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Música celestial o los Órganos del Campo de Montiel

órganos barrocos España Campo de Montiel

En el silencio, en la quietud
puedes oír su hermoso canto,
voces armoniosas que hablan al hombre
al que escucha en silencio.
Las más hermosas melodías
que miles de ángeles cantan
silencian tu alma
para escuchar la música celestial
llenando de esperanza tu ser.
Cantos armoniosos de cada estrella en el firmamento
creando bellas ilusiones
brindando esperanzas nuevas… De Jorge Beeche.

Os vamos a proponer que estos días hagáis una ruta turística y cultural diferente a las habituales: un recorrido por los órganos históricos del Campo de Montiel.

valle del río Jabalón. Autor, Entorno Jamila

Valle del río Jabalón. Autor, Entorno Jamila

Enclavado a los pies de Sierra Morena, el Campo de Montiel es una comarca fronteriza. Su entorno llama la atención por ser fragoso y cubierto de vegetación hacia el sur, donde se levantan las estribaciones más altas: un territorio antaño disputado entre musulmanes y cristianos, escenario de luchas y emboscadas sin número, lugar de penitencia para Don Quijote y más tarde famoso por ser temido lugar de bandoleros, guerrilleros, furtivos y maestros del contrabando.

‘(…) Y comenzó a caminar por el antiguo y conocido Campo de Montiel. Y era la verdad que por él caminaba (…)’. Capítulo II de «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha».

En esta hermosa y roja tierra, tres antiguas iglesias – fortaleza de la Orden de Santiago guardan otros tantos imponentes órganos históricos que llenan de música celestial los escenarios de Cervantes: el instrumento de cinco castillos de la pequeña ‘catedral’ de Nuestra Señora de la Asunción de Villahermosa, el gigante de tubos de la parroquia de Nuestra Señora de los Olmos de Torre de Juan Abad y el tubular de alto teclado de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán de Terrinches.

“(…) Pero vamos, vecina, vamos a la iglesia antes que se ponga de bote en bote…, que algunas noches como ésta suele llenarse de modo que no cabe ni un grano de trigo… Buena ganga tienen las monjas con su organista… ¿Cuándo se ha visto el convento tan favorecido como ahora?… De las otras comunidades puedo decir que le han hecho a maese Pérez proposiciones magníficas; verdad que nada tiene de extraño, pues hasta el señor arzobispo le ha ofrecido montes de oro por llevarle a la catedral… Pero él, nada… Primero dejaría la vida que abandonar su órgano favorito… ¿No conocéis a maese Pérez? Verdad es que sois nueva en el barrio… Pues es un santo varón; pobre, sí, pero limosnero cual no otro… Sin más parientes que su hija ni más amigo que su órgano, pasa su vida entera en velar por la inocencia de la una y componer los registros del otro… ¡Cuidado que el órgano es viejo!… Pues, nada, él se da tal maña en arreglarlo y cuidarlo que suena que es una maravilla… Como que le conoce de tal modo que a tientas…, porque no sé si os lo he dicho, pero el pobre señor es ciego de nacimiento… Y ¡con qué paciencia lleva su desgracia!… Cuando le preguntan que cuánto daría por ver responde: Mucho, pero no tanto como creéis, porque tengo esperanzas. ¿Esperanzas de ver?. Sí, y muy pronto -añade, sonriéndose como un ángel- ; ya cuento setenta y seis años; por muy larga que sea mi vida, pronto veré a Dios (…)”

Órgano de Villahermosa. Autor, Juan Ángel Arias Cortés

Órgano de Villahermosa. Autor, Juan Ángel Arias Cortés

En la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Villahermosa, la impresionante amplitud de las bóvedas gótico tardías rodean a un instrumento de viento de autor desconocido que suena desde 1747 en su gran y tallada tribuna escalonada de madera noble.
Cinco castillos y el fuelle original, un gran teclado de palo santo y novecientos veintiséis tubos componen un órgano de trompetería horizontal con lengüeta, que impresiona a todo aquel acostumbrado a la trompetería vertical con labiales del resto de Europa.
Bellísimo y de gran envergadura, las pinturas de San Rafael, San Miguel y Santa Cecilia con detalles en pan de oro forman parte de la decoración barroca de esta pieza única.
Su música recorre a diario todos y cada uno de los rincones de esta villa.

“(…) ¡Pobrecito! Y sí lo verá…, porque es humilde como las piedras de la calle, que se dejan pisar de todo el mundo… Siempre dice que no es más que un pobre organista de convento, y puede dar lecciones de solfa al mismo maestro de la capilla de la Primada; como que echó los dientes en el oficio… Su padre tenía la misma profesión que él; yo no le conocí, pero mi señora madre, que santa gloria haya, dice que le llevaba siempre al órgano consigo para darle a los fuelles. Luego el muchacho mostró tales disposiciones, que, como era natural, a la muerte de su padre heredó el cargo… ¡Y qué manos tiene! Dios se las bendiga. Merecía que se las llevaran a la calle de Chicarreros y se las engarzasen en oro… Siempre toca bien, siempre; pero en semejante noche como ésta es un prodigio… Él tiene una gran devoción por esta ceremonia de la Misa del Gallo, y cuando levantan la Sagrada Forma, al punto y hora de las doce, que es cuando vino al mundo Nuestro Señor Jesucristo…, las voces de su órgano son voces de ángeles(…)”

“(…) En fin, ¿para qué tengo de ponderarle lo que esta noche oirá? Baste el ver cómo todo lo más florido, hasta el mismo señor arzobispo, vienen a un humilde convento para escucharle; y no se crea que sólo la gente sabida y a la que se le alcanza esto de la solfa conocen su mérito, sino hasta el populacho. Todas esas bandadas que veis llegar con teas encendidas entonando villancicos con gritos desaforados al compás de los panderos, las sonajas y las zambombas, contra su costumbre, que es la de alborotar las iglesias, callan como muertos cuando pone maese Pérez las manos en el órgano… Y cuando alzan…, cuando alzan, no se siente una mosca…; de todos los ojos caen lagrimones tamaños, y al concluir se oye como un suspiro inmenso, que no es otra cosa que la respiración de los circunstantes, contenida mientras dura la música… Pero vamos, vamos, ya han dejado de tocar las campanas, y va a comenzar la misa, vamos adentro (…)”

Bóveda de la iglesia de Villahermosa. Autor, Miguel Andújar

Bóveda de la iglesia de Villahermosa. Autor, Miguel Andújar

La localidad de Torre de Juan Abad, en tiempos, señorío de don Francisco de Quevedo y Villegas, ácido y genial escritor, sorprende con otro maravilloso órgano de este Campo de Montiel convertido en un sonoro concierto del siglo XVIII.
El maestro Gaspar de la Redonda Zeballos recibió, por orden de los Caballeros de la Orden de Santiago, el encargo de construirlo en 1763.
Conserva casi todas sus piezas históricas, ochocientos cinco tubos en una trompetería original, y una curiosa historia: los tubos de madera, que se solían revestir para que el aire no se escapara, fueron recubiertos con cartas del hijo de Gaspar en las que mostraba a su padre sus progresos en la escritura y con hojas de la primera edición de la Facultad Orgánica de Correa de Arauxo, donde se explican los magistrales tientos y la manera de tocarlos de este gran maestro sevillano.

Una auténtica joya del patrimonio español que podemos escuchar todos los años en el prestigioso Ciclo Internacional de Conciertos de organiza la parroquia. Este año cumple su XV celebración.

Órgano de Torre de Juan Abad. Autor, desconocido

Órgano de Torre de Juan Abad. Autor, desconocido

El órgano de la iglesia de Santo Domingo de Guzmán de Terrinches completa la trilogía de música celestial barroca única y desconocida en España.

En consonancia con los órganos vecinos, el pequeño gran instrumento de Terrinches construido por el maestro García Herraiz en 1799, cuenta con una extraordinaria calidad musical. Sorprende por sus proporciones y por su teclado alto, que bien pudo servir para ser tocado de pie en sus inicios.

El viajero que acude a este pueblo encuentra paz, calma, sosiego y música.

