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Un viaje Cervantino por el corazón de La Mancha

La Mancha, mencionar ese nombre es revivir en la mente del que lo escucha un paisaje perfectamente llano, el lugar que inmortalizó Don Miguel de Cervantes


Esta tierra es conocida en cualquier rincón del planeta gracias a su caballero andante y a su resignado escudero. No existe unanimidad a la hora de explicar la procedencia de este topónimo, aunque la mayoría de las teorías lo asocian con términos de origen árabe como “manxa”, que significa “tierra seca”, o el de “mányà”, “alta planicie” o “meseta”.

En cualquier caso, lo cierto es que La Mancha que hoy conocemos es un amplísimo conjunto de territorios enclavados en varias provincias del centro-sur de la península y que poseen un denominador común en la fisionomía plana del terreno y en el clima extremo, caracterizado por la sequedad estival y el frío riguroso de sus inviernos.

Añil de La Mancha

La Mancha de Argamasilla de Alba, Tomelloso, Ruidera y otras localidades ciudadrealeñas asociadas a la ruta del Quijote, no es sino una pequeña parte de ese vasto territorio en la meseta sur de nuestro país. En su origen, la región histórica y geográfica de La Mancha englobaba 3 grandes comarcas, a su vez sendos patrimonios administrados por las todopoderosas Órdenes religiosas y los Señoríos medievales de carácter feudal: por un lado, la Mancha Alta de Toledo, Ciudad Real, Cuenca y Albacete, un gran propiedad que tras su Reconquista quedó bajo la Orden de Santiago con sede en el municipio conquense de Uclés; por otro la Mancha Baja, regida por los Caballeros de San Juan y que en la actualidad aglutina a 17 municipios repartidos entre las provincias de Ciudad Real y Toledo; y por último la Mancha de Montearagón lindante con el Reino de Valencia, que fue administrada históricamente por el Señorío de Villena y hoy enclavada dentro de la provincia de Albacete.

La Mancha genuina, la Mancha que vio nacer al Quijote y en la cual lidió algunas de sus más memorables aventuras, tiene su centro más esencial en la provincia de Ciudad Real y engloba parte de aquellos territorios míticos: en concreto, la parte más meridional de la Mancha Baja conocida por Campo de San Juan, y las tierras ciudadrealeñas de la Mancha Alta, admirablemente planas, que responden al nombre de Mancha de Criptana.

El viajero inicia su recorrido en una tierra de viñedos, quinterías y bombos. A finales de abril los tomelloseros piden la bendición de campos y gentes a su patrona, la Virgen de las Viñas, y he aquí que sus pasos le llevan junto al despliegue festivo y colorista de miles de personas que en romería se desplazan hasta la Ermita de la Virgen en un paraje conocido como Pinilla. A lomos de mulas enjaezadas, carros, carretas y remolques engalanados con ramas, con la alegría sencilla y profundamente devota del pueblo manchego, la Romería aparece a ojos del viajero cargada de significado religioso pero también pagano, sobre todo cuando en la llamada Procesión de las Antorchas ve rezar a los fieles en la oscuridad de la noche mientras caminan alrededor del Santuario.

Vendimia en La Mancha

Bombo de Tomelloso

Arropada por sus vinos de gran calidad, Tomelloso es la capital de la comarca y uno de los municipios con más solera en la producción de vinos con Denominación de Origen de La Mancha. Como no podía ser de otra forma la localidad ha sido y es memoria viva de la tradición cervantina, y resulta paso obligado de la ruta del Quijote que iniciada en Campo de Criptana llega hasta Argamasilla de Alba, el Castillo de Peñarroya y el bellísimo y mágico rincón de las lagunas de Ruidera.

Asimismo, Tomelloso constituye un gran centro de difusión taurina con su máxima expresión en la plaza de Toros de la localidad, una de las más antiguas de España y ejemplo de afición sin paliativos: finalizaba el año de 1859 y los vecinos decidieron dar impulso a su villa construyendo la plaza de toros antes que instalar el alumbrado en las calles, cosa que finalmente hicieron 2 años después.

En su origen la población estuvo asociada con la importante actividad de la Mesta, pues su casco urbano era zona de paso de la Cañada Real Conquense que conducía al ganado desde tierras de Cuenca y Teruel hasta el valle de Alcudia, donde las cabaña pasaba los meses invernales. Hoy, la ciudad es el octavo núcleo de población de Castilla-La Mancha y su larga historia asociada al vino se refleja en la gran cantidad de Bodegas y Cooperativas vinícolas con sede en la localidad: Cooperativa Virgen de las Viñas; Vinícola de Tomelloso; Bodegas Centro Españolas, Bodegas Verum, Bodegas Lahoz…


De visita obligada son las antiguas cueva – bodega de Tomelloso, un patrimonio enológico impresionante


De enoturismo en una antigua cueva – bodega de Tomelloso

Lagunas de Ruidera

En un apartado rincón de la Mancha y según la tradición, Don Miguel de Cervantes estuvo preso por unos líos de faldas. Quizás por eso no quiso acordarse después del lugar, pero hoy los entendidos sitúan el incidente en un bello pueblo del norte de Ciudad Real llamado Argamasilla de Alba, al oeste de Tomelloso, una tierra de vastos horizontes y en la que el viajero puede evocar sin esfuerzo la efigie del Caballero de la Triste Figura.

