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Filemón y Baucis. La leyenda del amor convertido en árbol

Filemón y Baucis. La leyenda del amor convertido en árbol

Estando un grupo de pensadores debatiendo sobre el poder de los dioses, cuenta Lélex, la siguiente historia que demuestra el inmenso poderío del cielo y sus dioses y acalla a los que lo desprecian. Un tilo, pegado a una encina en las colinas frigias prueba de ello es.
No lejos del lugar hay un pantano que fue en otro tiempo tierra habitable. Júpiter, acompañado de Mercurio, bajaron un día a ese lugar presentándose como simples mortales con aspecto de vagabundos. A mil casas acudieron pidiendo lugar y descanso y mil casas les cerraron las puertas, salvo una, la más humilde, una pequeña cabaña, hecha sólo de varas y caña, dónde vivían una anciana pareja, Filemón y Baucis. En ella se unieron cuando jóvenes y en ella envejecieron compartiendo sin amargura sus escasos recursos.
Cuando los dioses, irreconocibles con sus pobres vestimentas, les solicitaron asilo, los ancianos les hicieron pasar y les ofrecieron su humilde morada y escasos víveres: un repollo de su huerto, las últimas aceitunas, cerezas silvestres y unas lonchas de las viejas espaldas de cerdo que colgaban de una negra viga, reservadas largo tiempo.
Entretanto charlan con ellos les preparan un rústico baño en una artesa para aliviar su cansancio y un sencillo lecho para recostarse, hecho de vieja ropa que usaban los ancianos en tiempos de fiesta.

El reflejo de Ruidera. Autor, Jaro-es

El reflejo de Ruidera. Autor, Jaro-es

Baucis dispone la comida en la mesa y les ofrece un vino que guardaban para ocasión especial. En esto, los ancianos ven atónitos que el ánfora de la que sacan la bebida se vuelve, mágicamente, a llenar. La pareja, sospechando que sus huéspedes no eran corrientes mortales y avergonzados ante la pobreza de lo ofrecido –pese a que era lo único que tenían-, les rogaron que esperaran mientras sacrificaban para agasajarlos a un ganso, único animal de su corral. Pero el animal, más rápido que sus viejos dueños, escapó y buscó refugio entre las piernas de los invitados que impidieron su muerte.
Fue entonces cuando aquellos hombres, con sus raídas ropas, se transformaron en dos seres deslumbrantes, fuertes, con lujosas vestiduras, diciendo “Dioses somos, y sus merecidos castigos pagará esta vecindad impía. Sólo a vosotros inmunidad se os dará. Dejad vuestra cabaña y acompañadnos a lo alto del monte». Obedecen los ancianos y con dificultad suben por la larga cuesta cuando al volver la vista atrás ven que toda la zona ha quedado sumergida en una laguna, excepto su vieja cabaña que se va convirtiendo en un templo: sus puntales en columnas, su techo de paja en tejado de oro, sus humildes puertas cinceladas y su piso de barro en brillante mármol.

Puchero manchego en la lumbre. Autor, mediatripa.com

Puchero manchego en la lumbre. Autor, mediatripa.com

Dijo entonces Júpiter: «Decidnos, justo anciano y justa digna mujer de su esposo, qué deseáis». Tras hablar brevemente entre ellos, dijo Filemón: «Queremos ser sus sacerdotes y guardar ese vuestro santuario y puesto que en armonía hemos pasado juntos los años, a los dos nos lleve la misma hora y no vea yo las hogueras de mi esposa, ni haya de ser sepultado yo por ella”.
Sus deseos fueron cumplidos y tutelaron el templo mientras les fue dada vida. Ya muy ancianos estaban un día charlando en los peldaños sagrados cuando vio Baucis que a Filemón le iban saliendo ramillas y hojas, y Filemón vio que le salían a Baucis. Mientras una tenue copa se formaba sobre sus rostros, “adiós mi cónyuge” pudieron decirse a la vez antes de transformarse en dos árboles tan próximos que sus troncos nacían de la misma raíz; Filemón en un tilo y Baucis en una encina.

Tilo Plateado. Autor, Javier

Tilo Plateado. Autor, Javier

Esto me narraron unos ancianos que habían oído de sus abuelos y estos de los suyos como el tilo y la encina, se susurraban palabras con el viento y acariciaban sus ramas con la brisa. Y yo mismo vi unas guirnaldas sobre sus ramas a las que añadí otras diciendo: «El cuidado de los dioses, dioses sean, y los que adoraron, se adoren».