Concierto de órgano en Terrinches. Autor, Pedro Castellanos

Concierto de órgano en Terrinches. Autor, Pedro Castellanos

“(…) Era la hora de que comenzase la misa. Transcurrieron, sin embargo, algunos minutos sin que el celebrante apareciese. La multitud comenzaba a rebullirse, demostrando su impaciencia; los caballeros cambiaban entre sí algunas palabras a media voz y el arzobispo mandó a la sacristía a uno de sus familiares a inquirir el por qué no comenzaba la ceremonia…
Maese Pérez, pálido y desencajado, entraba, en efecto, en la iglesia, conducido en un sillón, que todos se disputaban el honor de llevar en sus hombros.
Los preceptos de los doctores, las lágrimas de su hija, nada había sido bastante a detenerle en el lecho.
-No -había dicho-; ésta es la última, lo conozco, lo conozco, y no quiero morir sin visitar mi órgano, y esta noche sobre todo, la Nochebuena. Vamos, lo quiero, lo mando; vamos a la iglesia.
Sus deseos se habían cumplido; los concurrentes le subieron en brazos a la tribuna y comenzó la misa.
Una nube de incienso que se desenvolvía en ondas azuladas llenó el ámbito de la iglesia; las campanillas repicaron con un sonido vibrante, y maese Pérez puso sus crispadas manos sobre las teclas del órgano.
Las cien voces de sus tubos de metal resonaron en un acorde majestuoso y prolongado, que se perdió poco a poco, como si una ráfaga de aire hubiese arrebatado sus últimos ecos.
A este primer acorde, que parecía una voz que se elevaba desde la tierra al cielo, respondió otro lejano y suave que fue creciendo, creciendo, hasta convertirse en un torrente de atronadora armonía.
Era la voz de los ángeles que atravesando los espacios llegaba al mundo.
Luego fueron perdiéndose unos cantos, después otros; la combinación se simplificaba. Ya no eran más que dos voces cuyos ecos se confundían entre sí; luego quedó una aislada, sosteniendo una nota brillante como un hilo de luz… El sacerdote inclinó la frente, y por encima de su cabeza cana y como a través de una gasa azul que fingía el humo del incienso apareció la Hostia a los ojos de los fieles. En aquel instante la nota que maese Pérez sostenía trinando se abrió, se abrió, y una explosión de armonía gigante estremeció la iglesia, en cuyos ángulos zumbaba el aire comprimido y cuyos vidrios de colores se estremecían en sus angostos ajimeces.
La multitud escuchaba atónica y suspendida. En todos los ojos había una lágrima, en todos los espíritus un profundo recogimiento.
El sacerdote que oficiaba sentía temblar sus manos, porque Aquél que levantaba en ellas, Aquél a quien saludaban hombres y arcángeles era su Dios, era su Dios, y le parecía haber visto abrirse los cielos y transfigurarse la Hostia.
El órgano proseguía sonando, pero sus voces se apagaban gradualmente como una voz que se pierde de eco en eco y se aleja y se debilita al alejarse cuando de pronto sonó un grito de mujer.
El órgano exhaló un sonido discorde y extraño, semejante a un sollozo, y quedó mudo.
La multitud se agolpó a la escalera de la tribuna, hacia la que, arrancados de su éxtasis religioso, volvieron la mirada con ansiedad todos los fieles.
-¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa? -se decían unos a otros. Y nadie sabía responder y todos se empeñaban en adivinarlo, y crecía la confusión y el alboroto comenzaba a subir de punto, amenazando turbar el orden y el recogimiento propios de la iglesia.
-¿Qué ha sido eso? -preguntaban las damas al asistente, que, precedido de los ministriles, fue uno de los primeros a subir a la tribuna, y que, pálido y con muestras de profundo pesar, se dirigía al puesto en donde le esperaba el arzobispo, ansioso, como todos, por saber la causa de aquel desorden.
-¿Qué hay?
-Que maese Pérez acaba de morir.”

Cuanto más profundizamos en la historia del Campo de Montiel, más nos damos cuenta de que esta comarca tiene muchísimos recursos que ofrecer al visitante: castillos, restos arqueológicos de todas las épocas, personajes ilustres y artistas de renombre, senderos históricos, paisajes, fauna autóctona, artesanía, gastronomía, tesoros guardados bajo llave… y todo ello enriquecido con una gente humilde, sencilla y acogedora.

‘(…) Don Quijote de La Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitantes del distrito del Campo de Montiel que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos (…)’. Prólogo de «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha».

Camino de Torre de Juan Abad. Autor, Miguel Angel Rivas

Camino de Torre de Juan Abad. Autor, Miguel Angel Rivas

Si queréis descubrir esta maravillosa tierra, os proponemos vivir estas experiencias: (más información pinchando en cada enlace)
Campo de Montiel: la esencia de La Mancha
La Ruta del Quijote y los Escenarios de Cervantes
Entre Templarios y el Castillo de Montizón
Terrinches y las Hoces del Gongares
De naturaleza por Villahermosa. En tierras del Alto Guadiana
Villanueva de los Infantes: en la cuna del Quijote y en la mesa de Quevedo

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Un artículo de Antonio Bellón Márquez
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Textos extraídos de la obra:
“Maese Pérez el Organista”. Gustavo Adolfo Bécquer, 1861.

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Entre blasfemias y herejías o la Inquisición en el Campo de Montiel

Entre blasfemias y herejías o la Inquisición en el Campo de Montiel

En la España de la segunda mitad del siglo XV no había ninguna herejía que perseguir, aunque los Reyes Católicos buscaban una y otra vez un mecanismo con el que poder llevar a cabo la unificación religiosa. La tolerancia hacia los judíos había terminado con las persecuciones y matanzas de finales del siglo XIV, lo que fue seguido por masivas conversiones, a lo que había que unir el problema de los moriscos que vivían en territorio cristiano.
La búsqueda de ese mecanismo dio origen, nada más y nada menos, que al nacimiento de la Inquisición Española el 27 de septiembre del año 1480, convirtiéndose en un importante instrumento en manos de los Reyes, en un primer momento para lograr la ansiada unificación religiosa, mientras que por otro lado, al ser el único tribunal con jurisdicción en todos los territorios de la Corona, sería utilizado con fines políticos y como elemento de control unitario sobre todos los reinos.

Portada con escudo del Santo Oficio. Casa de la Inquisión en Villanueva de los Infantes. Autor, J.A. Padilla

Portada con escudo del Santo Oficio. Casa de la Inquisión, Villanueva de los Infantes. Autor, J.A. Padilla

Detalle del escudo del Santo Oficio. Casa de la Inquisión en Villanueva de los Infantes. Autor, J.A. Padilla

Detalle del escudo del Santo Oficio. Casa de la Inquisión, Villanueva de los Infantes. Autor, J.A. Padilla

El hecho singular de que el primer tribunal de La Mancha se estableciera en Ciudad – Real (año 1483) y no en Toledo, fue por la oposición de las importantes familias de conversos residentes en esta última ciudad. Aun así, dos años después el tribunal se trasladó a Toledo, y tras pertenecer durante tres años a Toledo, los territorios del Campo de Montiel junto al arciprestazgo de Alcaraz pasarían a manos del tribunal de Murcia.

Y ¿cómo fue la actuación de este tribunal en los territorios santiaguistas del Campo de Montiel?. Siempre en disputa a lo largo de su historia, los primeros años fueron especialmente sangrientos, actuando la Inquisición con singular dureza, contándose por docenas los ejecutados. Sin embargo, no fue recibida sin resistencia.
A pesar de que la Inquisición se creó para lograr la unificación, en estas tierras resultó que tan solo la mitad de los procesos afectó a las minorías étnicas y en especial a la judía, como consecuencia de una mejor posición económica y cultural, lo que provocaba las suspicacias y envidias de sus vecinos, y un mayor temor al proselitismo, lo que unido a la posibilidad de conseguir buenas ganancias con las confiscación de sus bienes, alentaba a los inquisidores a perseguirlos con mayor ahínco.
La otra mitad de los procesos estaban relacionados con temas sexuales (fornicarios, solicitantes, bígamos) y supersticiones, lo que pone de manifiesto que las prioridades de los inquisidores murcianos se centraban en perseguir a los transgresores de la moralidad y sexualidad dominante en aquellos años, o a las hechiceras, que tuvieron gran importancia en el Campo de Montiel.

Víctima del tormento del potro. Autor desconocido. Óleo sobre lienzo. 1870

Víctima del tormento del potro. Autor desconocido. Óleo sobre lienzo. 1870

Terminamos este artículo con una breve exposición de cómo era el procedimiento llevado a cabo cuando una persona era acusada.
Consistía primero en estudiar las afirmaciones de los testigos, y si se veían creíbles se instruía el sumario de la causa. Si había sospechas de que tenía relación con personas o allegados de otros distritos se pedía información a los tribunales de los que dependían, o se le enviaban si en los testimonios aparecían involucradas personas pertenecientes a otra jurisdicción.
Una vez realizados estos pasos, y sobre todo en los casos en los que había dudas sobre la acusación, se pedía consejo a los calificadores, que eran las personas doctas encargadas de decidir si algunos actos eran delitos. Tras ello, si se veía plausible la culpabilidad, el acusado era enviado a prisión.
Tras ingresar en las prisiones inquisitoriales, los acusados tenían tres audiencias, una especie de interrogatorios en los que se les conminaba a decir la verdad, confesar y arrepentirse de sus pecados. De igual forma se le hacían preguntas sobre su genealogía y orígenes, así como otras sobre oraciones y temas religiosos, para ver su conocimiento de la doctrina cristiana.

Auto de Fe. Obra de Pedro Berruguete. 1495

Auto de Fe. Obra de Pedro Berruguete. 1495

Si no confesaba y negaba las acusaciones, se podía pedir el tormento y una vez aplicado, tanto si confesaba como si no, se le citaba, siendo en este momento cuando conocía las acusaciones que había contra él, no pudiendo hablar con su abogado defensor, dictándose sentencia a continuación.
Si había disparidad de opiniones entre los inquisidores, la causa era suspendida hasta que se tuvieran nuevas pruebas o datos, aunque siempre pendía sobre el acusado la espada de Damocles.
Los presos muchas veces desconocían las sentencias hasta el mismo momento en que se llevaban a cabo los autos de fe, en los que se aplicaban las condenas a los acusados. Vamos, todo un alarde de justicia.