Pasear por las calles de este pueblo, entre plazas soñolientas y casas bajas bajo el sol de la tarde, es convidar por un momento al silencio y al deseo de descansar a la sombra de un patio, junto al fresco sonido de la fuente y con un deseo firme de no moverse de allí. Obligada es la visita a la Cueva de Medrano, donde Azorín y toda la tradición cervantina afirma que estuvo preso el ilustre manco de Lepanto.

Pero después, si hemos de decir verdad, con el libro de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” bajo el brazo y el paisaje manchego vivo en nuestra retina, el andar del viajero debe llevarle sin excusa hasta una bodega, una quesería o una posada, allí donde pueda degustar los sabrosos platos y caldos de esta tierra afortunada.

Argamasilla forma parte de la zona de producción de cuatro productos de gran calidad, el queso, el azafrán, el vino y el cordero, y por tanto su gastronomía no podía defraudar de ningún modo entre platos típicamente pastoriles como las migas, las gachas y los galianos, platos que en origen se asociaban al trabajo de los labriegos en las quinterías del lugar. El pisto manchego, cuyo ingrediente básico es el tomate, y la repostería compuesta por flores, arrope de uvas y rosquillos, completan un menú donde la sencillez y la calidad son los condimentos clave para no olvidar la experiencia.

Cueva de Medrano en Argamasilla de Alba

Castillo de Peñarroya


Y a la hora de comer, tradicionales recetas del solar manchego que, desde viejos tiempos, vertidas al puchero, prestan calor al cuerpo entumecido de nativos y foráneos


Y entre duelos y quebrantos, bajo el tibio sol de abril, el viajero no puede faltar a su cita con la importante localidad de Alcázar de San Juan donde algunos estudios sugieren que pudo situarse la cuna auténtica de Don Miguel de Cervantes. Efectivamente, en el libro bautismal de la Parroquia de Santa María la Mayor de Alcázar de San Juan y en las páginas correspondientes al periodo 1556-1635, se conserva la siguiente partida de bautismo:

«En nueve días del mes de noviembre de mil quinientos y cincuenta y ocho bautizó el Rdo. Señor Alº Díaz Pajares un hijo de Blas de Cervantes Saavedra y de Catalina López que le puso (de) nombre Miguel (…)”.

Litografía realizada en el siglo XIX, de Miguel de Cervantes SaavedraLitografía realizada en el siglo XIX de Miguel de Cervantes Saavedra

Torreón del Gran Prior, Alcázar de San Juan

Colegiata de Santa María La Mayor, Alcázar de San Juan

Cierta o no esta teoría, que pondría en entredicho el origen de tan insigne escritor en la madrileña Alcalá de Henares, el viaje debe terminar por ahora y lo hace recorriendo la gran estepa cerealista desplegada hacia oriente.

Atravesando llanos trazados con regla, ataviados con el verde imposible de los trigales, bajo un cielo que abruma y con la vista puesta en el racimo de casas que asoma al fin sobre el horizonte, llegamos a Campo de Criptana y al cerro plano que corona sus famosísimos molinos de viento. Así es: el blanco Albaicín Criptano, con sus casas-cueva, sus calles estrechas y pendientes pronunciadas de genuino sabor árabe, lleva al viajero sosegado hasta un lugar de cuento y estampa por antonomasia del paisaje manchego.

Molinos de Campo de Criptana

Atardecer en Campo de Criptana

Pero la historia de Don Quijote y los molinos de viento que no eran tales, sino gigantes, no esconde la realidad igualmente atractiva de los propios molinos, que con cinco siglos de antigüedad funcionaron a pleno rendimiento hasta bien entrados los años cincuenta.

El propio Cervantes hablaba en su famoso episodio de 30 o 40 de estos edificios, lo que coincide con el catastro efectuado a mediados del siglo XVIII y que contabiliza 34 molinos en la sierra del mismo nombre y en el llamado cerro de la Paz. Hoy solo quedan 10 en pie, de los que 3 de ellos datan del siglo XVI y por fortuna siguen conservando su maquinaria original. Testigos de un pasado histórico y cultural envidiables, los molinos siguen siendo heraldos ante el mundo del paisaje de Campo de Criptana y de la Mancha en su totalidad.

Y algo de esa herencia señorial y quijotesca debe seguir presidiendo sus muros encalados y sus aspas orgullosas y erguidas a los cuatro vientos, pues hoy el conjunto de los molinos de Campo de Criptana está declarados Bien de Interés Cultural, y tres de ellos, los más antiguos, alcanzaron en 1978 la categoría nacional de Monumentos de Interés Histórico-Artístico. Conozcamos sus nombres: Burleta, Infanto y Sardinero.