Adaptación extraída de la obra de Metamorfosis 8, 611-724, Ovidio.
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Fotografía de portada: El susurro de los árboles. Autor, Antonio Carrillo López
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La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (3ª Parte)

La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (3ª Parte)

El Valle de Alcudia constituye uno de los enclaves de mayor riqueza botánica y faunística de la región, y que contrasta enormemente con el resto de paisajes de La Mancha. Este era el destino más importante de la ganadería trashumante, aquella que procedía no sólo de las provincias de Cuenca y Soria, sino también de las montañas de León, atravesando España a través de Cañadas Reales de gran renombre como la Segoviana y la Leonesa. Durante siglos el Valle de Alcudia fue uno de los más importantes invernaderos mesteños, configurando así un tipo de sociedad estrictamente agropecuaria en la que el aprovechamiento ganadero constituía la base de su actividad económica.

Rebaño en una dehesa del Valle de Alcudia. Autor, Oviso

                                                 Rebaño en una dehesa del Valle de Alcudia. Autor: Oviso

Pero los pastores aún no han llegado hasta allí. Aunque faltan pocos días para dar término de su viaje, que empezó muchas semanas atrás en los Montes Universales y la Sierra de Albarracín, deben seguir con su dura rutina diaria, y esta pasa por preparar el “rancho” que ha de alimentarlos a todos. A mediodía el grupo detiene la marcha a fin de hacer el almuerzo, que siempre es en frío y a base de la conocida carraca (chorizo, queso y carne curada) acompañada del pan que va comprando el rabadán en los pueblos de la ruta. Los pastores se colocan alrededor del rebaño hasta que las ovejas quedan tranquilas y se acuestan, operación denominada “el rodeo”. La operación siempre se realiza cerca de los pueblos o de las ventas para poder acercarse hasta allí y comprar vino, que se almacena por lo común en botas de dos litros. Cada pastor lleva la suya, ya que es imprescindible para las jornadas en las que no se encuentra agua para beber, o ésta es de mala calidad. En primavera el “rodeo” duraba a lo sumo un par de horas, mientras que en otoño, de regreso al hogar, se acortaba hasta la mitad. A veces no hay ocasión ni de sentarse y el almuerzo debe realizarse de pie, dando vueltas y más vueltas alrededor del ganado para evitar que las ovejas se dirijan a los sembrados próximos.

Una parada en el trabajo para el almuerzo

                                                          Una parada en el trabajo para el almuerzo

Tradicionalmente, en las cañadas ganaderas y en general en todos los caminos, existían ventas, posadas o paradores que se situaban en lugares estratégicos. Éstas servían de alojamiento y tienda para los viajeros y pastores que atravesaban esos lares, siendo frecuente que se adquiriese allí la comida y el vino necesarios para continuar la marcha. También servían de refugio cuando las condiciones climatológicas eran muy adversas, pues la mayoría de ellas solían disponer de corrales para el ganado.

Ganado lanar a su paso por Ávila. 1930. Autor, Avilas.es

                                                Ganado lanar a su paso por Ávila. 1930. Autor: Avilas.es

Por la noche se busca algo de leña y agua para hacer unas sopas en el caldero. Los ingredientes son sencillos: pan, un poco de sebo, aceite, pimiento y sal para entonar el estómago. Las cocina siempre el zagal, aunque siempre le ayuda alguno a encender y avivar el fuego, o bien a “migar” el pan para que adquiera la textura adecuada. Mientras tanto, el resto cuida de que el ganado realice el “remache” de las últimas hierbas del día. Cuando las sopas están listas, se sitúan todos alrededor del caldero con la rodilla derecha en tierra, la otra doblada hacia adelante y el brazo izquierdo apoyado sobre esta última. Y así, después de que el rabadán eche la bendición, se va cogiendo del contenido por turnos hasta que no queda ni una sola cucharada. La operación es rápida, silenciosa y de escasa sobremesa. Al final el zagal rebaña los restos puesto que es el encargado de fregar el caldero.

