Publicado el 1 comentario

Noviembre de 1938. Madrid y la lucha por la supervivencia durante la Guerra Civil (1ª Parte)

Noviembre de 1938. Madrid y la lucha por la supervivencia durante la Guerra Civil (1ª Parte)

En noviembre de 1938, mientras la batalla del Ebro llegaba a su fin, y se seguía luchando y se llegaba al cuerpo a cuerpo, a la bayoneta, los republicanos resistían con la desesperación de quien ha visto alejarse su última esperanza. Era el destino de aquellos que saben que la única probabilidad de salvación depende exclusivamente de uno mismo. Tras dos años de guerra, Madrid se había convertido en un espacio atormentado donde el hambre y la miseria campaban por sus fueros. Las mujeres se levantaban con la amanecida y recorrían quince o veinte kilómetros diarios, en demanda de algo que poder conseguir para los suyos y para ellas mismas. La mujer se rebeló como la gran heroína de guerra en la retaguardia, pues sobre ella recaía la pesada responsabilidad de una lucha cotidiana e incansable por los víveres.

 

2. Refugiados recibiendo el reparto de comida

Refugiados recibiendo el reparto de comida

Los viajes a los pueblos eran esperanza de hallar lo que en las ciudades se tornaba ya imposible. Por eso las gentes del campo se habían vuelto de un egoísmo feroz, sabedores de tener en la mano las llaves de la despensa. La necesidad avivaba el ingenio y creaba escondites y farsas para eludir la curiosidad, o aún los robos de alimento, como aquella familia campesina que, en trance de la matanza del cerdo, reuníase toda y se ponía a entonar cantos revolucionarios a pleno pulmón, buscando ahogar así entre voces los estridentes gritos del cochino. Mientras, a las gentes de la ciudad se les despertaba la vocación de horticultores. Patios, jardincillos y solares aparecían sembrados de hortalizas o de legumbres. Otros criaban gallinas y conejos en jaulas instaladas en galerías o en los huecos de la escalera.

 

3. Costureras en el Madrid de la guerra civil. Autor, Druidabruxux

Costureras en el Madrid de la guerra civil. Autor, Druidabruxux

4. Frente en la guerra civil. Autor, Xornalcerto

Frente en la guerra civil. Autor, Xornalcerto

Las palomas de plazas y jardines por todo Madrid hacía tiempo que habían desaparecido estofadas o a la vinagreta, víctimas de hambrientos cazadores furtivos. Los gatos, antes abundantes en cualquier tejado, se habían vuelto raros, no se sabe si víctimas de las privaciones o dados por liebre ante la necesidad. Y mientras, las familias hacían malabares para aprovechar cualquier resto orgánico que antes era destinado a basura: las mondas de naranja, limpias de la parte amarilla, se convertían en la sartén en un sucedáneo de las patatas fritas. Las hojas duras de las lechugas sustituían a las espinacas en los potajes de legumbres. Los cacahuetes se guisaban como garbanzos o se doraban en la sartén, mientras que la cáscara servía para hacer café, que caliente y edulcorado con miel consolaba a duras penas los estómagos vacíos. Tampoco las peladuras de patatas se desperdiciaban, y se buscaban con fruición para asarlas en un fuego que, a falta de carbón, se alimentaba con bolas de papel, ramas húmedas y hasta suelas de alpargata.

 

5. Día de mercado. Autor, Ávilas.es

Día de mercado. Autor, Ávilas.es

La creatividad se disparó en Madrid hasta el punto de hacer tortillas sin huevos, croquetas sin leche y chuletas sin carne. Las tortillas, por ejemplo, se cocinaban con una pasta compuesta de harina y cáscaras de naranja trituradas. Y las chuletas, mediante un puré espeso de algarrobas, rebozado con pan rallado y frito. Y mientras tanto hacíanse las trampas más inimaginables para exprimir las cartillas de racionamiento. Una estrategia típica era retener las de los difuntos o desaparecidos, lo que permitía tener un suplemento alimenticio mientras duraba el engaño. En Madrid se crearon comedores especiales para embarazadas, lo que provocaba los fraudes correspondientes, aunque muchas prefirieron la preñez a la inanición. También estaban los pillos, quienes por influencias disponían de innumerables cartillas de racionamiento que les permitían comer y además vender las latas de carne congelada, a precios que llegaron a las seiscientas pesetas. La persecución de los desalmados que se lucraban en el mercado negro era incesante, con imposición de multas o envíos a campos de trabajo. Pero todo resultaba inútil.

 

6. Barbero trabajando en plena calle. Autor, Druidabruxux

Barbero trabajando en plena calle. Autor, Druidabruxux

7. Pelando patatas. Autor, Druidabruxux

Pelando patatas. Autor, Druidabruxux

Las dificultades no solo abarcaban a las vituallas. El jabón era inencontrable; el cuero y los textiles comenzaron a escasear, y los zapatos, con rigor matemático, subieron a precios de escándalo y constituyeron en poco tiempo un lujo inalcanzable para el ciudadano de a pie. Truco cotidiano de los zapateros era exhibir en los escaparates modelos a precios asequibles que tentaban al comprador. Al ir a hacer efectiva la compra, sin embargo, resultaban ser de un número enano. Y, casualidades de la vida, el adecuado al cliente se disparaba a costes que nada tenían que ver con el ofertado en el escaparate. La Junta Reguladora del Comercio de Uso y Vestido decretó en Madrid, en junio de 1938, un control y distribución exhaustiva de los más necesarios artículos. Así, para una señora se admitía un máximo por semestre de seis pañuelos, cuatro pares de medias, dos bragas, dos camisas, dos camisetas y un par de zapatos (o tres pares de alpargatas, a elegir).

 

8. La pesadilla de los desplazados. 1938

La pesadilla de los desplazados. 1938

La normalidad no tenía más interrupciones que los cañoneos, los cuales solían producirse a la hora de salida de los espectáculos. El tráfico se suspendía, las gentes buscaban cobijo y cuando cesaba la caída de proyectiles se reemprendía la marcha con absoluta indiferencia. Después, ambulancias y furgones hacían la recogida de las víctimas. Y la vida seguía su curso. Frente a riesgos epidémicos se impuso obligatoriamente la vacunación contra el tifus; y contra la proliferación de parásitos fueron muchos los varones que se cortaron el pelo al rape, sobre todo niños. La llamaron la moda de “los pelaos” y hasta se organizó un concurso para premiar al más agraciado. Por cierto que las calles de Madrid se vieron ocupadas por puestos ambulantes atendidos muchas veces por niños de corta edad, chiquillos a quienes los avatares de la guerra había colocado en la premura de ayudar a sus padres, e incluso de ayudarse a ellos mismos. Se les veía vender juguetes de confección casera y aviones de papel, gritando con el desparpajo de los que los que han madurado en cuestión de meses: “¿Qué desea usted, camarada? ¿Una muñeca, un avión, un tanque…?»

 

9. De vuelta del mercado. Autor, Ávilas.es

De vuelta del mercado, en Ávila. Autor, Ávilas.es

10. Juegos infantiles. Ávila, 1936. Autor, Ávilas.es

Juegos infantiles. Ávila, 1936. Autor, Ávilas.es

Pero, en el mercadillo de las oportunidades, el lugar preferente era el ocupado por las mujeres dedicadas a la venta de sucedáneos del tabaco. La falta de tabaco hizo que los farmacéuticos liquidaran todas sus existencias de cigarrillos balsámicos, mientras las vendedoras de cigarrillos y puros recurrían a las más extraordinarias presentaciones para su consumo: unos estaban liados con hojas de lechuga secas, otros hechos con cascarilla de cacao, y muchos más con tomillo u hojas secas de roble. Extrañas mezclas vegetales eran vendidas como remedios infalibles para calmar el deseo de fumar, a menudo a base de anís, malvavisco y manzanilla, lo que contribuía a que en los locales cerrados se impregnase todo de un hedor insoportable. Afortunadamente, algunas canciones de guerra venían a paliar las ansias de éste y otros bienes perdidos. Canciones que en Madrid sonaban a gloria, y levantaban valientemente la moral en medio del duro trance de recibir una y otra vez las malas noticias del frente. Pero las letras lo desmentían todo, como puede apreciarse en la siguiente estrofa:

“Si me quieres escribir,
Ya sabes mi paradero.
En el frente de Madrid,
Primera línea de fuego”

O en esta otra:

“Los de Madrid somos la hostia,
Somos la madre que nos parió,
Los de Madrid somos más grandes,
Somos más grandes que el mismo Dios”.