Otro paisaje de La Mancha


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©


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Consuegra, entre molinos y leyendas

Consuegra Turismo La Mancha sabersabor.es

Consuegra surge en la llanura manchega para ofrecernos todas las pinceladas del tipismo manchego y castellano


Cae la tarde y el viajero continua camino hasta la vecina Consuegra, la antigua sede de los de San Juan, pues desea ver antes de que anochezca sus archiconocidos 12 molinos de viento en el alto del cerro Calderico, dominando con su silueta quijotesca el casco urbano de esta tranquila villa toledana.

Y allí están. Los vislumbra recortados en el cielo sonrosado del anochecer, un anochecer por lo demás digno de mediados de agosto: con el sempiterno sonido de los grillos endulzando el aire; las copas de los chopos recortadas por los últimos vencejos, volando cada vez más altos, y el olor a menta procedente de una balsa de agua cercana e invisible en la oscuridad.

En una era próxima un burro atado a un poste en el suelo deja oír sus quejidos lastimeros. Parece que le llama incitándole a una fuga clandestina, pero no es tiempo de entretenerse. El viajero quiere llegar y subir rápido la cuesta para contemplar en silencio cada uno de los gigantes de su imaginación, y que conoce hasta por sus nombres de pila: Cardeño; Vista Alegre; El Caballero del Verde Gabán; Chispas, Alcancía y Clavileño; Bolero, Sancho, Mambrino y Mochilas; Espartero, y finalmente Rucio, que cuenta en su interior hasta con una exposición de vinos… No, no. No hay razón para entretenerse.

Molinos de viento de ConsuegraMolinos de viento de Consuegra

Pero antes de llegar a las primeras casas del pueblo de Consuegra el viajero es sorprendido por un sonido poco habitual. Llega hasta él un metálico retumbar de clarines, como llamando a la batalla, y más cerca el tañido de un laúd hiende el aire calmo de la noche y hace revivir viejas añoranzas medievales.

En su camino se cruza con gentes ataviadas con extraños ropajes: las mujeres con camisas de seda, túnicas sin manga y mantos forrados de piel, que sujetan al cuello por medio de una fíbula de plata; los hombres, igual que aquellos galantes caballeros medievales de “La Celestina”, llevan polainas largas, medias, camisolas y también capa; y por supuesto deambulan por la calle armados todos con espada larga al cinto, protegida con su vaina… Suenan más clarines y a la vuelta de una esquina el viajero se encuentra con una fragua portátil y dos puestos destartalados de herrador y de alfarero. Un cetrero da de comer a un gigantesco azor mientras su compañera exhibe el vuelo de un gerifalte ante la mirada asombrada de decenas de niños, que no pueden creer lo que están viendo… Él, tampoco.

Y entonces, temiendo ya uno de esos extraños trasvases en el tiempo que solo ocurren en los programas televisivos, decide preguntar al viejo más a mano que encuentra. “¿Qué si está “usté” tarumba? ¡Quía! ¡Pero es que no “s’acuerda” de qué día es hoy?” responde jocoso el anciano “¿El día de hoy? Sí, claro. 15 de agosto. Pero que tiene que ver…” “¿Que qué “tié” que ver? Pues no es “usté” de por aquí, a lo que parece. Hoy se celebra la Batalla de Consuegra, cuando el buen rey Alfonso le dio “candela” a los moros y les dijo de lo que se tenían que morir. ¡”Na menos”! La Batalla de Consuegra y el día en que murió el hijo del Cid…”
Ahora comprende. Y aunque si mal no recuerda fueron los almorávides quienes nos dieron “candela” a nosotros, no estará de más hacer un alto en Consuegra y vivir por unos días la magia de una época cuajada de héroes, princesas, alcahuetas y leyendas sin fin.

Recreación histórica durante Consuegra MedievalRecreación histórica durante Consuegra Medieval


Romano, castellano-mudéjar, barroco, son algunos de los estilos artísticos que están integrados en los monumentos de Consuegra y que te animamos a descubrir


El pueblo de Consuegra es de origen muy remoto. Algunos restos encontrados en sus alrededores hablan de un poblado íbero, convertido luego en villa romana, a la que ya Plinio denominó Consaburum. En el siglo XII el rey Alfonso IX la cedió a la Orden de San Juan de Jerusalén, que la convirtió en cabecera del extenso priorato que poseía en los amplios territorios de las actuales provincias de Toledo y Ciudad Real, al frente del cual estuvo un tiempo don Juan de Austria.

En lo alto del cerro que domina la villa se encuentra el castillo de los Sanjuanistas, llamado castillo de la Muela, reedificado en el siglo X sobre los cimientos de una fortaleza construida en los tiempos del Emperador Trajano. Rodeado por la muralla de La Centinela, consta de dos recintos murados y una magnífica torre del homenaje, con una tosca puerta de entrada, adornada con los blasones de don Juan de Austria, hijo de Felipe IV. Se conservan unos muros que -dicen- pertenecieron a la habitación que ocupara el príncipe don Juan, refugiado en esta fortaleza a causa de desavenencias con su padre Felipe.