“Estando en cierta parte de la villa, tratando, si era pecado mortal tener açeso carnal con una muger mundanal, avia dicho que no era pecado mortal”. Tras ser detenido, en los interrogatorios, confiesa en la primera audiencia haber dicho “que no era pecado tener que hacer con una muger enamorada y no avia pasado mas”. Las presiones acabaron haciendo mella en el acusado y “con lagrimas y señales de arrepentimiento confeso ser verdad que avia dicho que no era pecado dormir con una muger pagándola”. Del proceso del Santo Oficio contra Diego Muñoz, labrador de 54 años, vecino de Villanueva de la Fuente.

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Fotografía de portada: Interior de la iglesia Nuestra Señora de la Asunción, Villahermosa. Autor, Miguel Andújar
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Campo de Montiel. Patrimonio de la Humanidad

Torre de Juan Abad

Pocos conocen el primer espacio por donde comenzó a caminar la imaginación de Cervantes, describiendo a Don Quijote a lomos de Rocinante, acompañado por Sancho en el rucio, aventurándose en la incertidumbre y el deseo por adquirir fama, desde su salida en un amanecer de julio.

El aura atemporal que todavía envuelve a esta comarca la mantiene como lo más cercano a la imagen que pudo encontrar el recaudador de impuestos trajinando entre la Corte y Andalucía, deteniéndose en nuestras ventas o tratando con acaudalados propietarios de mayorazgos.

La situación y trama urbana de los pueblos permanece básicamente igual a la de hace cuatro siglos. Variada en cuanto al crecimiento de la misma. La adaptación de las viviendas a la época actual y las infraestructuras viarias. Pero aunque encontremos un cierto desorden urbanístico que altera la armonía y la imagen de conjunto de un pueblo atractivo acorde con su identidad y trayectoria cultural; si que es posible advertir como fueron siempre. Pues los núcleos originarios permanecen fieles a la génesis que iba trazando sus calles. La volumetría de las casas se mantiene a dos o tres alturas, preservando la horizontalidad propia de estas latitudes. Entre cuyo caserío blanco sobresalía la poderosa torre del castillo o de la iglesia.

Paseando por Villanueva de los Infantes. Autor, Enaire Fotografía

Paseando por Villanueva de los Infantes. Autor, Enaire Fotografía

No perdemos la esperanza por preservar y potenciar la identidad de nuestros pueblos para poder compartirlos como agradable destino turístico. Trabajamos para transmitir los múltiples beneficios que nos reporta a todos habitar y compartir entornos equilibrados con la comodidad actual y la identidad cultural tradicional.

Por suerte el Campo de Montiel conserva un conjunto de veintitrés pueblos descritos en las Relaciones Topográficas de Felipe II, que todavía permanece tal cual en su esencia, aunque maquillado por falta de atención a su auténtico valor. Pudiendo atisbar en todos sus pueblos, ese mundo que sirvió de inspiración a la genial novela.

Destaca Villanueva de los Infantes como Conjunto Histórico Artístico Nacional. Su riqueza patrimonial poblada de iglesias, ermitas, palacios y casas populares, la convierten en una ciudad para ser visitada con calma. Donde además te sorprenderás encontrando la Casa de Estudios donde estuvo Jiménez Patón, Lope de Vega, Quevedo y más literatura de primera línea.
Atraen sus calles principales repletas de portadas blasonadas, pero no hay que dejar de recorrer muchas otras de estilo popular que muestran el encanto que conoció Cervantes, y hoy dan imagen material de lo que pudo ser el mundo que vieron sus inspirados ojos, pensando en Don Quijote.

Interior de la iglesia Nuestra Señora de la Asunción, Villahermosa. Autor, Miguel Andújar

Interior de la iglesia Nuestra Señora de la Asunción, Villahermosa. Autor, Miguel Andújar

El conjunto de iglesias-fortaleza de la comarca, erigidas por la Orden de Santiago merece una visita exclusiva. Empezando por La Solana y finalizando en Alhambra podremos descubrir templos majestuosos como los de Membrilla, Torrenueva, Villahermosa, Villanueva de los Infantes, Cózar, Alcubillas, Terrinches, Puebla del Príncipe, Almedina, Torre de Juan Abad, Ossa de Montiel, Villamanrique, Albaladejo, o ruinas de Fuenllana.

Castillo de Santa Catalina. Autora, Mª Angeles Jiménez García

Castillo de Santa Catalina, Fuenllana. Autora, Mª Angeles Jiménez García

La oferta monumental de la comarca es variada y completa. Abarcando todos los periodos de la historia. En Terrinches se encuentra un conjunto megalítico de carácter funerario. Santuario para los pobladores de la Edad del Bronce, postrado ante el sol del invierno que amanece sobre la peña del Cambrón.
En Alhambra además de los vestigios romanos y la necrópolis visigoda, su castillo omeya reconstruido por los cristianos.
Villanueva de la Fuente asentada sobre Mentesa. Todavía por excavar las entrañas del gran pasado histórico que yace bajo la actual población.
El nutrido grupo de yacimientos de diversas épocas que jalona la Vía Hercúlea desde Villanueva de la Fuente hasta el límite con Andalucía en Puebla del Príncipe y las inmediaciones de Villamanrique.
El cinturón fronterizo de edificaciones fortificadas en torno al castillo de la Estrella de Montiel. Terrinches, muy bien restaurado como centro de interpretación de la Orden de Santiago. El torreón de Puebla del Príncipe. El gran castillo de Montizón en Villamanrique, acompañado por el maravilloso paisaje tendido a sus pies, defendido por ganaderías de reses bravas.

Las plazas mayores de La Solana, Villahermosa, San Carlos del Valle y Villanueva de los Infantes. El conjunto arqueológico de la villa medieval de Montiel y su castillo de La Estrella.

Panorámica del Castillo de La Estrella, Montiel. Autor, Ramón Alamo

Panorámica del Castillo de La Estrella, Montiel. Autor, Ramón Alamo

Los singulares santuarios, ermitas y parajes que dan cobijo en los campos a quien busca sosiego y belleza, también son numerosos. Virgen de La Antigua, Virgen de la Carrasca, Virgen de los Olmos, Virgen de los Desamparados, Virgen de Luciana. Las ermitas rurales de Villahermosa. Las ermitas urbanas de Torrenueva.

La fuente Imperial de Almedina merece una visita por sí sola. Complementada con el puente de piedra, la ermita de Los Remedios y las metafísicas vistas de su paisaje semidesértico.

Es muy enriquecedor para los ojos que buscan la autenticidad rural, pasear estos caminos o recorrer estas carreteras habitadas por pueblos inmersos en paisajes agrícolas que siguen roturando la tierra con el mismo proceso que los originó hace siglos.

Vista de Villamanrique. Autor, desconocido

Vista de Villamanrique. Autor, Miguel Felguera

La histórica y literaria comarca del Campo de Montiel, posee en su centro geográfico la fortuna de albergar una ciudad del Siglo de Oro en Villanueva de los Infantes, y una auténtica villa rural manchega en Fuenllana.

Y toda la comarca disfruta de una orografía ideal para disfrutarla a pie, bicicleta, o caballo. Paisajes amables acunados entre suaves ondulaciones adornadas con machas de monte mediterráneo.

Parajes grandiosos en las estribaciones de Sierra Morena como La Herrumbrosa en Castellar de Santiago, que unido al conjunto de espacios que llegan hasta la sierra de Relumbrar en Villanueva de la Fuente componen un mosaico de fauna y flora de valor excepcional.
Aves esteparias campando por las grandes extensiones cerealistas. Rapaces sobrevolando los fantasiosos sueños del Quijote. Búhos reales internos en la lejanía del monte, sonando en las noches de invierno.
Y por supuesto el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera. Espacio excepcional que debe ser tratado de forma más completa que la simple mención en este artículo informativo.

desde terrinches la zona de pinos es la ermita de San Isidro de terrinches. Autora, Mariangeles Minguez Gomez

Panorámica de Sierra Morena desde Terrinches. Autora, María Angeles Mínguez Gómez

El Campo de Montiel, sin duda, pronto estará en la exclusiva lista de lugares Patrimonio de la Humanidad, un mundo marcado por Don Quijote que sorprende al visitante por la cantidad de recursos propios que atesora.

Puesta de sol en el Campo de Montiel

Puesta de sol en el Campo de Montiel


Un artículo de Salvador Carlos Dueñas Serrano


Fotografía de portada: Trazado urbano de Torre de Juan Abad. Autor, Cogolludo

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De paseo por las Lagunas de Ruidera

visita-guiada-Ruidera-y-Peñarroya-turismo-de-naturaleza-y-cultural-Argamasilla-de-Alba

Tan largo como interesante resulta para el viajero excursionista la Ruta de Don Quijote. Poblaciones de densidad histórica y monumental poco común; paisajes hermosos cuajados de viñedos, el cultivo que mejor define el presente manchego; poblaciones pequeñas pero llenas de encanto; iglesias ante las que hay que quitarse el sombrero, y sólidas referencias quijotescas. Pocos lugares aparecen tan definidos en El Quijote como algunos de los que conoceremos en esta ruta.
Si Cervantes dejó un velo de ambigüedad –quizá para complicar la vida a los críticos- sobre los lugares de las andanzas de su caballero andante, fue muy preciso al situar algunas de sus aventuras centrales en el entorno de Ruidera: las lagunas y la cueva de Montesinos. A ellas nos dirigiremos en esta ocasión.

