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Cazorla, Segura y Las Villas. El Paraíso en tu casa

Cazorla, Segura y Las Villas. El Paraíso en tu casa

Presiento difícil concretar en un artículo la magnitud que desde tiempos remotos ha ido coleccionando las diversas piezas que componen tan valioso escaparate, merecedor del blindaje legal que lo preserve de la destrucción y así continuar enriqueciendo al ser humano con algo tan incalculable como la belleza natural aderezada con el brillo de una cultura milenaria, salteada de pueblos pintorescos, conjuntos monumentales, parajes de ensueño y la acogida de cientos de establecimientos con encanto dotados de suficiente experiencia y buen hacer como para seducirte y hacer volver toda una vida, hasta completar la apasionante aventura de conocer y sentir ese increíble conjunto de valles, protegidos por la fuerza de las montañas, como algo caro por su rareza y extremadamente incalculable por ser de todos.

Bienes que en un mundo cada vez más pequeño, más superpoblado de voracidad consumista, insaciable de materias primas, donde espacios como las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas conforman un mundo aparte.
Naturalismo, senderismo, botánica, historia, arte, deporte, meditación, gastronomía, caza, pesca, fotografía, etnografía, y tantos aspectos, materias y aficiones capaces de satisfacer todos los gustos, dispuestos para ti durante todo el año.

Sorprendentes macizos calcáreos poblados de pinares infinitos. Intercalados con multitud de retazos del originario monte mediterráneo. Frondas caducifolias en los humedales y umbrías. Ejemplares monumentales de robles, fresnos, olmos, tejos y demás nobles especies que imprimen carácter al entorno.

Estoy más que seguro de que no va a tardarse mucho en controlar, dosificar o regular de algún modo el acceso y la estancia en el espacio natural más extenso de la península y creo que el segundo de Europa, después de la Selva Negra.

Vista del Parque natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Autor, Federico Vaz

Vista del Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Autor, Federico Vaz

Tienes el Paraíso a la puerta de tu casa. En tu país existe uno de los espacios naturales más bellos y majestuosos del mundo. Incomparable y a la vez igualable a las más sugerentes postales de los legendarios parques nacionales norteamericanos.
Caminar por el sendero que bordea el río Borosa, nada tiene que envidiar a ningún paisaje de los Alpes. Y aquí además doblemente sorprendente por tratarse de una latitud tan meridional en un clima semiárido con acusados contrastes térmicos. Este es uno de los ríos capaces de hacerte sentir en fantasías tan curiosas como “Alicia en el país de las maravillas”. El lecho cristalino, transparente como ya casi ninguno, te permite caminar por él como si lo hicieras sobre las aguas. Como si pasearas por una gran avenida de plata o fueras uno de los pastores del belén de la infancia, con el río representado en un espejo o papel de aluminio.

Si disfrutas del auténtico contacto con ese recurso cada vez más escaso que llamamos naturaleza y aquí además, agreste, repleta de hermosura y vigor, te sorprenderás encontrándote de repente absolutamente sobrecogido por todo cuanto te rodea, como si estuvieras dentro del documental que a veces habrás visto desde el sofá.

Puede que algunos nombres no sean decididamente estimulantes, o evocadores cuando los ves en los mapas, de los cuales te olvidas por completo ante la indescriptible creación que te acoge y te sublima el espíritu hacia algo más o mejor que lo terrenal y humano. Tanto la Cerrada del Utrero, como la Cerrada de Elías, debería estar prohibido describirlas porque nadie acertará a transmitir que son lugares con naturalidad propia, a los cuales deberíamos cederles derechos de autor.

Río Borosa. Autor, Cristóbal Poyato

Río Borosa. Autor, Cristóbal Poyato

La laguna de Valdeazores, el nacimiento del Guadalquivir, castillo de La Iruela, senda del río Cerezuelo… cientos de lugares nombrados por los propios parajes que encajan a la perfección con lo que ofrecen.
Desde una de las ventanas del castillo de Hornos, uno de esos días nublados, nada te impide creerte en Escocia y con el monstruo buceando bajo las aguas del Tranco de Beas.
Hornos, es otro de esos recursos, hasta hace muy poco infravalorado que con la declaración de Conjunto Histórico y la puesta en auge de sus monumentos y entramado urbano, suman a la grandiosidad natural circundante.

Primavera, verano, otoño, invierno…, y si hubiera una quinta estación, también sería buena para disfrutar estas magníficas serranías. La Carretera que desde La Puerta de Segura, recorre todo el parque hasta Cazorla, es probable que pueda considerarse tanto o más bellas que todas aquellas que aseguramos como las más de aquí o allá.

Quesada, cargada de historia desde la calle hasta la veleta del campanario. Iznatoraf sobre el mantón de olivar que borda en dos provincias la mayor campiña del mundo. Sesenta millones de olivos produciendo salud de la mejor calidad. Sierras escoltadas por este inmenso ejército verde habitado por la genialidad de Vandelvira, edificando en Úbeda y Baeza, vecinas de la sierra, la versión española del Renacimiento. Porque aquí en la comarca de La Loma, se ondulan las colinas elevando a Sus Majestades las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Aquí está nuestra Toscana, desde hace siglos. Con todo el arte, historia y riqueza natural que te harán querer volver y volver por lo mucho que hay que ver, saborear y sentir.

Quesada. Autor, Jose Angel Rodriguez

Quesada. Autor, Jose Angel Rodriguez

Más que un paraíso es un jardín de edenes encadenados, donde las dimensiones del parque natural se prolongan con los atractivos culturales y de ocio de unas comarcas bastante experimentadas y con muchas posibilidades de convertirse en los mejores destinos de interior.
Ahí lo tenéis a vuestra disposición, para todos los gustos y todos los bolsillos. Para ir solos o acompañados. Para emociones fuertes como lanzarse en parapente en el Festival del Aire en Segura de la Sierra o pasear paladeando con la vista cada una de las piedras labradas que tan cultas como Jorge Manrique, construyen la contundencia del castillo y la delicadeza de la fuente. Las portadas solariegas, las esquinas populares, las ruinas de muralla y el legendario transcurrir de la Historia, que como su paso, recorre junto a la carretera contemplando las imponentes torres de vigilancia olvidadas por los árabes.

Tanto hay que decir de estos parajes que aquí ya no cabe más. Es preciso ir. Volver y disfrutarlos mejor que escribirlos.

Torreón del Castillo de las Cinco Esquinas. Autor, Ángel Antonio Gómez

Torreón del Castillo de las Cinco Esquinas. Autor, Ángel Antonio Gómez

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Un artículo de Salvador Carlos Dueñas Serrano
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Fotografía de portada: Sierra de Cazorla. Autor, Cristóbal Poyato
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Si queréis conocer otro paraíso cercano, os proponemos viajar hasta el Campo de Montiel, la esencia de La Mancha

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La curiosa historia del ‘Retrato de un Anciano’

Antonio López Torres museo turismo cultural Tomelloso

La ingente obra pictórica realizada por Antonio López Torres, merece no ya un simple comentario, sino un detenido estudio cuya realización compete exclusivamente a los críticos y versados en la pintura. El articulista, profano en la materia, no puede rozar estas cuestiones si no es en un plan meramente periodístico y, en vez de hacer crítica, habrá de orientarse solamente por los cauces de la información.