 

Continuará…

 

11. Niños durmiendo en un refugio improvisado

Niños durmiendo en un refugio improvisado

Publicado el 3 comentarios

Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (2ª Parte)

Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (2ª Parte)

Los viajes se planeaban para la primavera, coincidiendo con la terminación de las fiestas de Pascua de Resurrección. Era el mejor tiempo y, sobre todo, quedaban muchos meses por delante hasta que se pudiera pensar en los días cortos y desapacibles de un otoño anticipado. Chaucer ilustraba este hecho con una bella poesía en sus famosos cuentos de peregrinación, Los cuentos de Canterbury:

“Cuando en abril caen los dulces chubascos (…), cuando el céfiro, con su alentar suave, envía a los aires el perfume de cada arboleda y de cada matorral sobre sus tiernos retoños, el sol joven señala el equinoccio (…) y los ruiseñores cantan sus melodías (…), los que han de ir en peregrinación, los romeros, buscan las playas extranjeras de los santos lejanos, reverenciados en países llenos de sol”.

2. La estampa clásica del peregrino. Cebreiro, Lugo. Autor, Moisés Gallego

La estampa clásica del peregrino. Cerca de Cebreiro, Lugo. Autor, Moisés Gallego

3. Puente de la Rabia. Zubiri, en Navarra. Autor, Miguel Ángel García

Puente de la Rabia. Zubiri, en Navarra. Autor, Miguel Ángel García

Antes de abandonar su pueblo o su ciudad, el peregrino debía cumplir con unos ritos. No era él quien vestía la túnica y tomaba el bordón, sino que estas insignias le eran entregadas por las autoridades eclesiásticas en conformidad con un meticuloso ceremonial. Vestir el hábito del peregrino significaba una cierta consagración temporal a Dios, y al Apóstol Santiago. Por eso el peregrino era respetado, tenido en estima y eximido de los impuestos que había de pagar al paso por los puertos de montaña o al entrar en las ciudades, y de otros tributos con que las autoridades civiles hacían frente a los gastos públicos. Tras la despedida y la ceremonia religiosa obligada, el buen romero, el santiaguero de ley, ponía la mirada hacia poniente para no abandonarla en lo sucesivo. La mirada por donde desaparecía el sol todas las tardes. Y al llegar la noche, antes de acostarse, miraba al cielo también: pues si estaba despejado le permitiría ver su Vía Láctea clavada en el cielo como un tenue sendero de estrellas, marcándole el camino a seguir durante los días venideros

 

4. Monasterio de Irache, Navarra, antiguo hospital de peregrinos. Autor, Canduela

Monasterio de Irache, Navarra, antiguo hospital de peregrinos. Autor, Canduela

1. Puente cerca de Sahagún. León. Autor, Calafellvalo

Puente cerca de Sahagún. León. Autor, Calafellvalo

Un apunte: los literatos de todas las épocas han imaginado al peregrino caminando a toda prisa, casi corriendo, tropezando con los guijarros y levantando grandes polvaredas con los pies en la rapidez de su marcha. Sin embargo, esta prisa era más imaginaria que real. Aparte de los descansos exigidos por el duro caminar, por las inclemencias del tiempo o la búsqueda de provisiones y recambios, el reposo se imponía también cuando en la seca Castilla aparecía una alameda placentera. También se permitía lo que hoy llamaríamos excursiones cortas. Romerías a los santuarios célebres que habían surgido, ya en el camino, ya en lugares un poco apartados de él, en poblados, ciudades o descampados. Las visitas a estos centros de piedad cristiana y litúrgica están recogidas en multitud de trabajos históricos y documentos de la época. Era frecuente que una desviación a un lugar de peregrinación secundaria durara los tres días de hospedaje gratuito que se solía conceder a los visitantes, más los dos días de viaje contando el de ida y el de vuelta.

 

5. Peregrinos por los páramos de Palencia. Autor, Ruhei

Peregrinos por los páramos de Palencia. Autor, Ruhei

6. Verde sobre verde en el camino. Autor, Guu

Verde sobre verde en el camino. Autor, Guu

La alegría de los peregrinos, tanto en esas “cortas excursiones” como en el camino propiamente dicho, no es fácil de describir. Siguiendo la pauta que nos marca León Felipe en sus versos, podría decirse que esta dicha nace de una profunda convicción de la ruta como ideal de vida:

“Ser en la vida romero,
Romero solo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero
Sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero… sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
Pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
Ligero, siempre ligero”.

7. Una buena noticia. Padrón, camino Portugués. Autor, Compostelavirtual

Una buena noticia. Padrón, camino Portugués. Autor, Compostelavirtual

Además de la túnica de paño grueso, o tabardo, que le servía para resguardarse de las inclemencias del tiempo y para envolverse con él por la noche, el peregrino llevaba asimismo un báculo o bordón cuya utilidad era entonces mucho más variada que hoy en día. Se le utilizaba para apoyo, defensa contra hombres y fieras, o para que sirviera de mástil a una tienda de campaña improvisada… Por otro lado, el equipaje era siempre escaso: un hatillo o mochila para los pobres, porque “hasta una paja estorba en el viaje”, y algo más si el peregrino venía a caballo, señal segura de distinción y riqueza. Los caballeros no hacían el viaje solos y era común que se hiciesen acompañar de sus escuderos o mochileros, por lo que la alforja, y aún el cofre o el arca voluminosa, venían sobre una segunda montura en la que también cabalgaba el servidor del romero rico.

 

8. Casona habilitada como albergue de peregrinos. Villafranca del Bierzo, León. Autor, Titoalfredo

Casona habilitada como albergue de peregrinos. Villafranca del Bierzo, León. Autor, Titoalfredo

9. La alegría del peregrino. Autor, Juanpol

La alegría del peregrino. Autor, Juanpol

La alforja solía estar bien nutrida de comida que se pudiera conservar algunos días. Cordillo, personaje creado por Lope de Vega, decía envidiando a los peregrinos y arrieros:

“Canalla inútil
Que no solo come y bebe
Lo que siempre le hace falta,
Sino que toda va siempre
Apercibida de alforjas
Donde permite que lleven
Las calabazas de vino,
Quesos, hogazas y nueces
Y otras zarandajas.”

10. Monasterio y albergue de peregrinos. Carrión de los Condes. Autor, Guu

Monasterio y albergue de peregrinos. Carrión de los Condes. Autor, Guu

11. Nubes de tormenta en Bercianos del Real Camino. Autor, Luis Echanove

Nubes de tormenta en Bercianos del Real Camino. Autor, Luis Echanove

Estas “zarandajas”, o cosas de poca importancia, no lo eran en realidad para cualquier caminante o peregrino. Ni tampoco el socorrido cuchillo de monte, que tanto valía para cortar rebanadas de pan, siempre a punto de endurecerse, como de arma para metérsela en el corazón a un jabalí, a un lobo o a un bandolero. Un proverbio antiguo dice: “cuchillo de Pamplona, zapato de Baldés y amigo Burgalés, líbreme Dios de los tres”. Tan común era llevar cuchillo de monte, que la iconografía pictórica y estatuaria de la edad media representa a menudo a los santos con un cuchillo pendiente del cíngulo, o cordón ceñido a la cintura. Finalmente, no podía faltar tampoco en el hatillo o alforja lo necesario para hacer fuego: eslabón, pedernal y yesca. Nadie podía aventurarse a olvidar éstas y otras menudencias, tan necesarias para una vida fuera de casa durante varios meses por campos, bosques y posadas, donde la incertidumbre acechaba por doquier y el peligro y las incomodidades tenían asiento diario junto al camino.

