas”, es decir, colocar en las aspas los lienzos que cubren el esqueleto de madera. La amistad viene de lejos. También sube a veces para echar una mano cuando cambian los aires y es necesario orientar la caperuza del molino a favor del viento dominante. En éste, como en el resto de molinos manchegos, la caperuza y la maquinaria forman una estructura móvil que puede girarse mediante un torno portátil o borriquillo dispuesto en el exterior. El trabajo para mover todo el equipo era duro puesto que sólo el conjunto de ejes, ruedas y piedras de moliz pesaba casi 5000 kg. Una vez que el molinero se cercioraba del viento (existían hasta 12 de ellos en distintas direcciones), hacía girar la caperuza mediante un palo de gobierno atado al borriquillo, todo ello muy lentamente y con gran pericia hasta lograr la orientación correcta, tras lo cual daba comienzo la molienda. Los molinos se construían normalmente en colinas altas y despejadas cerca de los pueblos, y por supuesto todos tenían sus aspas colocadas en el mismo sentido. No era raro que el molinero dispusiese para este fin de un catalejo en la moledera, y así, espiando por el ventanuco, podía verificar con los molinos cercanos que las aspas remaban en la misma dirección.

Molinos de Consuegra. Autor, Punxsutawneyphil

Molinos de Consuegra. Autor: Punxsutawneyphil

El molino tiene sus tercios, como solía decir Fernando, ya que no solo se trataba de moler y almacenar la harina sino estar avisado del trabajo de las piedras, estudiar los vientos, remendar los lienzos, reponer las piezas rotas e incluso cumplir con el parroquiano tanto de día como de noche, si para ello era menester. Durante la posguerra los molineros estuvieron sometidos a una estrecha vigilancia con el fin de evitar el estraperlo. Inspectores vestidos de paisano se presentaban a cualquier hora para revisar los sacos y requisaban con frecuencia harina y grano si las cuentas no eran correctas. Por eso se molía de madrugada. Sin embargo eran todavía peores los cambios imprevistos de tiempo. Cuando había tormenta, la altura y el aislamiento del edificio lo hacían muy atractivo para los rayos, y no estaba muy atrás aquel día en que el molino de “Zoque” ardió por los cuatro costados al caer una “chispa” sobre el techado de carrizo. La maquinaria y las vigas, todo de madera, prendió en un santiamén y no hubo quien apagase el incendio hasta dos horas después por lo lejos que quedaba del pueblo. En las tormentas era también frecuente que el viento girase bruscamente, lo que obligaba a parar la molienda durante las “nubes” por el peligro de que unas rachas cambiadas destrozasen las aspas o el engranaje. El molino tiene sus tercios, sí. Y Genara cerraba la discusión diciendo que cada nube tiene su aire, refiriéndose seguramente a que según cambiaba la nube, así cambiaría el viento.

Siega en los campos de cereal. Autor, Büschgens

Siega en los campos de cereal. Autor: Büschgens

Con el molino a pleno rendimiento, el giro de las aspas se transmitía mediante ruedas y engranajes a un eje vertical que movía la piedra superior, o “volandera”, sobre la piedra fija inferior o “solera”. Pablo y «Fernandito» abren uno de los sacos para que el último se cobre su sueldo en especie, un procedimiento llamado maquila usado en el pueblo desde tiempo inmemorial. Por cada fanega de candeal (unos 55,5 litros) el molinero se toma un celemín o doceava parte de la fanega (unos 4,5 litros). Después del reparto la maquila se guarda en pequeños depósitos del molino llamados trojes, uno para el trigo y otro para la cebada situado más abajo. Aunque los molineros tienen fama de pillos, no es el caso de Fernando. Él es hijo, nieto y biznieto de molineros y lo lleva en la sangre desde que lo parió su madre. No sabe ni de espabiles ni de truhanerías. Con el «casamiento» recién cumplido llegó allí junto a su mujer hacía 30 años, y ambos saben que en la comarca se oyen muchos dichos de molineros. Pero ellos no hacen caso, y ríen: “Ni horno ni molino tengas por vecino”, sentencia uno de ellos; o ese otro, tan castellano:

“Tin, tin, tin
de cada fanega un celemín,
y si es de rico otro para el borrico,
y si la molinera no lleva jubón,
¡un celeminón!”