“Retrato de Anciano”, uno de los más valiosos cuadros realizados por nuestro artista y llevado a cabo allá por el año 1931 en medio de interesantes anécdotas que bien merecen la pena traerlas hoy al sabor de este artículo.

Autorretrato. Óleo sobre cartón. 1921. Museo Reina Sofía

Autorretrato. Óleo sobre cartón. 1921. Museo Reina Sofía

Corría el mes de julio del ya citado año cuando el pintor se dirigía, en un caluroso día de aquel verano, al estudio que tenía establecido en la finca ‘Mirasol’, propiedad por aquellas fechas de don Francisco Martínez Ramírez. El culto periodista brindó generosamente a López Torres una de las mejores habitaciones de su casa, en la que aquel dio magistral concepción a numerosos lienzos que constituyeron los primeros triunfos que habrían de jalonar su brillante carrera.

Como decíamos, se encaminaba un buen día hacia ‘Mirasol’ cuando se le acercó un anciano mendigo que, temblorosamente, le imploró una limosna. No tardó mucho el pintor en quedar atraído por el porte de aquel anciano que nada tenía de común con los demás mendigos. En su cara podía percibirse la huella de un inmenso sufrimiento y en su mirada, llena de melancolía, había un destello de nobleza que casi se apagaba ya, absorbido por aquella tristeza infinita.

Tenía el venerable viejo la cabeza despoblada casi de pelo, y el poco que quedaba en ella, así como el de su barba, era de un color plateado que denotaba su elevada edad. Llevaba completamente desnudo el pecho y en su hombro derecho descansaba una ya raída manta zamorana. Un pequeño lebrel seguía fielmente sus pasos, constituyendo su única compañía.
López Torres comprendió bien pronto que se trataba de algún personaje que, quién sabe por qué desgraciados reveses, había sido lanzado a tan mísera situación. Recordó entonces que por el pueblo circulaba la noticia de que había llegado un mendigo que, en tiempos, había sido cónsul y noble aristócrata en una República centroamericana, de la que se vio obligado a salir huyendo debido a una revuelta política. Había hecho la travesía del Atlántico en las bodegas de un barco mercante, llegando a España sin ropa ni dinero y, lo que es peor, sin documentación alguna que justificara su personalidad. Además, el anciano, como consecuencia de los inmensos sufrimientos padecidos, había quedado sumido en un estado de inconsciencia que no le permitía evocar muchos datos de su anterior existencia.

Pero lo interesante para el pintor no fue ya el conocer los comentarios que todo el mundo hacía de aquel pobre anciano, sino que, desde aquel mismo momento, se propuso llevar al lienzo aquella expresión de amargura y nobleza.

Retrato de anciano. Óleo sobre lienzo. 1931. Obra de Antonio López Torres

Retrato de anciano. Óleo sobre lienzo. 1931. Obra de Antonio López Torres

Durante quince días posó el anciano ante López Torres. Quince días que constituyeron una lucha para el pintor, resuelto firmemente a reflejar, con toda fidelidad, aquel rostro lleno de arrugas, contraído por los años y el sufrimiento, aquella mirada resignada… Y a las quince sesiones nuestro artista ponía la última pincelada sobre su nuevo cuadro.

Antonio López Torres había salido airoso de la prueba. Sus propósitos quedaban plenamente realizados: había reflejado, no solamente la anatomía de aquella cara, sino ésta no fue más que el medio para conseguir plasmar el alma de aquel mendigo; el alma atormentada por un sufrimiento terrible. De suerte que hoy, al pasar los años, la simple contemplación del lienzo nos evoca toda aquella historia que circuló de boca en boca y el magnífico trabajo de López Torres, que tan magistralmente supo adentrarse en el pensamiento de aquel hombre, nos incita a la conmiseración del noble anciano.

Así se realizó, pues, la obra del joven artista por aquel entonces, obra que marcaba un triunfo indiscutible y que vino a revelarle como un auténtico valor.

Y cuenta el gran pintor que, cuando el anciano se vio retratado, lleno de emoción, se quedó ensimismado ante su figura, mientras unas lágrimas resbalaron por las venerables mejillas, brillando, como dos perlas, a la luz potente del sol de aquel verano.

Museo Antonio López Torres de Tomelloso

Museo Antonio López Torres de Tomelloso


Un artículo de Antonio Bellón Márquez ©


Fotografías de sabersabor.es ©

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El Castillo de Peñarroya o el santuario medieval de La Mancha

Un poco de historia

La inmensa y monótona llanada manchega, casi toda esteparia, estuvo cruzada por algunas calzadas romanas con el carácter de vías militares, jalonándolas de trecho en trecho las llamadas estaciones o mansiones, donde había un cuartelillo para el retén encargado de la vigilancia, caballerizas para relevos de postas o bestias arrieriles, hospedería y mercadillo de víveres; al amparo de algunas de estas mansiones se formaron importantes núcleos de población, unos destruidos definitivamente tras la invasión de los pueblos germánicos en el siglo V y reconstruidos otros con nombres nuevos sobre las ruinas de los anteriores. En diferentes sitios de la provincia de Ciudad – Real quedan trozos visibles de aquellas admirables calzadas, con pavimento de losas sobre espeso firme de hormigón, semejante al de las modernas carreteras.
De una de estas calzadas, que iba desde Emérita Augusta (Mérida) a Cesaraugusta (Zaragoza), nacía otra vía secundaria que pasaba por una mansión situada en la cabeza o comienzo del río Ana, nombrado por los árabes Wadil-Ana y por nosotros Guadiana, y muy cerca de donde luego se alzó el castillo de Peñarroya.
Durante la dominación árabe y debido al empuje continuado de los cristianos hacia el sur convino asegurar el tránsito por estas antiguas vías y en lugar de las primitivas estaciones o mansiones romanas fue construida una cadena de castillos o puestos fortificados, a distancia conveniente y siempre en puntos estratégicos. En la casi indefendible comarca del alto Guadiana y mucho antes de la reconquista, existía una especie de línea fortificada formada entre otros por los castillos de Alhambra y Peñarroya.

