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La azarosa vida de furtivos y percheros en el Campo de Montiel

La azarosa vida de furtivos y percheros en el Campo de Montiel

En los años posteriores a la guerra civil, el hambre y la precariedad obligaron a muchas familias del Campo de Montiel a buscarse la vida para subsistir. La mayor parte de la gente humilde en los pueblos de campiña vivía de las labores del campo, enganchando algunas peonadas en épocas favorables, y poco más. Sin embargo la abundancia de monte arbolado y de caza en el Campo de Montiel, sobre todo en las zonas más montañosas del sur, propició el desarrollo de otras actividades de subsistencia: fue el caso del carboneo (la fabricación de carbón de encina para el picón de los braseros y los hornos de pan) y, como no podía ser de otra forma, la caza furtiva.

Montiel y S Morena 4. Autor, Pablo.Sanchez

Típicas fincas de caza en el Campo de Montiel. Villahermosa. Autor, Pablo.Sanchez

La caza furtiva constituyó el pan de cada día para muchas familias rurales, a menudo como un complemento a otros ingresos pero tambien como la única manera de sobrevivir. El producto de este furtiveo se vendía luego en los bares del pueblo, así como a algunos particulares que no sufrían o no tenían problemas económicos. Era frecuente asimismo la actividad del estraperlo asociada a la caza ilegal. En pueblos como Villamanrique o Castellar de Santiago, en las vertientes de Sierra Morena, resultaba normal la visita de mujeres especializadas en este tipo de contrabando, y que hacían de enlace entre muchos cazadores furtivos y los puntos de venta en éstos y otros municipios de los alrededores. Así, no era extraño hallar zorzales, perdices, conejos, liebres y ocasionalmente alguna pieza de caza mayor entre las mercancías que habitualmente pasaban los puertos a altas horas de la noche, y que luego servían para preparar la rica variedad culinaria de que hoy hace gala toda la comarca.

Plato de perdiz en escabeche. Autor, Javier Lastras

Plato de perdiz en escabeche. Autor: Javier Lastras

Perdiz estofada. Autor, Javier Lastras

Perdiz estofada. Autor: Javier Lastras

Las artes de caza furtiva eran abundantísimas, haciendo cierto aquel dicho de “cada pillo tiene su truquillo”. En Villahermosa y Ossa de Montiel abundaba la caza con lazo; otros utilizaban más bien cepos; los más se dedicaban a las perdices con trampas o perchas, y también los había que preferían aguardar a la estación fría para arremeter con los zorzales, a los que cazaban con trampas de alambre que ellos mismos fabricaban, o con perchas hechas con el pelo de las colas y las crines de las caballerías.

Una de las formas más complicadas de furtiveo era la caza nocturna de la perdiz con red, ya que debía de hacerse en noches de suma oscuridad, y si eran nubladas o con lluvia, tanto mejor. El problema de atrapar las perdices durante la noche era que había que conocer el monte y la sierra palmo a palmo, de ahí que no todo el mundo fuese capaz de llevarla a cabo. Los cazadores salían a altas horas de la madrugada y a menudo también durante el día, escondiéndose entonces en las escabrosidades del monte para esperar la llegada de la oscuridad. La única luz que se utilizaba era la de un carburo, débil y amarillenta, por lo que perderse en la sierra era lo más fácil del mundo.

Perdiz roja. Autor, El coleccionista de instantes

Perdiz roja. Autor: El coleccionista de instantes

En algunas zonas de la comarca la actividad de los “percheros” era tradición familiar y se transmitía de padres a hijos, llegando a constituirse verdaderos clanes familiares especializados en esta modalidad cinegética. Los padres llevaban a los chavales al monte para aprender el oficio, y una de sus primeras habilidades consistía en asegurar que no faltara la materia prima para la fabricación de perchas (las crines de caballo). Así, con las tijeras en los bolsillos, tanto en el campo como en las cuadras donde estaban las caballerías, los niños abordaban a los confiados animales y de la parte interior de la cola cortaban buenos haces de cerdas, que luego escondían en los morrales para transportarlos a casa. Este material se prefería a cualquier otro debido a su ligereza, y a la facilidad con que se deslizaba el nudo corredizo en el momento de atrapar una presa.

Lazo con nudo corredizo, para caza furtiva. Autor, Jose Juan Taboada

Lazo con nudo corredizo, para caza furtiva. Autor: Jose Juan Taboada

Las crines eran trenzadas por las mujeres del hogar para formar el cordoncillo del lazo, que se oscurecía después con hollín de la chimenea para hacerlo menos visible. Este cordoncillo se ataba por un extremo a un cordel de esparto, que a su vez era amarrado a una pequeña rama clavada en el suelo, a un matojo de romero o de jara e incluso a un haz de hierbas. Tras darle al lazo la altura y la amplitud adecuadas, la percha quedaba terminada y el cazador podía así marcharse para colocar otras trampas en los alrededores. Se sabe que cada persona, incluidos los niños, podían llevar en su zurrón hasta 600 perchas listas para su uso, y que tardaban aproximadamente diez segundos en poner cada una ellas. Mientras una parte del equipo iba creando espacios y caminos en el monte para facilitar el paso de las perdices, los demás se dedicaban a colocar las trampas. Una vez colocadas se esperaba un total de tres a cuatro días, tras los cuales la familia entera volvía a echarse al monte a recoger el resultado.

Cazadores en la nieve. Obra de Pieter Bruegel el Viejo (1525-1569)

Cazadores en la nieve. Obra de Pieter Bruegel el Viejo (1525-1569)

A menudo los furtivos se llevaban más de una sorpresa con lo encontrado en el lazo. En una ocasión, unos “percheros” de Villamanrique hallaron atrapado en una de sus trampas a un gran lagarto, uno de esos reptiles tan abundantes en los encinares y monte bajo de La Mancha. Claro que por aquella época no se hacía ascos a nada, así que encendieron rápidamente una lumbre, y una vez pelado y arreglado lo echaron al fuego para preparar el almuerzo…

Comenzaban a poner las perchas para San Miguel (finales de Septiembre) y se dejaba la actividad en enero a fin de evitar la época de cría de las perdices. Una peculiaridad de la percha es que la mayor parte de los ejemplares se cazaban con vida, por lo que su destino no era la despensa familiar sino la venta a las gentes adineradas del pueblo, que las soltaban después en sus fincas o las utilizaban como reclamo. En los años cincuenta comenzaron a proliferar personajes que compraban a los “percheros” el producto de su caza a tres veces su precio anterior, con lo que la cosa comenzó a ser muy rentable. Venían buscando sobre todo perdices, zorzales y otros pequeños pájaros, que luego vendían en los bares y restaurantes de Madrid donde se cotizaban extraordinariamente. Los “percheros”, entretanto, habían sacado un dinerillo extra para poder guardarlo y tener excedente de recursos cuando se acabase la temporada.

Perdices para reclamo. Autor, Jose Antonio Cotallo López

Perdices para reclamo. Autor: Jose Antonio Cotallo López

El asunto fue tan rentable y proliferó tanto el furtivismo, que algunos dueños de fincas grandes no tuvieron más remedio que aliarse con los “percheros”. De esta forma, les dejaban cazar en sus fincas libremente a cambio de la mitad de la caza que capturaban. Aún así seguía siendo un buen negocio, ya que en aquellos tiempos se vendían las perdices a cinco pesetas la pieza. Con esta convivencia entre unos y otros se llega hasta los años sesenta, cuando aparecen las primeras órdenes para acabar con los furtivos y dar entrada a la legalidad (la de los cazadores que venían a matar perdices por placer, sentados cómodamente en sus puestos). Cuando las familias dedicadas a la percha comenzaron a ser acosadas y multadas por la Guardia Civil, los “percheros” llegaron a una especie de entendimiento con las autoridades para que les dejaran hacer los “ojeos” o batidas de caza durante la temporada, y ganarse así unos jornales que les permitiesen subsistir. Y aunque se tiene constancia que la actividad continuó realizándose como mínimo hasta finales de los años ochenta, este fue sin duda el fin de los “percheros” como oficio floreciente, y el principio de la empresa cinegética tal como se conoce actualmente en el Campo de Montiel.

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Una buena partida de caza en los años setenta, Villahermosa. Autor: Juan Antonio Resa

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Entre silos y molinos de viento. Por tierras toledanas del Campo de San Juan (2ª Parte)

Entre silos y molinos de viento. Por tierras toledanas del Campo de San Juan (2ª Parte)

El viajero sube a la mañana siguiente al famoso cerro Calderico y al castillo que lo corona. La mañana es fresca, en lo alto un ligero viento hace correr los últimos hilachos de la tormenta que descargó por la noche. Mientras trata de ir saltando los charcos del sendero, le viene a la mente la historia de Zaida, la princesa de origen musulmán por cuyo matrimonio con el rey de Castilla, Alfonso VI, se consiguió para la cristiandad el castillo de Consuegra. Zaida era una joven agraciada de apenas metro y medio de estatura, según revelan los pocos restos óseos que se conservan, y que casó en primeras nupcias con el hijo del rey de Sevilla Al-Mu’tamid.

 

2. Campos de Consuegra. Autor, Jose María Moreno García

Campos de Consuegra. Autor, Jose María Moreno García

Cuando los Almorávides cruzaron el estrecho y amenazaron con apoderarse de todas las Taifas de la península, su marido, el rey cordobés, la puso a salvo en el cercano castillo de Almodóvar del Río, mientras el moría a manos de los africanos a las puertas de la antigua ciudad califal. Alfonso VI tomó como vasallo al suegro de Zaida y éste se apresuró a pedirle que salvase a la princesa, sitiada y sin posibilidad alguna de escapatoria, a lo que éste accedió de buena gana. Marchando hacia Almodóvar del Río Alfonso se dispuso a entablar batalla con el ejército Almorávide, pero por desgracia el choque resultó contrario a sus intereses. Eso sí, consiguió rescatar a la princesa, que así marchó con él a Toledo pasando a ser al poco tiempo su concubina. A la muerte de la esposa del monarca, Zaida se convirtió al cristianismo bautizándose con el nombre de Isabel, y Alfonso la tomó como esposa recibiendo de Al-Mu’tamid como dote el castillo de Consuegra…

 

3. Detalle de las murallas. Autor, M. Martín Vicente

Detalle de las murallas. Autor, M. Martín Vicente

Bonita historia, piensa nuestro caminante, mientas ataca la última cuesta del terreno antes de llegar a los gruesos muros de la fortaleza. No le lleva mucho tiempo contemplar su porte altivo y su diseño militar admirable incluso para nuestra época. De planta cuadrada, dispone de una torre circular en cada uno de sus lados, mientras que de su origen árabe habla la espectacular torre albarrana, en la parte más meridional del castillo, y que en su época estaba unida al cuerpo principal gracias a un adarve. A pesar del abandono sufrido con la desamortización del XIX y los estragos de un incendio, hoy en día el Ayuntamiento lleva a cabo una reconstrucción integral que han convertido al castillo de Consuegra, sin duda, en una de las tres fortalezas mejor conservadas de toda Castilla La Mancha.

 

4. Castillo de Consuegra. Autor, Mackote_VK

Castillo de Consuegra. Autor, Mackote_VK

Desde allí el caminante se dirige hacia los famosos molinos, cuya estampa ha recorrido los cinco continentes hasta convertir al paisaje manchego en uno de los hitos turísticos más universalmente conocidos. Son 12 los molinos, cada uno de ellos con un nombre que parece sacado de las páginas más envidiadas de Don Quijote. Pero al viajero le interesa sobre todo su historia, cuál era en verdad el funcionamiento de estos gigantes y la dura vida del molinero y su familia, enganchada día y noche a las aspas generadoras de fuerza motriz. Allí acudían los agricultores de secano con sus sacos de trigo, de cebada o de guijas, que se almacenaban apilados en la cuadra o planta inferior de la estructura. De allí el propietario los subía cargados a la espalda hasta el moledero, el último piso, donde estaba situada la maquinaria principal y se efectuaba el trabajo de la molienda.