Más todavía ríen y se echan los ojos cuando, con proverbial lascivia castellana, el romance mete la directa y achaca al molinero todo tipo de líos de faldas. En uno de ellos, fechado a finales del siglo XVI, aparecen de nuevo juntas las dudosas proezas de molinero y hornero. Dice así:

“Un fraile y dos sacristanes
concertaron de moler
más trigo que dos gañanes,
y sobar muy bien los
y hacer el horno arder”.

Molino manchego en Campo de Criptana. Autor, M. Peinado

Molino manchego en Campo de Criptana. Autor: M. Peinado

El tío Pablo y Fernando vierten poco a poco el trigo en la tolva con la única luz de un candil. Un ingenioso aparato sonoro avisa al molinero cuando el grano está a punto de acabarse, lo que podría provocar un recalentamiento de las piedras, y al oírlo vuelve a echar más grano al recipiente. Así, con paciencia y buen hacer, el grano cae a golpes por un canal hacia la hendidura que hay en el centro de las dos piedras, la “volandera” y la “solera”. El movimiento giratorio de la piedra superior tritura el grano contra la base y poco a poco va desplazándose hacia fuera gracias a unas pequeñas hendiduras labradas a mano. En la parte exterior el espacio entre las piedras es más estrecho que en el centro, por lo que el proceso de molido ejerce cada vez más presión. De esta forma, al salir, la cáscara está totalmente separada de la harina (aunque mezcladas) y todo cae finalmente por un canalón hacia la camareta, donde Genara tendrá que colocar sacos para recogerlo y así cerner la mezcla con el cedazo.

Pero no sin antes hacer un alto en la molienda para cenar. Frente a la puerta, al amparo de la noche y de la única bombilla que alumbra el cerro, ya hay puesta una mesa baja. Al lado cuatro serijos de esparto y dos sillas, el porrón en el poyo, junto al muro, y sobre el mantel una fuente de tocino, un plato de queso en aceite, pan, navaja de ocho duros y muchas hambres por distraer. Tras unos minutos de espera que se hacen eternos, Genara y la sobrina de Pablo aparecen trayendo a cuatro manos la reina de la velada: una sartén repleta de gachas. Y viendo a su mujer en la puerta del molino, enharinada hasta el moño pero feliz, he aquí que a la memoria de Fernando llega el recuerdo de sus años jóvenes: los tiempos en que alguien le contó la historia de cierta molinera que vino a armar caballero al héroe con más donaire y arrojo que ha parido jamás tierra manchega. Por fortuna, malagueño como era, nunca pudo olvidar la cita:

“Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé venturas en lides”. (…) Preguntóle su nombre, y dijo que se llamaba la molinera, y que era hija de un honrado molinero de Antequera; a la cual también rogó Don Quijote que se pusiese don, y se llamase doña Molinera, ofreciéndole nuevos servicios y mercedes”.

“(…) Y, ensillando luego a Rocinante, subió en él, y abrazando a su huésped, le dijo cosas tan extrañas, agradeciéndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas”.

Don Quijote y los molinos de viento. Grabado de Gustave Doré, 1863

Don Quijote y los molinos de viento. Grabado de Gustave Doré, 1863

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Si queréis conocer La Mancha, os proponemos vivir esta experiencia: Entre Viñas, Teatros, Molinos y Lagunas
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Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (2ª Parte)

Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (2ª Parte)

«Fue entonces cuando Mahmud, el hijo del campesino afortunado, regresó de una larga campaña por tierras del norte donde había ido junto a los suyos para hostigar a las huestes del rey cristiano de Oviedo, y al pasar por allí tuvo noticias de la muerte de su padre. En sabiendo ésto un gran pesar ocupó su espíritu, y el comandante de sus tropas quiso que marchase hasta su casa para ocuparse de la herencia, pues daba por bien merecida su libertad. Así pues Mahmud enjaezó el caballo, y tomando sus escasas pertenencias salió una mañana del campamento para arribar tres días después a la casa de su familia, de donde había faltado por espacio de siete largos años. Al llegar abrazó a su madre e hízose cargo de las tierras y del molino, que entretanto había hecho construir su padre a orillas del Guadiana. Y una vez hecho ésto lloró largamente la pérdida de su progenitor por las buenas obras que había acometido en vida, semejantes en número a las hojas del árbol centenario que, junto la entrada del pueblo, regala su sombra a todo aquel necesitado de descanso y compasión.