Pantano de Peñarroya. Lagunas de Ruidera. Autor, Marian Rodriguez

Pantano de Peñarroya. Autor, Marian Rodriguez

Conquistando la fortaleza

El castillo de Peñarroya, cobijo hoy de un santuario consagrado a la Virgen de esta advocación, tiene su asiento en el borde de la meseta rocosa asomada al río Guadiana; por esta parte resultaba inexpugnable, toda vez que los peñascos en que se apoya son altos y cortados casi a pico, pero, en cambio, era muy vulnerable desde la parte llana.
En sus primeros tiempos, Peñarroja o Peñarroya fue alcazaba moruna, consistente en un recinto de forma cuadrilátera irregular ajustada a los accidentes del terreno y formada por paredes almenadas con torres en las esquinas. Junto a la torre mayor, estaba la puerta de entrada y rodeando por dos lados al sencillo edificio un foso excavado en la roca viva, innecesario en el resto del circuito, pues las rocas escarpadas constituían una defensa inmejorable.
Tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), el rey Alfonso VIII cede el castillo a la Orden Militar de San Juan de Jerusalén. La fortaleza sufre entonces una profunda modificación con arreglo al tipo cristiano de arquitectura militar, consistente en reducir el área de la fortaleza cuanto fuera posible con objeto de facilitar su defensa con cierto número de hombres y a hacerla menos vulnerable gracias a un recinto exterior, más bajo, provisto también de torres saledizas, rodeado del correspondiente foso, y abriendo en este segundo recinto o barbacana la puerta de ingreso, muy lejos de la correspondiente al recinto principal, para que quien penetrase por aquella hubiera de recorrer largo camino, expuesto a los tiros desde los altos muros almenados.
Aunque tuvo sus horas de gloria militar durante la reconquista de la zona y las guerras carlistas, la función del castillo estuvo principalmente ligada al ámbito económico: cobro de impuestos, arrendamiento de pastos, aprovechamiento de recursos (agua, molinos y batanes), y almacén de bienes de la Orden.

Castillo de Peñarroya. Autor, Michel Hernández

Castillo de Peñarroya. Autor, Michel Hernández

El Santuario de Nuestra Señora de Peñarroya

Por su indiscutible importancia, nos adentramos ahora en el Santuario que ocupa parte del primitivo castillo.
Según una crónica manchega de Don Ramón Antequera Bellón (Juicio Analítico del Quijote), el capitán Alonso Pérez de Sanabria arrebató el castillo a los musulmanes el día 8 de septiembre de 1198. A raíz de la toma de la fortaleza se encontró la imagen de Nuestra Señora de Peñarroya, venerada desde entonces.
Dando un salto en el tiempo, hasta el año 1544, nos cuentan que derribaron en el pueblo viejo de Argamasilla la ermita de La Concepción. Quizá entonces fue trasladada la imagen al castillo de Peñarroya, después de erigir en él la correspondiente ermita.
Lo cierto es que desde antes, la advocación a esta Virgen había dado origen en Argamasilla de Alba y también en el vecino pueblo de La Solana, perteneciente a la Orden de Santiago, a sendas cofradías, quienes pronto se disputaron la propiedad de la imagen, sin que hasta hoy se haya resuelto la cuestión ni cesado enteramente las contiendas por tal motivo. Eso sí, desde hace mucho tiempo, ambos pueblos se atienen a una entente cordiale, que consiste en la siguiente costumbre: Desde Argamasilla, donde ha estado cuatro meses, llevan a la Virgen a su ermita del castillo en piadosa romería, el segundo sábado de septiembre, reuniéndose los cofrades y autoridades en una habitación de su exclusiva propiedad en la vetusta torre del homenaje del castillo. Durante ese mismo día, también en romería, acuden los vecinos de La Solana para hacerse cargo de la imagen, reuniéndose sus justicias y jerarcas de la cofradía en habitación propia, construida en tiempos modernos, dentro del patio de la fortaleza. Permanece Nuestra Señora de Peñarroya en La Solana hasta que el 29 de enero la devuelven a su ermita, donde queda en espera de que el último domingo de abril sea llevada de nuevo a Argamasilla.

Vista de la iglesia de San Juan Bautista. Autor, Karppanta

Vista de la iglesia de San Juan Bautista. Autor, Karppanta

“Hazme tan bien defendido,
señora, vuestra memoria
de mudanza,
que jamás, nunca, ha podido
alcanzar de mi victoria
olvidanza:
porque estáis apoderada
vos de toda mi firmeza
en tal son,
que no puede ser tomada
a fuerza mi fortaleza
ni a traición.” Jorge Manrique


Fotografía de portada: Castillo de Peñarroya. Autor, SiurellBlr


Un artículo de Antonio Bellón Márquez


Si queréis conocer todos los secretos de este lugar único e inigualable, os proponemos vivir esta experiencia: Argamasilla de Alba, entre Quesos y Quijotes

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Ruidera. Un oasis en mitad de España.

lagunas de ruidera

Más allá de las poéticas descripciones cervantinas, las lagunas de Ruidera, enclavadas en el Campo de Montiel, forman el parque natural más interesante de Castilla – La Mancha. Sus excepcionales paisajes dominados por el agua y el verde, contrastan con el entorno seco en que se insertan.
Un rosario de bellas lagunas de origen cárstico, y que en conjunto constituyen todo un espectáculo para los sentidos, además de una curiosidad ecológica y geológica de primer orden tanto en España como en todo el ámbito europeo.

Disponeos a descubrir este auténtico oasis de la llanura manchega.

Ruidera. Autor, Dan

Pura vida, Ruidera. Autor, Dan

El origen de este sistema húmedo es el afloramiento en la superficie de corrientes de agua subterráneas procedentes del circundante Campo de Montiel. Cada laguna de este singular espacio natural, protegido bajo la figura de parque natural, está separada de la siguiente por barreras y terrazas, lo que da al conjunto un peculiar atractivo. Pero la especial belleza de Ruidera está en el intensísimo color de sus quince lagunas: unas veces azul turquesa, otras verde cristalino, más propio de la idea que todos tenemos de lugares exóticos y tropicales. La sensación del visitante al ver estas particulares tonalidades de las aguas es de total irrealidad.
Además, al ser el terreno calizo, algunas lagunas han disuelto literalmente las orillas en las que se asientan y se han ido hundiendo poco a poco. Como testigos de la primitiva altura que alcanzaban quedan sobresalientes cornisas asomadas sobre las aguas, cuya parte inferior, blanqueada por la cal del terreno, refleja los espectaculares colores.

Sabina albar. Autor, acusticalennon

Sabina albar. Autor, acusticalennon

La vegetación predominante alrededor de las lagunas es la palustre. Una orla de carrizo y enea rodea muchas de ellas, formando una muralla impenetrable, mientras que en las laderas cercanas abundan las encinas y la vegetación mediterránea.
También son frecuentes las sabinas y enebros de gran tamaño. La sabina albar (Juniperus thurifera) es un árbol reliquia de otros tiempos, adaptado para soportar condiciones climatológicas extremas de temperaturas muy altas en verano y muy bajas en invierno, además de una pluviosidad muy escasa. La frugal sabina es capaz de prosperar en estas condiciones, aunque su crecimiento es muy lento. Debido a la dureza del medio en el que crece, el sabinar siempre forma manchas discontinuas, puesto que si los árboles estuviesen muy juntos no podrían desarrollarse bien.
Las sabinas de Ruidera, de buen porte, son centenarias. Estrictamente protegidas.