Rebaño en camino. Autor, Bubilla2002

                                                            Rebaño en camino. Autor: Bubilla2002

A veces, cuando los días son fríos y lluviosos, o cuando no hay leña a mano, no se pueden hacer las sopas y entonces no hay más remedio que cenar de frío. Son jornadas muy duras con un sinfín de calamidades y fatigas. Días enteros sin poder tomar asiento, sin comer caliente, o sin dormir por las inclemencias del tiempo, con las manos entumecidas que, al decir de algunos pastores, “no pueden ni partir el pan”. Hay que tener en cuenta que hasta muy recientemente, no existían ropas adecuadas para la lluvia (a excepción de los recios paraguas de doble ballesta), puesto que los capotes y las mantas que se usaban por entonces, en cuanto se mojaban pesaban mucho y era necesario ponerlos a secar con la consiguiente pérdida de tiempo.

Pastor de La Mancha en los años 50. Autor, Isidro Alcázar

                                                Pastor de La Mancha en los años 50. Autor: Isidro Alcázar

A veces, la humedad calaba en los costales de la ropa y esta llegaba mohosa al Valle de Alcudia. Otros días, incluso, los pastores se encuentran tan cansados que incluso no preparan cena alguna, montando rápidamente el campamento para echarse a descansar. A todas las penurias del viaje hay que unir la tristeza de la separación del hogar, que acentúa aún más la dureza de estas jornadas.

Rebaño de ovejas en un prado. Autor, Rufino Lasaosa.

                                                   Rebaño de ovejas en un prado. Autor: Rufino Lasaosa

Pero al fin llega el día, tras muchas semanas de camino, en que ganado y pastores avistan los pastos reverdecidos y las dehesas de Campo de Montiel, Campo de Calatrava y sobre todo del Valle de Alcudia. Su característica fundamental, por supuesto, es la existencia de un arbolado disperso de encinas y alcornoques entre los pastos, terrenos que en el pasado se encontraban en manos de las órdenes militares (Santiago, Alcántara, Calatrava), la Iglesia, la nobleza y los grandes terratenientes, conformando una estructura que se ha mantenido intacta hasta bien entrado el siglo XX.

Pastor y rebaño despues del esquile. Años 50. Autor, Crispín Alcázar.

                                       Pastor y rebaño después del esquile. Años 50. Autor: Crispín Alcázar

Las dehesas poseen un clima suave en invierno, aunque no exento de fríos, primaveras tempranas y fuertes calores en verano que dejan agostados los campos. Las lluvias son escasas y variables, concentrándose sobre todo en otoño y en primavera. Los suelos son asimismo pobres, bajos en nutrientes y abundantes en pizarras que afloran a escasa profundidad y los hace muy difíciles para el arado. Por ello, tradicionalmente, las merinas trashumantes ocupaban los pastos de estas tierras marginales que no podían ser dedicados a cultivo, aprovechando la hierba invernal hasta la llegada de los primeros calores de mayo. Entonces, dado el poco espesor del mantillo de tierra, las hierbas se secaban con rapidez, los rebaños recién trasquilados empezaban a inquietarse y se anunciaba al fin para los pastores el esperado regreso a los puertos: la vuelta a casa y al calor de los amigos, la familia y el hogar. Pero eso es sin duda otra historia.

Paisaje adehesado, el final de la trashumancia hacia el sur. Autor, Miradas de Andalucía

                        Paisaje adehesado, el final de la trashumancia hacia el sur. Autor: Miradas de Andalucía

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La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del Sur (2ª Parte)

La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del Sur (2ª Parte)

Durante la marcha del ganado por los campos interminables de La Mancha, se hacía necesario marcar el paso de las ovejas para evitar que el grupo se rompiese. Este cometido era responsabilidad del compañero, o mansero. Su papel consistía en retardar la marcha de las ovejas más veloces y acompasarlas a la marcha de las lentas, en su mayoría preñadas. Existía todo un vocabulario pastoril para estos animales según su velocidad punta: a las ligeras se les denominaba punteras, mientras que las últimas y más remolonas del grupo eran las zagueras, que a su vez se clasificaban en preñadas, enfermas o “recacheras” según la causa de la tardanza. Las “recacheras” eran lentas por definición, y evitaban el estrés del camino casi como una cuestión de principios.