En los campos de Consuegra batalló el Cid Campeador contra los almorávides durante sus correrías entre Valencia y Toledo: “Y si en mi Valencia amada / no me hallaseis á la vuelta / peleando me halladeres / con los moros en Consuegra”. En el año 1097 tiene lugar la Batalla de Consuegra en la que muere su hijo.

Castillo de ConsuegraCastillo de Consuegra


Forja, cerámica, cantería, cuero, vidrieras, madera… la tradición artesana de Consuegra es extraordinaria


Nuestro viajero se adentra por el casco urbano de la villa hasta llegar a su Plaza de España, trapezoidal, con 2200 años de historia condensados en este espacio, sobre el foro de la consabura romana donde aún gira la vida de la ciudad.
Sus edificios históricos, iglesias, conventos y ermitas, el ambiente de sus calles, el olor a mazapán, azafrán y un Alfar, antiguo taller de alfareros de principios del siglo XX que guarda dos hornos ciertamente muy antiguos.
Su gastronomía eleva los sabores hacia el infinito, sintiendo en el placer de transitar sus calles la somnolencia del descanso del guerrero o, tal vez, la necesidad de parlotear con sus habitantes, generosos y hospitalarios, entre la tradición más honesta que riega costumbrismo, arte, naturaleza y bondad.
Para mañana, con buena luz del sol, dejará que sus pasos le guíen hacia las ruinas del convento de Santa María del Monte, donde cuenta la leyenda que se conjuró la traición que acabaría con la incursión y dominio musulmán de la península, y hasta la presa romana que contenía las aguas del arroyo Amarguillo.

Plaza de España, ConsuegraPlaza de España, Consuegra

Nocturna del Cerro CaldericoNocturna del Cerro Calderico


Para no perderse: Fiestas de la Rosa del Azafrán y Consuegra Medieval, de interés cultural y turístico nacional e internacional


Fiesta de la Rosa del AzafránFiesta de la Rosa del Azafrán


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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Málaga y los galeotes de Felipe II. La vida de los condenados a galeras (2ª Parte)

Málaga y los galeotes de Felipe II. La vida de los condenados a galeras (2ª Parte)

1. El transporte de los galeotes desde las cárceles hasta las naves estaba organizado minuciosamente. Como responsable de la conducción iba un aguacil que recibía cierta cantidad de dinero por cada galeote encomendado. Este oficial debía buscar y pagar igualmente a algunos guardias oficiales, lo que derivaba invariablemente en comitivas poco vigiladas. Además, acompañando al aguacil iba un escribano encargado de repartir a cada forzado un real diario para su manutención. Todas las justicias de las poblaciones por donde pasaban los galeotes tenían obligación de recibirlos en sus cárceles, y los propietarios de bestias y carretas debían proporcionar por un precio justo los útiles necesarios para su conducción. Existían itinerarios fijos en los desplazamientos. Aunque al principio se enviaban a las cárceles reales de Valladolid, Soria, Toledo o Sevilla, con el tiempo la mayor parte de los presos terminaban en Toledo para desde allí distribuirse a los diferentes puertos de embarque. Los galeotes de provincias limítrofes con el Tajo dejaron de llevarse a Sevilla para dirigirse a Lisboa, puesto que el transporte por río era más rápido y barato. Así, desde Toledo salían nutridas cadenas compuestas a veces de hasta 100 galeotes y no más, por riesgo evidente de fuga. A partir de 1630 y después de algunas evasiones, comenzaron a raparse la cabeza y las barbas de los forzados con el fin de ser fácilmente identificados, ofreciéndose además la importante cantidad de 50 ducados a quien devolviese a la justicia a un galeote fugado. Claro que era tal la peligrosidad de estos delincuentes, ansiosos por defender su libertad a cualquier precio, que los “caza-recompensas” profesionales u oportunistas brillaban por su ausencia. En caso de que no apareciese el fugado, se responsabilizaba a los vigilantes y éstos debían indemnizar a la Corona por la pérdida.

Enfrentamiento entre un galeón holandes y una galera española, en 1602. Autor desconocido (1617)

             Enfrentamiento entre un galeón holandés y una galera española, en 1602. Autor desconocido (1617)

2. Ya hemos hablado en otro lugar sobre la pésima alimentación de los remeros. Los soldados y tripulantes, sin embargo, comían un poco mejor. Se les servían los mismos artículos que a los reos, pero las raciones eran más generosas y disfrutaban además de otros artículos: atún, sardinas, queso, carne fresca, sal, tocino, garbanzos y arroz. En cualquier caso, el pan entregado a todos los embarcados estaba invariablemente podrido y el agua descompuesta, lo que derivaba frecuentemente en trastornos gastrointestinales de variado espectro. Por otra parte, la acostumbrada parquedad de la comida se extremaba con múltiples pretextos, justificados con castigos individuales y colectivos. Estos, muchas veces, no eran sino el manto encubridor de la falta de alimentos a bordo, o de la irrefrenable codicia de los administradores que se quedaban con los alimentos antes que repartirlos entre la soldadesca.