Aguilucho lagunero. Autor, Francisco Montero

Aguilucho lagunero. Autor, Francisco Montero

La fauna dominante en Ruidera son las aves acuáticas: ánades reales, patos colorados, porrones, fochas, cercetas y garzas nidifican entre los cañaverales o se acercan aquí a pasar el invierno o a descansar durante sus viajes migratorios. La gran extensión de la superficie acuática da cobijo también a una ictiofauna en la que sobresalen la boga, el barbo y la carpa, además del lucio y del black-bass, voraces especies foráneas introducidas con fines pesqueros.
Sin embargo, la especie reina de las lagunas es el escaso aguilucho lagunero (Circus aeroginosus). Esta rapaz es de gran belleza: en el macho dominan los tonos blanquecinos en su parte inferior, mientras que la hembra es inconfundible por su color chocolate y las manchas color crema que presenta en la cabeza y en los “hombros” de las alas.
Este águila de tamaño mediano es una especialista en la caza por sorpresa entre los cañavelares. Sobrevuela las masas de carrizos y eneas a la búsqueda de presas (pequeños mamíferos, aves acuáticas, reptiles…). De repente, cuando localiza algo interesante, se para y se lanza para capturar a su víctima.
En los montes cercanos habitan los jabalíes, los zorros, los conejos, las liebres y las aves rapaces, mientras que en los cultivos de secano de los campos circundantes subsiste una importante población de aves esteparias, entre las que destacan la perdiz y la avutarda, una de las mayores aves españolas.

ruidera. Autor, Frankeke Oteo

El mar de La Mancha. Autor, Frankeke Oteo

El parque natural de las lagunas de Ruidera abarca una extensión cercana a las 4000 hectáreas que protege el conjunto lagunar, así como el cercano embalse de Peñarroya. Y alberga otra una importante sorpresa que hará las delicias de los amantes de Cervantes: la cueva de Montesinos, citada expresamente en “Don Quijote de La Mancha”. A decir verdad, todo el entorno de este oasis está lleno de puntos que evocan las hazañas del Caballero de la Triste Figura.
En el famoso libro, Miguel de Cervantes escribió en el siglo XVII que el origen de esta zona lacustre se debe al encantamiento de la Dueña de Ruidera, una legendaria dama.
Volviendo a la cueva de Montesinos, Don Quijote la eligió para retirarse a reflexionar una temporada, pero tuvo la mala pata de caerse por ella y quedar maltrecho.
Por supuesto, la cueva es visitable, pero es aconsejable llevar linternas y calzado adecuado a prueba de resbalones, si no se quiere seguir la suerte del famoso hidalgo.
Sin embargo, si se quieren conocer a fondo estas profundidades, lo mejor es contratar una visita guiada con sabersabor.es. Con ellos es posible evocar perfectamente la atmósfera cervantina de la cueva, descubriendo las formas que el agua ha modelado en las paredes de la gruta: la cara de Don Quijote, la cabeza del cocodrilo, la figura de la Virgen, el Belén, la Teta de la Vaca… y la secreta “cámara el tesoro”, una pequeña sala de la cueva cuyo techo está recubierto de brillantes capas de cuarzo. El fondo de la cueva está ocupado por un lago de azuladas aguas cristalinas.
Todo un placer para los sentidos.

Entrada a la cueva de Montesinos. Autor, Victor Díaz

Entrada a la cueva de Montesinos. Autor, Victor Díaz


Un artículo de Antonio Bellón Márquez


Si queréis conocer todos los secretos de este lugar único e inigualable, os propongo vivir esta experiencia: Ruidera, el oasis de La Mancha 

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De ruta por Las Virtudes. Un Parque Temático del siglo XVIII

Si vas a Andalucía y eres de los que disfrutas encontrando lugares sorprendentes. Bien cuando salgas de Madrid, o a tu regreso, si no lo sabes existe un territorio legendario, muy antiguo y muy conocido por Cervantes, llamado Campo de Montiel. Contiene infinidad de bienes patrimoniales y naturales además del paisaje quijotesco más bello y genuino del Mundo.

Saliendo de Torrenueva, por un carreterín muy poco transitado, atravesando el bellísimo paisaje agrario, ondulado de montes tapizados de manchas de encinar, se advierte el fin de Castilla emparentando con Andalucía.
El horizonte aquí se hace más agreste, la temperatura más confortable y el otoño en esos periodos húmedos y cálidos, regala unos días de doble primavera al sur del Campo del Montiel. Se puede llegar también desde Castellar de Santiago, pero el camino más bonito es desde Torrenueva.

Paisaje del Campo de Montiel. Autor, Fran J de Lamo S

Paisaje del Campo de Montiel

Plaza de toros de Las Virtudes

Las Virtudes, justo en las lindes del Campo de Montiel, en tierras de Santa Cruz de Mudela, es otro de esos espacios impresionantes y casi irreales. Detenido en el tiempo. Conservado como un milagro de los avatares históricos. Escondido de los viajeros decimonónicos y apartado de las rutas cinematográficas que llevaron a Hemingway hasta Ronda.

Esta de Las Virtudes posee toda la gracia goyesca del XVIII español. El encanto romántico y bandolero que la camufla a los pies de Sierra Morena y la convierte en algo realmente mágico. Tan auténticamente real, que parece mentira.

Si llegas un día de diario, cuando apenas nadie se ve por el pequeño poblado que la circunda, te atraerá primeramente la fronda caducifolia que más bien parece un pedacito de un Real Sitio borbónico. La Alameda de La Virgen, frescamente regada por la fuente y la alberca, diseñada exactamente igual que los parterres del Retiro de Madrid, sirve de delicioso paseo hasta llegar al monumento.
El atractivo juego de contrafuertes le dan aspecto fortificado. La elegante puerta clasicista, otra vez goyesca, ilustrada. Arquitectura académica, pulcramente trazada en mármol gris.

Tras la puerta, labrada arco de triunfo. Sientes al cruzarla como si comenzase el espectáculo y sonasen las fanfarrias de la Twenty Century Fox. Verdaderamente triunfan los sentidos. Sobre todo la vista. Porque es increíble encontrarse algo tan exquisitamente hermoso en las agrestes estepas castellanas, tan maltratadas por la historia y tan expoliadas de sus riquezas patrimoniales.

Plaza de toros de Las Virtudes. Autor, Javier Gorostiza

Plaza de toros de Las Virtudes

Aquí encontramos la cuadratura del círculo. La plaza de toros cuadrangular exponiendo los parámetros elementales de la arquitectura popular hispánica. Foro heredado de la cultura grecolatina que aglutina los toros cretenses con las ágoras griegas. La plaza popular castellana con iglesia, concejo y galerías del pueblo. Todo un compendio de ingeniería histórica que resume con maestría improvisada el germen de cualquier pueblo español.

Washington Irving fue cautivado por el embrujo hispano-musulmán que lo llevó a descubrir La Alhambra desde Sevilla hasta Granada, encontrado por el camino infinidad de maravillas que a sus ojos resultaban exóticas y tan sorprendentes como el descubrimiento de todo explorador.
Esta es la sensación que provoca por primera vez a todos aquellos que jamás han visto ni oído hablar de Las Virtudes. Uno de los conjuntos arquitectónicos más valiosos de la cultura mediterránea.
Lugar que merece todo el cuidado para ser preservado en su integridad. Hago desde aquí el responsable llamamiento para que se ordene su entorno y todo cuanto se edifique en el mismo armonice y entone con esta joya patrimonial única e irrepetible.

