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De ruta por Las Virtudes. Un Parque Temático del siglo XVIII

Si vas a Andalucía y eres de los que disfrutas encontrando lugares sorprendentes. Bien cuando salgas de Madrid, o a tu regreso, si no lo sabes existe un territorio legendario, muy antiguo y muy conocido por Cervantes, llamado Campo de Montiel. Contiene infinidad de bienes patrimoniales y naturales además del paisaje quijotesco más bello y genuino del Mundo.

Saliendo de Torrenueva, por un carreterín muy poco transitado, atravesando el bellísimo paisaje agrario, ondulado de montes tapizados de manchas de encinar, se advierte el fin de Castilla emparentando con Andalucía.
El horizonte aquí se hace más agreste, la temperatura más confortable y el otoño en esos periodos húmedos y cálidos, regala unos días de doble primavera al sur del Campo del Montiel. Se puede llegar también desde Castellar de Santiago, pero el camino más bonito es desde Torrenueva.

Paisaje del Campo de Montiel. Autor, Fran J de Lamo S

Paisaje del Campo de Montiel

Plaza de toros de Las Virtudes

Las Virtudes, justo en las lindes del Campo de Montiel, en tierras de Santa Cruz de Mudela, es otro de esos espacios impresionantes y casi irreales. Detenido en el tiempo. Conservado como un milagro de los avatares históricos. Escondido de los viajeros decimonónicos y apartado de las rutas cinematográficas que llevaron a Hemingway hasta Ronda.

Esta de Las Virtudes posee toda la gracia goyesca del XVIII español. El encanto romántico y bandolero que la camufla a los pies de Sierra Morena y la convierte en algo realmente mágico. Tan auténticamente real, que parece mentira.

Si llegas un día de diario, cuando apenas nadie se ve por el pequeño poblado que la circunda, te atraerá primeramente la fronda caducifolia que más bien parece un pedacito de un Real Sitio borbónico. La Alameda de La Virgen, frescamente regada por la fuente y la alberca, diseñada exactamente igual que los parterres del Retiro de Madrid, sirve de delicioso paseo hasta llegar al monumento.
El atractivo juego de contrafuertes le dan aspecto fortificado. La elegante puerta clasicista, otra vez goyesca, ilustrada. Arquitectura académica, pulcramente trazada en mármol gris.

Tras la puerta, labrada arco de triunfo. Sientes al cruzarla como si comenzase el espectáculo y sonasen las fanfarrias de la Twenty Century Fox. Verdaderamente triunfan los sentidos. Sobre todo la vista. Porque es increíble encontrarse algo tan exquisitamente hermoso en las agrestes estepas castellanas, tan maltratadas por la historia y tan expoliadas de sus riquezas patrimoniales.

Plaza de toros de Las Virtudes. Autor, Javier Gorostiza

Plaza de toros de Las Virtudes

Aquí encontramos la cuadratura del círculo. La plaza de toros cuadrangular exponiendo los parámetros elementales de la arquitectura popular hispánica. Foro heredado de la cultura grecolatina que aglutina los toros cretenses con las ágoras griegas. La plaza popular castellana con iglesia, concejo y galerías del pueblo. Todo un compendio de ingeniería histórica que resume con maestría improvisada el germen de cualquier pueblo español.

Washington Irving fue cautivado por el embrujo hispano-musulmán que lo llevó a descubrir La Alhambra desde Sevilla hasta Granada, encontrado por el camino infinidad de maravillas que a sus ojos resultaban exóticas y tan sorprendentes como el descubrimiento de todo explorador.
Esta es la sensación que provoca por primera vez a todos aquellos que jamás han visto ni oído hablar de Las Virtudes. Uno de los conjuntos arquitectónicos más valiosos de la cultura mediterránea.
Lugar que merece todo el cuidado para ser preservado en su integridad. Hago desde aquí el responsable llamamiento para que se ordene su entorno y todo cuanto se edifique en el mismo armonice y entone con esta joya patrimonial única e irrepetible.