 

5. Por tierras del Campo de San Juan. Autor, Parsifal Poirot

Por tierras del Campo de San Juan. Autor, Parsifal Poirot

Previamente, por supuesto, era necesario armar las velas, es decir, colocar los lienzos de tela que cubren las aspas del molino. Una vez colocadas se giraba la caperuza cónica que corona el edificio por medio de un torno exterior y un palo de gobierno, y que junto a la maquinaria iba orientándose lentamente hasta enfrentarse al viento dominante. La vigilancia era constante, y uno de los peligros más temidos lo constituía precisamente la llegada de las nubes de verano, acompañadas a menudo de rachas impredecibles. Si el viento giraba bruscamente y el molinero no estaba avieso, era frecuente que las aspas y hasta la propia maquinaria se destrozasen con el golpe súbito y fatal.

 

6. Molinos de Consuegra. Autor, Jv_sc

Molinos de Consuegra. Autor, Jv_sc

Con el molino en funcionamiento, el giro de las aspas se transmitía mediante ruedas y engranajes a un eje vertical que movía la piedra superior, o “volandera”, sobre la piedra fija inferior o “solera”. En la tolva se iba vertiendo poco a poco el grano que pasaba por una hendidura hasta situarse entre las dos grandes piedras de molino, quedando así triturado por el movimiento giratorio. Al salir, la cáscara estaba totalmente separada de la harina y todo caía al final por un canalón hacia la camareta, bajo el moledero, donde se cernía la mezcla con un cedazo. De esta forma quedaba la harina lista para su entrega al propietario… por supuesto, previo pago de una parte al artífice del milagro.

 

7. Detalle de las aspas. Autor, Rboot_rboot

Detalle de las aspas. Autor, Rboot_rboot

Cuando termina el repaso a los 12 molinos de Consuegra se le ha echado ya la hora del mediodía. Hace calor y tiene hambre, de modo que nuestro caminante baja a grandes pasos hasta las primeras casas del pueblo para preguntar por un mesón donde remojar el gaznate y echarse algo al cuerpo. No tiene que caminar mucho, y tras las precisas indicaciones llega a un patio amplio en cuyo interior encuentra fácilmente lo que busca. En la mesa, bajo un toldo a rayas verdes y blancas, le colocan un porrón de vino fuerte de la tierra y una sartén de gachas, acompañadas de la inevitable fuente de tocino y ajos tostados. No necesita más, ni siquiera parroquianos que le den las consabidas noticias de entierros, nacimientos y bondades de la cosecha. Poco a poco el medio día va pasando y se convierte en tarde abrasadora, y en la somnolencia que sigue a la comida el viajero planea (o cree planear, ni siquiera está seguro de ello) adonde le llevarán ahora sus pasos de vagabundo por la tierra del Campo de San Juan. Pero eso es sin duda otra historia…

 

8. Sartén de gachas manchegas. Autor, Jlastras

Sartén de gachas manchegas. Autor, Jlastras

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Calatrava la Nueva y los calatravos. La vida cotidiana de los monjes-soldado (3ª Parte)

Calatrava la Nueva y los calatravos. La vida cotidiana de los monjes-soldado (3ª Parte)

El hábito del Temple formado por un manto blanco con una cruz en el lado izquierdo, algo por encima del corazón, fue imitado por las demás órdenes nacidas en Tierra Santa. La cruz era el signo que adoptaban los cruzados, y por ello al hecho de alistarse en las cruzadas se le llamaba también “tomar la cruz”. La Orden de Calatrava, de tradición cisterciense al igual que el Temple, imitará también este hábito, aunque su primera vestimenta carecía de la cruz que luego sería característica de los miembros de esta institución: primero de color negro y después, con permiso del papa Benedicto XIII en 1397, cruz roja sobre hábito blanco, tal y como se conoce en la actualidad. En la ceremonia de toma de hábito eran cuatro las prendas que se entregaban a los novicios: la túnica, el escapulario, la capa y el manto. De hecho, vestir el manto era obligatorio para entrar en el coro durante el oficio, para confesar, para comulgar y para cualquier otro acto solemne como la participación en el Capítulo de la Orden. Los clérigos calatravos, en cambio, debían vestir larga sotana negra, y fuera del monasterio el manteo ordinario de los sacerdotes. Solo en el caso de predicar o administrar los sacramentos fuera del convento, los clérigos usaban el manto blanco de la Orden, que era obligatorio por otra parte para el rezo del Oficio Divino.

1. Miniatura medieval representando una batalla. De las Cantigas de Santa María.

                               Miniatura medieval representando una batalla. De las Cantigas de Santa María

2. Un nido de águila. Calatrava la Nueva. Autor, Mayoral

                                                    Un nido de águila. Calatrava la Nueva. Autor: Mayoral

El género de vida de los caballeros y sargentos de la Orden de Calatrava, y en general del resto de estas instituciones, venía marcado por su doble vocación de monjes y soldados; como monjes afiliados a la gran familia cisterciense (Templarios, Calatravos y Alcantarinos), todos ellos emitían los tres votos fundamentales de la vida religiosa: pobreza, castidad y obediencia, a la par que se obligaban a la recitación diaria del Oficio Divino y a vestir el hábito impuesto por su regla. Al igual que los monjes, los caballeros calatravos y el resto de los freires debían guardar silencio tanto en el templo como el dormitorio, la cocina o el refectorio (comedor). Por otro lado, cuando no se encontraban en campaña debían observar los ayunos prescritos por la Regla varios días en la semana.

3. El ejército cristiano toma las murallas. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

                      El ejército cristiano toma las murallas. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

4. Calatrava la Vieja desde la orilla norte del río Guadiana. Autor, Mareve

                                      Calatrava la Vieja desde la orilla norte del río Guadiana. Autor: Mareve

Aceptar el voto de pobreza tenía un significado muy preciso: los caballeros renunciaban a tener bienes propios de cualquier tipo. Todo el equipamiento, bienes o propiedades eran de la Orden y debía ser aplicado a los fines militares que le eran propios. Sus miembros solo podían utilizarlos con arreglo a las disposiciones de los superiores. En cuanto al voto de castidad, éste llevaba implícita la renuncia a cualquier actividad sexual en aras de una consagración más perfecta a las obligaciones de su vocación (los vecinos Santiaguistas, sin embargo, tenían una Regla muy tolerante en este sentido y aceptaban la presencia tanto de caballeros célibes como casados). Finalmente, el voto de obediencia se consideraba de gran mérito dado el carácter militar de esta organización, y ya era interpretado desde los orígenes del Temple con el máximo rigor. El maestre era el que disponía de las personas de la Orden, determinando el destino, la residencia y la ocupación de cada uno de sus miembros para un mejor servicio de la institución.

5. Retablo de Las Navas de Tolosa, del siglo XV. Catedral de Pamplona. Autor, Tetegil

                            Retablo de Las Navas de Tolosa, del siglo XV. Catedral de Pamplona. Autor: Tetegil

6. Otra escena de la lucha de cruzados e infieles. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

              Otra escena de la lucha de cruzados e infieles. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

Entre las obligaciones religiosas de los caballeros, sargentos y clérigos en Calatrava la Nueva ocupaba el primer lugar el rezo diario del Oficio Divino. Los maitines se celebraban antes del amanecer, lo que suponía levantarse en plena noche; solo estaban dispensados los enfermos y los que habían tenido algún trabajo especial, y aún en estos casos siempre con permiso del maestre o comendador. Acabados los maitines, los freires solían inspeccionar los caballos y el equipo, y solo después de esta inspección podían acostarse de nuevo hasta la hora en que volvieran a ser llamados por la campana de la comunidad para el rezo de prima, una vez amanecido. Tras la hora de prima seguía la misa, y finalizada ésta se rezaban las horas de tercia y sexta. Todavía en la tarde la campana volvería a sonar otras tres veces llamando a todos: la primera vez al rezo de nona; la segunda a la recitación de vísperas y al final del día, antes de acostarse, para el rezo de completas. Acabado el rezo de esta última hora comenzaba el gran silencio que todos debían guardar hasta el día siguiente después de prima, salvo que ocurriese una emergencia.

7. Restos de Calatrava la Vieja, primera sede de la Orden. Autor, Van

                                         Restos de Calatrava la Vieja, primera sede de la Orden. Autor: Van

Además de estos rezos del Oficio Divino y de la Santa Misa en común, en los que coincidían todas las órdenes tanto monásticas como militares, los calatravos y afines imponían a sus miembros la recitación de otras oraciones en privado y con fines diversos. Así, era común rezar un número variable de padrenuestros, que podía llegar a superar la veintena, por asuntos tales como el alma de los hermanos y benefactores difuntos; para que Dios apartase del pecado a los vivos y otros aspectos de similar traza. La ausencia al rezo común por cualquier impedimento se suplía asimismo con rezos privados, estipulándose un número fijo de padrenuestros según la hora canónica correspondiente.

8. Paseo de ronda de Calatrava la Nueva tras las murallas exteriores. Autor, Carlos de Vega

                       Paseo de ronda de Calatrava la Nueva tras las murallas exteriores. Autor: Carlos de Vega

La vida conventual en común en Calatrava la Nueva y otras casas de la Orden era similar a la de cualquier monasterio al uso. La comida y la cena en el refectorio de la comunidad se realizaban en silencio mientras un clérigo leía la sagrada lección, esto es, las Sagradas Escrituras y otras lecturas piadosas. Los ayunos, una sola comida al día, eran muy numerosos a lo largo del año; además de los viernes y de dos largos periodos (desde San Martín, 30 de noviembre, hasta Navidad, y los cuarenta días de Cuaresma), había unas quince festividades más en cuyas vísperas también se ayunaba. Sin embargo el rigor del ayuno no era tan excesivo como en las casas monásticas habituales, dado el carácter militar de la Orden y la necesidad de conservar un excelente estado de forma para defender al prójimo.

9. Máquinas de asalto frente a las murallas. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

                  Máquinas de asalto frente a las murallas. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

10. Espectacular rosetón en la iglesia de Calatrava la Nueva. Autor, Van

                                        Espectacular rosetón en la iglesia de Calatrava la Nueva. Autor: Van

Los caballeros y los sargentos de Calatrava la Nueva eran militares además de monjes, pues habían profesado en la Orden para el ejercicio de la guerra. Así, la mayor parte del tiempo que les dejaba el Oficio Divino y otras obligaciones religiosas lo dedicaban al cuidado de los caballos y el mantenimiento del equipo militar, y a los ejercicios físicos y entrenamiento que los adiestraban en el manejo de las armas. En las visitas periódicas a las caballerizas o a la sala donde se guardaban los equipos, y que podían ser varias a lo largo del día, efectuaban ocupaciones tales como cepillar, dar de comer o de beber a las monturas; reparar el equipo; fabricar postes y clavijas de tiendas, y en general cualquier otra actividad adecuada a su preparación militar. Todavía, después de completas y antes de retirarse a descansar, la Regla prescribía una última inspección a los caballos y al equipo de combate del mismo tipo que las anteriores.

11. Enfrentamiento con las tropas musulmanas. Autor, Ian Pitchford

                                            Enfrentamiento con las tropas musulmanas. Autor: Ian Pitchford

Además de las campañas militares, desarrolladas anualmente al llegar el buen tiempo, los calatravos tenían también una intensa actividad civil al otro lado de los muros de sus conventos. Su expansión bajo el favor real favorecía la creación de encomiendas locales, los feudos de las órdenes militares, al tiempo que se fundaban pueblos y mercados; se construían caminos, puentes y molinos; se establecían tribunales (existía un único código legal en los dominios de la Orden, con derecho de apelación ante el maestre) y se levantaban iglesias y monasterios, cuyos monjes tenían en la conversión de mudéjares uno de sus objetivos principales. Los freires no solo cultivaban sus tierras con esclavos mudéjares. También explotaban las áridas mesetas donde criaban ganado, caballos, chivos, cerdos y, en particular, ovejas, todos ellos en estado semisalvaje y sujetos a los movimientos trashumantes al llegar los fríos invernales o el agostamiento de los pastos durante el estío.