Continuará…

 

12. Camino en invierno. Autor, Lola Hierro

Camino en invierno. Autor, Lola Hierro

cats

«Porque el viaje no comienza cuando preparas tu mochila, el viaje despega solo con soñarlo. Disfruta del Camino de Santiago»

Publicado el Deja un comentario

Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (1ª Parte)

Días y noches en el camino de Santiago. La vida cotidiana de un peregrino medieval (1ª Parte)

En estos días de comunión con nuestros familiares y amigos difuntos, aquellos que partieron en peregrinación a un mundo inalcanzable aún para nosotros, queremos dedicar nuestro reportaje de hoy a la esperanza, la belleza, la paz y la caridad del camino. Vivir el sosiego de aquel caminante medieval en peregrinación a Santiago, su día a día afrontando penalidades, contratiempos, pero también volcado en su interior al ritmo íntimo y a la naturaleza del paisaje. Un paisaje bellísimo, milenario, extendido como un manto protector a lo largo y ancho de las tierras de Navarra, Castilla, Galicia o La Rioja; vivir también con él la noche estrellada en la hospedería, coincidiendo con otros peregrinos a la espera de comida y lecho, y de un consejo amigo para afrontar con éxito las incógnitas de la siguiente jornada… El camino es, en realidad, una alegoría de nuestro paso por la vida, y como tal queremos mostrarlo a todo aquel que no desespera en buscar, todavía hoy y por encima de todas las cosas, la ilusión y la belleza en todo lo que nos rodea. Sin duda, y en este sentido, la ruta a Santiago es su mejor modelo a seguir.

2. Amanecer en Puente la Reina. Autor, Guu

Amanecer en Puente la Reina. Autor, Guu

3. A la sombra de los alisos. Autor, Frescotours

A la sombra de los alisos. Autor, Frescotours

Animados por la esperanza de una cordial y caritativa hospitalidad, muchos peregrinos se han echado a andar por el mundo en el transcurso de los siglos. Con la fe, la caridad y la esperanza viajaban los peregrinos medievales, alentados al saberse reconocidos como hermanos; porque si no pertenecían a un mismo pueblo ni a una misma raza, se sentían unidos por una cristiandad viva, que se traducía en el buen trato y obras nacidas de su amor por el prójimo. Esta fue la finalidad primordial de tantos hospitales, hospederías, albergues y refugios con los que se satisfacía las necesidades del caminante, romero a Compostela.

 

4. Ermita de la Virgen del Puente, cerca de Sahagún. Autor, Freecat

Ermita de la Virgen del Puente, cerca de Sahagún. Autor, Freecat

5. Parameras infinitas. Autor, Tomás Peñalver

Parameras infinitas. Autor, Tomás Peñalver

Por encima de todo, los hitos básicos en la ruta a Santiago eran las ciudades, las aldeas y los caminos. La Península Ibérica contaba en la Edad Media con menos de la décima parte de la población actual, y muchos de los pueblos que jalonan el camino de Santiago tuvieron su origen y desarrollo en las mismas peregrinaciones. Los caminos, por consiguiente, eran los grandes compañeros del viajero, quien evitaba deambular por trochas y jarales expuesto al peligro de fieras, asesinos o amigos de lo ajeno. Ortega y Gasset escribió en cierta ocasión:

“ Si una noche desaparecieran los caminos, si alguien avieso los sustrajera, quedaría España confundida, hecha una masa informe, encerrada cada gleba dentro de sí, de espaldas a las demás, bárbara, intratable. La red de caminos es el sistema venoso de la nación, que unifica y, a la vez, hace circular por todo el cuerpo una única espiritualidad”.

6. Feliz cena. Albergue de Ferreiros, Lugo. Autor,

Feliz cena. Albergue de Ferreiros, Lugo

En el Medievo no siempre se seguían los mismos caminos. Cada grupo o caravana elegía “su camino”, en conformidad con las devociones secundarias que los peregrinos se proponían cumplir. Además de las calzadas existía otra red caminera entre los castillos, pueblos y posesiones agrícolas y ganaderas. Tenían el nombre de senda o sendero, carril, vereda, camino real, camino cordel y cañadas, en conformidad con su anchura. Las más anchas eran las cañadas, tierra liberada de propietarios particulares que no podía ser cultivada y se reservaba para el paso de ganado trashumante. Además, a estas vías se añadían los caminos privados o de peaje, construidos por señores o ganaderos que exigían un pago por su utilización. Los mapas y guías de peregrinación aconsejaban entonces, al igual que ahora, cómo habían de hacerse racionalmente las jornadas, es decir, el camino de cada día, aunque cada cual las pudiera corregir o acomodar a su voluntad. De ahí la frase “hacer el viaje por sus jornadas”, que aparece con tanta frecuencia en las piezas literarias de aquel tiempo. Cada fin de jornada o etapa solía coincidir con una ciudad, una villa, un hospital de peregrinos o una venta. Aunque había quien, por ir más aprisa y a caballo, hacía jornadas dobles de hasta quince y veinte leguas, saltándose así la parada en aldeas de dudosa catadura.

 

7. Naturaleza en el camino de Santiago. Autor, Jexweber.fotos

Naturaleza en el camino de Santiago. Autor, Jexweber.fotos

8. Paisajes del camino. Autor, Guu

Paisajes y horizontes. Autor, Guu

Desde el camino y por el camino, el peregrino llegaba a un feliz estado de contemplación virginal de la naturaleza. El hombre medieval gozaba de ella, de sus picachos, de las vertientes del Pirineo bordadas de hayedos y robledales, con vacíos dejados para solaz de la vista en forma de verdes prados. Poco a poco se iba adentrando en las tierras llanas hasta llegar a las estepas y parameras, con horizontes infinitos que hacían dudar hasta al más decidido de poder dar término a su jornada. El gran poeta y crítico teatral español Enrique de Mesa describe así el paisaje que se abría a los ojos del peregrino:

“Un molino,
Perezoso por el viento.
Un triste son de campana.
Un camino
Que se pierde polvoriento
Surco estéril de la tierra castellana.
Ni un rebaño
Por las tierras. Ni una fuente
Que dé alivio al caminante”.

9. Afrontando la dura jornada. Autor, Calafellvalo

Afrontando la dura jornada. Autor, Calafellvalo

Debido a la singular cosmovisión del Medievo, el caminante y cualquier hombre de la edad media se consideraba rey en aquella tierra diáfana, montañosa, boscosa o esteparia. Era el elegido por Dios para contemplar y disfrutar de toda aquella naturaleza desplegada como un inmenso tapiz, con sus bellezas, sus bonanzas y sus rigores. El caminante curtido contemplará cada mañana los primeros rayos del sol ya un poco lejos del lugar donde ha pasado la noche; los atardeceres, por el contrario, desde las torres de una ciudad amurallada o desde el balcón de un albergue. El atardecer se recibe siempre con ánimo recogido, y la noche promete un descanso reparador a la espera de la fresca brisa de la mañana, y con ella una nueva esperanza. Este es el ciclo del viajero y del peregrino. Durante la jornada, en bella expresión de Víctor Hugo:

“Dios nos presta un momento los prados y las fuentes, los grandes bosques temblorosos, las profundas y sordas rocas y los cielos azulados, los lagos y las llanuras, para que pongamos en ellos nuestros ensueños, nuestros amores”.

10. Interior del albergue de Roncesvalles. Autor, Arquepoética.

Interior del albergue de Roncesvalles. Autor, Arquepoética

11. Camino de Santiago e iglesia románica, en Castrojeriz. Autor, Calafellvalo

Camino de Santiago e iglesia románica, en Castrojeriz. Autor, Calafellvalo

El caminante, sin darse cuenta, se llena de luz, de rumor de trigos ondulantes, de horizontes que se abren en cada colina. Más que nadie sabe de la caricia de una corriente de agua, de la sombra de los alisos o de la flor que brota entre las zarzas. Campo es sudor, polvo y penosas ascensiones; pero también olor a pino, a jara y a libertad. Y el atardecer le sorprende en casa, la suya por aquella noche. Y hace el recuento de la jornada con el cuerpo agotado, requemado por el sol y el duro viento de las parameras… ¿No es ésta una feliz coincidencia con el recorrido, a veces fácil, a veces triste y amargo, que nos ha tocado realizar en nuestra vida?