Sabinas cerca de Villahermosa. Autor, acusticalennon

El paisaje es decididamente de monte bajo: pinos, sabinas y, sobre todo, encinas crecen en las laderas y en las pequeñas crestas que nos rodean. La tierra está salpicada de plantas aromáticas. Una auténtica sinfonía de aromas silvestres. Cada poco saltan liebres y conejos que tienen aquí sus madrigueras.
Sin previo aviso, la tierra se abre y nos presenta a la cueva, la de Montesinos. Uno de los pocos lugares ante los que los cervantistas no se han tenido que devanar los sesos tratando de desentrañar la localización.
Para recordar las fantásticas visiones que tuvo en ella Don Quijote, nada mejor que echar mano del libro y dejarse llevar por los encantamientos en él vividos por el ingenioso hidalgo, capaz de transformar las simples paredes de roca de esta cavidad en un cristalino palacio, todo de alabastro, tal como nuestro protagonista lo relata a Sancho.

En la cueva de Montesinos. Autor, Jesús Pérez Pacheco

En la cueva de Montesinos. Autor, Jesús Pérez Pacheco

De nuevo en el camino y tras recorrer un paraje hermosísimo llamado la Quebrada del Toro, llegamos a nuestro destino: “¡Oh lloroso Guadiana, y vosotras sin dicha hijas de Ruidera, que mostráis en vuestras aguas las que lloraron vuestros hermosos ojos!”. Si el paisaje no responde a la poética descripción quijotesca, poco le falta. El color variable de las aguas –verde brillante, verde oscuro, negro en ocasiones-, las paredes rocosas que las enmarcan, los álamos y chopos que crecen en las riberas, las playas naturales de las orillas…
“… solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de los vivos y en la provincia de La Mancha, las llaman lagunas de Ruidera…”

Atardecer en las Lagunas de Ruidera. Autor, josebl

Atardecer en las Lagunas de Ruidera. Autor, josebl

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Fotografía de portada: El agua de laguna a laguna. Autora, María Teresa Moya Díaz – Pintado
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El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (2ª parte)

El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (2ª parte)

Las eras se construían en parcelas amplias de tierra, de unos 800 o 1000m², con el fin de tener espacio suficiente para las parvas y el trabajo constante de trillar, limpiar, acarrear y cargar el grano. Muchas eran de trazado rectangular, aunque las había circulares y de otras formas en función del terreno disponible. También según el terreno podían construirse atendiendo a 2 modelos distintos: las eras de tierra, también llamadas “terrizas”, y las empedradas. Estas últimas, de elaboración más compleja, tenían una resistencia mucho mayor y podían aguantar durante décadas con un mínimo mantenimiento.

En el caso sencillo de las terrizas, al dueño le bastaba con disponer de un terreno duro, firme y bien asentado. Entonces se limpiaba de rocas y vegetación, allanándose la extensión principal mediante un rodillo de piedra de gran peso conocido como «rulo». En el proceso de allanado se humedecía previamente el suelo para facilitar la compactación, y de seguido empezaba el trabajo de rodar la era, es decir, dar vueltas y más vueltas con la mula tirando del rulo hasta cubrir por completo toda su superficie. Solo al concluir el «paseo» la era quedaba lista para la trilla. Ciertamente el trabajo de construcción de terrizas resultaba muy sencillo, aunque en zonas donde había varias eras colindantes se adornaba un poco más el conjunto colocando lajas de piedra clavadas verticalmente por todo el perímetro, a modo de mojones. En la siguiente temporada de siega, el propietario únicamente tenía que limpiar la superficie de cardos y otras plantas silvestres antes de proceder al acarreo de la mies.

2. Trillando la parva en Villahermosa. Años ochenta. Autor, foto Arcángel Sánchez Briz

Trillando la parva en Villahermosa. Años ochenta. Autor: Arcángel Sánchez Briz

Otra cosa muy distinta eran las eras empedradas. Su elaboración resultaba mucho más costosa y se llevaba a cabo por cuadrillas dedicadas específicamente a este cometido. Las piedras utilizadas eran normalmente de roca caliza, más abundantes en el centro y este de la comarca, pero también se usaban lajas de piedra rodeno y cantos de río que se traían de lugares a menudo situados a gran distancia. Las eras empedradas comenzaban a construirse a finales de verano, una vez acabada la temporada de siega y trilla y antes que llegasen las lluvias de otoño. De esta forma la era podía quedar en reposo durante casi nueve meses (hasta dos años según los casos), tiempo suficiente para que la hierba y otras plantas formasen un denso tapiz de raicillas que apelmazasen y fijasen todo el conjunto. Hay que tener en cuenta que el empedrado se realizaba sin ningún tipo de mortero, de modo que resultaba obligado un plazo más o menos amplio de inactividad durante el cual la era no podía ser utilizada.

3. Limpiando el grano, una vez trillado. Autora, Plácida

Limpiando el grano, una vez trillado. Autora: Plácida

Para la construcción de una era empedrada había que elegir bien el terreno. Se situaban siempre en una zona alta y a ser posible abierta a todos los vientos, y a menudo también en lugares con pendiente, haciéndose necesario entonces construir un murete de piedra para asegurar el terreno. La cuadrilla contratada empezaba el trabajo allanando previamente el terreno con picos y palas a fin de nivelar toda la superficie y eliminar los altos y hondonadas del perfil. Todo el material extraído en este proceso se acarreaba por peones, muchas veces niños o adolescentes, que lo iban depositando poco a poco en montones hacia la parte exterior. El trabajo era duro y no estaba exento de percances. Después de la guerra civil fue relativamente frecuente encontrar granadas y explosivos perdidos en los alrededores de cualquier pueblo, y se dieron casos de accidentes mortales cuando un trabajador hacía explotar accidentalmente con su pico alguno de estos artefactos durante la construcción de la era.

El duro trabajo de la trilla. Autor, Pelayo2

El duro trabajo de la trilla. Autor: Pelayo2

Una vez nivelado del terreno comenzaba el proceso de empedrado. Para ello se tendían unas guías de cuerda de un extremo a otro y se colocaban bajo ellas las hileras de piedra maestra, de mayor tamaño que el resto. La cuadrilla trabajaba sin ningún tipo de mortero, añadiendo simplemente una base de tierra suelta procedente de los montones y «maceando» después cada piedra, hundiéndola y fijándola en esta base blanda mediante golpes de mazo. Una vez colocadas conformaban las “calles”, de unos 3 metros de anchura, donde los obreros plantaban seguidamente los guijarros de menor tamaño a modo de mosaico. El procedimiento era similar al de las lajas principales: tierra suelta debajo, piedras encima y un constante “macear” para asegurarlas bien al terreno, que quedaba así perfectamente compactado. Solo cuando las eras se construían en un terreno muy inclinado, el trabajo se completaba con un muro externo de piedra a fin de que no hubiese deslizamientos pendiente abajo.

Con la finalización del empedrado, la cuadrilla procedía finalmente a un trabajo de ampliación utilizando la tierra de los montones desalojada en la fase inicial. Esta tierra se extendía alrededor formando un anillo de varios metros de anchura, que se allanaba al igual que el resto obteniendo una era mucho más amplia que la inicial, con una parte interior de piedra y otra externa de tierra apisonada. Todo el conjunto quedaba así listo para la siguiente temporada, aunque a veces se dejaba reposar hasta dos años para que hierbas y raíces compactasen bien el terreno y quedase en perfectas condiciones para el duro trabajo de la trilla.

Aventando garbanzos. Horencio. Años ochenta. Autora, Plácida

Aventando garbanzos. Horencio. Años ochenta. Autora: Plácida

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El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (1ª parte)

El oficio de separar el grano. Eras y trillas en La Mancha (1ª parte)

En toda La Mancha y a principios de junio, con el inicio de la siega, comenzaba también para trilladores y “ereros” el arduo trabajo de trillar la mies, es decir, cortar la paja y espigas de la parva para liberar el grano. Durante todo el verano y medida que llegaban las galeras cargadas de candeal desde los campos cercanos, los “ereros” (gañanes a cargo del dueño encargados del trabajo en la era) descargaban las gavillas e iban agrupándolas en un gran montón llamado “hacina”. Galera tras galera, el candeal recién segado iba al suelo con la ayuda de horcas, y después se acumulaba a la espera de extender la parva y dejarla lista para la labor de las mulas y el trillador. Muchas de estas eras han desaparecido a medida que los pueblos crecían y se iban construyendo nuevas casas, barrios o naves de ganado. Pero todavía se conservan algunas de nombres evocadores, cuya sola mención nos trae a la mente unos tiempos y quehaceres hoy ya relegados al olvido.