No quiero decir todo lo que contiene para que seáis vosotros mismos los que os sorprendáis. No en vano el título de este artículo hace referencia a la magia escenográfica de los actuales parques temáticos, capaces de recrear con exactitud cualquier etapa histórica. Aquí disfrutaréis del privilegio de lo auténtico, con ese halo irreproducible que sólo concede el peso y el paso de la historia.

Capitel. Autor, Eduardo Mascagni

Capitel

Castilla, Andalucía, mudéjar, barroco, popular, cortesana, golfa, piadosa, bandolera, religiosa, pagana… Romana, árabe, cristiana… Poco me parece para lo mucho que contiene un espacio tan pequeño y a la vez tan inmenso por ser como la esencia de un perfume francés. De esos carísimos que parecen contener oro líquido.
Así brilla el sol en el albero de Las Virtudes, con más arte que las tauromaquias de Goya. Con más atractivo que los viajes de Washington Irving. Con tanta escenografía como las tardes toreras de Hemingway. Y sin embargo, sin ellos, sin la fama. Con la modestia de permanecer al margen de las grades rutas turísticas, posee el incalculable valor de las cosas sin precio. La autenticidad de lo irrepetible y la grandeza de lo creado para solaz de los sentidos.

Los que nunca hayáis tenido la fortuna de conocer este lugar y leáis esto, recordaréis lo que os digo, cuando por primera vez os encontréis en medio de ese coso que no parece una plaza de toros. Que más bien parece la plaza mayor de todos los pueblos de Castilla iluminada por el sol de Andalucía.
La pulcritud milimétrica que la mantiene en perfecto estado de presentación os resultará sorprendente y os dará sensación de irrealidad. Por desgracia tan acostumbrados en muchos casos al deterioro de nuestro patrimonio, ver algo tan exquisitamente cuidado, provoca cuando menos satisfacción y orgullo de ser miembro de este país. Y a la vez el deseo por encontrar todo cuanto nos rodea con un aspecto similar.

Ermita de Nuestra Señora de Las Virtudes

En el interior de la ermita

En el interior de la ermita

Y por si fuera poco. La ermita es el cofre del tesoro. Desde el suelo de barro hasta el artesonado mudéjar, pasando por el aspecto visigodo de la pila bautismal hasta la barroca capilla mayor, todo es una sucesión de arte popular convertido en lección académica.


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Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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El espíritu de Sancho

Quixote

“Una venta.
Un villano gordo y sucio
de miserias galeote.
Soñoliena
la andadura de su rucio
No aparece en la llanada Don Quijote…
Terruñero
de la faz noblota y ancha,
descendiente del labriego castellano.
Escudero,
ya no tienes caballero;
ya no templas con prudencia de villano
las locuras del hidalgo de la Mancha.” (Enrique de Mesa)

A lo lejos, un molino mueve sus enormes aspas, triste, reposado. La venta, con sus paredes blancas, es una atalaya en medio de las ásperas tierras de La Mancha. La llanura, con su rojo capuz, aparece solitaria. Un camino surge a nuestros pies, que, cual larga culebra, desaparece serpenteando en el horizonte. Sancho, melancónlico, triste, está aquí, junto a su rucio. Mira hacia allá, hacia el camino, cuyo fin alcanza a divisar su vista de águila. “¡No aparece en la llanura Don Quijote!”. De allí marchó el hidalgo manchego; pero Sancho le espera en vano. ¡Cuatro siglos de espera!
El idealismo, los sueños, todo voló con él; aquí aún les espera el escudero. No vuelven, no; no vuelven… Pero, Sancho, el fiel servidor, ¿es sólo el vulgar, el refranesco escudero del loco hidalgo de La Mancha?

Bodas de Camacho. Casamiento de Basilio y Quiteria. Manuel García, Hispaleto. Óleo sobre lienzo (1836-1898)

Bodas de Camacho. Casamiento de Basilio y Quiteria. Manuel García, Hispaleto. Óleo sobre lienzo (1836-1898)

No. Tras Sancho hallamos algo más profundo que está grabado en el fondo de su alma. Cadalso decía en sus “Cartas Marruecas”, después de comentar la trama de la gran obra de Cervantes: “Lo que hay debajo de esta apariencia es… un conjunto de materias profundas e importantes”.
En Sancho se ha querido ver la figura del materialismo, y éste ha sido el fondo en que modernamente se ha enmarcado al genial servidor de Don Quijote. Sus refranes han sido, sin duda, la básica piedra de la tesis señalada. Sin embargo, Sancho no es propiamente el prototipo del materialismo, como lo fuese Celestina; Sancho encierra exteriormente su espíritu y su razón con la vulgar filosofía de sus refranes. Hay pues, cierto materialismo en su figura, pero sólo superficial que remata y caracteriza externamente su propio ser, pero que no lo oscurece, porque no le es natural ni único.
Tras sus refranes, que exteriormente representan al realismo y la materialidad, se halla una espiritualidad más grande si cabe que la propia existencia de Don Quijote. Esa misma espiritualidad es el alma del refrán; ella misma es la nota más real de la figura de Sancho.
Sancho todo lo da por el ideal, aunque no se haya visto aún esto con la claridad debida; sólo por la ideal promesa de un loco, se ve envuelto en las aventuras de éste. Cuando Sancho habla, no lo hace por obtener esos fines materiales que ambicionase Celestina; habla para convencer de su locura a un loco; habla por conseguir un fin más noble, un fin espiritual, sin alucinación, sin desvarío… hasta el último momento; hasta el triste momento de la muerte de Alonso Quijano, cuando en las puertas de ésta, dice: “Es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, quiero que no se le haga cargo de ellos, ni se le pida cuenta alguna. Y si como estando yo loco fué parte para darle el gobierno de la Insula, pudiera agora estando cuerdo darle el de un reino, se lo diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece…”.

Don Quijote y los molinos de viento. Grabado de Gustave Doré. 1863

Don Quijote y los molinos de viento. Grabado de Gustave Doré. 1863

Entonces es cuando flota en el ambiente el espiritualismo de Sancho, en su respuesta: “Ay –respondió-, no se me muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que pueda hacer un hombre en esta vida es dejarse morir…; si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante, le derribaron”.
Hasta tal extremo llega Sancho; hasta cargar sobre sí la melancolía de su señor. Bondad y sublimidad.

“Por Dios, señor nuestro amo —replicó Sancho—, que vuesa merced se queja de bien pocas cosas. ¿A qué diablos se pudre de que yo me sirva de mi hacienda, que ninguna otra tengo, ni otro caudal alguno, sino refranes y más refranes? Y ahora se me ofrecen cuatro que venían aquí pintiparados, o como peras en tabaque; pero no los diré, porque al buen callar llaman Sancho”.