Continuará…

 

12. Amanecer y esperanza. Autor, Julio Codesal

Amanecer, colores de esperanza. Autor, Julio Codesal

cats

«Porque el viaje no comienza cuando preparas tu mochila, el viaje despega solo con soñarlo. Disfruta del Camino de Santiago»

Publicado el 20 comentarios

Galicia y su fiesta de Samaín. La noche celta de los difuntos

Samain noche de difuntos en Galicia

Como todos los años, la llegada del mes de noviembre marca el comienzo de una festividad muy especial, con multitud de manifestaciones populares en todos los rincones del país. Se trata del día de difuntos, la celebración cristiana consagrada a los fieles que ya no están con nosotros

El día de los difuntos, o de los muertos, sigue en el Santoral católico a la festividad de todos los Santos, y existe constancia escrita de que sus orígenes se remontan hasta mil años atrás, en los inicios del siglo XI d.C. Efectivamente, por aquella época la Orden Cluniacense se encontraba en plena expansión, y uno de los abades más influyentes de la casa principal, Odilon, decidió instaurar una jornada dedicada exclusivamente a orar por la salvación eterna de los difuntos: el día 2 de noviembre.

En sus comienzos se dirigía solo a los monjes fallecidos de Cluny, pero luego la Santa Madre Iglesia generalizó el rito, y lo hizo extensible a todos los fieles difuntos de la comunidad cristiana universal.

2. Acantilados en San Andrés de Teixido, cerca de Cedeira. Autor, User alma

Acantilados en San Andrés de Teixido, cerca de Cedeira

3. Cruceiro junto a Cedeira. Autor, Yann

Cruceiro junto a Cedeira

Sin embargo, pocos imaginan que la jornada de los fieles difuntos tiene en realidad unas raíces mucho más oscuras: en Galicia y en otras regiones de España, las fuentes se remontan incluso a épocas anteriores al propio nacimiento de Cristo. Cedeira, municipio de A Coruña situado en la desembocadura del río Condomiñas, en las Rías Altas, celebra todos los años por estas fechas una original fiesta de origen celta denominada Samaín.

Muchos estudiosos coinciden en señalar al Samaín como el origen de la mayoría de las tradiciones asociadas a los muertos, desde la propia festividad cristiana hasta otras manifestaciones hoy generalizadas por los cinco continentes, incluido el famoso Halloween de los disfraces y las calabazas con forma de calavera.

4. La noche de las calabazas. Autor, Freecat

La noche de las calabazas

La profunda religiosidad de las gentes de Cedeira y otros muchos pueblos gallegos ha dado siempre una gran importancia a la comunión con sus muertos. Hasta no hace mucho se pensaba que los difuntos visitaban por estas fechas las iglesias y ermitas donde se celebraban misas por su alma, mientras que en las casas era costumbre preparar alimentos a los parientes vivos, pero pensados como una manera de honrar a los muertos.

Las ánimas volvían así por un día a sus viejas moradas, para calentarse junto a la chimenea y comer en compañía de sus familiares vivos, alejando así la tristeza definitiva del camposanto. Herencia de un pasado ancestral, también resultaba frecuente prender una hoguera común con ramas de serbal o de tejo, consideradas antaño sagradas, para después utilizar este fuego en el encendido de todas las lareiras de la comunidad.

Durante el día de difuntos estaba absolutamente desaconsejado alejarse de la aldea, pues la relación de los vecinos debía hacerse únicamente entre ellos y sus antepasados.

5. Caballos cerca de Teixido. Autor, Guillenperez

Caballos cerca de Teixido

Y es que en Galicia la muerte se vive de una forma muy especial. Un cementerio gallego al uso estará siempre cerca del pueblo, puesto que resulta habitual que los vecinos se acerquen hasta allí para pasear y disfrutar de la tarde recordando a los ausentes. Se puede faltar a una comunión, a un bautizo o a una boda, pero en Cedeira y en general en toda Galicia, resulta muy grave no asistir al día de difuntos o a la misa de “cabo de año”.

La vida transcurría durante esta jornada en una calma sostenida, aunque no triste. Una jornada dedicada generalmente a las visitas y en la que las cuatro comidas diarias, o el tradicional consumo de castañas asadas, se hacía siempre en compañía de vecinos, familiares y amigos. La vuelta a casa para honrar a los muertos era hecho consumado, hasta el punto de publicarse esquelas en el que los datos del finado se acompañaban con un horario de autobuses: aquel que contrataba la familia para recoger a los allegados en las aldeas más distantes.

Es precisamente esta profunda sensibilidad hacia el mundo de los muertos la mejor muestra de la originalidad celta en Galicia, y por supuesto el legado más extendido del Samaín, una fiesta druídica que se remonta a los tiempos oscuros anteriores al cristianismo y a la cultura impuesta por los pueblos civilizados.

6. Misterio en el bosque gallego. Autor, Fondebre

Misterio en el bosque gallego

Olvidada casi por completo, la fiesta de Samaín comienza hoy a recuperarse y a celebrarse en un número creciente de parroquias. Los ancianos de localidades como Noia, Catoira, Cedeira, Muxía, Sanxenxo, Quiroga o Ourense todavía recuerdan una tradición coincidente con los días de Difuntos y Todos los Santos, y que consistía en la elaboración de feroces calaveras confeccionadas con una cubierta de calabaza: son los famosos melones, o calabazas anaranjadas de Cedeira; los calacús en las Rías Baixas, o los bonecas con remolacha en Xermade (Lugo).

En Cedeira la técnica era siempre la misma, y consistía en vaciar con gran paciencia las calabazas colocándoles después dientes de palitos y una vela encendida en el interior, con el fin de espantar a los malos espíritus en las noches de transición entre el verano y el oscuro invierno.

7. Hoguera. Autor, Gatogrunje

Hoguera para guiar a los difuntos

Era tradición antiquísima que los niños elaboraran sus calaveras de «melón» con aspecto terrorífico, colocándolas después en las esquinas o las ventanas para asustar a todo el vecindario, y en especial a chicuelos de barriadas vecinas o a las mujeres que volvían del rosario. Cualquier mal que anduviese merodeando por la aldea quedaba así conjurado y lejos del hogar. Claro que esta hortaliza solo pudo utilizarse a partir del siglo XVI, cuando fue transplantada a Europa con los primeros galeones procedentes de América. En la festividad más antigua del Samaín, las aldeas célticas utilizaban los cráneos de los enemigos vencidos en batalla para iluminarlos y colocarlos en los muros de los castros.

De este rito salvaje procede la tradición posterior de los cruceiros, las cruces de piedra  levantadas en las encrucijadas de numerosos bosques y despoblados gallegos. Los cruceiros se rodeaban de amontonamientos de piedras llamados milladouros, con una finalidad similar a la de las calaveras, y aún hoy existe entre viajeros y caminantes la costumbre de depositar allí una piedra y solicitar un deseo a los espíritus que rondan el lugar.

8. Cabo Ortegal. Autor, Adbar

Cabo Ortegal

El Samaín (en su origen gaélico, Samhain, que significa noviembre o “fin del verano”) se celebraba hace miles de años en todo el territorio celta hacia la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, con motivo de la conclusión de la temporada de cosechas y la llegada del invierno.

Los druidas, sacerdotes paganos de los celtas, consideraban esta fecha como un momento perfecto para reverenciar a los ancestros que visitaban sus antiguas aldeas, y para ello se santificaban mediante ritos conducentes a lograr su intercesión. Fue en el siglo XIX cuando la tradición del Samhain se exportó a Estados Unidos a partir de países como Escocia e Irlanda, cuya población emigró en masa a Norteamérica a causa de las hambrunas que asolaron Europa a mediados de siglo.

Este es el origen del Halloween actual (término derivado de All Hallows’ Eve, ‘Víspera de Todos los Santos’), una fiesta reimportada después a nuestro continente en un intento de alienar nuestras tradiciones más arraigadas: precisamente aquellas que dieron origen y significado al rito actual de reverenciar a los muertos.