Abrevadero para el ganado. Autor, Manuel Hernández Ritore

                                              Abrevadero para el ganado. Autor: Manuel Hernández Ritore

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                                                           Ovejas y Campos de Castilla. Autor: Juanri.naf

A los lados del rebaño se situaban los “sobraos” y al final el zagal, un equipo bien avenido que en conjunto recibía el nombre de arreadores, puesto que su misión consistía en azuzar el ganado para evitar que las ovejas se desbandasen por los sembrados o, peor aún, terminasen lanzándose de cabeza a algún precipicio. Tras las ovejas venía el ayudador o yegüero, encargado de las caballerías, mientras que el rabadán o jefe del rebaño se adelantaba continuamente a sus compañeros para realizar encargos en los pueblos y aldeas próximos: comprar vituallas, cordajes, reponer utensilios rotos o encontrar el terreno idóneo para pasar la noche. Claro que, debido a su papel de coordinador general, sus competencias tomaban a veces los rumbos más pintorescos. Cuando atravesaban determinadas fincas en La Mancha no era raro que los guardas jurados saliesen al paso de la cabaña para acompañarla hasta el límite de su jurisdicción. A fin de que todo quedase “en orden”, el rabadán les daba una «contenta» para que hiciesen la vista gorda si las ovejas se salían del camino, por lo que era imprescindible reservar en estos casos una abundante provisión de calderilla.

La llanura manchega. Autor, Dsevilla

                                                                La llanura manchega. Autor: Dsevilla

Cuando el rebaño atravesaba los pueblos la atención de los pastores debía agudizarse al máximo. Ya hemos hablado en otra ocasión cómo las ovejas desaparecían misteriosamente tras una puerta abierta, pero éste era solo uno de los muchos trucos que se utilizaban en esos menesteres. Al paso de determinadas zonas, por ejemplo, los locales hacían hoyos profundos en el terreno que luego tapaban con ramas y hierba fresca. No era raro que algún animal, al atisbo de tan delicados manjares, resolviese dar unos pasos hasta allí y caer en la trampa. Si el pastor no andaba vigilante la oveja quedaba inmóvil dentro del agujero y sus captores solo tenían que pasar por el lugar más tarde para recoger el premio. Claro que tampoco los pastores eran santos. En años de escasez de hierba el rabadán hacía entrar a las ovejas al amparo de la noche dentro de los cultivos limítrofes, lo que producía considerables daños. Era necesario por tanto actuar con mucha precaución, y una vez ahítos de comida y para evitar ser sorprendidos, ganado y pastores salían “a orza” del lugar antes que amaneciese, lo que en el argot pastoril viene a significar “salir pitando” o “salir a escape”.

Ganado atravesando una población. Autor, Kupka_A

                                                      Ganado atravesando una población. Autor: Kupka_A

Pastor arreando al ganado. Autor, Gárgoris

                                                           Pastor arreando al ganado. Autor: Gárgoris

En los pasos montanos, como los existentes camino de Ruidera y también en la sierra de Alhambra, había que estar ojo avizor para no toparse con los numerosos bandoleros y ladrones que frecuentaban la zona, por lo que los pastores solían esconder las monedas cosiéndolas en los aparejos de la yegua o en los collares de los cencerros, evitando así perder lo poco que atesoraban. Estas argucias, sin embargo, no sirvieron de nada durante los años de la contienda civil (1936-1939), cuando eran frecuentes los expolios y requisamientos de ganado para abastecer a los ejércitos beligerantes.

La laguna del Rey y Ruidera, paso de una cañada real. Autor, M, Peinado

                                    La laguna del Rey y Ruidera, paso de una cañada real. Autor: M. Peinado

No existían ríos muy caudalosos en la cañada Conquense a su paso por La Mancha. Sin embargo en los límites entre Cuenca y Teruel era necesario atravesar el Alto Tajo, lo que significaba una jornada de tensión tanto para ganado como para pastores. El paso se efectuaba por vados, es decir, directamente a través de la corriente. Primero iban los pastores con sus mansos y caballerías, y detrás todas las ovejas, para lo cual se colocaban dos pastores obligando al ganado a cruzar en una larga hilera. Así, acordonados, los animales pasaban hasta la orilla opuesta con el agua a la altura de los lomos. Antiguamente era obligado pagar el llamado pontazgo al atravesar algún puente importante, lo que daba lugar a todo tipo de tretas para reducir en lo posible el importe de la tasa: en una de ellas se colocaba al zagal más pequeño encima de la yegua y bien tapado, como si fuera un montón de ropa. Los pastores cruzaban entonces mientras le arreaban fuertes golpes con el cayado, al tiempo que decían: “es ropa sucia, no paga”. El pobre chico, aunque dolorido, pasaba el mal trago quieto como un muerto y sin rechistar.