No quiero decir todo lo que contiene para que seáis vosotros mismos los que os sorprendáis. No en vano el título de este artículo hace referencia a la magia escenográfica de los actuales parques temáticos, capaces de recrear con exactitud cualquier etapa histórica. Aquí disfrutaréis del privilegio de lo auténtico, con ese halo irreproducible que sólo concede el peso y el paso de la historia.

Capitel. Autor, Eduardo Mascagni

Capitel

Castilla, Andalucía, mudéjar, barroco, popular, cortesana, golfa, piadosa, bandolera, religiosa, pagana… Romana, árabe, cristiana… Poco me parece para lo mucho que contiene un espacio tan pequeño y a la vez tan inmenso por ser como la esencia de un perfume francés. De esos carísimos que parecen contener oro líquido.
Así brilla el sol en el albero de Las Virtudes, con más arte que las tauromaquias de Goya. Con más atractivo que los viajes de Washington Irving. Con tanta escenografía como las tardes toreras de Hemingway. Y sin embargo, sin ellos, sin la fama. Con la modestia de permanecer al margen de las grades rutas turísticas, posee el incalculable valor de las cosas sin precio. La autenticidad de lo irrepetible y la grandeza de lo creado para solaz de los sentidos.

Los que nunca hayáis tenido la fortuna de conocer este lugar y leáis esto, recordaréis lo que os digo, cuando por primera vez os encontréis en medio de ese coso que no parece una plaza de toros. Que más bien parece la plaza mayor de todos los pueblos de Castilla iluminada por el sol de Andalucía.
La pulcritud milimétrica que la mantiene en perfecto estado de presentación os resultará sorprendente y os dará sensación de irrealidad. Por desgracia tan acostumbrados en muchos casos al deterioro de nuestro patrimonio, ver algo tan exquisitamente cuidado, provoca cuando menos satisfacción y orgullo de ser miembro de este país. Y a la vez el deseo por encontrar todo cuanto nos rodea con un aspecto similar.

Ermita de Nuestra Señora de Las Virtudes

En el interior de la ermita

En el interior de la ermita

Y por si fuera poco. La ermita es el cofre del tesoro. Desde el suelo de barro hasta el artesonado mudéjar, pasando por el aspecto visigodo de la pila bautismal hasta la barroca capilla mayor, todo es una sucesión de arte popular convertido en lección académica.


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Un artículo de Antonio Bellón Márquez para sabersabor.es ©

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El castillo de Montizón. Por tierras de Jorge Manrique

castillo de Montizon Campo de Montiel Villamanrique

Hacía mucho tiempo que alentábamos el deseo de visitar el castillo de Montizón, Mons Mentesanus, cuando romano, y Montixon, cuando árabe. Algo así como una extraña admiración romántica, por aquella grande y recia fortaleza, en la que acaso Jorge Manrique, señor de Villamanrique, escribiera sus famosas Coplas, ya que es probado que moró en ella algún tiempo.
Sirvan estas líneas para alentar en lo posible vuestra visita.

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Campo de La Mancha, campo de Montiel. Autora, Alba Casals

Ha mediado el otoño, verdadera primavera de La Mancha. Es un día tan azul y tan diáfano que asemeja el cielo una fiesta de añil y de luz. La gran patena del sol expande sobre los campos sus hostias de oro. Y el campo se esponja bajo la caridad tibia y placentera.
Allá en la distancia, un sembrador arroja la dorada bendición del trigo, en espera de que el agua obre el milagro germinador.
Una mano invisible y despiadada va pelando implacable la fronda de las vides.
Por entre el verde plata de los olivos asoman a centenares las perlas negras de las aceitunas.

Timpano iglesia de Villamanrique. Autor, César del Pozo

Tímpano de la iglesia de Villamanrique. Autor, César del Pozo

Clavadas el horizonte aparecen las casas de Cózar. Sobre el pardo de la tierra, el pardo de los tapiales. Y sobre éstos, la parda montera de los tejados y las negras pipas de las chimeneas. Cózar, como tantos otros lugares españoles, está esperando de Dios lo que los hombres le niegan. Adormecido al sol, sobre una loma, le dejamos atrás.
Un poco más allá, Torre de Juan Abad nos sale al paso. La sombra del insigne don Francisco de Quevedo llena el pueblo. Aún resuenan por las calles las pisadas patizambas y el golpear del toledano estoque del formidable escritor, que gran señor fuera de la villa.
Hemos llegado hasta Villamanrique, cruce estratégico de caminos y escenario auténtico del Quijote de Cervantes. Desde el pueblo al castillo hay un camino estrecho y bacheado, de difícil tránsito para nuestro coche.