9. Playa de Lumebo, en el Ferrol. Rías Altas. Autor, Macintosh

Playa de Lumebo, en el Ferrol. Rías Altas

Durante la noche del 31 de octubre los druidas se desplazaban hasta los bosques más alejados y recogían bayas de muérdago, una planta parásita que crece en las ramas de los árboles. Para ello utilizaban cierta hoz especial, fabricada de un material sagrado y considerado símbolo de pureza en la tradición celta: el oro. Tras la recolección depositaban las bayas en un pequeño caldero, donde más tarde se efectuaría la cocción de pócimas curativas y mágicas destinadas, entre otras cosas, a las prácticas de adivinación.

Los vecinos acudían a los druidas para obtener pronósticos sobre aspectos tales como casamientos, la incidencia del tiempo o la suerte que había de depararles el futuro.

Se tiene constancia de un rito adivinatorio que ha sobrevivido hasta fechas recientes y que consistía, curiosamente, en “pescar” y pelar manzanas: para ello se sumergía una cantidad variable de estas frutas en un recipiente amplio, a fin de que cualquiera que quisiese probar suerte se acercara a atrapar alguna de ellas.

Aquella persona que lo lograse en primer lugar sería la primera de la aldea en casarse. Finalmente se procedía a pelar las manzanas en la creencia firme de que cuanto más larga fuera la mondadura, mayor sería la vida de quien la peló.

Samaín castañas asadas
Asando castañas

En la noche de difuntos, las hadas y los trasgos eran libres de deambular por los caminos y las inmediaciones de la aldea. Su magia ocasionaba un sinnúmero de daños debido a las peculiaridades de esta jornada, la cual no pertenece ni a un año ni al siguiente, y por tanto resulta ideal para sembrar el caos. Se atrancaban las puertas de las casas para evitar que nadie entrase pidiendo limosna, en especial si lo que pedían era comida, leche o sopa.

Algunos valientes se arriesgaban a abrir: de tratarse de un hada el hogar obtendría suerte y fortuna para el siguiente año; pero si el visitante era un trasgo las maldiciones se abatirían sobre la familia, y todo serían calamidades y desastres sin fin.

Al caer el día los druidas encendían hogueras en lugares específicos, para lo cual utilizaban ramas sagradas recolectadas en lo más profundo del bosque. Su función no era solo ahuyentar a los malos espíritus sino también guiar a los muertos en la oscuridad, a fin de facilitarles el camino a la aldea y participar en las honras preparadas por sus familiares.

Los vecinos solían disfrazarse con pieles y cabezas de animales para asustar o despistar a los espectros, en la creencia de que pasarían de largo al confundirlos con otras bestias. Y asimismo era tradición efectuar numerosos sacrificios de reses. Un acto, por otro lado, no necesariamente asociado a celebraciones de tipo místico, ya que entonces al igual que ahora la comunidad debía aprovisionarse de carne y de pieles para hacer frente a los duros meses de invierno.

11. Atardecer en el puerto de Cariño. Autor, Guillenperez

Atardecer en el puerto de Cariño

12. Hacia el día de difuntos. Autor. Roi Alonso

Hacia el día de difuntos

Más adelante, los ritos celtas encaminados al mundo de los muertos derivaron en Galicia hacia la tradición de la Santa Compaña. Según la leyenda, la comitiva de difuntos avanza durante esta noche en completo silencio y portando largos cirios encendidos, siendo necesario protegerse contra la maldición que supone toparse con ella: unos hacen como que “no la ven”, mientras otros recomiendan subirse a un cruceiro y esperar a que pase de largo.

Pero sin duda, nada hay más eficaz que evitar alejarse del hogar durante esas horas consagradas a los muertos. Un consejo ciertamente valioso, puesto que el que encabeza la comitiva es en realidad una persona viva, que ha sido condenada a portar una cruz delante de la procesión espectral, y que solo quedará libre cuando pueda traspasar su condena a otro… Dicho esto y sin ánimo de estropear la fiesta a nadie… ¡A disfrutar de la noche más tenebrosa del año!

13. Puesta de sol en Ortegal. Autor, Guillenperez

Puesta de sol en Ortegal

Un artículo de sabersabor.es©

Publicado el Deja un comentario

Chocolate, el oscuro secreto del monasterio de Piedra (1ª Parte)

Chocolate, el oscuro secreto del monasterio de Piedra (1ª Parte)

Se dice que en los conventos se guardan los secretos más sensuales y prohibidos del mundo. Y aunque esta afirmación podría ser objeto de acaloradas discusiones, al menos resulta cierta cuando nos referimos a cierto monasterio de Zaragoza… Tanto es así, que en su interior se conserva y puede ser visitado un espacio museístico dedicado exclusivamente a estos menesteres. Estamos hablando del monasterio de Piedra, en la localidad zaragozana de Nuévalos, una obra de arte medieval construida durante los años en que el Reino de Aragón ampliaba espectacularmente sus fronteras en detrimento del poder musulmán. Y el objeto de deseo no podía ser otro que el chocolate.

 

2. Entorno del monasterio de Piedra. Autor, Pablo.sanchez

Entorno del monasterio de Piedra. Autor, Pablo.sanchez

Resulta inevitable preguntarse por qué existe un museo dedicado enteramente al chocolate en el interior de un monasterio, por entonces uno de los más importantes de la Orden del Císter en tierras hispánicas. ¿Era el chocolate un producto de mercado más para sus propietarios? ¿Formó parte del desayuno habitual de los monjes, a pesar de su exotismo y sus propiedades estimulantes? ¿O quizás constituyó en los tonsurados, como suele decirse, el sustituto perfecto de pasiones que de abrirse paso, hubieran resultado aún más inconvenientes? Para encontrar la razón debemos sumergirnos en la curiosa y llamativa historia de este “Alimento de los Dioses”, empezando por su “descubrimiento” en las Américas, y siguiendo con la llegada a Sevilla de los primeros galeones traídos por los vientos chocolateros, repletas sus bodegas de semillas de cacao procedentes de Nueva España…

 

3. Decoración de chocolate. Autor, Ilaria

Decoración de chocolate. Autor, Ilaria

4. Monasterio de Piedra. restos de la iglesia. Autor, Kevin Rodriguez Ortiz

Monasterio de Piedra. Restos de la iglesia. Autor, Kevin Rodriguez Ortiz

El monasterio de Piedra es bien conocido por el entorno paradisíaco que se despliega a su alrededor. El río Piedra crea en el lugar unos pintorescos lagos, grutas y cascadas de gran belleza, y de las que la Cola de Caballo, con sus más de 50 metros de altura, es la que despierta mayor interés entre los visitantes. Sus impresionantes edificios se construyeron en lo que antaño fue la fortaleza musulmana de Piedra Vieja, tomada por las tropas cristianas durante la Reconquista, y donada a la Orden del Císter a finales del siglo XII por Alfonso II de Aragón para la construcción de un monasterio. Aprovechando las piedras de la muralla y el castillo antiguos, los monjes levantaron a lo largo de 23 años (1195-1218) lo que ahora podemos contemplar con devota admiración: la iglesia y el claustro, el refectorio y la sala capitular, las bodegas y todas aquellas dependencias que constituían el centro de la vida y la dedicación monástica por aquella época. En la despensa se almacenaban los alimentos necesarios para las comidas diarias de monjes, visitantes y menesterosos, entre la hora prima y las completas, y que se elaboraban más tarde en la amplia cocina adaptada a las necesidades de la congregación.

 

5. Dentro de la cascada. Autor, Pablo.sanchez

Dentro de la cascada. Autor, Pablo.sanchez

Pero esta cocina tiene además un valor añadido, y es el de constituir el lugar donde por primera vez se elaboró el chocolate en Europa. La historia afirma que Hernán Cortés, el conquistador del imperio Azteca, llevó entre sus acompañantes a un monje del Císter llamado Fray Jerónimo de Aguilar, quien trajo consigo en 1524 las primeras semillas de cacao junto a la receta de la elaboración del chocolate. Al llegar a España Fray Jerónimo regaló este producto al abad del monasterio de Piedra, quien no tardó en hacer del chocolate un alimento de gran fama y tradición no solo en su monasterio, sino también en todas las casas de su Orden. De hecho, se sabe que en algunos monasterios existía una pequeña estancia justo encima de los claustros llamada chocolatería, y donde al parecer los monjes cocinaban y degustaban el chocolate en sus escasos momentos de ocio.