Problemas con el rebaño. Autor, Evarujo

                                                               Problemas con el rebaño. Autor: Evarujo

Paraje del Alto Tajo. Autor, Druidabruxux

                                                               Paraje del Alto Tajo. Autor: Druidabruxux

Las distancias recorridas cada día por el ganado variaban mucho en función de los pastos y de la estación. Cuando el pasto era escaso se avanzaba rápido, a razón de 25 o 30 km cada día, mientras que con hierba abundante las ovejas se entretenían a menudo para reponer fuerzas, y en esos casos la marcha no pasaba de 10 km al día. Por otro lado, en otoño y camino de las dehesas del valle de Alcudia abundaban las hembras preñadas que retardaban el paso de todo el grupo, mientras que al volver de primavera, las ovejas ya habían parido y estaban recién trasquiladas, lo que favorecía una marcha más ágil que coincidía además con el añorado regreso a casa.

Paisaje de dehesas al atardecer. Autor, ChicuCris

                                                       Paisaje de dehesas al atardecer. Autor: ChicuCris

El camino, en cualquier caso, iba alargándose cada día hasta el anochecer, cuando el rebaño se preparaba para la dormida en el punto que hubiese elegido previamente su rabadán. Ésta tenía lugar dentro de zonas conocidas de antemano, aunque podía variar en función del pasto existente y de la climatología. El rabadán escogía lugares resguardados, a cierta distancia de los pueblos y donde no hubiera siembras, viñas o árboles que pudiesen suponer riesgos innecesarios. De lo contrario los daños ocasionados podían llegar a ser muy cuantiosos, ocasionando como mínimo un mal despertar a los pastores. A veces se “echaba la noche” dentro de algunas fincas para que el ganado las abonara convenientemente, y a cambio los dueños, agradecidos, invitaban a la cena de todo el grupo. Si las condiciones meteorológicas eran adversas podían resguardarse en chozos construidos con piedra y techumbre de paja (frecuentes en Tomelloso y otras partes de La Mancha), pero por lo común, tras una charla sobre el estado del tiempo o las previsiones del día siguiente, los pastores se echaban a dormir al raso, tapados con un par de mantas y el hato por almohada. Antes de dormir, y con cierta ironía cargada de añoranza, no era raro echarse unas risas y cruzar comentarios sobre lo exiguo de cama y compañía: “La cama por corta y estrecha jamás pecó”.

Refugio de pastor en la paramera. Autor, Jacilluch

                                                      Refugio de pastor en la paramera. Autor: Jacilluch

Noche de pastores en el chozo. Autor, Angelvi

                                                          Noche de pastores en el chozo. Autor: Angelvi

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De caballeros andantes y bandoleros: Campo de Montiel

De caballeros andantes y bandoleros: Campo de Montiel

A lo largo de los siglos, las tierras sureñas del Campo de Montiel han sido escenario de conquistas y guerrillas sin cuento. Por sus caminos desfiló la élite de los ejércitos victoriosos, y a su sombra, tranquilos arrieros con sus recuas de mulas, pastores y ganados de trashumancia, hidalgos de fortuna, Quijotes en busca de agravios y Damas a las que servir. El paisaje es la estampa de unas gentes y una tierra moldeadas por la misma arcilla. Apariencia dura, pero también franca e ilimitada. Una vasta sucesión de llanuras onduladas y quemadas por el sol de agosto que dan paso a florestas en las zonas más agrestes y marginales: es el caso de los carrascales del sur, en los montes que flanquean el paso de Despeñaperros; las dehesas abrigadas junto al Jabalón y el Azuer o los bosques de sabina albar de Villahermosa, especie relicta de épocas más frías cuando el hielo y las glaciaciones dominaban en toda Europa.

Históricamente, el Campo de Montiel correspondía a ciertos territorios al sur del Tajo administrados por la Orden militar y religiosa de Santiago. La Orden los adquirió después de su reconquista por las tropas cristianas de Alfonso VIII, en 1213, campaña que completó Fernando III años más tarde con la caída del castillo de la Estrella en Montiel. Fue precisamente el carácter repoblador y administrativo de los de Santiago lo que permitió transformar un paisaje islamizado en el más conocido de villorrios, monasterios y castillos propio de las tierras de frontera.