Por fin en el castillo

Entrada al castillo de Montizón

Desde el camino no se divisa el castillo, oculto tras altas lomas. Es sólo estando encima cuando nos muestra la fortaleza los recios dientes de sus almenas, que fingen un bostezo interminable. Ni foso, ni rastrillo, ni poterna, ni puente levadizo, ni gente de armas nos vedan el acceso, cual seguro sucediera allá en los tiempos de que fuera su señor.
Ni ha sonado tampoco en la alta torre la trompa del atalaya, anunciando la llegada de gentes extrañas al alcaide de la fortaleza.
Sólo guardan la entrada, en estos tiempos, dos tremendos mastines, que al divisarnos, ladran furiosamente, con canina y tozuda obstinación.

En el interior del Castillo

En el interior del castillo

Penetramos al fin en la mansión guerrera irrumpiendo en su amplia plaza de armas; espaciosas salas castellanas, antaño adornadas de ricos tapices y muebles severos; la vieja capilla de la fortaleza, en que los caballeros de Santiago elevaron sus preces al cielo pidiendo la victoria; la gallarda torre del homenaje; el salón de honor, lugar de fiestas en un ayer remoto; las lóbregas mazmorras, en las que gimieran cautivos; la espaciosa cocina, en que hubiese cabido holgadamente el entero novillo de las Bodas de Camacho
Desde una alta ventana, en que la castellana llorara ausencias en otro tiempo, contemplamos, brillante bajo la llama del sol, el curso del Guadalén. El brazo de acero del río defiende las rocas, en que asienta el castillo su imponente mole.
El paisaje se cierra hacia el norte por cerros y onduladas lomas, que forman el escalón de la meseta manchega. Y hacia el sur se abre, siguiendo el camino que marca la estela de cristal del río, en su marcha hacia el Guadalimar, del que es tributario. Siguiendo este estrecho valle subirían, desde Andalucía, las tropas moras. Y por él bajarían, sin duda alguna, las nobles cabalgadas santiaguesas, en los duros tiempos de la Reconquista.

Paisaje en el Guadalén. Autor, Pedro Castellanos Triviño

Paisaje en el Guadalén. Autor, Pedro Castellanos Triviño

Montizón es el hito gigante que marca la linde de los campos de Castilla y las tierras andaluzas.
Ya ni pajes, ni escuderos, ni ballesteros, ni heraldos, ni hombres a caballo, ni gentes de la mesnada del castellano señor – Jorge Manrique, que luchando por su reina halló la muerte en Garci-Muñoz -, animan con sus voces y su marcial estruendo la plaza de armas.
Ni se escucha el sonar de tambores y trompas de guerra.
Ni fulguran al sol los aceros de las armaduras.
Ni pretenden clavarse en el cielo las lanzas.
Ni relinchan los nobles corceles presagiando la dura pelea.
Ni entre las almenas asoman las damas despidiendo al guerrero que marcha al combate.
Ni se escuchan las dulces canciones de los trovadores al pie de la torres.
La época gloriosa de los caballeros y las castellanas “pasó como pasa, bajo el puente, el río”.
Sobre su peñón cimero, negra verruga de piedra, el castillo duerme su sueño eterno.

Aquel de buenos abrigos,
Amado por virtuoso de la gente,
el maestre don Rodrigo Manrique,
tan famoso y tan valiente

Al atardecer

Al atardecer


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Paisajes literarios. La Mancha en la imaginación de Benito Pérez Galdós