 

6. Cacao y semillas de cacao. Autor, Photos Gobva

Cacao y semillas de cacao. Autor, Photos Gobva

Aunque se cree que fue Cristóbal Colón el primer europeo en consumir chocolate, parece que el sabor amargo propio del cacao no fue precisamente de su agrado, un detalle que se agravaba además por la costumbre de los aztecas de consumirlo frío y condimentado con chiles. Dicho sea de paso, tampoco resultaría objeto de devoción de los Reyes Católicos, quienes lo probaron tras el regreso del almirante del cuarto de sus viajes. No volvió a hacer ninguno más. Tuvo que ser Hernán Cortés, sin embargo, quien nos dejara una de las primeras descripciones que se conocen sobre las propiedades del chocolate: «cuando uno lo bebe, puede viajar toda una jornada sin cansarse y sin tener necesidad de alimentarse», haciendo una clara alusión al poder calórico de este producto.

 

7. Mujer tomando una tada de chocolate. Obra de Raimundo de Madrazo. Oleo sobre lienzo. 1841-1920

Mujer tomando una taza de chocolate. Obra de Raimundo de Madrazo. Oleo sobre lienzo. 1841-1920

Lo cierto es que el chocolate no tardó en ser un artículo muy apreciado por la alta sociedad española del siglo XVI, que lo consumía como bebida caliente y reconstituyente. Las damas de la nobleza lo consideraban un manjar exótico, tomándolo en secreto y condimentado con diversas especias como la pimienta, mientras que en la alta sociedad mejicana se acostumbraba mezclarlo con canela. En 1601, el confesor de la Corte en la ciudad de Córdoba elaboraba chocolatinas con un relleno de hortalizas en su interior. Fue con la implantación de la caña de azúcar en las regiones cálidas de América cuando se pusieron realmente las bases para crear el chocolate dulce, lo que le dio un sabor más parecido al que hoy conocemos. Parece que el invento vino también de la mano de eclesiásticos, y concretamente de las monjas residentes en un convento de Oaxaca (Méjico), algo que hizo que el consumo de chocolate con azúcar se extendiese como la pólvora por los monasterios de Nueva España. Los benedictinos solían afirmar que: «No bebía del cacao nadie que no fuese fraile, señor o valiente soldado».

 

8. Los famosos Brownies. Autor, Roboppy

Los famosos Brownies. Autor, Roboppy

Este hecho trajo la preocupación, como es lógico, a las autoridades católicas de rigor, quienes consideraban inadecuado el manjar de Moctezuma debido a sus propiedades excitantes. Las costumbres de la alta sociedad con respecto al chocolate tampoco ayudaban a mejorar la situación, ya que las damas españolas se hacían servir esta bebida dentro del templo para hacer así más llevaderos los sermones del párroco. El obispo de Chiapas (Méjico) prohibió tal hábito y amenazó a los feligreses con la excomunión si persistían en su actitud. Y aunque la amenaza surtió efecto no convencería por completo a las devotas damas, ya que al poco tiempo las chocolatadas organizadas después de misa se hicieron muy populares a ambos lados del Atlántico.

 

9. Chocolate negro. Autor, Timsackton

Chocolate negro. Autor, Timsackton

Fuera cual fuese la opinión de la Iglesia, lo cierto es que los galeones regresaban a España cargados de riquezas procedentes de América, y entre las cuales la base del chocolate, el cacao, constituía un producto selecto y de gran valor. No era raro, por ejemplo, encontrar pasajeros transportando semillas de cacao ocultas en sus guardajoyas, y que a su llegada a España las mostrasen a sus allegados como un tesoro exótico e impagable. Existía ciertamente el temor a que el secreto del chocolate fuera descubierto por otras naciones, lo que supondría en la práctica perder el monopolio de su comercialización. Sin embargo, estas preocupaciones fueron al principio bastante infundadas. El italiano Girolamo Benzoni escribía en 1565 que «el chocolate parecía más una bebida para cerdos, que para ser consumido por la humanidad», mientras que los corsarios ingleses y holandeses incendiaban y mandaban a pique las embarcaciones españolas que capturaban, cuando descubrían que éstas no transportaban otra cosa que cacao, lo que da idea del valor real que tenía este producto entre los extranjeros. No tardarían en darse cuenta de su error.

Continuará…

 

10. Detalle del claustro del monasterio de Piedra. Autor, Shortshot

Detalle del claustro del monasterio de Piedra. Autor, Shortshot

Publicado el Deja un comentario

Isabel, el retrato más querido del Emperador

Isabel, el retrato más querido del Emperador

En 1548, un anciano pintor residente en la Roma del papa Pablo III inició un viaje hacia la húmeda y boscosa Alemania. Su nombre, Tiziano Vecellio, el máximo exponente de la escuela veneciana del Renacimiento, y su destino la Dieta de Augsburgo, donde el todopoderoso Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico solicitaba la presencia del italiano para un nuevo encargo imperial. Durante su estancia en tierras germanas nuestro genial artista finalizó el cuadro “Carlos V a caballo en Mühlberg”, una de las obras cumbres de su carrera y que representa al Emperador y su montura a orillas del Elba, victorioso tras la batalla que libró contra las tropas protestantes de la Liga de Esmalcalda. Pero para su sorpresa no fue ese el único encargo que recibió. Al poco de su llegada, el Emperador le pidió encarecidamente que retocase un cuadro suyo que había entregado en 1545 y que para Carlos tenía un significado muy especial. La obra es un retrato al óleo expuesto actualmente en el museo del Prado y muestra el torso de Isabel I de Portugal, la Emperatriz y añorada esposa de Carlos que murió seis años antes en plena flor de su juventud.

Tiziano recordaba bien esa obra, un retrato póstumo que tuvo que realizar basándose únicamente en un camafeo de autor desconocido y la información facilitada por los que conocieron a Isabel en la corte. Esa fue su única inspiración, puesto que el pintor nunca la conoció en vida, de modo que cuando hoy admiramos el retrato en las galerías del museo del Prado sorprende cuanto menos observar la fidelidad y el amor con que el artista plasmó en el lienzo un rostro ajeno a él, pero del que logró extraer una belleza y bondad que a la vista de la obra parecen trascender de este mundo: la belleza de una princesa de sangre lusa que supo llevar las riendas del Imperio en las frecuentes ausencias de su marido, y la bondad y dulzura de una mujer que atrajo a Carlos desde el momento mismo en que se conocieron, durante los esponsales celebrados en Sevilla el año de 1526.

Carlos V en Mühlberg. Tiziano, Óleo sobre lienzo. 1548

Carlos V en Mühlberg. Tiziano, Óleo sobre lienzo. 1548

El 7 de febrero de 1526 llegaba Isabel a la frontera de Portugal acompañada de un impresionante cortejo, al que recibió con grandes honores la comitiva castellana presidida por el duque de Calabria, Don Fernando de Aragón. Y apenas un mes más tarde, tras viajar con grandes honores por media Andalucía, entraban juntos castellanos y portugueses en Sevilla, la joya del Guadalquivir, con todas las calles, plazas y balcones repletos de gente deseosa de saber cómo era la Emperatriz de cuya elegancia y belleza tanto se hablaba en toda Europa. Carlos V aún tardaría siete días más en llegar a Sevilla, haciendo un desaire evidente y sin duda deliberado a su futura esposa. Cuando subió al alcázar ya era entrada la noche, y al acceder a sus aposentos, Isabel, nerviosa, no pudo hacer otra cosa que hincarse de rodillas e intentar besar la mano de su Emperador.