Paisaje del Campo de Montiel

Paisaje del Campo de Montiel

Hoy la comarca se integra por completo al SE de la provincia de Ciudad Real (si excluimos Ossa de Montiel, perteneciente a Albacete), pero de alguna forma el carácter fronterizo ha presidido siempre su fisionomía, pues ya fue habitada por íberos y romanos que hicieron de ella paso obligado entre las vegas Béticas y los altos meseteños del norte. Su carácter marginal no menguó con el nombramiento de Villanueva de los Infantes como nueva capital de la comarca, y durante siglos el acceso desde el sur, o paso de Despeñaperros, infame camino donde los viajeros tenían que abandonar el carruaje y continuar a lomos de mulas, resultó un lugar predilecto para los bandoleros que asolaban toda Sierra Morena. En el siglo XIX fue escenario habitual de las luchas de guerrillas entre el pueblo y las tropas napoleónicas. Francisco Abad Moreno, “Chaleco”, capituló en Almedina, y en su cuadrilla figuraron otros de gran renombre como Juan Vacas y Juan Toledo, de quienes se dice que llegaron a reunir más de 400 caballos en sus hazañas bélicas contra el invasor. Más tarde las guerrillas continuaron con idéntico tono, aunque esta vez durante las luchas carlistas que libró el pretendiente Carlos contra el gobierno liberal.

La antiquísima historia del Campo de Montiel es terreno sembrado, como no podía ser de otra forma, para leyendas y dichos populares. En los pueblos resulta común observar a finales del estío el paso de los “Remolinos”, arbustos arrastrados por los fuertes vientos en cuyo interior se cree habitan ánimas benditas en busca de alguna misa o padrenuestro no cumplido. El “Tío Nazario” de la Torre de Juan Abad suele aparecer bajando por las cadenas de los calderos colgados de la chimenea, y también se repite el mito de la dama dulce, o “Dama de los Montes”, que en Ruidera toma la forma de un niño extraviado y hallado en curiosas circunstancias: al ser preguntado por los lugareños refirió que había pasado toda la noche arropado y en compañía de una misteriosa mujer…

Balconadas de madera de la Plaza Mayor. Villanueva de los Infantes

Balconadas de madera de la Plaza Mayor. Villanueva de los Infantes.

Las villas de la comarca, surcada de este a oeste por los ríos Azuer y Jabalón, muestran de forma generalizada la estampa de la llanura manchega: grandes espacios ondulantes, villas soleadas y presididas por un campanario altivo, a veces el único hito visible en el paisaje; las casas enjalbegadas de cal, los corrales de ganado; plazas soñolientas con olmos, niños y viejos; eras de trilla, cortijos a la distancia, aljibes y abrevaderos junto al camino. De manera especial destaca Villanueva de los Infantes, capital histórica de la comarca desde 1573 y cuya Plaza Mayor es una de las más bellas de Castilla la Mancha. Declarada hoy Conjunto Histórico-Artístico, este pueblo celebra en breve sus tradicionales fiestas de las Cruces de Mayo dedicadas a la Cruz y al misterio de la Pasión de Cristo, con hogueras y rondallas que acuden a las casas para cantar el Mayo a las Damas:

    “Esas tus mejillas
dos grandes violetas,
no ha llegado mayo
y ya están abiertas”.
“Tiene tu barbilla
un hoyo perfecto,
colmado de flores
que da gusto verlo”.

Montiel, exhibe todavía con orgullo los viejos muros del castillo de la Estrella, escenario de un enfrentamiento que marcó el carácter pacífico de esta villa enclavada en la vega del Jabalón. Castillo de renombre es también el de Alhambra, una fortaleza peculiar que data de la época Omeya. Pero más peculiar aún es el emplazamiento del propio pueblo, encaramado a un cerro aislado en mitad de la llanura y desde donde íberos, romanos, visigodos y árabes trazaron durante milenios los destinos de esta parte de España.

Castillo de la Estrella, en Montiel. Autor, Francisco Pérez

Castillo de La Estrella, en Montiel. Autor: Francisco Pérez.