Don Quijote y Sancho Panza. Gustave Doré. 1863

Don Quijote y Sancho Panza. Gustave Doré. 1863

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Bibliografía:
– Don Quijote de La Mancha. Centro Virtual Cervantes. Instituto Cervantes.
– Refranes de Sancho Panza: aventuras y desventuras, malicias y agudezas del escudero de Don Quijote. Reproducción digital de la edición de Madrid, [Antonio marzo] de 1904. Biblioteca Nacional (España)

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La magia de la dehesa manchega y sus carrascas centenarias

La magia de la dehesa manchega y sus carrascas centenarias

La visita que realizaremos en próximos días a Villahermosa y Montiel, en el Campo de Montiel, nos permitirá reencontrarnos con la esencia misma de la naturaleza en su aspecto más mágico. Y es que la existencia allí de encinas centenarias, nos trae a la memoria colectiva la época en que enormes bosques de encinas y robles cubrían gran parte de España. Hace miles de años los primitivos habitantes de estas tierras vieron en el roble un símbolo de plenitud y de fuerza, al tiempo que recogían las bellotas como alimento al ser fáciles de almacenar. De acuerdo con Plinio, la bellota era molida y horneada en forma de pan, mientras que el geógrafo e historiador griego Estrabón señalaba al pan de bellota como la dieta básica de los celtas de Iberia.

El roble de esta zona de La Mancha es el denominado carrasca (Quercus coccifera) o encina (Quercus ilex), y está emparentado con otras especies de monumental porte como el castaño, el haya o el alcornoque. Desde muy antiguo este árbol ha sido muy apreciado por los diversos pueblos, y así por ejemplo, la madera se destinaba a la producción de carbón vegetal o a la fabricación de vigas para la construcción (debido a su resistencia y fortaleza). Como ocurre con otras especies de robles, la carrasca y la encina son marcescentes, es decir, pierden las hojas al llegar el otoño. Pero curiosamente no lo hacen del todo, ya que muchas de ellas, incluso secas, permanecen adheridas a las ramas hasta el momento en que brotan las nuevas hojas. No está clara la causa de tal fenómeno, aunque se cree que con ello consigue proteger de las heladas los brotes tiernos que están formándose debajo de la antigua hoja.

Encina. Autor, Jesús

Encina de la dehesa manchega. Autor, Jesús

En la antigüedad el roble no sólo proporcionaba alimento o madera. Aquellos pueblos primitivos comenzaron a desarrollar la idea de que el roble era el árbol más venerable del bosque, el más resistente y el más útil. Para las construcciones funerarias de celtas y celtíberos se utilizaba solo madera de roble, y dichos pueblos consideraban además que éste árbol era el gran símbolo del crecimiento de las plantas. Por eso muchas tribus tenían su propio roble sagrado, que se alzaba como tótem o talismán en el centro de su territorio. En la cultura celta un ataque contra el clan enemigo podía suceder sólo con el propósito de destruir el árbol sagrado de éste y desmoralizar al rival. Y es que de ocurrir así la desgracia para estas gentes era cosa segura, ya que los robles, debido a su carácter sagrado, eran fuente de horribles maldiciones tras ser cortados: se decía incluso que la copa del roble que brota de las raíces de un tronco caído es malevolente, y que resulta peligroso transitar cerca de allí sin protección, sobre todo tras la puesta de sol.

La abundancia de encinas en este enclave nos evoca un sinfín de usos olvidados, pero que antaño tuvieron gran importancia para el primitivo habitante de estas tierras. Con las bellotas se elaboraban finas harinas que daban lugar a distintas variedades de pan. “Es cosa cierta -escribe Plinio– que aún hoy la bellota constituye una riqueza para muchos pueblos hasta en tiempos de paz. Habiendo escasez de cereales se secan bellotas, se mondan y se amasa una harina en forma de pan. Actualmente incluso en las hispanias, la bellota figura entre los postres. Tostada entre ceniza es más dulce”. Con este preámbulo no es difícil entender el porqué del calificativo de árbol de la vida dado a la encina. Podemos imaginar incluso a un guerrero íbero con su zurrón, y en éste unos puñados de bellotas y tiras de carne seca, alimentos con los que podía resistir una larga campaña sin necesidad de reponer nuevas viandas.

Molino de vaivén. Autor, José Manuel Benito

Molino de vaivén. Autor, José Manuel Benito

La molienda de la bellota se hacía en casa con unos molinos domésticos. Los más antiguos constaban de una piedra cóncava fija y otra redonda que se movía en vaivén. Sin duda debía ser éste un trabajo agotador, normalmente efectuado por una mujer, mientras los hombres hacían labores agrícolas, de caza o de pastoreo combinadas con la vigilancia y defensa de los poblados. Estos molinos de vaivén llegaron hasta el siglo V a.C., fecha en la que se extendió el molino giratorio formado por dos piedras circulares, una fija y otra móvil, con su manija de palo para accionarlo.
También fue de gran importancia el uso de la madera para fabricar utensilios de cocina, principalmente una especie de cubos donde se depositaban piedras candentes a fin de hervir los guisos: ésta es sin duda la primera cocina de la historia, anterior al descubrimiento de la cerámica y los metales.

Agalla de roble. Autora, Jacinta Lluch

Agalla de roble. Autora, Jacinta Lluch

El uso más extraño de los robles se refiere unas pequeñas esférulas que aparecen con profusión tanto en las ramas como tapizando el suelo, una vez caídas: las agallas. Efectivamente, en diversas especies de robles se forman estas excrecencias producidas generalmente por la picadura de avispas. La hembra del insecto tiene en el abdomen una especie de pequeñísimo taladro, y con él perfora los tejidos vegetales para depositar un huevo. El árbol reacciona creando la agalla, una especie de reacción alérgica que le viene como anillo al dedo a la pequeña larva. Ésta se desarrollará en su interior hasta la llegada de la primavera, cuando tras perforar un diminuto agujero saldrá al aire libre como avispa adulta.
Todas las agallas son ricas en tanino y ácido gálico, y por ello se empleaban con profusión para el curtido de las pieles, el teñido de tejidos e incluso para fabricar tintas de escritura y determinados productos farmacéuticos. Los árabes se servían de ellas en la elaboración de un licor llamado palamond: para ello las enterraban por algún tiempo a fin de eliminar su sabor amargo, y seguidamente las tostaban y trituraban, mezclando el polvo obtenido con azúcar y aromas diversos.

Y de pronto una liebre

Y de pronto una liebre corriendo por la dehesa

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Un artículo de Antonio Bellón Márquez
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Duendes, ninfas, damas y caballeros…

Damas y Caballeros. Lagunas de Ruidera. Autor, Michel Hernández

Se desborda la imaginación como las aguas del Guadiana. Sus fuentes, misteriosas y difusas como el famoso Lugar de La Mancha, inundan el paisaje con la fantasía cinematográfica de los cuentos de hadas.
Ni el mejor de los sueños infantiles podría vivir nada más auténtico que la extraordinaria presencia del unicornio abrevando las plateadas transparencias del manantial que alimenta el lago que protege la isla que acoge el castillo, que esconde a la princesa, que narró el trovador, que engendró el más antiguo romance de las medievales letras castellanas.