12. El terrible poder de las catapultas. Obra de Alphonse Marie Adolphe de Neuville (1835_1885)

                   El terrible poder de las catapultas. Obra de Alphonse Marie Adolphe de Neuville (1835_1885)

13. El enemigo infiel, bien pertrechado. Autor, Jose María Moreno García

                                       El enemigo infiel, bien pertrechado. Autor: Jose María Moreno García

Administrando desde las encomiendas, los hermanos calatravos se convirtieron en buenos criadores, y la lana, carne y pieles alcanzaron elevados precios con su gestión. El negocio se volvió aún más rentable cuando se introdujeron las ovejas merinas desde Marruecos. Además de la ganadería los hermanos cultivaban a escala masiva trigo y cebada en las áreas más fértiles, y también plantaron muchos viñedos y olivos, al igual que huertos y jardines comerciales donde producían verduras, lino, cáñamo, rosas y plantas medicinales. Para regar el suelo construyeron molinos de agua y, toda vez que los campesinos dependían de ellos para su cosecha, éstos se convirtieron en una buena fuente de ingresos. Llegaban gran número de colonos, el peligro de las aceifas musulmanas disminuía con el paso de los años y la tierra florecía hacia el sur, de una forma que no se había visto desde la época de los romanos.

14. Intento de asalto por sorpresa a las murallas. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

                Intento de asalto por sorpresa a las murallas. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

Éste era el mundo de los calatravos, la vida y la obra de aquellos que forjaron celosamente en su antigua fortaleza árabe de Qal’at Rabah el secreto de la dignidad, el heroísmo y el servicio al prójimo que los hizo célebres. Los muros solitarios y carentes de vida que hoy se elevan frente a Salvatierra volverán a animarse este fin de semana con una memorable conmemoración histórica, el VIII centenario de su construcción, pero ¿qué ocurrirá después? ¿Seremos capaces, en los tiempos que corren, de volver a tomar con paso firme la estela que nos dejaron marcada? De todo se aprende, de lo bueno y de lo malo, mientras alguien sea capaz de recordar.

15. Un descanso durante la recreación histórica. Autor, Jose María Moreno García

                               Un descanso durante la recreación histórica. Autor: Jose María Moreno García

16. La entrada de los caballeros en la fortaleza. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

                La entrada de los caballeros en la fortaleza. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

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Calatrava la Nueva y los calatravos. La vida cotidiana de los monjes-soldado (2ª Parte)

Calatrava la Nueva y los calatravos. La vida cotidiana de los monjes-soldado (2ª Parte)

Ningún relato resulta más indicado para ilustrar la vida militar de los monjes calatravos que el de su propio origen, en los años que precedieron a las Navas de Tolosa y a la construcción de la fortaleza de Calatrava la Nueva. Aprovechando la ausencia del califa almohade, que se hallaba en África sofocando una rebelión, el rey Alfonso VIII envió una expedición en septiembre de 1194 para saquear la campiña andaluza. Formaron parte destacada del ejército los caballeros de Calatrava, a los que correspondió como parte en el botín 300 cautivos y muchos ganados y bienes. La respuesta musulmana no se hizo esperar, y el 1 de junio del siguiente año el califa pasaba el estrecho acompañado de un inmenso ejército de soldados almohades, árabes, zenetes, gomaras, negros sudaneses y hasta arqueros turcos. Todo hacía presagiar lo peor y el día 19 de julio se cumplió el peor pronóstico: la batalla de Alarcos, al sur de Ciudad Real, supuso una auténtica masacre para el lado cristiano. El campamento cayó íntegramente en poder de los almohades, y el propio rey Alfonso VIII solo pudo salvar la vida tras una ignominiosa y rápida huida hasta Toledo, junto al propio propio maestre de Calatrava y otros contados supervivientes de alto rango.

2. Miniatura medieval representando una batalla en plena Cruzada. de la Histoire d'Outremer, por William de Tiro

      Miniatura medieval representando una batalla en plena Cruzada. De la Histoire d’Outremer, por William de Tiro

3. Espectacular entrada al castillo. Autor, Bambo

                                                        Espectacular entrada al castillo. Autor: Bambo

Tanto la Orden de Calatrava como la de Santiago estuvieron presentes junto a sus tropas en la refriega, pero fueron los primeros quienes más sufrieron las consecuencias de la derrota. Además de numerosas bajas entre muertos y cautivos perdieron la fortaleza de Calatrava la Vieja, la sede principal de la Orden (hoy todavía visible en el término de Carrión de Calatrava), y con ella las extensas posesiones que constituían su dominio desde Sierra Morena hasta los Montes de Toledo. Casi todos los defensores de Calatrava fueron pasados a cuchillo mientras los supervivientes se refugiaban en Ciruelos, unos 10 km al sur de Aranjuez, y sus superiores se esforzaban por cubrir el vacío de hombres y bienes tras el desastre convocando una llamada general de la Orden, a la que por suerte acudieron numerosos voluntarios. Parecía que los calatravos podrían contarlo. Pero lo más urgente a partir de entonces sería encontrar una sede nueva, una sede ubicada donde fuese más necesaria su presencia y desde donde se pudiese controlar más activamente los movimientos del infiel.

4. El choque de los dos ejércitos. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

                           El choque de los dos ejércitos. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

Este fue el inicio de la avanzada que terminó con los monjes en la entrada del desfiladero del río Jándula, 55 km al sur de su antigua capital y donde hoy se sitúa su fortaleza más espectacular. Con este fin, en plena tregua firmada con los almohades, los monjes-soldado de Calatrava enarbolaron las armas y partieron con un contingente de 400 caballeros y 700 peones, adentrándose profundamente en territorio enemigo para dar un auténtico golpe de mano a los musulmanes de Sierra Morena: el asedio y la toma de Salvatierra. La aventura tuvo éxito y allí se instalaron finalmente, convirtiendo esta fortaleza aislada dentro de territorio islámico en casa madre de la Orden y permaneciendo allí durante todo el periodo que durarían las treguas. Hoy sus ruinas son todavía visibles desde la fortificación de Calatrava la Nueva, y en honor a su nombre los calatravos cambiaron el suyo para denominarse a partir de entonces caballeros de la Orden de Salvatierra, término que estuvo vigente al menos en la documentación de esos años.

5. Castillo de la Orden de Calatrava en Alcañiz, hoy parador de Turismo. Autor, Druidabruxux

                     Castillo de la Orden de Calatrava en Alcañiz, hoy parador de Turismo. Autor: Druidabruxux

6. Caballeros e infieles en la Primera Cruzada. Obra de J.J. Dassy, 1850

                                      Caballeros e infieles en la Primera Cruzada. Obra de J.J. Dassy, 1850

Acabada la tregua en 1210, en mayo del año siguiente pasaba el estrecho de Gibraltar un nuevo ejército islámico, que avanzaba hasta concentrarse en Sevilla. Y de aquí partía el 15 de junio hacia Salvatierra, guarnecida aún tenazmente por los caballeros de Calatrava. Éstos, muy inferiores en número, esperaron allí a pie firme la llegada del descomunal ejército. Primero resistieron en la explanada frente al castillo, y luego se hicieron fuertes en la misma villa hasta que, inútiles todos sus esfuerzos, no tuvieron más remedio que encerrarse en la fortaleza y prepararse para un largo asedio. Los almohades atacaron las murallas infructuosamente durante 51 días, efectuando frecuentes acometidas y batiendo los gruesos muros con catapultas y demás máquinas de guerra, mientras los sitiados solicitaban un socorro a Alfonso VIII que el rey no estuvo en condiciones de prestarles. Solo tras autorización real los de Calatrava accedieron a capitular, firmando un acuerdo con el califa almohade que les autorizaba a salir y partir con su vida a salvo y llevando consigo cuantos bienes pudiesen transportar. Todo terminó nuevamente para los calatravos, pero lo que no sabían es que la resistencia de Salvatierra (hoy en el término municipal de Calzada de Calatrava) había permitido a los castellanos ganar un tiempo precioso y ultimar sus preparativos para la gran batalla que tendría lugar el año siguiente, sin duda una de las grandes victorias cristianas en los ocho siglos de Reconquista hispánica: las Navas de Tolosa.

7. Restos de la fortaleza de Salvatierra, frente a Calatrava la Nueva. Autor, Zubitarra

                            Restos de la fortaleza de Salvatierra, frente a Calatrava la Nueva. Autor: Zubitarra

Aunque se conoció también en su tiempo como batalla de Baeza, hoy se sabe que el choque de las Navas de Tolosa se libró en lo que hoy es término jienense de Santa Elena, el 16 de julio de 1212. El ejército cristiano se componía de una alianza de huestes de Castilla, de Aragón y de Navarra bajo el mando absoluto del mismo Alfonso que había caído en Alarcos, además de cruzados extranjeros y las milicias de cuatro órdenes militares: el Temple con su maestre Gómez Ramírez; San Juan con su prior Gutierre Hermenegildo; Calatrava y su maestre Rodrigo Díaz de Yanguas, y finalmente Santiago con el maestre Pedro Arias. Estos personajes no eran solo figurantes, y además de su valor en ataque hacían las veces de asesores tácticos del rey en cada batalla. Por su parte los caballeros freires constituían el núcleo más fuerte del ejército, ya que se destacaban tanto por la completa protección de sus jinetes y caballos como por el adiestramiento de ambos; la táctica en aquella época consistía en lanzar una única y decisiva carga, aunque ya por entonces existía una cierta tendencia a utilizar equipamiento más ligero y caballos árabes, más pequeños y ágiles que el europeo. Debido a ello se utilizaba normalmente a los freires como caballería pesada y punta de ataque para romper las filas contrarias, y así fue también en esta ocasión, formando el centro de la hueste durante aquella jornada bajo el mando del conde don Gonzalo Núñez de Lara.

8. Carga de la caballería pesada medieval. Obra de Paolo Ucello (1397-1475)

                                 Carga de la caballería pesada medieval. Obra de Paolo Ucello (1397-1475)

9. Caballero del siglo XV durante una carga. Recreación histórica. Autor, David Ball

                             Caballero del siglo XV durante una carga. Recreación histórica. Autor: David Ball

Las armas y armaduras que utilizaban eran similares a las usadas en toda Europa: espadas, lanzas, cascos de acero y escudo. El hábito de los caballeros calatravos era una túnica de color blanco con capucha, inicialmente sin cruz y siempre más corta que la de los clérigos para facilitar la cabalgada. Por encima utilizaban un largo manto carente de mangas casi idéntico al de los templarios, aunque sin cruz, como la túnica, y a veces una capa forrada de piel. La armadura era siempre negra. Pero las tropas movilizadas por las órdenes militares no se basaban solo en caballeros freires; en ellas se integraban también exploradores y servicios de espías, normalmente siervos residentes en la zona, y cuyos conocimientos del terreno aportaban al ejército noticias valiosísimas acerca de las fortalezas o los movimientos del enemigo. A ellos se sumaban los sargentos, que actuaban como escuderos o sirvientes de los caballeros, y también los vasallos laicos de la Orden en las diferentes encomiendas. Éstos últimos venían acompañados por sus respectivas mesnadas a pie compuestas tanto de mercenarios profesionales como de labriegos incultos, y armados por lo general con lanzas, arcos, hondas y hachas.

10. El asalto a las murallas de la fortaleza. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

                    El asalto a las murallas de la fortaleza. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

La batalla fue dura. Los templarios perdieron a su maestre, y el de Santiago, don Pedro Arias, quedó tan malherido que murió a los cinco meses como consecuencia de sus heridas. Por su parte los freires de Calatrava fueron diezmados y su maestre Rodrigo Díaz perdió un brazo, lo que le hizo dimitir de su cargo al verse imposibilitado para luchar en el futuro junto a sus hombres. Pero a pesar de estos reveses el ejército musulmán fue detenido, derrotado y puesto en fuga. Y con la desaparición de la amenaza almohade las tierras que se habían perdido con el revés de Alarcos volvieron a recuperarse, y los calatravos fijaron los ojos en un castillo frente a Salvatierra, en la cima de un cerro cónico y admirablemente situado para resistir cualquier ataque. El castillo tenía por nombre Dueñas, y junto a sus tierras fue donado algunos años antes a la Orden por la familia de Don Rodrigo Gutierrez Girón. En 1201 el rey confirmaba a los calatravos la propiedad íntegra, de modo que tras la exitosa campaña de Las Navas comenzaron los preparativos para la ampliación y mejora de sus fortificaciones, verdadero nido de águila que aún hoy impone al visitante por el grosor de sus muros y su inaccesibilidad.