Modelo a escala de una galera francesa. Autor, Rama

                                                Modelo a escala de una galera francesa. Autor: Rama

3. Aparte de las enfermedades, los combates y otros accidentes causaban grandes estragos entre los remeros. La táctica del abordaje, consistente en acometer con la proa de la nave propia el costado de la embarcación enemiga, causaba más muertos entre la gente del remo que entre los mismos soldados. En este mismo orden de cosas, debemos hacer referencia a las pocas posibilidades de supervivencia de los remeros en caso de naufragio. Así por ejemplo, en 1593 se incendió la galera capitana, y según una narración contemporánea a los hechos: “la gente que murió entre quemados y ahogados será hasta ciento y sesenta, casi toda ella de remo, que por estar herrada en ramales y clavados a los bancos no se pudieron salvar”. A estas penurias hay que añadir el riesgo que suponía caer prisionero de alguna galera enemiga, ya que al hecho de seguir remando, esta vez en la embarcación contraria, se unía el escarnio y maltrato añadidos por ser enemigo y preso.

Calle estrecha en el casco antiguo de Málaga. Autor, HollywoodPimp

                                      Calle estrecha en el casco antiguo de Málaga. Autor: HollywoodPimp

4. No obstante, se ha podido comprobar que los mayores enemigos de los galeotes no eran los accidentes de guerra y navegación, sino el frío y las malas condiciones de vida, como lo demuestran los partes de baja de aquellos años: la mayoría de los remeros morían en los meses de otoño e invierno, es decir, cuando la armada permanecía amarrada en puerto por ser época de temporales. Entre las enfermedades más frecuentes de los galeotes cabe citar los trastornos digestivos y las infecciones, producidas en la mayoría de los casos por las espantosas condiciones higiénicas a bordo. Y es que los remeros, permanentemente aherrojados, no disponían de un medio para evacuar y aislar las inmundicias. Entre las enfermedades graves se encontraba la tuberculosis (de la que indudablemente morían muchos) y el escorbuto. Con frecuencia los médicos de la época aludían también a un mal conocido como “pasmo”, y que no era sino el temido tétanos, producido por infecciones procedentes de heridas mal curadas. El tétanos, como puede suponerse, era por entonces una enfermedad mortal de necesidad.

Galera española de tiempos de Carlos II. Obra de Manuel de Castro (antes de 1712)

                          Galera española de tiempos de Carlos II. Obra de Manuel de Castro (antes de 1712)

5. Para los remeros el único hospital existente en tierra era una vieja galera fondeada en el gaditano Puerto de Santa María, y que posteriormente se trasladó a Cartagena. Sin embargo, a bordo y en alta mar no había más personal sanitario que el de los cirujanos y barberos, los cuales se distinguían principalmente por el origen de sus estudios: los primeros habían ido a la universidad y alcanzado el título de medicina, mientras que los barberos, simplemente, aprendían su oficio de la “escuela de la vida”. La función principal de unos y otros era aplicar cataplasmas y ungüentos, realizar sangrías y sacar muelas, además de amputaciones de diversa consideración y que conducían generalmente al fallecimiento del enfermo. Pero si algún alivio encontraban los enfermos para sus males, éstos eran sobre todo el descanso, la mejora de la dieta y el calor ofrecido por los ladrillos aplicados al fuego. En la Galera Real iba un cirujano, y en los demás barcos un barbero por nave. Las razones obedecían no tanto a la desidia de las autoridades como al poco atractivo que tenía este cargo entre los profesionales de la medicina. En 1591 se buscó algún médico dispuesto a embarcarse, pero no pudo encontrarse a ninguno.

Pintura que representa la batalla de lepanto. Autor desconocido (Después de 1571)

                           Pintura que representa la Batalla de Lepanto. Autor desconocido (Después de 1571)

Las murallas de la alcazaba de Málaga. Autor, Clive Hicks

                                              Las murallas de la Alcazaba de Málaga. Autor: Clive Hicks

6. En concepto de indumentaria, la Corona entregaba cada invierno a la chusma una almilla de paño, un capote, dos camisas de tela, dos calzones, un bonete rojo y un par de zapatos. Con este equipo los remeros intentaban defenderse de una vida desarrollada prácticamente al aire libre, cubiertos únicamente por telas burdas. El capote servía entre otras cosas para pasar la noche, y los remeros se envolvían con él al tiempo que se disputaban la mejor postura bajo el banco, puesto que bajo ningún concepto eran desencadenados de su sitio.

7. Aparte de los penados, hacían fuerza en las galeras reales los esclavos de Su Majestad y los remeros denominados “buenas boyas”. Los esclavos solían ser musulmanes capturados en presas y cabalgadas, aunque a veces llegaban a ellas algunos individuos procedentes de compras y donaciones. El Padre Pedro de León informa que el correctivo más penoso de cuantos solían inflingirse a los esclavos consistía en venderlos al rey como fuerza para sus galeras. Por lo que respecta a los “buenas boyas”, en teoría eran remeros voluntarios que aceptaban servir a cambio de un sueldo. Pero la práctica dictaba otra cosa: al tratarse de un trabajo tan duro y arriesgado, apenas se encontraba quien quisiese ejercitarse en él de buena gana, por lo que en realidad se trataba de reos retenidos bajo diversos medios tras cumplir su condena judicial. Lo más usual era prestar algún dinero al galeote en vías de recuperar su libertad, y así éste permanecía vinculado a la Armada por un tiempo indefinido.