No son muchos los que se aventuran al atardecer de verano, cuanto todavía la luz del sol concede tiempo para pasear entre las frondas ribereñas de las aguas lagunadas, olvidando el coche, el móvil y la cámara.

Buscando nuestro reflejo. Autor, M.Peinado

Buscando nuestro reflejo. Autor, M.Peinado

Hace tiempo que no vemos la imaginación tan cotidianamente informados hasta casi la saturación. Aquí, en uno de esos lugares mágicos, donde un lago hacía brillar el doble los rubíes del sol del atardecer, reflejando los chorreos ferruginosos de los roquedos calizos que acogen y esconden la belleza del paisaje, como un tesoro en el cofre de la torre, es posible ver, ser y estar, cosas de otro mundo, siendo algo más que tu propio ser, estando en otro tiempo sin definir.

Te rodea el silencio, la quietud, la tranquilidad, pero no el miedo ni la soledad. Aunque el sol va apagando la tarde y la silueta rota del castillo se encrespa con la sombra del búho, y entre la hojarasca pululan los duendes, correteando como lirones caretos. Tú disfrutas de ese mundo fantástico, que como un sueño, se encuentra aquí, en la aventurera tierra del Quijote. En un espacio que vive atemporal contenido en uno de los paisajes literarios más desconocidos del mundo, y a la vez más discretamente universales.
Fontefrida y Rochafrida, anónima fantasía medieval que inmortalizó la roca y el agua, convirtiendo en poema el prosaico belicismo del Castillo de San Felices. Dulcificando en dama enamorada, las cristalinas aguas de la Fuenfría.

Ruinas del castillo berberisco de Rochafrida. Autor, Manuel Zaldívar

Ruinas del castillo berberisco de Rochafrida. Autor, Manuel Zaldívar

Cómo no iba a detener aquí, don Quijote a Rocinante. Cómo no iba transitar por aquí Cervantes. Aquí encontró el poema medieval, al Caballero Montesinos, la reconocida cueva y el menos conocido pero auténtico Palacio de Cristal. Sala privilegiada, que el misterioso Guadiana, sólo muestra al valor del genio. Sólo quienes han tenido el don de una mente inquieta y la feliz coincidencia de una gran sequía, han arriesgado su espíritu, como Cervantes, a perderlo, en las abismales profundidades de la gruta, adentrándose en la sala de cuarzo que como un tesoro de la realidad concedido a la imaginación, se regala al escritor.

Aquí perdura el tiempo de los cuentos, de las novelas, de las batallas, de las princesas y los hechiceros. Aquí en Ossa de Montiel, en las Lagunas de Ruidera, en el Campo de Montiel, en la cervantina tierra de don Quijote, es posible, ver, sentir e imaginar la belleza real de un paisaje bien estructurado por la naturaleza y perfecto para las mentes creativas. Por eso aquí bebió del manantial el trovador y tomó inspiración el novelista.

También disfruta el excursionista, el naturalista, el senderista, el geólogo, el ornitólogo y el botánico.

Frutos rojizos del espino silvestre. Autora, Jacinta Lluch Valero

Frutos rojizos del espino silvestre. Autora, Jacinta Lluch Valero

A finales de verano, ya en septiembre, si ha habido suerte y uno o dos días antes la tormenta ha templado el ambiente, todo huele a la frescura manchega de la hierba seca, como el vivificante olor a tierra mojada de los rastrojos, ofreciendo a la respiración profunda como un saciante trago de agua fresca, que aunque el manantial invita a saborear sus límpidas y transparentes aguas, las mil y una prevenciones de los tiempos modernos, nos apartan de ese placer.
Pero no de contemplar el lavado brillo de los refulgentes frutos rojizos del espino silvestre o los mortales azabaches de la belladona.
El cobijo del bajo dosel del sotobosque de chaparros, adorando los roquedos del castillo, elegantemente decorados con los penachos altísimos de los chopos y los fresnos, acumulan el congreso pajarero de numerosos trinos que por falta de experiencia no consigo distinguir. Descubriendo con agrado curiosos lirios, saúcos, aladiernos, cornicabras y gran cantidad de flora mediterránea, presente en el parque natural. Paraíso manchego, de la naturaleza y la literatura universal.
Tesoro justamente reconocido como Reserva de la Biosfera, que bien merecería además el de Parque Cultural, conmemorando el cuatrocientos aniversario de la muerte de nuestro mejor autor en lengua castellana. Por ser este uno de los espacios con mayor vinculación con la novela que además aporta el incalculable valor geológico de su rareza a nivel mundial y su indudable riqueza y belleza natural, que por supuesto debe ser atendida y mejorada de forma continuada para bien de la humanidad.

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Un artículo de Salvador Carlos Dueñas Serrano
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Fotografía de portada: Lagunas de Ruidera. Autor, Michel Hernández
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El castillo de Montizón. Por tierras de Jorge Manrique

castillo de Montizon Campo de Montiel Villamanrique

Hacía mucho tiempo que alentábamos el deseo de visitar el castillo de Montizón, Mons Mentesanus, cuando romano, y Montixon, cuando árabe. Algo así como una extraña admiración romántica, por aquella grande y recia fortaleza, en la que acaso Jorge Manrique, señor de Villamanrique, escribiera sus famosas Coplas, ya que es probado que moró en ella algún tiempo.
Sirvan estas líneas para alentar en lo posible vuestra visita.

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Campo de La Mancha, campo de Montiel. Autora, Alba Casals

Ha mediado el otoño, verdadera primavera de La Mancha. Es un día tan azul y tan diáfano que asemeja el cielo una fiesta de añil y de luz. La gran patena del sol expande sobre los campos sus hostias de oro. Y el campo se esponja bajo la caridad tibia y placentera.
Allá en la distancia, un sembrador arroja la dorada bendición del trigo, en espera de que el agua obre el milagro germinador.
Una mano invisible y despiadada va pelando implacable la fronda de las vides.
Por entre el verde plata de los olivos asoman a centenares las perlas negras de las aceitunas.

Timpano iglesia de Villamanrique. Autor, César del Pozo

Tímpano de la iglesia de Villamanrique. Autor, César del Pozo

Clavadas el horizonte aparecen las casas de Cózar. Sobre el pardo de la tierra, el pardo de los tapiales. Y sobre éstos, la parda montera de los tejados y las negras pipas de las chimeneas. Cózar, como tantos otros lugares españoles, está esperando de Dios lo que los hombres le niegan. Adormecido al sol, sobre una loma, le dejamos atrás.
Un poco más allá, Torre de Juan Abad nos sale al paso. La sombra del insigne don Francisco de Quevedo llena el pueblo. Aún resuenan por las calles las pisadas patizambas y el golpear del toledano estoque del formidable escritor, que gran señor fuera de la villa.
Hemos llegado hasta Villamanrique, cruce estratégico de caminos y escenario auténtico del Quijote de Cervantes. Desde el pueblo al castillo hay un camino estrecho y bacheado, de difícil tránsito para nuestro coche.