Trillando en la estepa. Autor, Lito Encinas

Trillando en la estepa. Autor: Lito Encinas

Las eras eran terrenos llanos, de grandes dimensiones, construidas siempre en un espacio abierto en las inmediaciones del pueblo y normalmente de forma rectangular o circular. Por supuesto también existían eras en los cortijos, pero el volumen de trabajo en las cortijadas siempre era mucho menor. Trillar cerca del casco urbano facilitaba el acarreo de la mies desde los campos, así como el proceso de almacenaje y venta posterior del grano. En el pueblo confluían los principales caminos que atravesaban el término y allí se encontraban también los silos de la cámara agraria, adonde iba a parar la práctica totalidad de la cosecha.

Estructura de una era empedrada. Villahermosa, en el Campo de Montiel

Estructura de una era empedrada. Villahermosa, en el Campo de Montiel

El emplazamiento de la era tenía su importancia: debía estar siempre en lugares elevados y lejos de edificios, árboles u otros elementos que impidiesen la libre circulación del aire. Y es que en la era también se realizada la labor de “aventar”, es decir, separar la paja del grano de candeal mediante la acción del viento. Los “ereros” sabían que en una era abierta a todos los vientos podían trillar y aventar simultáneamente sin esperar a que soplase el aire en la dirección adecuada (lo que a veces tardaba días en producirse). Las eras se construían con un empedrado consistente en lajas de roca, normalmente de piedra caliza, con lo cual el trillado mejoraba en efectividad y se atenuaba además el grave deterioro a que estaban sometidas a lo largo del año: en verano por el paso de las galeras y el pisoteo continuo de animales y hombres; y en invierno por las inclemencias del tiempo, lo que obligaba a menudo a una reparación periódica para asentar y asegurar de nuevo el terreno.

Las eras tenían asimismo cierto detalle que las hacía todavía más eficaces: una suave inclinación. Y es que, con el fin de evitar que las lluvias encharcasen el terreno y lo inutilizasen, siempre se construían con una ligera pendiente para facilitar la evacuación del agua hacia el extremo más bajo. Así, mientras trilladores y gañanes corrían a guarecerse con la repentina aparición de una “nube” de verano, el agua corría por la lisa superficie de la era y, una vez escampado, quedaba libre de charcos y dispuesta rápidamente para el trabajo…

Trillando en los años ochenta. Autora, Plácida

Trillando en los años ochenta. Autora: Plácida

Las eras fueron de gran importancia en zonas de secano de todo el interior de España, donde una gran proporción del término se dedicaba al cultivo del cereal. Sin embargo, estas explanadas no se destinaban únicamente a grano y servían también para otros productos tan comunes como las legumbres (garbanzos, guijas o lentejas), cuya producción local era igualmente notable. Del volumen de trabajo que allí se llevaba a cabo da idea el gran número de eras que todavía se conservan en la mayoría de los municipios rurales, rodeando en ocasiones todo el perímetro del casco urbano: en definitiva, no existía zona donde estos terrenos llanos y empedrados no flanqueasen la entrada a la población, una presencia que hoy en día sigue formando parte del paisaje físico, cultural y también nostálgico del gran territorio manchego.

Barriendo el cereal antes de limpiarlo. 1955

Barriendo el cereal antes de limpiarlo. 1955

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La azarosa vida de furtivos y percheros en el Campo de Montiel

La azarosa vida de furtivos y percheros en el Campo de Montiel

En los años posteriores a la guerra civil, el hambre y la precariedad obligaron a muchas familias del Campo de Montiel a buscarse la vida para subsistir. La mayor parte de la gente humilde en los pueblos de campiña vivía de las labores del campo, enganchando algunas peonadas en épocas favorables, y poco más. Sin embargo la abundancia de monte arbolado y de caza en el Campo de Montiel, sobre todo en las zonas más montañosas del sur, propició el desarrollo de otras actividades de subsistencia: fue el caso del carboneo (la fabricación de carbón de encina para el picón de los braseros y los hornos de pan) y, como no podía ser de otra forma, la caza furtiva.

Montiel y S Morena 4. Autor, Pablo.Sanchez

Típicas fincas de caza en el Campo de Montiel. Villahermosa. Autor, Pablo.Sanchez

La caza furtiva constituyó el pan de cada día para muchas familias rurales, a menudo como un complemento a otros ingresos pero tambien como la única manera de sobrevivir. El producto de este furtiveo se vendía luego en los bares del pueblo, así como a algunos particulares que no sufrían o no tenían problemas económicos. Era frecuente asimismo la actividad del estraperlo asociada a la caza ilegal. En pueblos como Villamanrique o Castellar de Santiago, en las vertientes de Sierra Morena, resultaba normal la visita de mujeres especializadas en este tipo de contrabando, y que hacían de enlace entre muchos cazadores furtivos y los puntos de venta en éstos y otros municipios de los alrededores. Así, no era extraño hallar zorzales, perdices, conejos, liebres y ocasionalmente alguna pieza de caza mayor entre las mercancías que habitualmente pasaban los puertos a altas horas de la noche, y que luego servían para preparar la rica variedad culinaria de que hoy hace gala toda la comarca.

Plato de perdiz en escabeche. Autor, Javier Lastras

Plato de perdiz en escabeche. Autor: Javier Lastras

Perdiz estofada. Autor, Javier Lastras

Perdiz estofada. Autor: Javier Lastras

Las artes de caza furtiva eran abundantísimas, haciendo cierto aquel dicho de “cada pillo tiene su truquillo”. En Villahermosa y Ossa de Montiel abundaba la caza con lazo; otros utilizaban más bien cepos; los más se dedicaban a las perdices con trampas o perchas, y también los había que preferían aguardar a la estación fría para arremeter con los zorzales, a los que cazaban con trampas de alambre que ellos mismos fabricaban, o con perchas hechas con el pelo de las colas y las crines de las caballerías.

Una de las formas más complicadas de furtiveo era la caza nocturna de la perdiz con red, ya que debía de hacerse en noches de suma oscuridad, y si eran nubladas o con lluvia, tanto mejor. El problema de atrapar las perdices durante la noche era que había que conocer el monte y la sierra palmo a palmo, de ahí que no todo el mundo fuese capaz de llevarla a cabo. Los cazadores salían a altas horas de la madrugada y a menudo también durante el día, escondiéndose entonces en las escabrosidades del monte para esperar la llegada de la oscuridad. La única luz que se utilizaba era la de un carburo, débil y amarillenta, por lo que perderse en la sierra era lo más fácil del mundo.

Perdiz roja. Autor, El coleccionista de instantes

Perdiz roja. Autor: El coleccionista de instantes

En algunas zonas de la comarca la actividad de los “percheros” era tradición familiar y se transmitía de padres a hijos, llegando a constituirse verdaderos clanes familiares especializados en esta modalidad cinegética. Los padres llevaban a los chavales al monte para aprender el oficio, y una de sus primeras habilidades consistía en asegurar que no faltara la materia prima para la fabricación de perchas (las crines de caballo). Así, con las tijeras en los bolsillos, tanto en el campo como en las cuadras donde estaban las caballerías, los niños abordaban a los confiados animales y de la parte interior de la cola cortaban buenos haces de cerdas, que luego escondían en los morrales para transportarlos a casa. Este material se prefería a cualquier otro debido a su ligereza, y a la facilidad con que se deslizaba el nudo corredizo en el momento de atrapar una presa.

Lazo con nudo corredizo, para caza furtiva. Autor, Jose Juan Taboada

Lazo con nudo corredizo, para caza furtiva. Autor: Jose Juan Taboada

Las crines eran trenzadas por las mujeres del hogar para formar el cordoncillo del lazo, que se oscurecía después con hollín de la chimenea para hacerlo menos visible. Este cordoncillo se ataba por un extremo a un cordel de esparto, que a su vez era amarrado a una pequeña rama clavada en el suelo, a un matojo de romero o de jara e incluso a un haz de hierbas. Tras darle al lazo la altura y la amplitud adecuadas, la percha quedaba terminada y el cazador podía así marcharse para colocar otras trampas en los alrededores. Se sabe que cada persona, incluidos los niños, podían llevar en su zurrón hasta 600 perchas listas para su uso, y que tardaban aproximadamente diez segundos en poner cada una ellas. Mientras una parte del equipo iba creando espacios y caminos en el monte para facilitar el paso de las perdices, los demás se dedicaban a colocar las trampas. Una vez colocadas se esperaba un total de tres a cuatro días, tras los cuales la familia entera volvía a echarse al monte a recoger el resultado.