Modelo de galera veneciana. Autor, Thyes

                                                           Modelo de galera veneciana. Autor: Thyes

8. La necesidad de la Corona para conseguir remeros hacía, en cualquier caso, extraordinariamente difícil escapar de la pena de galeras. Era muy rara la conmutación de la pena por otra similar, y solo se hacía en casos de invalidez o incapacidad manifiesta para realizar el trabajo. El castigo alternativo en estos casos era el destierro, pero resultaba más habitual que algunos forzados inútiles consiguiesen su libertad tras abonar el precio de un esclavo sustituto (que lo maldecía por el resto de su vida). Una vez a bordo la cosa se complicaba y solo los galeotes impedidos, que no podían prestar servicio y comían a costa del rey, conseguían poner fin a sus penalidades con menor dificultad. Conocedores los forzados de esta costumbre administrativa, muchos de ellos buscaban la mutilación voluntaria, aunque al ser descubiertas las autolesiones éstas se castigaban sin piedad con la pena de horca.

Galera llegando a puerto. Obra de Charles-François Grenier de Lacroix (1765)

                               Galera llegando a puerto. Obra de Charles-François Grenier de Lacroix (1765)

Catedral de Málaga. Autor, Karen V Bryan

                                                           Catedral de Málaga. Autor: Karen V Bryan

9. Dentro de los barcos, el comitré (o capataz) distribuía a los hombres según su fuerza y destreza. Si era robusto podía resultar un buen “boga adelante”, que así se denominaba al galeote que empuñaba el extremo del remo, al cual se le pedía el mayor esfuerzo y era quien dirigía a sus compañeros de banco. Si por el contrario era de una complexión mediana, se denominaba “apostis” y su sitio estaba justo al lado del anterior. El puesto de “tercerol” resultaba más cómodo que los dos anteriores, y los últimos se denominaban respectivamente “cuarterol” y “quinterol”, que se escogían entre los forzados más enclenques. Cuando llegaban novatos era común un griterío general por todos los bancos pidiendo que se colocase allí a los recién llegados, todavía robustos. La razón no era precisamente la de hacer amigos, sino evitar los castigos ocasionados por algún compañero enfermo, que entorpecía el esfuerzo de todos provocando los golpes de látigo del capataz.

Modelo de una galera de la Orden de los Caballeros de San Juan. Autor, Thyes

                               Modelo de una galera de la Orden de los Caballeros de San Juan. Autor: Thyes

10. La explotación de esta mano de obra se basaba en la coacción. De tal modo, los comitrés y sotacomitrés golpeaban a sus hombres a voluntad hasta conseguir una velocidad de crucero de 4 o 5 nudos, y una velocidad punta de 6 a 7 nudos. La primera se podía mantener durante dos horas seguidas; la segunda, unos quince minutos y solo a costa de un esfuerzo enorme. Habitualmente no bogaban todos los remeros a la vez, sino que se prefería bajar algo la velocidad de crucero para que remaran alternativamente el equipo de proa y el de popa. Este sistema permitía combinar una hora y media de trabajo con otra hora y media de descanso, a lo que se sumaba el alivio supuesto por los días de viento, en los cuales se prefería siempre la vela. Cualquier gesto de rebeldía por parte de los forzados era castigado con una dureza extrema. Las tandas de azotes y el ahorcamiento en casos graves resultaban castigos cotidianos, aunque para situaciones difíciles se prefería hacer uso de la creatividad más morbosa: es lo que se relata en la novela Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, donde un reo es descuartizado tras atar sus miembros con cuerdas a cuatro galeras puestas en cruz… Todo un paliativo para evitar nuevos intentos de rebeldía.

Vista de Málaga desde la distancia. Autor, Figuelo

                                                        Vista de Málaga desde la distancia. Autor: Figuelo

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Málaga y los galeotes de Felipe II. La vida de los condenados a galeras (1ª Parte)

Málaga y los galeotes de Felipe II. La vida de los condenados a galeras (1ª Parte)

En los tiempos lejanos de la España de los Austrias, cuando el oro y la plata fluían a sacas llenas desde los galeones procedentes de América y medio mundo temblaba bajo el poder del Imperio, Málaga y su puerto abierto al Mediterráneo tuvo el dudoso honor de servir de embarque a la peor ralea de la Península: nos referimos a los galeotes, los forzados a remar en galeras. La pena de remo era considerada como la más infame condena en vida, verdadero suplicio que se alargaba a veces a perpetuidad y que a efectos prácticos desahuciaba a estos infelices para el resto de su existencia. León, Oviedo, Salamanca, Zamora, Ávila, zona Centro y buena parte de Andalucía, enviaban los penados hasta la ciudad de Málaga para su embarque en las empresas bélicas y de vigilancia por todo el Mediterráneo. ¿Eran realmente tan despreciables ante la Justicia y la sociedad? Aquí van algunos apuntes sobre la realidad más humana de estos “olvidados de Dios”:

El puerto de Málaga. Autor, Dcapillae

                                                                 El puerto de Málaga. Autor: Dcapillae

1. Desde el asentamiento turco en Argel en 1516, y aún antes, toda la costa del Mediterráneo español se encontraba amenazada por ataques de piratas berberiscos. Éstos desembarcaban en cualquier punto del litoral y asolaban asentamientos rurales en busca de botín o esclavos, que luego eran transportados hasta los numerosos mercados musulmanes de Berbería. Málaga sufrió largamente estos ataques debido a su importancia como puerto de primer orden y a su cercanía a las costas magrebíes y argelinas. Para evitar esta plaga, el Emperador Carlos I ideó un sistema defensivo basado en la construcción de torres vigía por toda la costa (muchas de las cuales se conservan todavía en localidades como Nerja, Marbella o Benalmádena) y en aumentar el número de galeras de la flota del Mediterráneo. Gracias a ello el puerto de Málaga creció extraordinariamente en importancia por aquella época, puesto que de allí partían entre otras cosas las escuadrillas de castigo hacia los puertos africanos. Una escuadra de galeras necesitaba de remeros, ¿y dónde mejor y más barato para conseguirlos que entre la masa humana que colmaba los presidios? Así nació la pena de galeras en España.

3. El pirata Berberisco Barbarroja, terror del Mediterráneo en el siglo XVI. Charles Motte (1785–1836) . Litografía

 El pirata Otomano Barbarroja, terror del Mediterráneo en el siglo XVI. Charles Motte (1785–1836). Litografía

2. La condena a galeras se consideraba un escarnio público, y por tanto no podía generalizarse a todas las clases sociales. Existía, por ejemplo, un indudable trato de favor para dignatarios, nobles o hidalgos venidos a menos, quienes estaban exentos de sufrir vergüenza pública y por tanto no podían ser sometidos a azotes, amputaciones u otras atenciones del estilo. Exhibir credenciales de alcurnia era éxito seguro, y aún en casos de delitos acreedores de pena capital, ésta no podía ser en ningún modo el ahorcamiento, considerado vejatorio, sino la decapitación. En definitiva, un hidalgo miserable y reo de asesinato daba por bueno perder la cabeza, si fuese de merecer, pero nunca la honra ni el respeto debido a su apellido.

Torre vigía en Vélez Málaga. Autor, Carlos Castro

                                                     Torre vigía en Vélez Málaga. Autor: Carlos Castro

3. Por el contrario, para aquel ciudadano raso que fuese descubierto en hurto o robo, y aún más si éste era de carácter violento, la condena a galeras era un hecho consumado: en 1566, el primer hurto cometido por un ladrón supuso una pena de 6 años de remo forzado. No es de extrañar, por tanto, que casi la mitad de los galeotes de la flota real fuesen en realidad simples timadores, rateros y otros cacos de tres al cuarto. Las diferencias de trato estaban aún más claras cuando se trataba del juego: por esas mismas fechas se dio el caso de un hidalgo reincidente en los dados para el que la justicia solicitó 5 años de destierro y una multa de 200 ducados; en cambio, un simple plebeyo recibía 200 azotes y 5 años de galeras por el mismo delito. Ser hijodalgo, aunque uno se muriese de hambre, constituía sin duda un gran alivio en la España del Quinientos.

Torre vigía en Maro, Nerja (Málaga). Autor, Trix

                                                        Torres vigía en Maro, Nerja (Málaga). Autor: Trix

4. Con el tiempo Málaga se hizo cosmopolita, la necesidad de remeros más acuciante y, en consecuencia, la carne de galeote hubo de ampliarse también a blasfemos, desertores, huidos de prisión, vagabundos, gitanos y hasta bígamos. En tiempos de Felipe II los fornicadores se cuidaban bien de airear sus aventuras y el vagabundo fue considerado ladrón con este curioso razonamiento: “ladrón es propiamente del pan de los pobres, el holgazán que está sano y mendiga de puerta en puerta”. Estos vagabundos, sin recursos y errantes por los caminos en busca de trabajo, cumplían por lo común penas mínimas de 4 años en los barcos de Su Majestad. Mucho más graves eran sin embargo los delitos contra la honra o la moralidad. En la España ultra católica del XVI, por ejemplo, ser chulo de prostíbulo era una profesión muy arriesgada, y aquel rufián que fuese atrapado negociando los amores de su pupila podía verse en galeras por 10 y más años. Lo mismo cabe decir de adúlteros, alcahuetes y homosexuales, aunque en estos casos, puesto que por gracia divina se salvaban de la hoguera, acababan recibiendo la condena a remos casi como una bendición.