Queremos rendir homenaje en este día a la insigne pluma de Benito Pérez Galdós, que en los comienzos de su carrera literaria nos regaló una preciosista, aunque dura, descripción de La Mancha. La estepa manchega, según sus propias palabras, «parece obra exclusiva del sol y del polvo», un lugar sin descanso y solaz para la vista que languidece entre colinas, cielos y llanos monótonos, perdidos en el olvido de la memoria. Pero en medio de estas palabras a nuestro parecer injustas, Galdós se recrea también plasmando en sus páginas un paisanaje de la imaginación. Se trata quizás del más bello razonamiento sobre la inspiración cervantina, y en definitiva, la explicación más lúcida de porqué fue esta tierra, y no otra, el lugar elegido para convertirse en cuna de nuestro inmortal don Quijote de La Mancha… Dejemos hablar a Galdós:

Una casita más que suficiente. Autor, Joser María Rodríguez

Una casita más que suficiente. Autor, Jose María Rodríguez

«Así atravesamos La Mancha, triste y solitario país donde el sol está en su reino, y el hombre parece obra exclusiva del sol y del polvo; país entre todos famoso desde que el mundo entero se ha acostumbrado a suponer la inmensidad de sus llanuras recorrida por el caballo de don Quijote. Es opinión general que La Mancha es la más fea y la menos pintoresca de todas las tierras conocidas, y el viajero que viene hoy de la costa de Levante o de Andalucía, se aburre junto al ventanillo del wagon, anhelando que se acabe pronto aquella desnuda estepa, que como inmóvil y estancado mar de tierra, no ofrece a sus ojos accidente, ni sorpresa, ni variedad, ni recreo alguno. Esto es cierto: La Mancha, si alguna belleza tiene, es la belleza de su conjunto, es su propia desnudez y monotonía, que si no distraen ni suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno.

Nuestros vigilantes. Autor, Joaquín Martí

Nuestros vigilantes. Autor, Joaquín Martí

La grandeza del pensamiento de don Quijote, no se comprende sino en la grandeza de La Mancha. En un país montuoso, fresco, verde, poblado de agradables sombras, con lindas casas, huertos floridos, luz templada y ambiente espeso, don Quijote no hubiera podido existir, y habría muerto en flor, tras la primera salida, sin asombrar al mundo con las grandes hazañas de la segunda».
Perez Galdós continúa con su descripción de La Mancha en un viaje, diríamos, iniciático de la obra cervantina. Pues tras ofrecernos esa visión simple y pueril de las soledades manchegas, propia de quien no ha conocido el llano sino de forma superficial, ahonda bajo la superficie para descubrir el verdadero tesoro de su evocación y fantasía. Es aquí donde nos quitamos el sombrero ante la maestría Galdosiana describiendo el verdadero carácter de esta tierra, un alegato a los amplios horizontes, al preciosismo de los pardos, los ocres y los dorados bajo el azul inmenso del palio celeste. Y un razonamiento magistral del acierto que tuvo Cervantes para plasmar aquí, y no en ningún otro sitio, la silueta de nuestro caballero de la Triste Figura cabalgando a lomos de su Rocinante, siempre en pos de nuevas aventuras… Solo hay que seguir leyendo a Galdós para comprobarlo:

En la vendimia. Autor, Daniel González

Cabalga y vendimia. Autor, Daniel González

«Don Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se va a todas partes, sin ir determinadamente a ninguna; tierra surcada por las veradas del acaso, de la aventura, y donde todo cuanto pase ha de parecer obra de la casualidad o de los genios de la fábula; necesitaba de aquel sol que derrite los sesos y hace locos a los cuerdos, aquel campo sin fin, donde se levanta el polvo de imaginarias batallas, produciendo al transparentar de la luz, visiones de ejércitos de gigantes, de torres, de castillos; necesitaba aquella escasez de ciudades, que hace más rara y extraordinaria la presencia de un hombre, o de un animal; necesitaba aquel silencio cuando hay calma, y aquel desaforado rugir de los vientos cuando hay tempestad; calma y ruido que son igualmente tristes y extienden su tristeza a todo lo que pasa, de modo que si se encuentra un ser humano en aquellas soledades, al punto se le tiene por un desgraciado, un afligido, un menesteroso, un agraviado que anda buscando quien lo ampare contra los opresores y tiranos.