11. Patio interior de la fortaleza de Calatrava la Nueva. Autor, Valdoria

                                          Patio interior de la fortaleza de Calatrava la Nueva. Autor: Valdoria

12. Recreación de un caballero de Calatrava. Autor, Kalatravo

                                              Recreación de un caballero de Calatrava. Autor: Kalatravo

Las obras llegaron a término en poco más de cuatro años (1213-1217) gracias al uso de infinidad de cautivos del malparado ejército almohade. Y aunque la vecina Salvatierra siguió en poder musulmán hasta 1226, una vez levantada la fortaleza los de Calatrava la convirtieron en la nueva y flamante sede de la Orden. Se la llamó Calatrava la Nueva, todo un símbolo y un logro al tesón demostrado durante casi veinte años desde la pérdida de su antigua capital junto al Guadiana. Y logro además por doble partida: pues la presencia de los calatravos se demostraría no solo eficaz para la repoblación de las tierras recién reconquistadas, sino también de gran valor estratégico en la tarea de controlar los pasos de Sierra Morena y el importante camino que unía Toledo y Andalucía, todavía en poder musulmán.

Continuará…

13. La Batalla de las Navas de Tolosa. Pintura al óleo de Francisco de Paula Van Halen, (1814-1887)

                La Batalla de las Navas de Tolosa. Pintura al óleo de Francisco de Paula Van Halen, (1814-1887)

14. Recreación histórica de los caballeros calatravos en plena batalla. Autor, Jose María Moreno García

             Recreación histórica de los caballeros calatravos en plena batalla. Autor: Jose María Moreno García

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Calatrava la Nueva y los calatravos. La vida cotidiana de los monjes-soldado (1ª Parte)

Calatrava la Nueva y los calatravos. La vida cotidiana de los monjes-soldado (1ª Parte)

Qal’at Rabah, la fortaleza de Rabah. En un principio se llamó así a la Vieja Calatrava, el castillo árabe levantado en el siglo VIII a orillas del Guadiana para controlar la importante y estratégica ruta que iba de Toledo a Córdoba. Pero después, con la Reconquista, los cristianos castellanizaron el término y le dieron su forma actual. Y su nombre pasó a denominar también a la Orden militar que el abad cisterciense de Fitero, Don Raimundo, estableció en aquel enclave casi despoblado y próximo a la frontera, así como a la nueva fortaleza de los catatravos más al sur, el castillo de Dueñas, que desde entonces fue conocido a uno y otro lado como Calatrava la Nueva. Este año se cumple el VIII centenario de la construcción de esta maravilla militar a partir del antiguo castillo, y en conmemoración de aquel hecho podremos disfrutar los próximos 20-22 de septiembre de la I Recreación Histórica en el Sacro convento y castillo de Calatrava la Nueva, hoy término municipal ciudadrealeño de Aldea del Rey. Será la ocasión ideal para encontrarnos con escenas sacadas de la vida cotidiana de aquella época: las encomiendas, la severa Regla de la Orden, los ejercicios espirituales, las aceifas musulmanas y los contraataques cristianos… Pero, ¿cómo era el día a día de estos monjes-soldado dentro de su famosa fortaleza, y cuál fue su significado e importancia real en los convulsos años de la Cruzada peninsular contra Al-Ándalus?

2. Vista sur del castillo de Calatrava la Nueva. Autor, Spacelives

                                             Vista sur del castillo de Calatrava la Nueva. Autor: Spacelives

3. La lucha contra el infiel. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

                                La lucha contra el infiel. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

Don Raimundo siempre fue el abad de estos frates un tanto especiales, que habían tomado el hábito cisterciense pero para prestar en Calatrava el servicio de las armas. No todos los monjes estuvieron de acuerdo con esta decisión, y tras la muerte de don Raimundo cada grupo nombró a su propio jefe y se separaron tomando desde entonces rumbos distintos: los freires caballeros se quedaron solos en el castillo de Calatrava la Vieja con su recién nombrado maestre don García, mientras los clérigos cistercienses puros abandonaron el lugar. Acababa de nacer la Orden de Calatrava, o de los calatravos, la primera de estas características íntegramente hispana.

4. Recreación de un caballero de la Orden de Calatrava. Autor, Contando Estrelas

                              Recreación de un caballero de la Orden de Calatrava. Autor: Contando Estrelas

En apenas medio siglo, y sobre todo con la ocupación y construcción de la fortaleza de Calatrava la Nueva en 1213-17, la Orden de Calatrava había adquirido un prestigio notable y en ciertos aspectos similar a la decana del Temple. Pero la observancia de la Regla y la base de su código de valores continuaron siendo los mismos del primer año. En realidad, todas las Órdenes militares surgidas por aquella época tenían una organización muy semejante. Según la Regla formaban parte de la Orden 3 clases de freires: caballeros; sargentos o sirvientes; y finalmente clérigos, los encargados de celebrar la misa y administrar los sacramentos a los miembros de su organización. Los freires clérigos de Calatrava, igual que ocurría con los de Santiago o los hospitalarios de San Juan, vivían en el interior de conventos específicos bajo la dirección de un prior. Este fue el caso de Calatrava la Nueva durante las etapas iniciales, y de la casa de Almagro con la ampliación y afianzamiento posterior.

5. Calatrava la Vieja, primera sede de la Orden, junto al Guadiana. Autor, Van

                                   Calatrava la Vieja, primera sede de la Orden, junto al Guadiana. Autor: Van

6. Arenga a los caballeros antes de la batalla. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

                Arenga a los caballeros antes de la batalla. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

Pero sin ninguna duda eran los caballeros los freires de mayor prestigio, dado el fin militar de estas organizaciones y su posición preponderante en la caballería de los ejércitos cristianos. Durante el combate se encontraban siempre asistidos por escuderos a pie y de origen no noble, los cuales derivaron más tarde en los freires sargentos o sirvientes (aunque a menudo eran simples seglares pagados y que nunca profesaron los votos). Los sirvientes desempeñaban dentro del convento oficios diversos además de escuderos: podían ser albañiles, artesanos, pastores, agricultores y, en realidad, cualquier profesional al que fuese necesario acudir dentro de la fortaleza.

7. Interior de la iglesia del castillo. Autor, Spacelives

                                                      Interior de la iglesia del castillo. Autor: Spacelives

8. Murallas y entrada al castillo. Autor, Carlos de Vega

                                                   Murallas y entrada al castillo. Autor: Carlos de Vega

El órgano supremo de gobierno de los calatravos era el Capítulo general, de celebración anual y al que acudían regularmente todas las dignidades de la Orden. El Capítulo general podía ocuparse de cualquier asunto, pero en la práctica trataba sobre todo aspectos de disciplina, obediencia, vestido, alimentación o viajes de los miembros constituyentes. Asimismo dirigieron la repoblación de los inmensos territorios vacíos al sur del Guadiana y que fueron poseyendo y administrando conforme avanzaba la Reconquista. De hecho, una parte de ellos sigue ostentando su antigua denominación y hoy se conoce conjuntamente como Campo de Calatrava.

9. Caballeros y su maquinaria de guerra. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

                    Caballeros y su maquinaria de guerra. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

Las principales dignidades de los calatravos, y en general de cualquier otra Orden hispánica, fueron los maestres y comendadores mayores, los claveros y los priores. El maestre era el superior general, elegido por todos los miembros de la Orden y confirmado por el abad cisterciense de la abadía madre, es decir, Morimond, hoy ubicada en el departamento francés del Alto Marne. Jurídicamente el maestre tenía una autoridad absoluta dentro de los límites y fines de la Regla. Todos los miembros de la Orden estaban obligados a acatar sus mandatos, y las desobediencias estaban gravemente castigadas con ayunos y disciplinas de muy diverso tipo. Asimismo, entre sus tareas estaba el elegir a los comendadores de cada una de las casas, y asignar a los freires y clérigos sus destinos conventuales definitivos. En la guerra era también el capitán general al mando de las huestes de su Orden. Durante los años iniciales el maestre de los calatravos tuvo su sede en Calatrava la Nueva, pero muy pronto, ya en el reinado de Alfonso X el Sabio (1252-1284), habían hecho de Almagro la capital de sus dominios convirtiéndola en su residencia habitual. Allí se construyó el palacio Maestral de los de Calatrava, mientras que la iglesia parroquial de San Bartolomé, enfrente de palacio, pasaba a ser parroquia de los maestres.

10. Vistas desde Calatrava la Nueva. Enfrente, el castillo de Salvatierra. Autor, Mayoral

                            Vistas desde Calatrava la Nueva. Enfrente, el castillo de Salvatierra. Autor: Mayoral

11. En lo más cruento de la lucha. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

                           En lo más cruento de la lucha. De la obra Las Cruzadas. Gustavo Doré (1832-1883)

El comendador mayor, en cambio, ocupaba el lugar del maestre en ausencia de éste. La Orden de Calatrava tenía tan solo dos comendadores mayores: uno en la Corona de Castilla y otro en Aragón, en Alcañiz. El primero dirigía toda la organización militar de los de su Orden, mientras que el de Aragón limitaba sus competencias solo a este Reino. La función principal de los comendadores era la del gobierno de las casas y fortalezas bajo su jurisdicción, además de la visita a sus distintas encomiendas, sin duda el principal sostén de ésta y otras órdenes militares. Las encomiendas eran de hecho verdaderos centros administrativos y económicos para el cobro de las rentas que sostenían la vida en conventos y fortalezas, así como las acciones militares que el comendador quisiese emprender en la guerra declarada contra el dominio musulmán.

12. Caballeros calatravos en orden de defensa. Autor, Jose María Moreno García

                                Caballeros calatravos en orden de defensa. Autor: Jose María Moreno García

13. Caballeros calatravos en una recreación histórica. Autor, Jose María Moreno García

                          Caballeros calatravos en una recreación histórica. Autor: Jose María Moreno García

Los claveros tenían como misión la custodia de las llaves y mantenimiento del principal castillo y casa de la Orden, y al igual que los comendadores y los maestres eran siempre caballeros. En los calatravos la clavería quedó adscrita al comendador de la fortaleza de Calatrava la Nueva. Finalmente, los priores eran religiosos (no caballeros) que gobernaban el convento principal y que en Calatrava estuvo situado en Almagro. El prior siempre fue el superior de los clérigos y a él correspondía recibir la admisión de candidatos al hábito y a la profesión, además de dirigirlos en los diferentes conventos donde residiesen. Función del prior era asimismo proveer de párrocos a las parroquias donde los calatravos ejercían jurisdicción, y que al igual que las tierras, molinos, puentes, casas y ciudades, suponían también una fuente considerable de ingresos y un centro de espiritualidad en aquellas tierras de frontera secularmente castigadas por la guerra.

Continuará …

14. Damas y caballeros calatravos, para la foto. Autor, Jose María Moreno García

                                Damas y caballeros calatravos, para la foto. Autor: Jose María Moreno García

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Entre silos y molinos de viento. Por tierras toledanas del Campo de San Juan (1ª Parte)

Entre silos y molinos de viento. Por tierras toledanas del Campo de San Juan (1ª Parte)

En el reseco y ligeramente ondulado altiplano de La Mancha, el viajero echa a caminar recien despuntado el día. Lo sabe por experiencia: durante el mes de agosto y en mitad de un mundo dorado de rastrojos extendidos hasta el horizonte, el sol del mediodía es como un horno llameante que chupa la humedad de hombres y bestias, y a veces no deja ni respirar. Afortunadamente, con el fresco de la madrugada la luz se difumina y con ella todos los detalles del paisaje, a veces vacío, a veces pleno de detalles sugerentes, del Campo de San Juan. Comarca histórica donde las haya, motivo de pleitos y de disputas entre poderosas Órdenes religiosas desde el lejano Medievo. El motivo era evidente: Con el reparto de las tierras recientemente conquistadas a los musulmanes tras la batalla de las Navas, en 1212, las Órdenes de Calatrava, los Hospitalarios de San Juan y la de Santiago se aprestaron a arrimarse al rey para recibir las donaciones acordadas, lo que significaba el traspaso de inmensos territorios a manos de un puñado de poderosos.