¿Cómo era realmente Isabel? Tenemos por fortuna además del cuadro una descripción realizada por el cronista Alonso de Santa Cruz, de cuya pluma salió el siguiente comentario: “Era la Emperatriz blanca de rostro y el mirar honesto… Tenía los ojos grandes, la boca pequeña, la nariz aguileña, los pechos secos, de buenas manos, la garganta alta y hermosa (…)”. Fue ese rostro marfileño y esos ojos grandes y de mirada franca los que cautivaron por tanto al Emperador, y he aquí que en su primer encuentro surgió lo inesperado. Porque aunque la boda fue un rentable negocio concertado entre los reinos de Portugal y España, como lo eran todas las bodas de la nobleza en aquella época, Isabel lograría enamorar a Carlos V hasta un grado pocas veces conocido en las monarquías del Renacimiento Europeo. Tras su encuentro formal y un tanto precipitado, Carlos la levantó enseguida abrazándola y tomándola después de la mano. Era ya medianoche, pero aquella pareja no pudo esperar más. Se improvisó apresuradamente un altar y el Arzobispo de Toledo oficio una misa breve a la cual asistieron contados caballeros. El matrimonio fue consumado sin más ceremonias que el amor que se profesaban, un amor que duraría lo que la vida de la Emperatriz y del que su marido siempre daría muestras de añoranza a causa de sus obligadas ausencias por asuntos de Estado.

Autorretrato de Tiziano (Detalle). Óleo sobre lienzo. Entre 1565-70

Autorretrato de Tiziano (Detalle). Óleo sobre lienzo. Entre 1565-70

La pareja pasó su luna de miel en Granada, ciudad cantada por todos los poetas. Jerónimo Münzer la visitó a finales del siglo XV y decía de ella: “Repleta de jardines deleitosos con limoneros, arrayanes, estanques de marmóreos muros, tazas de mármol con surtidores de agua (…)”. Y algo de aquel soberbio enclave a los pies de Sierra Nevada debió de anidar en el corazón de los recién casados, pues decidieron prolongar su estancia en la capital nazarí hasta diciembre de aquel mismo año. Fue allí, en los aposentos de palacio, donde engendraron a su primer hijo: un heredero al que llamarían Felipe y que décadas más tarde sometería bajo su cetro los destinos de medio mundo.

La muerte de la Emperatriz vino a truncar esta dicha. Tras sufrir un aborto como consecuencia de unas fiebres sufridas en los primeros meses de embarazo, Isabel dejaba este mundo en Toledo a la edad de 36 años, el 1 de mayo de 1539. Carlos, que no se encontraba en la Corte en aquellos días, quedo sumido en una pena profunda e inconsolable. Fue tal su tristeza al conocer la noticia que marchó de inmediato hacia el convento de Santa María de la Sisla, en los Montes de Toledo, donde se encerró dos largos meses en la soledad más absoluta mientras el cortejo fúnebre de la Emperatriz atravesaba España camino de las vegas y las crestas de Sierra Nevada. Isabel volvía así a Granada, la ciudad regada por las frías aguas del río Genil. Y allí recibió finalmente sepultura en la Capilla Real que se levanta junto a la Catedral, donde ya descansaban los Reyes Católicos, su hija Juana la Loca y el marido de ésta, Felipe el Hermoso. Carlos V dejaría reflejado su pesar en diversos escritos aunque de una manera fría y casi diplomática, como si tuviese miedo de desvelar sus sentimientos a algún extraño. Pero fue con su hermana, María de Hungría, con quien el Emperador se sinceraría y daría rienda suelta al dolor más absoluto: “je suis en l’anxieté et tristesse que pouvez bien penser, d’avoir fait une si grande et extrême perte (…)”.

Cenotafio de Carlos I de España e Isabel de Portugal. Monasterio de San Lorenzo el Real del Escorial. Autor, Lancastermerrin88

Cenotafio de Carlos I de España e Isabel de Portugal. Monasterio de San Lorenzo el Real del Escorial. Autor: Lancastermerrin88

Desgraciadamente, en aquellos días el Emperador vino a caer en la cuenta de que no conservaba ningún retrato de Isabel, y el único existente, guardado por su hermana en la pinacoteca de Malinas, era pésimo y apenas si tenía algún parecido con el amado rostro que él recordaba. El cuadro realizado por Tiziano en 1545 vino a arreglar esta situación y palió sin duda la pena que sentía Carlos por la muerte de su esposa. Se sabe que el artista reutilizó un lienzo usado, ya que a través de análisis por radiografía se ha podido entrever tras las capas de pintura el perfil de una figura femenina. Tiziano terminó el cuadro con grandes dificultades y lo presentó finalmente en la Corte en 1545, pero por desgracia no gustó al Emperador: había plasmado el rostro con la nariz un tanto aguileña. Fue en 1548 y tras su viaje a Augsburgo, cuando el pintor italiano, que ya contada con sesenta años de edad, pudo dar los últimos retoques a su obra y ofrecerla de nuevo a su cliente y amigo.

El resultado: uno de los retratos más conmovedores, bellos y dignos de admiración de todo el Quinientos europeo. La Emperatriz se encuentra sentada y sostiene un libro abierto en su mano izquierda, quizá un misal o libro de oraciones. Isabel mira al frente con expresión dulce y profundamente humana, la postura erguida y envuelta en ricos vestidos mientras tras ella se despliega un paisaje renacentista desde unos grandes ventanales. Y Carlos, nuevamente al lado de su bienamada mujer, frente a aquel rostro marfileño y de grandes ojos que miraban al infinito y del que por desgracia no pudo despedirse, supo entonces que aquel cuadro le acompañaría siempre hasta el final de su vida. Así fue. Está documentado que el retrato de la Emperatriz fue una de las pocas pertenencias de las que no quiso desprenderse tras su renuncia al Imperio, agotado, prematuramente envejecido y enfermo de gota, y que lo siguió a su retiro definitivo en el monasterio extremeño de Yuste, donde moriría rodeado de jardines y a la sombra de la sierra de Tormantos el 21 de septiembre de 1558.

Isabel de Portugal. Óleo sobre lienzo. Tiziano, 1548

Isabel de Portugal. Óleo sobre lienzo. Tiziano, 1548

Publicado el Deja un comentario

Somiedo. El misterio de la otoñada y caída de la hoja

Somiedo. El misterio de la otoñada y caída de la hoja

Llegan los últimos meses del año, y sin faltar a la cita comienza el espectáculo de la otoñada y la caída de la hoja en numerosos bosques españoles. Quizás sea Somiedo, en Asturias, el lugar más a propósito para disfrutar del baile cromático que ofrece la naturaleza por estas fechas, cuando los tonos rojos, amarillos y anaranjados campean a sus anchas entre el verde de los prados para despedir, una vez más, a la benigna estación estival. El Parque Natural de Somiedo es uno de los espacios protegidos más importantes de España, y fue declarado Reserva de la Biosfera en el año 2000. En su agreste territorio pueden contemplarse todavía las famosas cabañas pasiegas, utilizadas desde antiguo por los pastores trashumantes; los pastos altos para el ganado, también denominados brañas; o ríos montanos como el Pigüeña, el Valle o el propio de Somiedo, que se abren paso a través de profundas hondonadas cubiertas de robledales y hayedos, y donde el oso es sin duda el representante animal más apreciado.

Somiedo es el paraíso de montaña por excelencia de la cordillera Cantábrica, y el lugar que hemos elegido para ilustrar uno de los fenómenos más admirados y fotografiados del mes de octubre… ¿Cuál el secreto que se esconde detrás de este despliegue colorista? ¿A qué se debe en realidad el misterio de la otoñada, un fenómeno que se repite año tras año y que precede a la desnudez de los bosques norteños durante el invierno?

2. Los tonos anaranjados del otoño. Autor, Aitor garcía Viñas

Los tonos anaranjados del otoño. Autor, Aitor garcía Viñas

3. Paisaje de otoño en Somiedo. Autor, Cangués

Paisaje de otoño en Somiedo. Autor, Cangués

Las hojas, gracias a la presencia de clorofila en grandes cantidades, producen a lo largo de su vida útil todos los alimentos que la planta necesita para crecer. Los métodos que utiliza para ello exigen que sean planas, a fin de captar la luz del sol, y finas para permitir que los gases y el vapor de agua se difundan libremente a su través. En zonas tropicales, con su abundante calor y humedad, esta forma no presenta problema alguno. Pero allí donde el clima se recrudece en ciertas estaciones del año, las hojas sufren y resultan muy vulnerables.