Río Guadiana en su curso alto. Autor, Roberto

                                                        Río Guadiana en su curso alto. Autor: Roberto

Pero la rueda no deja de girar, como suele decirse. Toma su medida de agua y la vierte bajo la moliz para dar pan, y al cabo quiso la fortuna que su ánimo se serenase con la vista del grano henchido y el canto alegre de los esclavos sobre la tierra fecunda y hermosa. Y así ocurrió que, estando una noche de estío junto a la orilla del río, la luna salió de detrás de la floresta e iluminó con rayos de plata aquel rincón de “La Encantada”, que tanta congoja había supuesto para los habitantes de la región. “Ahí se esconde el misterio del cual habló mi padre y sobre el que ningún ser, humano o divino, ha puesto todavía su mirada. ¿Quién se atreverá a descorrer el velo del viejo ulema?”. Esto pensaba Mahmud mientras observaba la tersa superficie de las aguas, cuando oyó o creyó oír un sonido triste que salía de la fronda de higueras. Era una voz de mujer, ahora estaba seguro, cantando un romance melancólico muy conocido en tierras de Oriente:

“En mi jardín, de primavera, vuelan los ibis,
Rosas inclinan sus cabezas escarlata.
Oh, Nilo, río de maravillas…”

Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autor, M. Peinado

                                          Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autor: M. Peinado

Mahmud quedó hechizado por aquella voz, y cogiendo una de las barcas que utilizaban para cargar la harina hasta el pueblo, púsose a remar al encuentro de aquel sonido. No pasó mucho tiempo antes de que entrase en el charco de luz de “La Encantada” junto a la orilla opuesta y allí, sentada sobre una roca y rodeada de juncos y de matas de arrayán, el muchacho vislumbró a una bella mujer de largos cabellos ensortijados, que ignorante de que la observaban peinaba sus bucles negros con un peine de oro. Al punto Mahmud quedó prendado de ella, y con el fin de oír mejor la melodía que brotaba de sus labios se acercó con su barca hasta quedar a escasos metros de la orilla. Pero Zulema, que así se llamaba la muchacha, lo vio venir y asustándose corrió a esconderse entre las higueras hasta desaparecer de su vista.

Orillas de un río en Octubre. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

                                      Orillas de un río en Octubre. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

Mas dice un proverbio cierto: “Deja el agua correr y todo estará cumplido”, así que a fuerza de visitas nocturnas, de quiebros, de risas y de disculpas, ambos jóvenes quedaron enamorados el uno del otro y fue de dominio público que todo acabaría mal, pues no pasaría mucho tiempo sin que llegase a oídos del padre de la muchacha, como finalmente ocurrió. Cierta noche en que ambos hallábanse paseando en la barca por el centro del río, el viejo ulema salió de su tienda y fue a caminar buscando el fresco de la corriente, como solía hacer cuando los calores del día habían sido excesivos. Al llegar al claro miró hacia el agua tersa y tranquila, que en ese momento refulgía por el brillo de la luna creciente, y fue entonces cuando descubrió a los amantes sobre la embarcación, comprendiendo así que todo estaba perdido y que la promesa que salvaguardaba a su hija había sido rota.

Presa de indignación el anciano alzó los ojos al cielo, y con un gran grito hundió su vara de olivo en la tierra húmeda, diciendo: “En la traición está la prueba de tu falso amor, hija mía. ¡Cúmplase lo que está mandado!”. Y a su voz las aguas se elevaron furiosas y la luna se cubrió de brumas oscuras, como aquella noche del diluvio, y un viento fuerte agitó los troncos de los olivos y las datileras inclinando sus troncos hasta casi rozar el suelo. Cuando todo hubo pasado, la luna volvió a brillar en la noche y el gran río calmose de inmediato, mas en el lugar donde solo un momento antes se encontraba la barca ya no había nada. El viejo, la embarcación y sus dos ocupantes se habían esfumado como un torbellino en la ventisca sin dejar rastro ¡Que Alá sea misericordioso y nos proteja!