2. Caballeros de la Orden de San Juan defendiendo San Juan de Acre, en 1291. Obra de Dominique Papety. Hacia 1840

Caballeros de la Orden de San Juan defendiendo San Juan de Acre, en 1291. Obra de Dominique Papety. Hacia 1840

3. La Mancha de Toledo en blanco y negro. Autor, Julián Lozano

                                           La Mancha de Toledo en blanco y negro. Autor: Julián Lozano

Y así, mientras los caballeros calatravos se reservaban las tierras más occidentales de Ciudad Real, los maestres de Santiago y San Juan hacían de La Mancha su feudo particular y participaban del botín como buenos perros de presa: el primero tomaba bajo su protección toda la Mancha Alta y el Campo de Montiel; el de los Hospitalarios el llamado Campo de San Juan, con sede en Consuegra, que hoy se extiende casi sin solución de continuidad entre las provincias de Ciudad Real y Toledo. Curiosamente las tierras por las que ahora transita nuestro viajero imaginario siguieron perteneciendo a los monjes-soldado de San Juan hasta 1802, cuando la Orden pasó definitivamente a control real… Qué distinto era todo hace apenas unas pocas generaciones.

4. Torre de la iglesia de Villacañas

                                                 Torre de la iglesia Ntra. Sra. de la Asunción, Villacañas

Solo un día antes el viajero se encontraba en la famosa Villa de don Fadrique (por cierto, perteneciente antaño a la Orden vecina y rival de Santiago), donde en julio de 1932 se produjo durante la época de siega una revuelta campesina que acabó con diversos incendios y tiroteos con la Guardia Civil, de los que resultaron muertos un miembro de la Benemérita y varios campesinos. Tiempo habrá para visitar este precioso pueblo con más felices recuerdos, pero los pasos le llevan ahora hacia Villacañas, adonde quiere llegar antes que el calor apriete y haga difícil el recorrido. Villacañas se encuentra en plena llanura manchega y en una zona donde solo destacan contra el horizonte las pequeñas colinas de la sierra del Coscojo. Se trata de un pueblo de mediano tamaño pero no carente de belleza y personalidad, pues el lugar es visitado hoy por sus curiosas viviendas llamadas silos, antaño pertenecientes a las gentes más pobres y humildes de la localidad. Sin duda, aquellos “años del hambre” de la posguerra fueron la edad de oro de estas construcciones, que en 1950 alcanzaron la friolera de 1700 dentro del casco urbano y que hoy se han convertido en punto de referencia obligado para entender la idiosincrasia de esta tierra (los silos son también comunes en otras localidades, como la cercana Madridejos).

5. Exterior de un silo-vivienda. Autor, Jose María Moreno García

                                            Exterior de un silo-vivienda. Autor: Jose María Moreno García

6. Vida cotidiana en el interior de un silo. Autor, Jose María Moreno García

                                    Vida cotidiana en el interior de un silo. Autor: Jose María Moreno García

Los villacañeros han convertido una de ellas en museo municipal, donde puede descubrirse no solo el aspecto general de estas viviendas, sencillas y sin pretensiones, sino también la curiosa manera que tenían los locales para construirlas: excavando un solar de apenas 500 m², el propietario iba perfilando las habitaciones necesarias para la vida de su familia (comedor, cocina, dormitorios) y de sus animales (gallinero, cuadras y pajar). La vivienda quedaba bajo tierra y se accedía a ella por medio de una rampa y un zaguán, al tiempo que las dependencias disponían de unas ventanas verticales o lumbreras como único contacto con el exterior. En contra de lo que pudiera pensarse, estas viviendas estaban perfectamente adaptadas al entorno extremo que las rodeaba, y mientras que en invierno disponían de una espaciosa chimenea para paliar los fríos y las heladas, en verano el revestimiento de cal y su naturaleza subterránea permitían un ambiente fresco y agradable, ideal como refugio a las largas y abrasadoras jornadas del estío.

7. Plaza Mayor de Tembleque. Autor, Vulcano

                                                           Plaza Mayor de Tembleque. Autor: Vulcano

Pero el tiempo apremia y los pasos del viajero ya se encaminan hacia Tembleque, a apenas 16 km de Villacañas. Tembleque fue la cuna de Fray Francisco Sánchez Grande, el que fuera confesor de nuestro rey Felipe IV durante los ya lejanos tiempos del Siglo de Oro. Entrar en esta villa tranquila y silenciosa es encaminarse imperiosamente a su plaza Mayor, una de las más hermosas de Castilla La Mancha. Al igual que otras en la región sigue los trazados artísticos establecidos durante el XVII para este tipo de espacios urbanos: planta cuadrada y muy amplia; pórticos de columnas de granito; y finalmente corredores en la primera planta, donde se acomodaban las familias pudientes para contemplar los espectáculos taurinos que solían organizarse en Tembleque durante las fiestas y otras fechas señaladas. En Madridejos, sin embargo, unos 26 km más al sur, lo que sorprende al viajero no es la arquitectura de la plaza o sus casonas señoriales (como la antigua Casa Grande, hoy convertida en Casa de la Cultura), sino las innumerables capas de cal que rebozan todavía las paredes en las casas y corrales más antiguos. El proceso de encalar los muros de tapial se denominaba enjalbegado, y su función respondía no solo a la necesidad de proteger a sus moradores contra un clima extremo, sino también a una cuestión sanitaria: la cal es un material desinfectante y por tanto preservaba admirablemente de contagios y enfermedades diversas.

8. Detalles del enjalbegado de las paredes. Autor, José Flores Sánchez

                                    Detalles del enjalbegado de las paredes. Autor: José Flores Sánchez

El producto base se conseguía mediante los llamados hornos de cal, donde se introducía la piedra caliza para hornearla y convertirla en cal viva. Después los terrones calcinados eran vendidos en éste y otros pueblos de La Mancha al grito de: “¡Se vende cal! ¡Cal para encalar, señora!”. El viajero se sienta en un poyete para tomar un escueto almuerzo. En silencio observa como de unas “portás” aledañas sale una mujer armada de cubo y brocha, y empieza a arreglar con rápidos pases unos desconchones de feo aspecto en el dintel. “Disculpe. Yo pensaba que lo de encalar paredes ya había pasado a mejor vida…” le comenta en un descanso de la faena “¡Quía! Eso será en su pueblo. Mi suegra “tié toavía” unos barreños en la bodega con cal muerta y la usamos “ca instante” en apaños como éste”. La señora comienza de nuevo con la brocha, se para y observa crítica el resultado “Mi marido le pone cal «a to», ¿sabe «usté»? A las “paeres” de la cuadra “pa” los bichos, y en el huerto a los almendros, “pa que no pillen ná”, ¿entiende?”. “Entiendo, entiendo” le contesta con una sonrisa el viajero, que se levanta para continuar camino hacia el famoso molino de viento de Madridejos.

9. La Mancha interminable, el reto del viajero. Autor, Julian Lozano

                                          La Mancha interminable, el reto del viajero. Autor: Julian Lozano

Tiempo después tuvo ocasión de averiguar qué era eso de cal viva y cal muerta. Los terrones de cal viva debían convertirse en lechadas de cal (cal muerta o apagada), y para ello se introducían en barreños de metal llenos de agua a fin de dejarlos reposar un tiempo variable. El proceso por el que la cal viva, u óxido de calcio, pasaba a ser cal muerta, o hidróxido de calcio, despedía tal cantidad de calor que el agua del barreño hervía a borbotones. Sin duda era realmente peligrosa su manipulación (cuántos niños y mozos han sufrido quemaduras por esta causa). Cuando llegaba el momento de encalar las paredes, al menos una vez al año, el blanqueador llegaba a la casa con sus grandes escaleras, sus escobas de fibras apretadas y aquellos largos palos con un cazo atado al extremo, con el que lanzaba la lechada a las partes más altas del muro. Esos días las mujeres trabajaban sin parar repasando los bajos de la pared y arreglando con brocha las esquinas y otros puntos difíciles, hasta que el resultado deslumbraba a la vista por su blancura y buen hacer. Sin duda, tener la casa recién encalada era el orgullo de toda familia en el pueblo de Madridejos y en cualquier otro municipio de la vasta tierra manchega.

10. Detalle del molino del tío Genaro, en Madridejos. Autor, JMMG

                                            Detalle del molino del tío Genaro, en Madridejos. Autor: JMMG

El molino de viento de Madridejos (solo uno, aunque en 1949 había contabilizados hasta 3) es llamado en el lugar “El molino del Tío Genaro” y estuvo en funcionamiento hasta entrado el siglo XX. Alguien comenta en el patio contiguo, hoy escenario de exposiciones, obras de teatro y otras muestras culturales, que el edificio se construyó allá por los tiempos de Felipe III, cuando España estaba en mil berenjenales de guerras y disputas por medio mundo y se nos negaba hasta un mísero mendrugo de pan que llevarnos a la boca. Pero cae la tarde y el viajero debe continuar camino hasta la vecina Consuegra, la antigua sede de los de San Juan, pues desea ver antes de que anochezca sus archiconocidos 12 molinos de viento en el alto del cerro Calderico, dominando con su silueta quijotesca el casco urbano de esta tranquila villa toledana. Y allí están. Los vislumbra recortados en el cielo sonrosado del anochecer, un anochecer por lo demás digno de mediados de agosto: con el sempiterno sonido de los grillos endulzando el aire; las copas de los chopos recortadas por los últimos vencejos, volando cada vez más altos, y el olor a menta procedente de una balsa de agua cercana e invisible en la oscuridad. En una era próxima un burro atado a un poste en el suelo deja oír sus quejidos lastimeros. Parece que le llama incitándole a una fuga clandestina, pero no es tiempo de entretenerse. El viajero quiere llegar y subir rápido la cuesta para contemplar en silencio cada uno de los gigantes de su imaginación, y que conoce hasta por sus nombres de pila: Cardeño; Vista Alegre; El Caballero del Verde Gabán; Chispas, Alcancía y Clavileño; Bolero, Sancho, Mambrino y Mochilas; Espartero, y finalmente Rucio, que cuenta en su interior hasta con una exposición de vinos… No, no. No hay razón para entretenerse.

11. Un refugio en la llanura manchega. Autor, Julián Lozano

                                                  Un refugio en la llanura manchega. Autor: Julián Lozano

12. El cerro Calderico y sus molinos. Autor, Fjdrevorio

                                                      El cerro Calderico y sus molinos. Autor: Fjdrevorio

Pero antes de llegar a las primeras casas del pueblo de Consuegra el viajero es sorprendido por un sonido poco habitual. Llega haste él un metálico retumbar de clarines, como llamando a la batalla, y más cerca el tañido de un laúd hiende el aire calmo de la noche y hace revivir viejas añoranzas medievales. En su camino se cruza con gentes ataviadas con extraños ropajes: las mujeres con camisas de seda, túnicas sin manga y mantos forrados de piel, que sujetan al cuello por medio de una fíbula de plata; los hombres, igual que aquellos galantes caballeros medievales de “La Celestina”, llevan polainas largas, medias, camisolas y también capa; y por supuesto deambulan por la calle armados todos con espada larga al cinto, protegida con su vaina… Suenan más clarines y a la vuelta de una esquina el viajero se encuentra con una fragua portátil y dos puestos destartalados de herrador y de alfarero. Un cetrero da de comer a un gigantesco azor mientras su compañera exhibe el vuelo de un gerifalte ante la mirada asombrada de decenas de niños, que no pueden creer lo que están viendo… Él, tampoco. Y entonces, temiendo ya uno de esos extraños trasvases en el tiempo que solo ocurren en los programas televisivos, decide preguntar al viejo más a mano que encuentra. “¿Qué si está “usté” tarumba? ¡Quía! ¡Pero es que no «s’acuerda» de qué día es hoy?” responde jocoso el anciano “¿El día de hoy? Sí, claro. 15 de agosto. Pero que tiene que ver…” “¿Que qué «tié» que ver? Pues no es “usté” de por aquí, a lo que parece. Hoy se celebra la batalla de Consuegra, cuando el buen rey Alfonso le dio “candela” a los moros y les dijo de lo que se tenían que morir. ¡”Na menos”! La batalla de Consuegra y el día en que murió el hijo del Cid…”

Ahora comprende. Y aunque si mal no recuerda fueron los almorávides quienes nos dieron «candela» a nosotros, no estará de más hacer un alto en Consuegra y vivir por unos días la magia de una época cuajada de héroes, princesas, alcahuetas y leyendas sin fin. Los molinos pueden esperar, sin duda. Pero eso lo contaremos en otro momento…

13. Detalle de las fiestas de Consuegra medieval, edición de 2012. Autor, Jose María Moreno García

                Detalle de las fiestas de Consuegra medieval, edición de 2012. Autor: Jose María Moreno García

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Villanueva de los Infantes o las divertidas andanzas de Quevedo, el burlador real.