La sombra de Don Quijote. Autora, Maite Moya Díaz - Pintado

La sombra de don Quijote. Autora, Maite Moya Díaz – Pintado

Necesitaba, repito, aquella total ausencia de obras humanas que representes el positivismo, el sentido práctico, cortapisas de la imaginación, que la detendrían en su insensato vuelo; necesitaba, en fin, que el hombre no pusiera en aquellos campos más muestras de su industria y de su ciencia que los patriarcales molinos de viento, los cuales no necesitaban sino hablar, para asemejarse a colosos inquietos y furibundos, que desde lejos llaman y espantan al viajero con sus gestos amenazadores».

Amanece en La Mancha. Autor, Ramón J. Zarza Carrasco

Amanece en La Mancha. Autor, Ramón J. Zarza Carrasco


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Galicia y su fiesta de Samaín. La noche celta de los difuntos

Samain noche de difuntos en Galicia

Como todos los años, la llegada del mes de noviembre marca el comienzo de una festividad muy especial, con multitud de manifestaciones populares en todos los rincones del país. Se trata del día de difuntos, la celebración cristiana consagrada a los fieles que ya no están con nosotros

El día de los difuntos, o de los muertos, sigue en el Santoral católico a la festividad de todos los Santos, y existe constancia escrita de que sus orígenes se remontan hasta mil años atrás, en los inicios del siglo XI d.C. Efectivamente, por aquella época la Orden Cluniacense se encontraba en plena expansión, y uno de los abades más influyentes de la casa principal, Odilon, decidió instaurar una jornada dedicada exclusivamente a orar por la salvación eterna de los difuntos: el día 2 de noviembre.

En sus comienzos se dirigía solo a los monjes fallecidos de Cluny, pero luego la Santa Madre Iglesia generalizó el rito, y lo hizo extensible a todos los fieles difuntos de la comunidad cristiana universal.

2. Acantilados en San Andrés de Teixido, cerca de Cedeira. Autor, User alma

Acantilados en San Andrés de Teixido, cerca de Cedeira

3. Cruceiro junto a Cedeira. Autor, Yann

Cruceiro junto a Cedeira

Sin embargo, pocos imaginan que la jornada de los fieles difuntos tiene en realidad unas raíces mucho más oscuras: en Galicia y en otras regiones de España, las fuentes se remontan incluso a épocas anteriores al propio nacimiento de Cristo. Cedeira, municipio de A Coruña situado en la desembocadura del río Condomiñas, en las Rías Altas, celebra todos los años por estas fechas una original fiesta de origen celta denominada Samaín.

Muchos estudiosos coinciden en señalar al Samaín como el origen de la mayoría de las tradiciones asociadas a los muertos, desde la propia festividad cristiana hasta otras manifestaciones hoy generalizadas por los cinco continentes, incluido el famoso Halloween de los disfraces y las calabazas con forma de calavera.

4. La noche de las calabazas. Autor, Freecat

La noche de las calabazas

La profunda religiosidad de las gentes de Cedeira y otros muchos pueblos gallegos ha dado siempre una gran importancia a la comunión con sus muertos. Hasta no hace mucho se pensaba que los difuntos visitaban por estas fechas las iglesias y ermitas donde se celebraban misas por su alma, mientras que en las casas era costumbre preparar alimentos a los parientes vivos, pero pensados como una manera de honrar a los muertos.

Las ánimas volvían así por un día a sus viejas moradas, para calentarse junto a la chimenea y comer en compañía de sus familiares vivos, alejando así la tristeza definitiva del camposanto. Herencia de un pasado ancestral, también resultaba frecuente prender una hoguera común con ramas de serbal o de tejo, consideradas antaño sagradas, para después utilizar este fuego en el encendido de todas las lareiras de la comunidad.

Durante el día de difuntos estaba absolutamente desaconsejado alejarse de la aldea, pues la relación de los vecinos debía hacerse únicamente entre ellos y sus antepasados.

5. Caballos cerca de Teixido. Autor, Guillenperez

Caballos cerca de Teixido

Y es que en Galicia la muerte se vive de una forma muy especial. Un cementerio gallego al uso estará siempre cerca del pueblo, puesto que resulta habitual que los vecinos se acerquen hasta allí para pasear y disfrutar de la tarde recordando a los ausentes. Se puede faltar a una comunión, a un bautizo o a una boda, pero en Cedeira y en general en toda Galicia, resulta muy grave no asistir al día de difuntos o a la misa de “cabo de año”.