Por fin en el castillo

Entrada al castillo de Montizón

Desde el camino no se divisa el castillo, oculto tras altas lomas. Es sólo estando encima cuando nos muestra la fortaleza los recios dientes de sus almenas, que fingen un bostezo interminable. Ni foso, ni rastrillo, ni poterna, ni puente levadizo, ni gente de armas nos vedan el acceso, cual seguro sucediera allá en los tiempos de que fuera su señor.
Ni ha sonado tampoco en la alta torre la trompa del atalaya, anunciando la llegada de gentes extrañas al alcaide de la fortaleza.
Sólo guardan la entrada, en estos tiempos, dos tremendos mastines, que al divisarnos, ladran furiosamente, con canina y tozuda obstinación.

En el interior del Castillo

En el interior del castillo

Penetramos al fin en la mansión guerrera irrumpiendo en su amplia plaza de armas; espaciosas salas castellanas, antaño adornadas de ricos tapices y muebles severos; la vieja capilla de la fortaleza, en que los caballeros de Santiago elevaron sus preces al cielo pidiendo la victoria; la gallarda torre del homenaje; el salón de honor, lugar de fiestas en un ayer remoto; las lóbregas mazmorras, en las que gimieran cautivos; la espaciosa cocina, en que hubiese cabido holgadamente el entero novillo de las Bodas de Camacho
Desde una alta ventana, en que la castellana llorara ausencias en otro tiempo, contemplamos, brillante bajo la llama del sol, el curso del Guadalén. El brazo de acero del río defiende las rocas, en que asienta el castillo su imponente mole.
El paisaje se cierra hacia el norte por cerros y onduladas lomas, que forman el escalón de la meseta manchega. Y hacia el sur se abre, siguiendo el camino que marca la estela de cristal del río, en su marcha hacia el Guadalimar, del que es tributario. Siguiendo este estrecho valle subirían, desde Andalucía, las tropas moras. Y por él bajarían, sin duda alguna, las nobles cabalgadas santiaguesas, en los duros tiempos de la Reconquista.

Paisaje en el Guadalén. Autor, Pedro Castellanos Triviño

Paisaje en el Guadalén. Autor, Pedro Castellanos Triviño

Montizón es el hito gigante que marca la linde de los campos de Castilla y las tierras andaluzas.
Ya ni pajes, ni escuderos, ni ballesteros, ni heraldos, ni hombres a caballo, ni gentes de la mesnada del castellano señor – Jorge Manrique, que luchando por su reina halló la muerte en Garci-Muñoz -, animan con sus voces y su marcial estruendo la plaza de armas.
Ni se escucha el sonar de tambores y trompas de guerra.
Ni fulguran al sol los aceros de las armaduras.
Ni pretenden clavarse en el cielo las lanzas.
Ni relinchan los nobles corceles presagiando la dura pelea.
Ni entre las almenas asoman las damas despidiendo al guerrero que marcha al combate.
Ni se escuchan las dulces canciones de los trovadores al pie de la torres.
La época gloriosa de los caballeros y las castellanas “pasó como pasa, bajo el puente, el río”.
Sobre su peñón cimero, negra verruga de piedra, el castillo duerme su sueño eterno.

Aquel de buenos abrigos,
Amado por virtuoso de la gente,
el maestre don Rodrigo Manrique,
tan famoso y tan valiente

Al atardecer

Al atardecer


Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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Una de Poesía Manchega

Una de Poesía Manchega

Y si La Mancha ha de ser recobrada, recobrémosla todos unidos. Porque ya es hora de que su nivel cultural se halle a la altura exigida por el halagüeño futuro de sus industrias y por la exuberante riqueza de sus campos.
Sirvan pues estos versos, para iniciar tamaña empresa.

“Amanece en La Mancha. Ya la aurora
su tenue resplandor lanza de lejos,
y muy pronto los cálidos reflejos del sol,
serán visión alentadora.
Ya es de día. La luz prometedora
crea miles de mágicos espejos,
y con alegre ritmo los vencejos
saludan la llegada de esta hora.
Y del pueblo el honrado labrador,
se encamina contento y diligente
a regar otra vez con su sudor
la tierra que ha de ser su rica fuente.
Y de la torre, la campana avisa
que pronto se dirá la primera misa.

Baja el sol a su tumba negra y fría,
y un rayo lastimero y compungido
es el signo final de su quejido,
es el postrer saludo de este día.
Mil resplandores llenos de alegría
van apagando el eco de un sonido;
es el celeste encanto del tañido
de una campana en bella profecía.
Cantando el labrador ahora regresa;
van sus miembros cansados del horcajo,
mientras su mente, pensativa, besa
el placer del descanso del trabajo.

Las sombras que se esparcen lentamente
pronto dejan tapada la ciudad,
y de la noche la primera edad
perciben los sentidos claramente.
De pronto se divisa vagamente,
hiriendo la espectral oscuridad,
como mágico alarde de bondad,
un rayo de luna penitente.
Y es en este momento el Infinito,
maravilloso y atrayente pliego,
donde el divino Creador ha escrito:
Gloria, Virtud y Luz, Paz y Sosiego.
Y espera silenciosa la campana
otra vez comenzar a la mañana.”

Un día completo. Javier Martínez de Padilla. 1944.

De siega. Autor, Anpegom

De siega. Autor, Anpegom

“Se oye un cantar a lo lejos que rasga el aire encendido,
por los candentes reflejos que el sol, con sus mil festejos,
luz y calor ha fundido.

Esos reflejos de oro, la tierra ardiente, manchega,
al son del alegre coro que forma el canto sonoro,
a sus entrañas entrega.

Es la tierra, tierra extensa,
tierra que es alucinante y sólo presenta, densa,
infinita, roja y tensa la llanura impresionante.

Llanura que, guardadora
de divinas tradiciones, es celosa creadora
y potente alentadora de miles de corazones.

Llanura que, sin pereza,
cuando ha de entregar, entrega la inigualable riqueza
con que muestra su grandeza esta comarca manchega.

Llanura que guarda, altiva,
escondido su tesoro, como guarda a una cautiva
con celo y ansiedad viva el más orgulloso moro.

Ella silenciosa añora
el fulgor pasado antes, en que su gloria de ahora
creó en un tiempo habladora
la pluma del gran Cervantes.”

Espada Imperial. Javier Martínez de Padilla. 1944.

Detalle de casa manchega. Autor, Víctor Martín

Detalle de casa manchega. Autor, Víctor Martín

“Ni una fuente, ni un río tus campos baña,
a tus plantas se extienden inmensos llanos,
tu progreso, cual pueblo de impulsos sanos,
puede servir de ejemplo a toda España.

El hambre no logró con su guadaña
acercarse a tu suelo soberano;
porque supo tu encallecida mano
parar su avance, con valor y maña.

Y al contemplarte desde la llanura,
que has convertido en vergel frondoso,
parece que en tus calles aún perdura,
en las noches de calma y de reposo,
un crujir de tomillos que asegura
que son hollados por terrible oso.”

Tomelloso. Juan José Ruiz. 1946.

Entre las aspas. Autor, M.Peinado

Entre las aspas. Autor, M.Peinado