Villanueva de los Infantes o las divertidas andanzas de Quevedo, el burlador real.

En apenas dos semanas se cumple el 368º aniversario de la muerte de D. Francisco de Quevedo y Villegas. El que fuera miembro insigne de la Orden de Santiago y Señor de la Torre de Juan Abad pasó sus últimos días de enfermedad postrado en el lecho de una celda del Convento de Santo Domingo, en la ciudadrrealeña Villanueva de los Infantes, donde falleció y fue enterrado finalmente el 8 de septiembre de 1645. Hoy, tanto el convento como la celda del ilustre escritor son visitables por el turista aunque las dependencias del edificio monástico fueron transformadas hace tiempo en una Hostería Real. Sin duda el trasiego y la presencia de tanto devoto por sus huesos serían del agrado de don Francisco, aunque es casi seguro que, de poder coger una pluma, nada evitaría que nos regalase uno de sus sonetos cargados de ironía y buen hacer… De Quevedo, cualquiera puede decir sin temor a equivocarse aquello de: “Genio y figura hasta la sepultura”.

2. Pintura de Don Francisco de Quevedo y Villegas

Pintura de Don Francisco de Quevedo y Villegas

A Quevedo, truhan, pendenciero y bebedor, lo temían en su época más que al mismísimo diablo. Sus agudezas y salidas de tono han sobrevivido con frescura inusual a través de los siglos, tremendamente actuales además debido a su manía de no dejar títere con cabeza en cualquier estrato de la sociedad. Borrachos, prostitutas, escritores, nobles y hasta la mismísima familia real fueron objeto de sus bromas pesadas, lo que en más de una ocasión le llevaron a tener problemas y serios disgustos con las autoridades. Conocida es, por ejemplo, la antipatía que profesaba a su contemporáneo y rival Luis de Góngora, un sentimiento que sin duda alguna era mutuo. He aquí las lindezas que le dedicaba éste último refiriéndose a la desmedida afición por la bebida que compartía Quevedo con el también célebre Lope de Vega:

Hoy hacen amistad nueva
Más por Baco que por Febo
Don Francisco de Que-Bebo
Y don Felix Lope de Beba.

A lo que don Francisco, que no era manco por cierto, respondía con una oda dedicada a su monumental nariz:

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa (…)

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era (…).

3. Celda del antiguo convento de Santo Domingo, donde murió Quevedo

Celda del antiguo convento de Santo Domingo en Infantes, donde murió Quevedo

Para las prostitutas tenía en cambio sus cariños y consuelos, nacidos desde luego de la predilección que sentía hacia las clases más humildes:

No te quejes, ¡oh Nise!, de tu estado
aunque te llamen puta a boca llena,
que puta ha sido mucha gente buena
y millones de putas han reinado.

De Quevedo se dice que fue maestro entre maestros y que los principiantes acudían presurosos a su lado para compartir con él sus sonetos y pedirle opinión. Y es que tenía fama de sincero. Eso debió de pensar cierto aprendiz de poeta, que tras recitarle su última composición le solicitó la gracia de una crítica constructiva. El maestro le dijo: «El siguiente será mejor». «¿Cómo podéis saberlo, si aún no lo he leído?» inquirió el novato, a lo que Quevedo le soltó impertérrito: «Sencillamente, amigo mío, porque es imposible que sea peor que el que acabáis de leerme«.

4. Plaza Mayor y balaustradas de madera. Autor, Zubitarra

Plaza Mayor de Infantes y balaustradas de madera. Autor: Zubitarra

Tampoco la Iglesia salía muy bien parada de la pluma del escritor, y en uno de sus famosos chascarrillos se dice que puso en entredicho hasta el propio símbolo de la Cruz. En aquella España sucia y decadente del siglo XVII era costumbre que los orinales se vaciasen en plena calle desde los balcones, al grito de “agua va”, y también que la gente orinara en cualquier sitio de la ciudad, a resguardo o no de miradas ajenas. Los vecinos solían poner cruces o santos en sus puertas y esquinas para evitar estos regalitos desinteresados, y Quevedo, que tenía por costumbre orinar siempre en el mismo portal de la calle, se encontró una noche con que el propietario había colocado la figura de una cruz en su rincón preferido. Por supuesto don Francisco hizo caso omiso y siguió siendo fiel a su costumbre, de modo que el vecino agudizó su ingenio y fue a poner un cartel bajo la cruz que rezaba: “Donde se ponen cruces no se mea”. Quevedo, muy consciente de su orden de preferencias, escribió justo debajo: “Donde se mea no se ponen cruces”.

5. Pozo en el patio de la Alhóndiga. Autor, Zubitarra

Pozo en el patio de la Alhóndiga. Autor: Zubitarra

Sin lugar a dudas las anécdotas más famosas de Quevedo tienen que ver con su desmedida afición a chotearse de la familia real. Felipe IV y su consorte fueron objeto de algunas de las burlas más desternillantes que se recuerdan en aquella España abocada al desamparo y la penuria, lo cual era de agradecer. Juzguen si no el efecto que debió de tener el siguiente episodio entre los mentideros y bajos fondos del reino: se cuenta que el rey, harto de los continuos desplantes de su amigo escritor, expulsó del país a Quevedo y le prohibió volver a pisar tierra española, por lo que éste sacudió sus sandalias y tomó camino de Portugal. Mas al llegar allí cargó un carro de tierra, se sentó encima y ni corto ni perezoso volvió a España. Al pasar por palacio se puso de pie en el carro, y al verlo el rey se disgustó muchísimo: “¿Cómo tienes valor de volver a mi presencia después de haberte prohibido que pisaras tierra española”. Don Francisco respondió sin despeinarse: “Perdone Su Majestad, pero yo vengo pisando tierra portuguesa”.

6. Calle típica de Villanueva de los Infantes. Autor, Ángel Aroca

Calle típica de Villanueva de los Infantes. Autor: Ángel Aroca

Y es que Felipe IV no era precisamente santo de la devoción de nuestro hombre. El Imperio español se deshacía a ojos vista, se perdían guerras y países, y el oro, en vez de servir para paliar la escasez del pueblo, marchaba por los puertos del Mediterráneo con destino a las arcas de los banqueros genoveses. Felipe IV era llamado “el Rey Planeta” o “el Grande” en alusión a sus dominios repartidos por las cuatro esquinas del mundo, pero Quevedo supo estar a la altura que se esperaba de él, y con una sola frase resumió a sus contemporáneos la verdadera y patética realidad que se escondía tras el Austria… ¿Cómo lo hizo? Pues comparándolo con un agujero: “Su Majestad es más grande cuanta más tierra le quitan”.

7. Yacimiento de Jamila. Autor, Pahuer

Yacimiento de Jamila en Vva. de los Infantes.  Autor: Pahuer

De esta forma no es extraño que don Francisco aprovechase cualquier ocasión para hacer del monarca objeto de sus burlas más crueles. Como aquella que alude a la famosa ventosidad del escritor junto a las mismísimas narices de Felipe IV: Subiendo estaban Quevedo y el rey por unas escaleras de palacio cuando a don Francisco se le desató un zapato, y dándose cuenta enseguida se agachó para anudarse los cordones. Las tripas le andaban un tanto revueltas aquella tarde, y al doblar el espinazo en tamaña postura no pudo evitar que se le escapase un monumental pedo, el cual por efecto expansivo fue a parar a los morros de Felipe, situado justo debajo. El monarca, dándole unos golpecitos en el trasero, va y le dice: ”¡Hombre, Quevedo!”, a lo que éste, no sabemos si temiendo o no por su vida, contestó: “Hombre, ¿a qué puerta llamará el rey que no le abran?”

8. El rey de España Felipe IV. Diego Velázquez. Óleo sobre tela, 1632

El rey de España Felipe IV. Diego Velázquez. Óleo sobre tela, 1632

La España de aquella época debió de regodearse impunemente ante estas salidas de tono, y de seguro elevó a Quevedo a los altares de la religión justo por debajo de Santa Eduvigis, patrona de los afligidos y deudores. En otro de sus chascarrillos más felices, el rey Felipe IV le pidió un día a su amigo que le dedicase unos versos espontáneos, sabedor de la gran creatividad y arrojo de que hacía gala el poeta en sus círculos más íntimos. Quevedo salió del paso pidiéndole al monarca que le diese pie, refiriéndose con ello a que le diese un comienzo. Pero bien por la baja acústica de palacio o por la soberana estupidez del Cuarto Felipe, éste lo interpretó de otro modo y no tuvo otra que plantar su pie en las manos de don Francisco. No se descompuso por ello el poeta. Sin retirar la insigne zarpa, y en alusión directa a la inteligencia caballuna del rey, le dedicó de seguido los siguientes versos:

“Paréceme, gran señor,
que estando en esta postura,
yo parezco el herrador
y vos la cabalgadura.”

9. Detalle de la Plaza Mayor de noche. Autor, Zubitarra

Detalle nocturno de la Plaza Mayor de Infantes. Autor: Zubitarra

La reina tampoco fue ajena a las ocurrencias de Quevedo. Y es que Doña Mariana de Austria y segunda esposa de Felipe IV sufría de una cojera más que aparente, cosa de la que andaba sin duda muy susceptible. Nadie podía hacer ni la más mínima alusión o mofa a su discapacidad si no quería verse sometido a las iras del rey… Pero no ocurrió así con nuestro poeta, quien se apostó con sus amigos lo que no tenía a que era capaz de decirle a la reina en su misma cara que era coja, y bien coja. “Veréis como yo se lo voy a decir. No os quepa la menor duda” decía Quevedo a sus compañeros “¡Pero tú estás loco! ¿Cómo le vas a decir…? Si le dices que está coja, te cortarán en pedacitos y los echarán al Manzanares como pasto de los peces…”. Haciendo caso omiso de los consejos de sus amigos, Quevedo se llegó hasta el palacio real no sin antes tomar de los jardines una hermosa rosa y un clavel. Después se presentó ante la reina, dobló el espinazo a la moda de la época y con exquisita galantería le dijo a Doña Mariana: “Entre el clavel blanco y la rosa roja, Su Majestad es-coja”.

10. La reina Mariana de Austria. Diego Velázquez. Óleo sobre tela. 1655-57

La reina Mariana de Austria. Diego Velázquez. Óleo sobre tela. 1655-57

Para quitarse el sombrero es la siguiente hazaña recogida en el anecdotario popular, que de ser cierta supuso un nivel de desparpajo difícilmente igualable en las monarquías absolutas y todopoderosas de aquel periodo. Se dice que estando un día Quevedo en palacio sentado a la mesa real, en compañía de numerosos miembros de la nobleza, ocurrió que en mitad del banquete fue a volcar accidentalmente un plato lleno de viandas sobre su compañero de mesa. La víctima, viéndose sus ropas cubiertas de salsa, no pudo contenerse y propinó un sonoro bofetón en el rostro al poeta, el cual no tuvo más ocurrencia que girarse a su vez y darle un guantazo al comensal del otro lado. Éste no era otro que el rey (como ya habrán imaginado). Los rostros palidecieron y la sala entera cayó en un silencio sepulcral mientras todos miraban al monarca, tieso como un mástil y con uno de sus mofletes hinchado peligrosamente. Pero de forma increíble Quevedo salió al paso con su habitual ingenio, y tras sobreponerse de la sorpresa dijo: “¡Que siga la rueda!”

11. Pisto manchego con huevo. Autor, Bocadorada

Pisto manchego con huevo. Autor: Bocadorada

Después de este anecdotario sublime, no nos queda sino esperar que la figura de don Francisco no vuelva a caer en el olvido, y que todo el mundo tenga presente a este genial escritor en el próximo aniversario de su fallecimiento. Escritor que supo servirse de su pluma para aliviar las penas de sus contemporáneos, y que con infinita maestría la utilizó como un fino estilete endiabladamente bien esgrimido. Un estilete con el que rebanó las presunciones y la pompa apolillada y rancia de una monarquía que por aquellos años, estaba claro, tenía signos de sumir a España en la más absoluta de las miserias… En cierto modo, si hacemos honor a la verdad, todavía no hemos salido de ella.