Cazadores en la nieve. Obra de Pieter Bruegel el Viejo (1525-1569)

Cazadores en la nieve. Obra de Pieter Bruegel el Viejo (1525-1569)

A menudo los furtivos se llevaban más de una sorpresa con lo encontrado en el lazo. En una ocasión, unos “percheros” de Villamanrique hallaron atrapado en una de sus trampas a un gran lagarto, uno de esos reptiles tan abundantes en los encinares y monte bajo de La Mancha. Claro que por aquella época no se hacía ascos a nada, así que encendieron rápidamente una lumbre, y una vez pelado y arreglado lo echaron al fuego para preparar el almuerzo…

Comenzaban a poner las perchas para San Miguel (finales de Septiembre) y se dejaba la actividad en enero a fin de evitar la época de cría de las perdices. Una peculiaridad de la percha es que la mayor parte de los ejemplares se cazaban con vida, por lo que su destino no era la despensa familiar sino la venta a las gentes adineradas del pueblo, que las soltaban después en sus fincas o las utilizaban como reclamo. En los años cincuenta comenzaron a proliferar personajes que compraban a los “percheros” el producto de su caza a tres veces su precio anterior, con lo que la cosa comenzó a ser muy rentable. Venían buscando sobre todo perdices, zorzales y otros pequeños pájaros, que luego vendían en los bares y restaurantes de Madrid donde se cotizaban extraordinariamente. Los “percheros”, entretanto, habían sacado un dinerillo extra para poder guardarlo y tener excedente de recursos cuando se acabase la temporada.

Perdices para reclamo. Autor, Jose Antonio Cotallo López

Perdices para reclamo. Autor: Jose Antonio Cotallo López

El asunto fue tan rentable y proliferó tanto el furtivismo, que algunos dueños de fincas grandes no tuvieron más remedio que aliarse con los “percheros”. De esta forma, les dejaban cazar en sus fincas libremente a cambio de la mitad de la caza que capturaban. Aún así seguía siendo un buen negocio, ya que en aquellos tiempos se vendían las perdices a cinco pesetas la pieza. Con esta convivencia entre unos y otros se llega hasta los años sesenta, cuando aparecen las primeras órdenes para acabar con los furtivos y dar entrada a la legalidad (la de los cazadores que venían a matar perdices por placer, sentados cómodamente en sus puestos). Cuando las familias dedicadas a la percha comenzaron a ser acosadas y multadas por la Guardia Civil, los “percheros” llegaron a una especie de entendimiento con las autoridades para que les dejaran hacer los “ojeos” o batidas de caza durante la temporada, y ganarse así unos jornales que les permitiesen subsistir. Y aunque se tiene constancia que la actividad continuó realizándose como mínimo hasta finales de los años ochenta, este fue sin duda el fin de los “percheros” como oficio floreciente, y el principio de la empresa cinegética tal como se conoce actualmente en el Campo de Montiel.

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Una buena partida de caza en los años setenta, Villahermosa. Autor: Juan Antonio Resa

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Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (2ª Parte)

Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (2ª Parte)

«Fue entonces cuando Mahmud, el hijo del campesino afortunado, regresó de una larga campaña por tierras del norte donde había ido junto a los suyos para hostigar a las huestes del rey cristiano de Oviedo, y al pasar por allí tuvo noticias de la muerte de su padre. En sabiendo ésto un gran pesar ocupó su espíritu, y el comandante de sus tropas quiso que marchase hasta su casa para ocuparse de la herencia, pues daba por bien merecida su libertad. Así pues Mahmud enjaezó el caballo, y tomando sus escasas pertenencias salió una mañana del campamento para arribar tres días después a la casa de su familia, de donde había faltado por espacio de siete largos años. Al llegar abrazó a su madre e hízose cargo de las tierras y del molino, que entretanto había hecho construir su padre a orillas del Guadiana. Y una vez hecho ésto lloró largamente la pérdida de su progenitor por las buenas obras que había acometido en vida, semejantes en número a las hojas del árbol centenario que, junto la entrada del pueblo, regala su sombra a todo aquel necesitado de descanso y compasión.

Río Guadiana en su curso alto. Autor, Roberto

                                                        Río Guadiana en su curso alto. Autor: Roberto

Pero la rueda no deja de girar, como suele decirse. Toma su medida de agua y la vierte bajo la moliz para dar pan, y al cabo quiso la fortuna que su ánimo se serenase con la vista del grano henchido y el canto alegre de los esclavos sobre la tierra fecunda y hermosa. Y así ocurrió que, estando una noche de estío junto a la orilla del río, la luna salió de detrás de la floresta e iluminó con rayos de plata aquel rincón de “La Encantada”, que tanta congoja había supuesto para los habitantes de la región. “Ahí se esconde el misterio del cual habló mi padre y sobre el que ningún ser, humano o divino, ha puesto todavía su mirada. ¿Quién se atreverá a descorrer el velo del viejo ulema?”. Esto pensaba Mahmud mientras observaba la tersa superficie de las aguas, cuando oyó o creyó oír un sonido triste que salía de la fronda de higueras. Era una voz de mujer, ahora estaba seguro, cantando un romance melancólico muy conocido en tierras de Oriente:

“En mi jardín, de primavera, vuelan los ibis,
Rosas inclinan sus cabezas escarlata.
Oh, Nilo, río de maravillas…”

Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autor, M. Peinado

                                          Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autor: M. Peinado

Mahmud quedó hechizado por aquella voz, y cogiendo una de las barcas que utilizaban para cargar la harina hasta el pueblo, púsose a remar al encuentro de aquel sonido. No pasó mucho tiempo antes de que entrase en el charco de luz de “La Encantada” junto a la orilla opuesta y allí, sentada sobre una roca y rodeada de juncos y de matas de arrayán, el muchacho vislumbró a una bella mujer de largos cabellos ensortijados, que ignorante de que la observaban peinaba sus bucles negros con un peine de oro. Al punto Mahmud quedó prendado de ella, y con el fin de oír mejor la melodía que brotaba de sus labios se acercó con su barca hasta quedar a escasos metros de la orilla. Pero Zulema, que así se llamaba la muchacha, lo vio venir y asustándose corrió a esconderse entre las higueras hasta desaparecer de su vista.

Orillas de un río en Octubre. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

                                      Orillas de un río en Octubre. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

Mas dice un proverbio cierto: “Deja el agua correr y todo estará cumplido”, así que a fuerza de visitas nocturnas, de quiebros, de risas y de disculpas, ambos jóvenes quedaron enamorados el uno del otro y fue de dominio público que todo acabaría mal, pues no pasaría mucho tiempo sin que llegase a oídos del padre de la muchacha, como finalmente ocurrió. Cierta noche en que ambos hallábanse paseando en la barca por el centro del río, el viejo ulema salió de su tienda y fue a caminar buscando el fresco de la corriente, como solía hacer cuando los calores del día habían sido excesivos. Al llegar al claro miró hacia el agua tersa y tranquila, que en ese momento refulgía por el brillo de la luna creciente, y fue entonces cuando descubrió a los amantes sobre la embarcación, comprendiendo así que todo estaba perdido y que la promesa que salvaguardaba a su hija había sido rota.

Presa de indignación el anciano alzó los ojos al cielo, y con un gran grito hundió su vara de olivo en la tierra húmeda, diciendo: “En la traición está la prueba de tu falso amor, hija mía. ¡Cúmplase lo que está mandado!”. Y a su voz las aguas se elevaron furiosas y la luna se cubrió de brumas oscuras, como aquella noche del diluvio, y un viento fuerte agitó los troncos de los olivos y las datileras inclinando sus troncos hasta casi rozar el suelo. Cuando todo hubo pasado, la luna volvió a brillar en la noche y el gran río calmose de inmediato, mas en el lugar donde solo un momento antes se encontraba la barca ya no había nada. El viejo, la embarcación y sus dos ocupantes se habían esfumado como un torbellino en la ventisca sin dejar rastro ¡Que Alá sea misericordioso y nos proteja!

Lamia. Obra de John William Waterhouse, 1909

                     Lamia arreglándose los cabellos junto al estanque. Obra de John William Waterhouse, 1909

Barca en el río Guadiana. Autor, Bruno Amaral

                                                          Barca en el río Guadiana. Autor: Bruno Amaral

Todo desapareció bajo las aguas, incluido aquel peine de oro con que la joven peinaba sus cabellos ensortijados. Y al día siguiente, en pleno periodo de lluvias, el cielo apareció despejado y no llovió. Tampoco lo hizo un día después ni en los restantes, contando hasta tres veces cien, y así pasaron semanas y meses sin que la tierra recibiese la bendición de una sola gota de agua. Los más viejos pensaron que el hechizo de “La Encantada” se había roto finalmente por causa del hijo del labrador, y así ocurrió de hecho. Los pozos y las huertas frondosas se secaron, los campos volvieronse a cubrir de polvo y quedaron al punto del color del heno, como ocurre también en nuestros días, y el río con su meandro misterioso, los campos de arrayanes y las centenarias higueras, todo pasó a ser solo un bello recuerdo al borde del olvido.

Otro rincón de las Lagunas de Ruidera. Autor, Xavier

                                                     Otro rincón de las Lagunas de Ruidera. Autor: Xavier

Como un sortilegio, el Guadiana se esfuma abruptamente en la reseca llanura manchega a la altura de Argamasilla de Alba, negando el placer de sus aguas y sus sombreadas orillas a los arrieros y labradores que atraviesan el lugar. Y solo unas leguas más adelante, junto al enclave conocido por el nombre de “Los Ojos del Guadiana”, el río vuelve a aparecer sobre la tierra para no dejarla ya hasta su desembocadura en los deltas del sur. Se dice que en años húmedos “lloran los ojos del Guadiana” y tal vez sea así en recuerdo de los desgraciados amores de Zulema y Mahmud, ahogados sin misericordia por los celos de un ulema anciano y cruel. Pero hay quien piensa que, en realidad, la muerte no fue el destino último que les deparó su imprudencia, y que ambos consiguieron huir y cruzar el mar para llegar finalmente a las tierras felices del Magreb y de Egipto, de donde era oriunda la muchacha, viviendo desde entonces junto a aquel río poderoso que atraviesa el desierto y que riega con sus aguas ese país bendecido de Dios ¡Los caminos de Alá son inescrutables!