La vida transcurría durante esta jornada en una calma sostenida, aunque no triste. Una jornada dedicada generalmente a las visitas y en la que las cuatro comidas diarias, o el tradicional consumo de castañas asadas, se hacía siempre en compañía de vecinos, familiares y amigos. La vuelta a casa para honrar a los muertos era hecho consumado, hasta el punto de publicarse esquelas en el que los datos del finado se acompañaban con un horario de autobuses: aquel que contrataba la familia para recoger a los allegados en las aldeas más distantes.

Es precisamente esta profunda sensibilidad hacia el mundo de los muertos la mejor muestra de la originalidad celta en Galicia, y por supuesto el legado más extendido del Samaín, una fiesta druídica que se remonta a los tiempos oscuros anteriores al cristianismo y a la cultura impuesta por los pueblos civilizados.

6. Misterio en el bosque gallego. Autor, Fondebre

Misterio en el bosque gallego

Olvidada casi por completo, la fiesta de Samaín comienza hoy a recuperarse y a celebrarse en un número creciente de parroquias. Los ancianos de localidades como Noia, Catoira, Cedeira, Muxía, Sanxenxo, Quiroga o Ourense todavía recuerdan una tradición coincidente con los días de Difuntos y Todos los Santos, y que consistía en la elaboración de feroces calaveras confeccionadas con una cubierta de calabaza: son los famosos melones, o calabazas anaranjadas de Cedeira; los calacús en las Rías Baixas, o los bonecas con remolacha en Xermade (Lugo).

En Cedeira la técnica era siempre la misma, y consistía en vaciar con gran paciencia las calabazas colocándoles después dientes de palitos y una vela encendida en el interior, con el fin de espantar a los malos espíritus en las noches de transición entre el verano y el oscuro invierno.

7. Hoguera. Autor, Gatogrunje

Hoguera para guiar a los difuntos

Era tradición antiquísima que los niños elaboraran sus calaveras de «melón» con aspecto terrorífico, colocándolas después en las esquinas o las ventanas para asustar a todo el vecindario, y en especial a chicuelos de barriadas vecinas o a las mujeres que volvían del rosario. Cualquier mal que anduviese merodeando por la aldea quedaba así conjurado y lejos del hogar. Claro que esta hortaliza solo pudo utilizarse a partir del siglo XVI, cuando fue transplantada a Europa con los primeros galeones procedentes de América. En la festividad más antigua del Samaín, las aldeas célticas utilizaban los cráneos de los enemigos vencidos en batalla para iluminarlos y colocarlos en los muros de los castros.

De este rito salvaje procede la tradición posterior de los cruceiros, las cruces de piedra  levantadas en las encrucijadas de numerosos bosques y despoblados gallegos. Los cruceiros se rodeaban de amontonamientos de piedras llamados milladouros, con una finalidad similar a la de las calaveras, y aún hoy existe entre viajeros y caminantes la costumbre de depositar allí una piedra y solicitar un deseo a los espíritus que rondan el lugar.

8. Cabo Ortegal. Autor, Adbar

Cabo Ortegal

El Samaín (en su origen gaélico, Samhain, que significa noviembre o “fin del verano”) se celebraba hace miles de años en todo el territorio celta hacia la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, con motivo de la conclusión de la temporada de cosechas y la llegada del invierno.

Los druidas, sacerdotes paganos de los celtas, consideraban esta fecha como un momento perfecto para reverenciar a los ancestros que visitaban sus antiguas aldeas, y para ello se santificaban mediante ritos conducentes a lograr su intercesión. Fue en el siglo XIX cuando la tradición del Samhain se exportó a Estados Unidos a partir de países como Escocia e Irlanda, cuya población emigró en masa a Norteamérica a causa de las hambrunas que asolaron Europa a mediados de siglo.

Este es el origen del Halloween actual (término derivado de All Hallows’ Eve, ‘Víspera de Todos los Santos’), una fiesta reimportada después a nuestro continente en un intento de alienar nuestras tradiciones más arraigadas: precisamente aquellas que dieron origen y significado al rito actual de reverenciar a los muertos.