12. Retrato de Francisco de Quevedo. Obra atribuida a John Vanderham

Retrato de Francisco de Quevedo. Obra atribuida a John Vanderham

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La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (3ª Parte)

La Mancha trashumante. Hacia las dehesas del sur (3ª Parte)

El Valle de Alcudia constituye uno de los enclaves de mayor riqueza botánica y faunística de la región, y que contrasta enormemente con el resto de paisajes de La Mancha. Este era el destino más importante de la ganadería trashumante, aquella que procedía no sólo de las provincias de Cuenca y Soria, sino también de las montañas de León, atravesando España a través de Cañadas Reales de gran renombre como la Segoviana y la Leonesa. Durante siglos el Valle de Alcudia fue uno de los más importantes invernaderos mesteños, configurando así un tipo de sociedad estrictamente agropecuaria en la que el aprovechamiento ganadero constituía la base de su actividad económica.

Rebaño en una dehesa del Valle de Alcudia. Autor, Oviso

                                                 Rebaño en una dehesa del Valle de Alcudia. Autor: Oviso

Pero los pastores aún no han llegado hasta allí. Aunque faltan pocos días para dar término de su viaje, que empezó muchas semanas atrás en los Montes Universales y la Sierra de Albarracín, deben seguir con su dura rutina diaria, y esta pasa por preparar el “rancho” que ha de alimentarlos a todos. A mediodía el grupo detiene la marcha a fin de hacer el almuerzo, que siempre es en frío y a base de la conocida carraca (chorizo, queso y carne curada) acompañada del pan que va comprando el rabadán en los pueblos de la ruta. Los pastores se colocan alrededor del rebaño hasta que las ovejas quedan tranquilas y se acuestan, operación denominada “el rodeo”. La operación siempre se realiza cerca de los pueblos o de las ventas para poder acercarse hasta allí y comprar vino, que se almacena por lo común en botas de dos litros. Cada pastor lleva la suya, ya que es imprescindible para las jornadas en las que no se encuentra agua para beber, o ésta es de mala calidad. En primavera el “rodeo” duraba a lo sumo un par de horas, mientras que en otoño, de regreso al hogar, se acortaba hasta la mitad. A veces no hay ocasión ni de sentarse y el almuerzo debe realizarse de pie, dando vueltas y más vueltas alrededor del ganado para evitar que las ovejas se dirijan a los sembrados próximos.

Una parada en el trabajo para el almuerzo

                                                          Una parada en el trabajo para el almuerzo

Tradicionalmente, en las cañadas ganaderas y en general en todos los caminos, existían ventas, posadas o paradores que se situaban en lugares estratégicos. Éstas servían de alojamiento y tienda para los viajeros y pastores que atravesaban esos lares, siendo frecuente que se adquiriese allí la comida y el vino necesarios para continuar la marcha. También servían de refugio cuando las condiciones climatológicas eran muy adversas, pues la mayoría de ellas solían disponer de corrales para el ganado.

Ganado lanar a su paso por Ávila. 1930. Autor, Avilas.es

                                                Ganado lanar a su paso por Ávila. 1930. Autor: Avilas.es

Por la noche se busca algo de leña y agua para hacer unas sopas en el caldero. Los ingredientes son sencillos: pan, un poco de sebo, aceite, pimiento y sal para entonar el estómago. Las cocina siempre el zagal, aunque siempre le ayuda alguno a encender y avivar el fuego, o bien a “migar” el pan para que adquiera la textura adecuada. Mientras tanto, el resto cuida de que el ganado realice el “remache” de las últimas hierbas del día. Cuando las sopas están listas, se sitúan todos alrededor del caldero con la rodilla derecha en tierra, la otra doblada hacia adelante y el brazo izquierdo apoyado sobre esta última. Y así, después de que el rabadán eche la bendición, se va cogiendo del contenido por turnos hasta que no queda ni una sola cucharada. La operación es rápida, silenciosa y de escasa sobremesa. Al final el zagal rebaña los restos puesto que es el encargado de fregar el caldero.

Rebaño en camino. Autor, Bubilla2002

                                                            Rebaño en camino. Autor: Bubilla2002

A veces, cuando los días son fríos y lluviosos, o cuando no hay leña a mano, no se pueden hacer las sopas y entonces no hay más remedio que cenar de frío. Son jornadas muy duras con un sinfín de calamidades y fatigas. Días enteros sin poder tomar asiento, sin comer caliente, o sin dormir por las inclemencias del tiempo, con las manos entumecidas que, al decir de algunos pastores, “no pueden ni partir el pan”. Hay que tener en cuenta que hasta muy recientemente, no existían ropas adecuadas para la lluvia (a excepción de los recios paraguas de doble ballesta), puesto que los capotes y las mantas que se usaban por entonces, en cuanto se mojaban pesaban mucho y era necesario ponerlos a secar con la consiguiente pérdida de tiempo.

Pastor de La Mancha en los años 50. Autor, Isidro Alcázar

                                                Pastor de La Mancha en los años 50. Autor: Isidro Alcázar

A veces, la humedad calaba en los costales de la ropa y esta llegaba mohosa al Valle de Alcudia. Otros días, incluso, los pastores se encuentran tan cansados que incluso no preparan cena alguna, montando rápidamente el campamento para echarse a descansar. A todas las penurias del viaje hay que unir la tristeza de la separación del hogar, que acentúa aún más la dureza de estas jornadas.

Rebaño de ovejas en un prado. Autor, Rufino Lasaosa.

                                                   Rebaño de ovejas en un prado. Autor: Rufino Lasaosa

Pero al fin llega el día, tras muchas semanas de camino, en que ganado y pastores avistan los pastos reverdecidos y las dehesas de Campo de Montiel, Campo de Calatrava y sobre todo del Valle de Alcudia. Su característica fundamental, por supuesto, es la existencia de un arbolado disperso de encinas y alcornoques entre los pastos, terrenos que en el pasado se encontraban en manos de las órdenes militares (Santiago, Alcántara, Calatrava), la Iglesia, la nobleza y los grandes terratenientes, conformando una estructura que se ha mantenido intacta hasta bien entrado el siglo XX.

Pastor y rebaño despues del esquile. Años 50. Autor, Crispín Alcázar.

                                       Pastor y rebaño después del esquile. Años 50. Autor: Crispín Alcázar

Las dehesas poseen un clima suave en invierno, aunque no exento de fríos, primaveras tempranas y fuertes calores en verano que dejan agostados los campos. Las lluvias son escasas y variables, concentrándose sobre todo en otoño y en primavera. Los suelos son asimismo pobres, bajos en nutrientes y abundantes en pizarras que afloran a escasa profundidad y los hace muy difíciles para el arado. Por ello, tradicionalmente, las merinas trashumantes ocupaban los pastos de estas tierras marginales que no podían ser dedicados a cultivo, aprovechando la hierba invernal hasta la llegada de los primeros calores de mayo. Entonces, dado el poco espesor del mantillo de tierra, las hierbas se secaban con rapidez, los rebaños recién trasquilados empezaban a inquietarse y se anunciaba al fin para los pastores el esperado regreso a los puertos: la vuelta a casa y al calor de los amigos, la familia y el hogar. Pero eso es sin duda otra historia.

Paisaje adehesado, el final de la trashumancia hacia el sur. Autor, Miradas de Andalucía

                        Paisaje adehesado, el final de la trashumancia hacia el sur. Autor: Miradas de Andalucía

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Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (2ª Parte)

Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (2ª Parte)

«Fue entonces cuando Mahmud, el hijo del campesino afortunado, regresó de una larga campaña por tierras del norte donde había ido junto a los suyos para hostigar a las huestes del rey cristiano de Oviedo, y al pasar por allí tuvo noticias de la muerte de su padre. En sabiendo ésto un gran pesar ocupó su espíritu, y el comandante de sus tropas quiso que marchase hasta su casa para ocuparse de la herencia, pues daba por bien merecida su libertad. Así pues Mahmud enjaezó el caballo, y tomando sus escasas pertenencias salió una mañana del campamento para arribar tres días después a la casa de su familia, de donde había faltado por espacio de siete largos años. Al llegar abrazó a su madre e hízose cargo de las tierras y del molino, que entretanto había hecho construir su padre a orillas del Guadiana. Y una vez hecho ésto lloró largamente la pérdida de su progenitor por las buenas obras que había acometido en vida, semejantes en número a las hojas del árbol centenario que, junto la entrada del pueblo, regala su sombra a todo aquel necesitado de descanso y compasión.

Río Guadiana en su curso alto. Autor, Roberto

                                                        Río Guadiana en su curso alto. Autor: Roberto

Pero la rueda no deja de girar, como suele decirse. Toma su medida de agua y la vierte bajo la moliz para dar pan, y al cabo quiso la fortuna que su ánimo se serenase con la vista del grano henchido y el canto alegre de los esclavos sobre la tierra fecunda y hermosa. Y así ocurrió que, estando una noche de estío junto a la orilla del río, la luna salió de detrás de la floresta e iluminó con rayos de plata aquel rincón de “La Encantada”, que tanta congoja había supuesto para los habitantes de la región. “Ahí se esconde el misterio del cual habló mi padre y sobre el que ningún ser, humano o divino, ha puesto todavía su mirada. ¿Quién se atreverá a descorrer el velo del viejo ulema?”. Esto pensaba Mahmud mientras observaba la tersa superficie de las aguas, cuando oyó o creyó oír un sonido triste que salía de la fronda de higueras. Era una voz de mujer, ahora estaba seguro, cantando un romance melancólico muy conocido en tierras de Oriente:

“En mi jardín, de primavera, vuelan los ibis,
Rosas inclinan sus cabezas escarlata.
Oh, Nilo, río de maravillas…”

Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autor, M. Peinado

                                          Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autor: M. Peinado

Mahmud quedó hechizado por aquella voz, y cogiendo una de las barcas que utilizaban para cargar la harina hasta el pueblo, púsose a remar al encuentro de aquel sonido. No pasó mucho tiempo antes de que entrase en el charco de luz de “La Encantada” junto a la orilla opuesta y allí, sentada sobre una roca y rodeada de juncos y de matas de arrayán, el muchacho vislumbró a una bella mujer de largos cabellos ensortijados, que ignorante de que la observaban peinaba sus bucles negros con un peine de oro. Al punto Mahmud quedó prendado de ella, y con el fin de oír mejor la melodía que brotaba de sus labios se acercó con su barca hasta quedar a escasos metros de la orilla. Pero Zulema, que así se llamaba la muchacha, lo vio venir y asustándose corrió a esconderse entre las higueras hasta desaparecer de su vista.

Orillas de un río en Octubre. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

                                      Orillas de un río en Octubre. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

Mas dice un proverbio cierto: “Deja el agua correr y todo estará cumplido”, así que a fuerza de visitas nocturnas, de quiebros, de risas y de disculpas, ambos jóvenes quedaron enamorados el uno del otro y fue de dominio público que todo acabaría mal, pues no pasaría mucho tiempo sin que llegase a oídos del padre de la muchacha, como finalmente ocurrió. Cierta noche en que ambos hallábanse paseando en la barca por el centro del río, el viejo ulema salió de su tienda y fue a caminar buscando el fresco de la corriente, como solía hacer cuando los calores del día habían sido excesivos. Al llegar al claro miró hacia el agua tersa y tranquila, que en ese momento refulgía por el brillo de la luna creciente, y fue entonces cuando descubrió a los amantes sobre la embarcación, comprendiendo así que todo estaba perdido y que la promesa que salvaguardaba a su hija había sido rota.

Presa de indignación el anciano alzó los ojos al cielo, y con un gran grito hundió su vara de olivo en la tierra húmeda, diciendo: “En la traición está la prueba de tu falso amor, hija mía. ¡Cúmplase lo que está mandado!”. Y a su voz las aguas se elevaron furiosas y la luna se cubrió de brumas oscuras, como aquella noche del diluvio, y un viento fuerte agitó los troncos de los olivos y las datileras inclinando sus troncos hasta casi rozar el suelo. Cuando todo hubo pasado, la luna volvió a brillar en la noche y el gran río calmose de inmediato, mas en el lugar donde solo un momento antes se encontraba la barca ya no había nada. El viejo, la embarcación y sus dos ocupantes se habían esfumado como un torbellino en la ventisca sin dejar rastro ¡Que Alá sea misericordioso y nos proteja!