Condenados camino del presidio. Antonio Parreiras. Óleo sobre lienzo, 1800

                                 Condenados camino del presidio. Antonio Parreiras. Óleo sobre lienzo, 1800

7. Alcazaba de Málaga. Autor, Cayetano

                                                     Vista desde la Alcazaba de Málaga. Autor: Cayetano

5. Las cadenas de galeotes llegaban a Málaga después de semanas de viaje a pie, y eran conducidos directamente hasta la cárcel de la ciudad. El presidio fue construido en 1489 en la Plaza de las Cuatro Calles sobre unos antiguos baños árabes, y tras su ampliación permaneció en uso hasta entrado el siglo XIX. Durante el reinado de los Austrias la cárcel malagueña estaba regulada por el Cabildo Municipal, y al igual que en el resto de cárceles españolas cobraba a los presos por sus «servicios» (el agua y la lumbre eran gratuitos). Los inquilinos, en consecuencia, debían abonar todos sus costes de manutención si querían permanecer en presidio, cosa que de todas formas estaban obligados a hacer a punta de arcabuz. La situación llegaba en algunos casos a ser grotesca cuando los galeotes, que solo llevaban lo puesto, se enfrentaban a alcaides deseosos de lucrarse con ellos a costa de subir los precios, o bien al acoso de presos más veteranos y aviesos, que les «solicitaban» sin reparos una tasa de protección. En estas condiciones, el único amparo que les quedaba mientras esperaban embarque era la ayuda de instituciones religiosas especializadas en lo carcelario, como la Cofradía de los Pobres de la cárcel de Antequera, o la Hermandad de San Juan Degollado, esta última fundada en Málaga a finales del XVI.

Interrogatorio en la cárcel. Alessandro Magnasco. Óleo sobre lienzo (1710-1720)          Interrogatorio en la cárcel. Alessandro Magnasco. Óleo sobre lienzo (1710-1720)

6. Aunque eran los menos, no era raro encontrarse con galeotes de edades comprendidas entre los 60 y 70 años, y se tiene constancia de condenados que alcanzaban casi el centenar. En el extremo opuesto aparecen niños de apenas 14, lo que demuestra que la necesidad de conseguir remeros para la flota hacía buscar candidatos con el mínimo criterio objetivo. Nada mejor para ilustrarlo que la curiosa disposición tomada por Carlos V en 1530 cuando la armada de su aliado genovés, Andrea Doria, liberó a cientos de cristianos tras un ataque a las cárceles argelinas. En la batalla pudo capturar 2 galeras sarracenas de gran porte, amén de varias embarcaciones más pequeñas… Pero no disponía de remeros. ¿Qué hacer? Nada más fácil: echó mano de los infelices cristianos para convertirlos en forzados, y éstos terminaron maldiciendo su liberación y ansiosos de verse atrapados nuevamente por la piratería.

Réplica de la galera D. Juan de Austria en la Batalla de Lepanto. Autor, Fritz Geller-Grimm

                    Réplica de la galera de D. Juan de Austria en la Batalla de Lepanto. Autor: Fritz Geller-Grimm

7. Cualquiera que fuese la edad del forzado, las galeras de esa época precisaban de un número de remeros que oscilaba entre los 150 y los 300, los cuales vivían en la embarcación hacinados dentro de habitáculos inmundos, mal ventilados, con una penumbra permanente y expuestos de continuo al frío y a las enfermedades. La humedad también causaba grandes molestias, ya que las galeras sobresalían poco de la superficie del mar y durante las fuertes marejadas los bajos se anegaban por completo. Un indicio del terror que suscitaban las miserias del remo entre los condenados lo tenemos en el apelativo que daban algunos a estos barcos, infiernos flotantes, llegando además a afirmar que una condena superior a 6 años era equivalente a la sentencia de muerte.

galera Aspecto de una galera del siglo XVII. Gaspard Van Eyck (1613-1673). Óleo sobre lienzo

8. En los primeros meses el galeote recién iniciado debía adaptarse a un mundo lleno de estrecheces. La alimentación ordinaria, por ejemplo, no era para tirar cohetes. La base estaba constituida por una tortita pequeña de harina integral medio fermentada llamada bizcocho, y todos los testimonios recogidos de la época confirman su extremada dureza, hasta el punto que para poderla ingerir era necesario remojarla previamente en agua. Afortunadamente una vez al día el bizcocho se acompañaba de un cazo de habas con cuatro gotas de aceite, aunque había que esperar a la noche para el plato fuerte: sopa aguada y preparada con el bizcocho sobrante a mediodía. La víspera de las batallas, y en general cuando se pretendía obtener de los remeros un mayor esfuerzo, aumentaban las raciones, mientras que la carne solo aparecía en días señaladísimos como la Pascua de Navidad, Carnavales, Pascua de Resurrección y Pentecostés… Todo un lujo para guardar la línea.

Costa malagueña en la Costa del Sol. Autor, Bogdan Migulski

                                              Costa malagueña en la Costa del Sol. Autor: Bogdan Migulski