Ofelia. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

                                                          Ofelia. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

Si Zulema y Mahmud desaparecieron o no en las profundidades del Guadiana, eso es algo que nunca llegaremos a saber con seguridad. La leyenda afirma que en algunas épocas del año, durante las noches de luna creciente, puede verse junto a cierta roca una mujer bellísima desenredando con un peine de oro sus largos cabellos ensortijados, negros como alas de cuervo. Y que mientras lo hace lanza a todo aquel que halla la misma pregunta: “¿Quién crees que es más hermoso: mi peine de oro o yo?”. El que encontrándola conozca su historia y se apiade de ella, deberá sin dudar elegirla en lugar del peine, y así su alma se salvará y podrá regresar finalmente junto a su padre a orillas del río que una vez habitó. Pues se dice que el viejo ulema la espera todavía arrepentido por su mala acción, y que hizo esconder aquel meandro del Guadiana en las profundidades de La Mancha, con sus bosques de olivos y de higueras, para que sirviera a ambos de solaz lejos del paso del tiempo y las miradas envidiosas de los hombres. Y allí sigue oculta su corriente sin esperanza posible de retorno para nosotros, eternos ignorantes de los designios del profeta. ¿O sí la hay, acaso? Quizás todo cambie cuando alguien sea capaz de hallar el paradero de aquel peine de oro…

Lamia. Obra de Herbert Draper (1864-1920)

                                                          Lamia. Obra de Herbert Draper (1864-1920)

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Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (1ª Parte)

Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (1ª Parte)

El río Guadiana, o río de Anna según la etimología árabe, sorprende a todo aquel que lo visita por su misterioso origen. Tras recorrer apenas un centenar de kilómetros desde su nacimiento en el manantial de los Zampuñones, junto a Villahermosa, su curso se sosiega al cruzar la extensa llanura del Campo de San Juan y llega finalmente a Argamasilla de Alba, donde desaparece sin dejar rastro. Este enigma ha llenado páginas y páginas durante siglos sin que todavía exista una teoría que pueda explicarlo satisfactoriamente. Como no podía ser de otra forma, las leyendas han ocupado el lugar de los hechos y ésta que a continuación referimos, la de Zulema y Mahmud, es solo una de las menos conocidas para el profano. Dicha historia tiene elementos comunes con otras similares en nuestro país y se refiere al mito de la mora, o la encantada, donde la mujer joven y el peine de oro con que arregla sus cabellos constituyen sin duda el centro de la narración… Os invitamos pues a que dejéis volar la imaginación recorriendo los dilatados horizontes de La Mancha. Y a que lo hagáis con la voz de un narrador imaginario, viajando a la época en que mito y realidad se daban la mano y caminaban juntos…

Lagunas de Ruidera. Autora, María Teresa Moya Díaz Pintado

   Lagunas de Ruidera. Autora: María Teresa Moya Díaz Pintado

“En los años lejanos que siguieron a la venida al trono del cuarto emir de Occidente, ¡que Alá lo tenga en su seno! sucedió que una pertinaz sequía asoló las tierras que se extienden en la llanura del Guadiana Alto, tan grande y duradera como nunca antes se había conocido. Las huertas quedaban resecas y expuestas al polvo de los caminos, las plantas se agostaban y en el fondo de las acequias, por donde antaño corría el agua alegre y feraz, crecían ahora los cardos y la grama hasta el punto que los habitantes olvidaron su trazado original, dejaron los campos y hubieron de emigrar finalmente a otras tierras más fértiles y agradecidas.

Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autora, María Teresa Moya Díaz-Pintado

Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autora: María Teresa Moya Díaz-Pintado

Ocurrió pues que vino a oídos de un pobre labrador la existencia, en una cueva cercana, de un sabio ulema recién llegado del camino a la Meca, y que había elegido aquel lugar para descansar sus viejos huesos de tantas fatigas acumuladas. El labrador reunió a su mujer y a su único hijo, y les dijo: “Iré a ver a este sabio entre los sabios, de quien dicen que ha leído los versos sagrados en la gran Mezquita de Damasco y conoce la magia de los justos, y le pediré que nos ayude en este difícil trance”. Y así, tras aparejar al asno y despedirse de su familia, salió al camino y se alejó entre los campos resecos de su hacienda.

Cueva de Medrano, en Argamasilla de Alba. Hito en la leyenda cervantina. Autora, Mª Lluïsa

Cueva de Medrano, en Argamasilla de Alba. Hito en la leyenda cervantina. Autora: Mª Lluïsa

Al cabo de varios días de viaje llegose hasta la cueva de la que había oído hablar, entró y encontró allí a un hombre anciano vestido con largos ropajes, y que tenía en la cabeza el turbante de los que han realizado el viaje a la ciudad santa, ¡que Mahoma sea cien veces bendito! Entonces le dijo: “Sabio ulema, en tu frente está la prueba de que conoces grandes maravillas, y que has visitado los cinco rincones del Paraíso donde florece la bondad de Dios. Apiádate de mí y de mi familia, pues una cruel sequía ha agostado los campos haciendo imposible la vida en mi país, y no tenemos ya otro camino que partir de las tierras de mis abuelos para no morir de sed y de miseria”. “Conozco el mal del que me hablas” contestó el ulema “y por ser fiel a los preceptos del Enviado te concederé lo que deseas. Tendrás agua para tus campos y tu ganado, el cielo se abrirá y caerá lluvia abundante haciendo florecer la reseca llanura, y surgirá un río donde nadie antes había conocido tal. Tú y tu familia, y los vecinos y amigos de tu familia no pasaréis más sed y tendréis de aquí en adelante hermosos frutos que os harán la vida regalada”. El labrador le dio encarecidamente las gracias, mas el sabio no había terminado de hablar.

Baño de Ninfas. Obra de Jan Brueghel el Viejo (1568-1625)

Baño de Ninfas. Obra de Jan Brueghel el Viejo (1568-1625)

“Todo esto lo alcanzarás con una condición. Pues has de saber que yo tengo una hermosa hija llamada Zulema, a la que quiero más que cualquier otra cosa en el mundo. Ella vivirá aquí para solaz mío, y a fin de que no sienta nostalgia del río y los jardines que la vieron nacer, allá en el lejano Nilo, construiré para ella un rincón maravilloso a orillas de éste, repleto de estanques y de nenúfares ocultos a la sombra de las higueras, donde podrá pasear y componer poemas y canciones para su anciano padre por el resto de sus días”. En este punto el ulema miró al labrador con ojos fieros antes de proseguir: “Todo el río será vuestro salvo este pequeño meandro repleto de verdor. Estará vedado, y nadie podrá entrar y perturbar al más preciado de mis desvelos si no es a costa de mi maldición solemne. Concédeme solo esto, y tendrás lo que pides”.

The Lady of Shallot. Obra de John William Waterhouse. 1888

The Lady of Shallot. Obra de John William Waterhouse. 1888

El pobre labrador se lo prometió cumplidamente, y partió enseguida de la cueva para volver al lado de los suyos, a los que refirió las extrañas maravillas que había oído de boca del anciano, no dejando de alertar sobre la condición que había impuesto para su cumplimiento. Nadie en el pueblo dio crédito a las palabras de su vecino hasta que una noche, estando él y su familia reposando en la terraza de su casa, vieron como la luna se ocultaba en densas sombras y un viento fuerte agitaba las datileras a orillas de la acequia, tras lo cual corrieron a refugiarse en la cuadra y cerraron puertas y ventanas por miedo de lo que pudiese suceder. No bien hubieron hecho esto cuando del cielo comenzaron a caer cataratas de agua que inundaron los campos e hicieron correr arroyos y regatos por donde nunca antes se habían visto.

Al cabo de diez días las alamedas se hincharon de humedad y reverdecieron, y los campos pobláronse de tréboles y de lirios amarillos, perfumando el aire y haciendo llegar infinidad de aves para retozar en los lagos que surgían abundantes por todos los rincones de la llanura. Una y otra vez rodaban las nubes majestuosas, retumbando en el cielo, y descargaban agua en abundancia a semejanza de las ubres henchidas de una vaca cuando el ternero solicita su atención. Y tanto llovió, y tanta agua vino a correr por los campos, que el río Guadiana se desvió de su curso desde la cercana Ruidera y tuvo a bien cruzar estas tierras dejando abandonado su antiguo cauce. Los hombres quedaron maravillados de tal portento, nunca visto ni oído, y el labrador dio las gracias al cielo sacrificando uno de los dos cabritos que poseía, y diciendo: “Este es sin duda un regalo de Alá, ¡que su nombre sea cantado en todas las mezquitas de la tierra! De aquí en adelante las huertas darán abundante fruto y no habremos de temer más el hambre y la sed. Salgamos de casa y trabajemos la tierra como está mandado”.