Lamia. Obra de John William Waterhouse, 1909

                     Lamia arreglándose los cabellos junto al estanque. Obra de John William Waterhouse, 1909

Barca en el río Guadiana. Autor, Bruno Amaral

                                                          Barca en el río Guadiana. Autor: Bruno Amaral

Todo desapareció bajo las aguas, incluido aquel peine de oro con que la joven peinaba sus cabellos ensortijados. Y al día siguiente, en pleno periodo de lluvias, el cielo apareció despejado y no llovió. Tampoco lo hizo un día después ni en los restantes, contando hasta tres veces cien, y así pasaron semanas y meses sin que la tierra recibiese la bendición de una sola gota de agua. Los más viejos pensaron que el hechizo de “La Encantada” se había roto finalmente por causa del hijo del labrador, y así ocurrió de hecho. Los pozos y las huertas frondosas se secaron, los campos volvieronse a cubrir de polvo y quedaron al punto del color del heno, como ocurre también en nuestros días, y el río con su meandro misterioso, los campos de arrayanes y las centenarias higueras, todo pasó a ser solo un bello recuerdo al borde del olvido.

Otro rincón de las Lagunas de Ruidera. Autor, Xavier

                                                     Otro rincón de las Lagunas de Ruidera. Autor: Xavier

Como un sortilegio, el Guadiana se esfuma abruptamente en la reseca llanura manchega a la altura de Argamasilla de Alba, negando el placer de sus aguas y sus sombreadas orillas a los arrieros y labradores que atraviesan el lugar. Y solo unas leguas más adelante, junto al enclave conocido por el nombre de “Los Ojos del Guadiana”, el río vuelve a aparecer sobre la tierra para no dejarla ya hasta su desembocadura en los deltas del sur. Se dice que en años húmedos “lloran los ojos del Guadiana” y tal vez sea así en recuerdo de los desgraciados amores de Zulema y Mahmud, ahogados sin misericordia por los celos de un ulema anciano y cruel. Pero hay quien piensa que, en realidad, la muerte no fue el destino último que les deparó su imprudencia, y que ambos consiguieron huir y cruzar el mar para llegar finalmente a las tierras felices del Magreb y de Egipto, de donde era oriunda la muchacha, viviendo desde entonces junto a aquel río poderoso que atraviesa el desierto y que riega con sus aguas ese país bendecido de Dios ¡Los caminos de Alá son inescrutables!

Ofelia. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

                                                          Ofelia. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

Si Zulema y Mahmud desaparecieron o no en las profundidades del Guadiana, eso es algo que nunca llegaremos a saber con seguridad. La leyenda afirma que en algunas épocas del año, durante las noches de luna creciente, puede verse junto a cierta roca una mujer bellísima desenredando con un peine de oro sus largos cabellos ensortijados, negros como alas de cuervo. Y que mientras lo hace lanza a todo aquel que halla la misma pregunta: “¿Quién crees que es más hermoso: mi peine de oro o yo?”. El que encontrándola conozca su historia y se apiade de ella, deberá sin dudar elegirla en lugar del peine, y así su alma se salvará y podrá regresar finalmente junto a su padre a orillas del río que una vez habitó. Pues se dice que el viejo ulema la espera todavía arrepentido por su mala acción, y que hizo esconder aquel meandro del Guadiana en las profundidades de La Mancha, con sus bosques de olivos y de higueras, para que sirviera a ambos de solaz lejos del paso del tiempo y las miradas envidiosas de los hombres. Y allí sigue oculta su corriente sin esperanza posible de retorno para nosotros, eternos ignorantes de los designios del profeta. ¿O sí la hay, acaso? Quizás todo cambie cuando alguien sea capaz de hallar el paradero de aquel peine de oro…

Lamia. Obra de Herbert Draper (1864-1920)

                                                          Lamia. Obra de Herbert Draper (1864-1920)

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Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (1ª Parte)

Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (1ª Parte)

El río Guadiana, o río de Anna según la etimología árabe, sorprende a todo aquel que lo visita por su misterioso origen. Tras recorrer apenas un centenar de kilómetros desde su nacimiento en el manantial de los Zampuñones, junto a Villahermosa, su curso se sosiega al cruzar la extensa llanura del Campo de San Juan y llega finalmente a Argamasilla de Alba, donde desaparece sin dejar rastro. Este enigma ha llenado páginas y páginas durante siglos sin que todavía exista una teoría que pueda explicarlo satisfactoriamente. Como no podía ser de otra forma, las leyendas han ocupado el lugar de los hechos y ésta que a continuación referimos, la de Zulema y Mahmud, es solo una de las menos conocidas para el profano. Dicha historia tiene elementos comunes con otras similares en nuestro país y se refiere al mito de la mora, o la encantada, donde la mujer joven y el peine de oro con que arregla sus cabellos constituyen sin duda el centro de la narración… Os invitamos pues a que dejéis volar la imaginación recorriendo los dilatados horizontes de La Mancha. Y a que lo hagáis con la voz de un narrador imaginario, viajando a la época en que mito y realidad se daban la mano y caminaban juntos…

Lagunas de Ruidera. Autora, María Teresa Moya Díaz Pintado

   Lagunas de Ruidera. Autora: María Teresa Moya Díaz Pintado

“En los años lejanos que siguieron a la venida al trono del cuarto emir de Occidente, ¡que Alá lo tenga en su seno! sucedió que una pertinaz sequía asoló las tierras que se extienden en la llanura del Guadiana Alto, tan grande y duradera como nunca antes se había conocido. Las huertas quedaban resecas y expuestas al polvo de los caminos, las plantas se agostaban y en el fondo de las acequias, por donde antaño corría el agua alegre y feraz, crecían ahora los cardos y la grama hasta el punto que los habitantes olvidaron su trazado original, dejaron los campos y hubieron de emigrar finalmente a otras tierras más fértiles y agradecidas.

Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autora, María Teresa Moya Díaz-Pintado

Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autora: María Teresa Moya Díaz-Pintado

Ocurrió pues que vino a oídos de un pobre labrador la existencia, en una cueva cercana, de un sabio ulema recién llegado del camino a la Meca, y que había elegido aquel lugar para descansar sus viejos huesos de tantas fatigas acumuladas. El labrador reunió a su mujer y a su único hijo, y les dijo: “Iré a ver a este sabio entre los sabios, de quien dicen que ha leído los versos sagrados en la gran Mezquita de Damasco y conoce la magia de los justos, y le pediré que nos ayude en este difícil trance”. Y así, tras aparejar al asno y despedirse de su familia, salió al camino y se alejó entre los campos resecos de su hacienda.

Cueva de Medrano, en Argamasilla de Alba. Hito en la leyenda cervantina. Autora, Mª Lluïsa

Cueva de Medrano, en Argamasilla de Alba. Hito en la leyenda cervantina. Autora: Mª Lluïsa

Al cabo de varios días de viaje llegose hasta la cueva de la que había oído hablar, entró y encontró allí a un hombre anciano vestido con largos ropajes, y que tenía en la cabeza el turbante de los que han realizado el viaje a la ciudad santa, ¡que Mahoma sea cien veces bendito! Entonces le dijo: “Sabio ulema, en tu frente está la prueba de que conoces grandes maravillas, y que has visitado los cinco rincones del Paraíso donde florece la bondad de Dios. Apiádate de mí y de mi familia, pues una cruel sequía ha agostado los campos haciendo imposible la vida en mi país, y no tenemos ya otro camino que partir de las tierras de mis abuelos para no morir de sed y de miseria”. “Conozco el mal del que me hablas” contestó el ulema “y por ser fiel a los preceptos del Enviado te concederé lo que deseas. Tendrás agua para tus campos y tu ganado, el cielo se abrirá y caerá lluvia abundante haciendo florecer la reseca llanura, y surgirá un río donde nadie antes había conocido tal. Tú y tu familia, y los vecinos y amigos de tu familia no pasaréis más sed y tendréis de aquí en adelante hermosos frutos que os harán la vida regalada”. El labrador le dio encarecidamente las gracias, mas el sabio no había terminado de hablar.

Baño de Ninfas. Obra de Jan Brueghel el Viejo (1568-1625)

Baño de Ninfas. Obra de Jan Brueghel el Viejo (1568-1625)

“Todo esto lo alcanzarás con una condición. Pues has de saber que yo tengo una hermosa hija llamada Zulema, a la que quiero más que cualquier otra cosa en el mundo. Ella vivirá aquí para solaz mío, y a fin de que no sienta nostalgia del río y los jardines que la vieron nacer, allá en el lejano Nilo, construiré para ella un rincón maravilloso a orillas de éste, repleto de estanques y de nenúfares ocultos a la sombra de las higueras, donde podrá pasear y componer poemas y canciones para su anciano padre por el resto de sus días”. En este punto el ulema miró al labrador con ojos fieros antes de proseguir: “Todo el río será vuestro salvo este pequeño meandro repleto de verdor. Estará vedado, y nadie podrá entrar y perturbar al más preciado de mis desvelos si no es a costa de mi maldición solemne. Concédeme solo esto, y tendrás lo que pides”.

The Lady of Shallot. Obra de John William Waterhouse. 1888

The Lady of Shallot. Obra de John William Waterhouse. 1888

El pobre labrador se lo prometió cumplidamente, y partió enseguida de la cueva para volver al lado de los suyos, a los que refirió las extrañas maravillas que había oído de boca del anciano, no dejando de alertar sobre la condición que había impuesto para su cumplimiento. Nadie en el pueblo dio crédito a las palabras de su vecino hasta que una noche, estando él y su familia reposando en la terraza de su casa, vieron como la luna se ocultaba en densas sombras y un viento fuerte agitaba las datileras a orillas de la acequia, tras lo cual corrieron a refugiarse en la cuadra y cerraron puertas y ventanas por miedo de lo que pudiese suceder. No bien hubieron hecho esto cuando del cielo comenzaron a caer cataratas de agua que inundaron los campos e hicieron correr arroyos y regatos por donde nunca antes se habían visto.

Al cabo de diez días las alamedas se hincharon de humedad y reverdecieron, y los campos pobláronse de tréboles y de lirios amarillos, perfumando el aire y haciendo llegar infinidad de aves para retozar en los lagos que surgían abundantes por todos los rincones de la llanura. Una y otra vez rodaban las nubes majestuosas, retumbando en el cielo, y descargaban agua en abundancia a semejanza de las ubres henchidas de una vaca cuando el ternero solicita su atención. Y tanto llovió, y tanta agua vino a correr por los campos, que el río Guadiana se desvió de su curso desde la cercana Ruidera y tuvo a bien cruzar estas tierras dejando abandonado su antiguo cauce. Los hombres quedaron maravillados de tal portento, nunca visto ni oído, y el labrador dio las gracias al cielo sacrificando uno de los dos cabritos que poseía, y diciendo: “Este es sin duda un regalo de Alá, ¡que su nombre sea cantado en todas las mezquitas de la tierra! De aquí en adelante las huertas darán abundante fruto y no habremos de temer más el hambre y la sed. Salgamos de casa y trabajemos la tierra como está mandado”.

Tormenta en la llanura. Autor, Frank StarmerTormenta en la llanura. Autor: Frank Starmer

Pasaron los años y el río Guadiana mantuvo su nuevo curso, y las lluvias, sin llegar a ser diluvio, siguieron regando las huertas y los bancales haciendo del lugar uno de los más fértiles y celebrados por los poetas de Al-Ándalus. No volvió a verse al anciano ulema en la cueva que le dio cobijo, pero todos estuvieron de acuerdo en que el viejo y su hija vivieron desde entonces junto a aquel rincón vedado del río, situado en uno de sus meandros y oculto a las miradas por datileras, arrayanes y extensos bosques de higueras y de olivos. Era aquel un jardín prohibido y nadie osó jamás poner su pie en él, y debido a ello llamaron a aquel lugar “La Encantada” y cubrieron de extensas dunas de arena todo su perímetro, para avisar a los incautos del peligro que acechaba entre sus gratas sombras”.

(FIN DE LA PRIMERA PARTE)

Después de la tormenta. Autor, Paul BicaDespués de la tormenta. Autor: Paul Bica

Río Guadiana. Autora María Teresa Moya Díaz-Pintado

Río Guadiana. Autora: María Teresa Moya Díaz-Pintado