9. Playa de Lumebo, en el Ferrol. Rías Altas. Autor, Macintosh

Playa de Lumebo, en el Ferrol. Rías Altas

Durante la noche del 31 de octubre los druidas se desplazaban hasta los bosques más alejados y recogían bayas de muérdago, una planta parásita que crece en las ramas de los árboles. Para ello utilizaban cierta hoz especial, fabricada de un material sagrado y considerado símbolo de pureza en la tradición celta: el oro. Tras la recolección depositaban las bayas en un pequeño caldero, donde más tarde se efectuaría la cocción de pócimas curativas y mágicas destinadas, entre otras cosas, a las prácticas de adivinación.

Los vecinos acudían a los druidas para obtener pronósticos sobre aspectos tales como casamientos, la incidencia del tiempo o la suerte que había de depararles el futuro.

Se tiene constancia de un rito adivinatorio que ha sobrevivido hasta fechas recientes y que consistía, curiosamente, en “pescar” y pelar manzanas: para ello se sumergía una cantidad variable de estas frutas en un recipiente amplio, a fin de que cualquiera que quisiese probar suerte se acercara a atrapar alguna de ellas.

Aquella persona que lo lograse en primer lugar sería la primera de la aldea en casarse. Finalmente se procedía a pelar las manzanas en la creencia firme de que cuanto más larga fuera la mondadura, mayor sería la vida de quien la peló.

Samaín castañas asadas
Asando castañas

En la noche de difuntos, las hadas y los trasgos eran libres de deambular por los caminos y las inmediaciones de la aldea. Su magia ocasionaba un sinnúmero de daños debido a las peculiaridades de esta jornada, la cual no pertenece ni a un año ni al siguiente, y por tanto resulta ideal para sembrar el caos. Se atrancaban las puertas de las casas para evitar que nadie entrase pidiendo limosna, en especial si lo que pedían era comida, leche o sopa.

Algunos valientes se arriesgaban a abrir: de tratarse de un hada el hogar obtendría suerte y fortuna para el siguiente año; pero si el visitante era un trasgo las maldiciones se abatirían sobre la familia, y todo serían calamidades y desastres sin fin.

Al caer el día los druidas encendían hogueras en lugares específicos, para lo cual utilizaban ramas sagradas recolectadas en lo más profundo del bosque. Su función no era solo ahuyentar a los malos espíritus sino también guiar a los muertos en la oscuridad, a fin de facilitarles el camino a la aldea y participar en las honras preparadas por sus familiares.

Los vecinos solían disfrazarse con pieles y cabezas de animales para asustar o despistar a los espectros, en la creencia de que pasarían de largo al confundirlos con otras bestias. Y asimismo era tradición efectuar numerosos sacrificios de reses. Un acto, por otro lado, no necesariamente asociado a celebraciones de tipo místico, ya que entonces al igual que ahora la comunidad debía aprovisionarse de carne y de pieles para hacer frente a los duros meses de invierno.

11. Atardecer en el puerto de Cariño. Autor, Guillenperez

Atardecer en el puerto de Cariño

12. Hacia el día de difuntos. Autor. Roi Alonso

Hacia el día de difuntos

Más adelante, los ritos celtas encaminados al mundo de los muertos derivaron en Galicia hacia la tradición de la Santa Compaña. Según la leyenda, la comitiva de difuntos avanza durante esta noche en completo silencio y portando largos cirios encendidos, siendo necesario protegerse contra la maldición que supone toparse con ella: unos hacen como que “no la ven”, mientras otros recomiendan subirse a un cruceiro y esperar a que pase de largo.

Pero sin duda, nada hay más eficaz que evitar alejarse del hogar durante esas horas consagradas a los muertos. Un consejo ciertamente valioso, puesto que el que encabeza la comitiva es en realidad una persona viva, que ha sido condenada a portar una cruz delante de la procesión espectral, y que solo quedará libre cuando pueda traspasar su condena a otro… Dicho esto y sin ánimo de estropear la fiesta a nadie… ¡A disfrutar de la noche más tenebrosa del año!

13. Puesta de sol en Ortegal. Autor, Guillenperez

Puesta de sol en Ortegal

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