Lamia. Obra de John William Waterhouse, 1909

                     Lamia arreglándose los cabellos junto al estanque. Obra de John William Waterhouse, 1909

Barca en el río Guadiana. Autor, Bruno Amaral

                                                          Barca en el río Guadiana. Autor: Bruno Amaral

Todo desapareció bajo las aguas, incluido aquel peine de oro con que la joven peinaba sus cabellos ensortijados. Y al día siguiente, en pleno periodo de lluvias, el cielo apareció despejado y no llovió. Tampoco lo hizo un día después ni en los restantes, contando hasta tres veces cien, y así pasaron semanas y meses sin que la tierra recibiese la bendición de una sola gota de agua. Los más viejos pensaron que el hechizo de “La Encantada” se había roto finalmente por causa del hijo del labrador, y así ocurrió de hecho. Los pozos y las huertas frondosas se secaron, los campos volvieronse a cubrir de polvo y quedaron al punto del color del heno, como ocurre también en nuestros días, y el río con su meandro misterioso, los campos de arrayanes y las centenarias higueras, todo pasó a ser solo un bello recuerdo al borde del olvido.

Otro rincón de las Lagunas de Ruidera. Autor, Xavier

                                                     Otro rincón de las Lagunas de Ruidera. Autor: Xavier

Como un sortilegio, el Guadiana se esfuma abruptamente en la reseca llanura manchega a la altura de Argamasilla de Alba, negando el placer de sus aguas y sus sombreadas orillas a los arrieros y labradores que atraviesan el lugar. Y solo unas leguas más adelante, junto al enclave conocido por el nombre de “Los Ojos del Guadiana”, el río vuelve a aparecer sobre la tierra para no dejarla ya hasta su desembocadura en los deltas del sur. Se dice que en años húmedos “lloran los ojos del Guadiana” y tal vez sea así en recuerdo de los desgraciados amores de Zulema y Mahmud, ahogados sin misericordia por los celos de un ulema anciano y cruel. Pero hay quien piensa que, en realidad, la muerte no fue el destino último que les deparó su imprudencia, y que ambos consiguieron huir y cruzar el mar para llegar finalmente a las tierras felices del Magreb y de Egipto, de donde era oriunda la muchacha, viviendo desde entonces junto a aquel río poderoso que atraviesa el desierto y que riega con sus aguas ese país bendecido de Dios ¡Los caminos de Alá son inescrutables!

Ofelia. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

                                                          Ofelia. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

Si Zulema y Mahmud desaparecieron o no en las profundidades del Guadiana, eso es algo que nunca llegaremos a saber con seguridad. La leyenda afirma que en algunas épocas del año, durante las noches de luna creciente, puede verse junto a cierta roca una mujer bellísima desenredando con un peine de oro sus largos cabellos ensortijados, negros como alas de cuervo. Y que mientras lo hace lanza a todo aquel que halla la misma pregunta: “¿Quién crees que es más hermoso: mi peine de oro o yo?”. El que encontrándola conozca su historia y se apiade de ella, deberá sin dudar elegirla en lugar del peine, y así su alma se salvará y podrá regresar finalmente junto a su padre a orillas del río que una vez habitó. Pues se dice que el viejo ulema la espera todavía arrepentido por su mala acción, y que hizo esconder aquel meandro del Guadiana en las profundidades de La Mancha, con sus bosques de olivos y de higueras, para que sirviera a ambos de solaz lejos del paso del tiempo y las miradas envidiosas de los hombres. Y allí sigue oculta su corriente sin esperanza posible de retorno para nosotros, eternos ignorantes de los designios del profeta. ¿O sí la hay, acaso? Quizás todo cambie cuando alguien sea capaz de hallar el paradero de aquel peine de oro…

Lamia. Obra de Herbert Draper (1864-1920)

                                                          Lamia. Obra de Herbert Draper (1864-1920)