Muchos pueblos de la zona exhiben un pasado insigne, como Torre de Juan Abad, donde se encuentra una casa perteneciente al genial Don Francisco de Quevedo; o Fuenllana, tranquila villa entre Infantes y Montiel que fue cuna del renombrado arzobispo de Valencia Santo Tomás de Villanueva, nacido en 1486. Pero sin duda, el hecho por el que la comarca será siempre conocida y renombrada es por ser el escenario elegido por Don Miguel de Cervantes para las andanzas de sus dos inolvidables personajes, Don Quijote y Sancho Panza. Villahermosa, Infantes, Ruidera, Argamasilla de Alba… Hoy el itinerario de Don Quijote es cita obligada de turistas venidos de todos los países el mundo, que recorren el paisaje llano y surcado de veredas y cañadas, o punteado de ventas, cortijos y molinos como quien esperase encontrar en cualquier trocha la alargada sombra del caballero andante y su resignado escudero.

Laguna Conceja, en Ruidera

Laguna Conceja, en Ruidera.

Según Don Quijote, en Ruidera el viajero puede conocer a las hijas y sobrinas de tan insigne dama, quienes fueron hechizadas por obra del mago Merlín y encerradas en las profundidades de la cueva de Montesinos. Amantes o no de la buena literatura, el lugar merece sin duda una parada obligada para deleitarse con el espectáculo de un collar de lagunas surgidas de la nada, y extendidas para formar el Alto Guadiana cantado por los poetas árabes. Desde el nacimiento del río y la primera de las lagunas, ambos enclavados en Villahermosa, pasando por los saltos de agua de la Lengua y la Redondilla, el castillo berberisco de Rochafrida y las lagunas de la Colgada y del Rey, las más grandes del conjunto, la ruta es sin duda sinónimo de misticismo y poesía para todo aquel que se acerque a contemplarlas. Y si a esto unimos el complemento de una comida a base de platos y caldos de la tierra, donde no falten las migas, los galianos, las gachas o el pisto manchego, la experiencia de conocer esta comarca será sin duda algo digno de escribir y de recordar… tal y como hizo Cervantes en “Su lugar de La Mancha”.

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Autor, El Bibliomata

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Autor: El Bibliomata.

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Por qué es blanca la Laguna Blanca de Villahermosa

Por qué es blanca la Laguna Blanca de Villahermosa

A principios de los años noventa del pasado siglo, en la zona del nacimiento del río Pinilla y a 900 metros de altura, la primera de las lagunas de Ruidera se secó por completo durante varios años. Desde lejos podía observarse con nitidez un gran espacio en blanco de forma triangular, cercado por la exuberante vegetación de sabinas, carrasca y monte bajo que caracteriza toda la zona. El verde cimbreante de juncos y espadañas o el más sólido de los álamos, contrastaba vívidamente con una amplia extensión de arena de un blanco deslumbrante, más a tono con los paisajes caribeños que con la vieja piel de toro ibérica. Hoy la Laguna Blanca, que tal es su nombre, vuelve a estar rebosante de agua después de una serie de inviernos notablemente lluviosos, pero todavía sorprende para quien pasea por sus orillas el color nacarado de sus arenas ¿A qué se debe este fenómeno?

Río Pinilla

Río Pinilla

En años húmedos, la Laguna Blanca toma un color turquesa muy característico debido al azul de su superficie combinado con la arena blanquísima y de aspecto pulverulento que tapiza sus fondos, totalmente limpios de vegetación. Es esta peculiaridad, unida a sus aguas templadas y poco profundas, la que la hace tan especial para el bañista y viajero. Se cree que la laguna era conocida por su nombre actual a principios del siglo XIII, y que los primeros habitantes de la comarca convivían ya con los ciclos de vaciado y llenado que la caracterizan. El color blanco aparece también en otras toponimias. Así, una vez pasado el manantial de los Zampuñones y la propia laguna, al río Pinilla se le conoce también en los mapas como Vado Blanco.

El origen de estos sedimentos está íntimamente ligado al propio origen de Ruidera. Las tierras que rodean este afloramiento de agua, enclavadas en la actual comarca del Campo de Montiel, se extienden sobre un basamento de piedra caliza de colores claros, rosados y grises, un potente banco rocoso con un espesor medio que oscila entre los 100 y 150 metros. Esta roca es muy conocida en todos los pueblos de la zona al utilizarse tradicionalmente para fabricar la cal usada en el enjalbegado de las paredes. Antiguamente también se cubrían de cal los troncos de los árboles (como es el caso de los cipreses en muchos cementerios de la comarca) ya que se consideraba un excelente remedio contra el ataque de los insectos.