Tormenta en la llanura. Autor, Frank StarmerTormenta en la llanura. Autor: Frank Starmer

Pasaron los años y el río Guadiana mantuvo su nuevo curso, y las lluvias, sin llegar a ser diluvio, siguieron regando las huertas y los bancales haciendo del lugar uno de los más fértiles y celebrados por los poetas de Al-Ándalus. No volvió a verse al anciano ulema en la cueva que le dio cobijo, pero todos estuvieron de acuerdo en que el viejo y su hija vivieron desde entonces junto a aquel rincón vedado del río, situado en uno de sus meandros y oculto a las miradas por datileras, arrayanes y extensos bosques de higueras y de olivos. Era aquel un jardín prohibido y nadie osó jamás poner su pie en él, y debido a ello llamaron a aquel lugar “La Encantada” y cubrieron de extensas dunas de arena todo su perímetro, para avisar a los incautos del peligro que acechaba entre sus gratas sombras”.

(FIN DE LA PRIMERA PARTE)

Después de la tormenta. Autor, Paul BicaDespués de la tormenta. Autor: Paul Bica

Río Guadiana. Autora María Teresa Moya Díaz-Pintado

Río Guadiana. Autora: María Teresa Moya Díaz-Pintado

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De caballeros andantes y bandoleros: Campo de Montiel

De caballeros andantes y bandoleros: Campo de Montiel

A lo largo de los siglos, las tierras sureñas del Campo de Montiel han sido escenario de conquistas y guerrillas sin cuento. Por sus caminos desfiló la élite de los ejércitos victoriosos, y a su sombra, tranquilos arrieros con sus recuas de mulas, pastores y ganados de trashumancia, hidalgos de fortuna, Quijotes en busca de agravios y Damas a las que servir. El paisaje es la estampa de unas gentes y una tierra moldeadas por la misma arcilla. Apariencia dura, pero también franca e ilimitada. Una vasta sucesión de llanuras onduladas y quemadas por el sol de agosto que dan paso a florestas en las zonas más agrestes y marginales: es el caso de los carrascales del sur, en los montes que flanquean el paso de Despeñaperros; las dehesas abrigadas junto al Jabalón y el Azuer o los bosques de sabina albar de Villahermosa, especie relicta de épocas más frías cuando el hielo y las glaciaciones dominaban en toda Europa.

Históricamente, el Campo de Montiel correspondía a ciertos territorios al sur del Tajo administrados por la Orden militar y religiosa de Santiago. La Orden los adquirió después de su reconquista por las tropas cristianas de Alfonso VIII, en 1213, campaña que completó Fernando III años más tarde con la caída del castillo de la Estrella en Montiel. Fue precisamente el carácter repoblador y administrativo de los de Santiago lo que permitió transformar un paisaje islamizado en el más conocido de villorrios, monasterios y castillos propio de las tierras de frontera.

Paisaje del Campo de Montiel

Paisaje del Campo de Montiel

Hoy la comarca se integra por completo al SE de la provincia de Ciudad Real (si excluimos Ossa de Montiel, perteneciente a Albacete), pero de alguna forma el carácter fronterizo ha presidido siempre su fisionomía, pues ya fue habitada por íberos y romanos que hicieron de ella paso obligado entre las vegas Béticas y los altos meseteños del norte. Su carácter marginal no menguó con el nombramiento de Villanueva de los Infantes como nueva capital de la comarca, y durante siglos el acceso desde el sur, o paso de Despeñaperros, infame camino donde los viajeros tenían que abandonar el carruaje y continuar a lomos de mulas, resultó un lugar predilecto para los bandoleros que asolaban toda Sierra Morena. En el siglo XIX fue escenario habitual de las luchas de guerrillas entre el pueblo y las tropas napoleónicas. Francisco Abad Moreno, “Chaleco”, capituló en Almedina, y en su cuadrilla figuraron otros de gran renombre como Juan Vacas y Juan Toledo, de quienes se dice que llegaron a reunir más de 400 caballos en sus hazañas bélicas contra el invasor. Más tarde las guerrillas continuaron con idéntico tono, aunque esta vez durante las luchas carlistas que libró el pretendiente Carlos contra el gobierno liberal.

La antiquísima historia del Campo de Montiel es terreno sembrado, como no podía ser de otra forma, para leyendas y dichos populares. En los pueblos resulta común observar a finales del estío el paso de los “Remolinos”, arbustos arrastrados por los fuertes vientos en cuyo interior se cree habitan ánimas benditas en busca de alguna misa o padrenuestro no cumplido. El “Tío Nazario” de la Torre de Juan Abad suele aparecer bajando por las cadenas de los calderos colgados de la chimenea, y también se repite el mito de la dama dulce, o “Dama de los Montes”, que en Ruidera toma la forma de un niño extraviado y hallado en curiosas circunstancias: al ser preguntado por los lugareños refirió que había pasado toda la noche arropado y en compañía de una misteriosa mujer…

Balconadas de madera de la Plaza Mayor. Villanueva de los Infantes

Balconadas de madera de la Plaza Mayor. Villanueva de los Infantes.

Las villas de la comarca, surcada de este a oeste por los ríos Azuer y Jabalón, muestran de forma generalizada la estampa de la llanura manchega: grandes espacios ondulantes, villas soleadas y presididas por un campanario altivo, a veces el único hito visible en el paisaje; las casas enjalbegadas de cal, los corrales de ganado; plazas soñolientas con olmos, niños y viejos; eras de trilla, cortijos a la distancia, aljibes y abrevaderos junto al camino. De manera especial destaca Villanueva de los Infantes, capital histórica de la comarca desde 1573 y cuya Plaza Mayor es una de las más bellas de Castilla la Mancha. Declarada hoy Conjunto Histórico-Artístico, este pueblo celebra en breve sus tradicionales fiestas de las Cruces de Mayo dedicadas a la Cruz y al misterio de la Pasión de Cristo, con hogueras y rondallas que acuden a las casas para cantar el Mayo a las Damas:

    “Esas tus mejillas
dos grandes violetas,
no ha llegado mayo
y ya están abiertas”.
“Tiene tu barbilla
un hoyo perfecto,
colmado de flores
que da gusto verlo”.

Montiel, exhibe todavía con orgullo los viejos muros del castillo de la Estrella, escenario de un enfrentamiento que marcó el carácter pacífico de esta villa enclavada en la vega del Jabalón. Castillo de renombre es también el de Alhambra, una fortaleza peculiar que data de la época Omeya. Pero más peculiar aún es el emplazamiento del propio pueblo, encaramado a un cerro aislado en mitad de la llanura y desde donde íberos, romanos, visigodos y árabes trazaron durante milenios los destinos de esta parte de España.

Castillo de la Estrella, en Montiel. Autor, Francisco Pérez

Castillo de La Estrella, en Montiel. Autor: Francisco Pérez.

Muchos pueblos de la zona exhiben un pasado insigne, como Torre de Juan Abad, donde se encuentra una casa perteneciente al genial Don Francisco de Quevedo; o Fuenllana, tranquila villa entre Infantes y Montiel que fue cuna del renombrado arzobispo de Valencia Santo Tomás de Villanueva, nacido en 1486. Pero sin duda, el hecho por el que la comarca será siempre conocida y renombrada es por ser el escenario elegido por Don Miguel de Cervantes para las andanzas de sus dos inolvidables personajes, Don Quijote y Sancho Panza. Villahermosa, Infantes, Ruidera, Argamasilla de Alba… Hoy el itinerario de Don Quijote es cita obligada de turistas venidos de todos los países el mundo, que recorren el paisaje llano y surcado de veredas y cañadas, o punteado de ventas, cortijos y molinos como quien esperase encontrar en cualquier trocha la alargada sombra del caballero andante y su resignado escudero.

Laguna Conceja, en Ruidera

Laguna Conceja, en Ruidera.

Según Don Quijote, en Ruidera el viajero puede conocer a las hijas y sobrinas de tan insigne dama, quienes fueron hechizadas por obra del mago Merlín y encerradas en las profundidades de la cueva de Montesinos. Amantes o no de la buena literatura, el lugar merece sin duda una parada obligada para deleitarse con el espectáculo de un collar de lagunas surgidas de la nada, y extendidas para formar el Alto Guadiana cantado por los poetas árabes. Desde el nacimiento del río y la primera de las lagunas, ambos enclavados en Villahermosa, pasando por los saltos de agua de la Lengua y la Redondilla, el castillo berberisco de Rochafrida y las lagunas de la Colgada y del Rey, las más grandes del conjunto, la ruta es sin duda sinónimo de misticismo y poesía para todo aquel que se acerque a contemplarlas. Y si a esto unimos el complemento de una comida a base de platos y caldos de la tierra, donde no falten las migas, los galianos, las gachas o el pisto manchego, la experiencia de conocer esta comarca será sin duda algo digno de escribir y de recordar… tal y como hizo Cervantes en “Su lugar de La Mancha”.

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Autor, El Bibliomata

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Autor: El Bibliomata.