La Laguna Blanca en los años 70. Juan Antonio Resa

La Laguna Blanca en los años 70. Autor: Juan Antonio Resa

La roca caliza está compuesta de carbonato cálcico, que puede disolverse fácilmente con el agua de lluvia. Este fenómeno tiene una gran importancia en la creación de los llamados paisajes kársticos y básicamente se debe a la existencia en el agua de un ácido muy débil llamado ácido carbónico. El ácido horada poco a poco la roca para formar grandes cavidades, como la famosa cueva de Montesinos, y determina que el agua se cargue de una gran variedad de sales disueltas entre las que se encuentra el bicarbonato, lo que le aporta su “dureza” característica.

Después de un prolongado viaje subterráneo las aguas afloran a la superficie en las propias cubetas de las lagunas, así como en algunos manantiales de renombre como el de los Zampuñones. Una vez fuera, el agua sufre un cambio brusco que afecta al equilibrio de sales disueltas en su seno. Al disminuir la presión el ácido carbónico se descompone para formar agua y gas carbónico, que se escapa a la atmósfera en un proceso similar al que se produce cuando destapamos una gaseosa. Pero en Ruidera este fenómeno adquiere una importancia trascendental ya que al reducirse la proporción de ácido, el bicarbonato disuelto precipita y tiende a crear de nuevo la roca original. Así se forman las estalactitas y estalagmitas en cuevas de todo el mundo, y también una roca porosa y frágil muy abundante en el complejo de Ruidera: el travertino.

El travertino se utiliza frecuentemente en construcciones decorativas, belenes, etc. debido a su ligereza y apariencia retorcida, casi barroca. Es sabido que gran parte de los monumentos e iglesias de la Antigua Roma estaban fabricados con este material. Los travertinos se suelen formar en las inmediaciones de surgencias de agua subterránea y en lugares con abundante vegetación acuática. En estas condiciones el carbonato precipita con facilidad sobre la materia vegetal, conchas de moluscos y otros diminutos seres de agua dulce, conservando siempre los moldes o impresiones de los mismos. Ciertamente, cuando observamos una de estas rocas en detalle sorprende comprobar la ingente cantidad de ramas, hojas, cortezas, tallos y pequeños animales que la componen, todo ello convertido en piedra como por arte de algún hechizo milenario.

Laguna Conceja y río Pinilla, en Ruidera

 Laguna Conceja y río Pinilla, en Ruidera

Laguna Blanca

Las típicas arenas blancas y aguas color esmeralda de la Laguna Blanca. Villahermosa

Sobre un paisaje de serena majestuosidad se abre en abanico el gran valle excavado por el río Pinilla. Un aguilucho lagunero remonta con giros cada vez más amplios la tersa superficie de la Laguna Blanca. A mediodía todo está tranquilo, y en las aguas color turquesa campean a sus anchas cientos de ánades reales, somormujos y fochas comunes conformando un paisaje idílico que contrasta vivamente con la sequedad del paisaje manchego. Donde hay agua la vida se manifiesta intensamente. Pero es precisamente esta roca tan propia de Ruidera, el travertino (o toba caliza, como también se la conoce) la responsable última de la blancura de sus fondos y de las dunas coronadas de juncos que la circundan. Sólo de ella ha surgido el encanto que lo impregna todo: creándose primero en los manantiales y a lo largo del cauce del río Pinilla; erosionada después en innumerables partículas llevadas río abajo por la corriente; arrastrada finalmente por el viento para formar espesas capas de polvo nacarado, que poco a poco cubrieron el valle durante los periodos en que la laguna se hallaba seca. Solo la lenta pero constante tarea de los elementos en su empeño por pulverizar la roca, una tarea imperturbable a lo largo de milenios, ha podido tejer el tapiz de esta “blanca arena” que caracteriza a la Laguna Blanca y le da nombre. Y es sin duda una peculiaridad que no la desmerece en absoluto frente al sublime espectáculo de sus hermanas mayores, hijas todas de la inmortal Ruidera de Cervantes:

“Solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín de ellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha las llaman las lagunas de Ruidera”.

Plaza e Iglesia gótica de Villahermosa

Plaza e iglesia gótica de Villahermosa