 

4. La proximidad del invierno. Autor, Gerald Brazell

La proximidad del invierno. Autor, Gerald Brazell

Éste es el caso de las tierras más norteñas, como en Europa y en gran parte de la Península Ibérica. A medida que el año se acerca a su fin, los días se vuelven más cortos y se reduce el número de horas hábiles para el funcionamiento de las hojas. Bajo estas condiciones ya no puede producirse el alimento, y muchas plantas dejan realmente de estar activas. En latitudes elevadas, además, el frío hace que el suelo se hiele al llegar lo más duro del invierno, por lo que la humedad que contiene queda atrapada en forma de hielo, y las raíces de las plantas ya no pueden extraerla. Las células de las hojas también corren peligro de helarse. Si ello ocurriera, los tejidos reventarían y la hoja se destruiría.

 

5. Puerto de Somiedo. Autor, Pena Muxiven

Puerto de Somiedo. Autor, Pena Muxiven

6. Dorados junto al río. Autor, d'Antela

Dorados junto al río. Autor, d’Antela

Con estas condiciones solo los árboles provistos de hojas duras y especiales, a menudo en forma de aguja, pueden mantener su actividad durante el invierno y seguir alimentándose sin demasiados problemas. Es lo que ocurre con la inmensa mayoría de las coníferas siempre verdes, y debido a ello predominan en zonas extremas de alta montaña donde otras especies no pueden sobrevivir. Pero los árboles de hoja ancha deben prescindir de su “fábrica de alimento” si no quieren correr el riesgo de helarse. De esta forma, robles, hayas, olmos, chopos, abedules y el resto de especies caducifolias revelan por estas fechas el proceso que todos conocemos como “otoñada”, y que nos anuncia de manera inequívoca la proximidad del frío extremo y de la nieve.

 

7. Montañas del Parque Natural, y otoño. Autor, Óscar Ramos

Montañas del Parque Natural, y otoño. Autor, Óscar Ramos

Todo comienza sin embargo mucho antes. En realidad, debido a las peculiaridades de la órbita terrestre, la señal es lanzada ya en el inicio de la estación estival. A finales de junio y tras el solsticio de verano, el día más largo del año, las jornadas van haciéndose imperceptiblemente más cortas, y con la bajada otoñal de temperaturas y las primeras inclemencias del tiempo, los árboles “intuyen” dichos cambios y aceleran el proceso. Así, una de sus primeras precauciones consiste en cubrir las tiernas yemas con escamas duras y coriáceas, que las protegerán del frío y la desecación hasta la llegada de la primavera.

 

8. Otoño y fabada asturiana, la mejor combinación. Autor, Doctor Canon

Otoño y fabada asturiana, la mejor combinación. Autor, Doctor Canon

9. Cabañas pasiegas y nubes bajas de Somiedo. Autor, Nepuerto

Cabañas pasiegas y nubes bajas de Somiedo. Autor, Nepuerto

La pérdida de las hojas se debe a una combinación de factores físicos y biológicos inducida por la acción de un compuesto denominado ácido abscísico. Con la acumulación de esta sustancia, producida de manera natural en muchas plantas, el árbol “sabe” que ha llegado la hora de desprenderse de su follaje y pone en marcha el proceso que desembocará en el parón invernal. La presencia del ácido impide además que broten nuevas hojas antes de la fecha prevista, lo que podría ocurrir en los breves periodos de buen tiempo que a menudo se suceden hacia la mitad del invierno. En cualquier caso, la caída de las hojas es motivo de estrés para los árboles caducifolios, que deben desprenderse de una gran cantidad de materia aparentemente inservible y reducir al mínimo su actividad biológica.

 

10. Reflejo de otoño en el lago. Autor, Bert Kaufman

Reflejo de otoño en el lago. Autor, Bert Kaufman

Antes de que esto suceda, sin embargo, los árboles reutilizan al máximo todos sus compuestos útiles: la clorofila se descompone en unidades menores que migran hacia las ramas, y lo mismo ocurre con otras sustancias como vitaminas, azúcares e incluso sales minerales. La hoja pierde su flexibilidad al retirarse la savia que la mantenía viva, y las tonalidades verdes propias del verano desaparecen poco a poco, dando paso a los bellos colores propios de nuestros bosques en el mes de octubre. Estos tonos otoñales tienen en realidad dos orígenes: los pigmentos rojos, por ejemplo, se sintetizan de nuevo cada otoño, probablemente para proteger a la hoja moribunda de los nocivos rayos ultravioleta del sol. Los amarillos y naranjas, en cambio, son pigmentos presentes siempre en las hojas y que se vuelven visibles solo con la desaparición de la clorofila, la sustancia que aporta el color verde dominante durante el resto del año.

 

11. El río Pigüeña, uno de los cuatro existentes en el Parque. Autor, Niño Pera

El río Pigüeña, uno de los cuatro existentes en el Parque. Autor, Niño Pera

12. Hojas de roble durante el otoño. Autor, Mr Porse

Hojas de roble durante el otoño. Autor, Mr Porse

En el momento crítico de la caída de la hoja, los tejidos unidos al tallo desarrollan dos capas de células muy especiales: la primera, más cercana al limbo foliar, es gelatinosa y quebradiza para que la más leve brisa permita desprenderlas en grandes cantidades y dejarlas caer revoloteando hasta el suelo; la segunda, más cercana al tallo, es dura y de textura similar al corcho, lo que servirá para sellar la zona de ruptura cuando se desprenda la hoja. El proceso se debe curiosamente a una sustancia que las plantas producen diariamente, el etileno, y que es conocido asimismo por su utilización comercial para acelerar la maduración y caída de muchos frutos (la famosa frase «una manzana podrida echa a perder el cesto» tiene precisamente en el etileno su fundamento científico puesto que, cuando una fruta madura desprende etileno, acelera la maduración de las frutas que se encuentran alrededor).

 

13. Espectacular vista del Lago de Valle, en Somiedo. Autor, Ignaciofedz

Espectacular vista del Lago de Valle, en Somiedo. Autor, Ignaciofedz

¿Interrumpen realmente su crecimiento los árboles de hoja caduca durante la estación invernal? Sin duda, y hay una manera muy sencilla de comprobarlo: durante el verano, cuando las hojas producen alimento y el crecimiento alcanza su vigor máximo, los troncos aumentan su circunferencia. Sin embargo, a medida que avanza el otoño y se pierde el follaje estival, estos árboles entran en un periodo de carestía y las nuevas células son cada vez más pequeñas, hasta que a mediados del invierno su producción se detiene por completo. El cambio anual produce un anillo graduado en la madera del tronco, fácil de ver si se secciona con una sierra mecánica, y es precisamente la cantidad de anillos en un árbol lo que revela de cuántos veranos ha disfrutado, y también cuántos inviernos de penuria ha superado con éxito. Es más, las dimensiones de los anillos (anchos durante los años buenos, estrechos durante los malos) constituyen un registro perfecto de las variaciones del clima a lo largo de la vida del árbol.

Éste es el secreto de la portentosa belleza de Somiedo durante estas fechas: los colores del ocaso pintados en laderas y valles, y el ciclo de la vida vegetal a punto de cerrarse ante la proximidad del invierno. Todo volverá a renacer, no cabe duda. Pero hasta entonces… El espectáculo está servido.

 

14. Hojas caídas. Autor, Ramón Peco

Hojas caídas. Autor, Ramón Peco

Publicado el Deja un comentario

Serenos, aguadores y claveteras. Un paseo nostálgico por las calles y gentes de Madrid

Serenos, aguadores y claveteras. Un paseo nostálgico por las calles y gentes de Madrid

A principios del siglo XIX Madrid ofrecía un triste aspecto en comparación con la mayoría de las demás ciudades europeas: ningún alumbrado en las calles, sin agua y sin higiene, empedrado precario, escasos espacios verdes y demasiada inmundicia. Afortunadamente, los trabajos iniciados con la ocupación francesa y terminados con los reinados de María Cristina e Isabel, transformaron para siempre el rostro de la capital de España. Gracias a ellos se abrieron grandes avenidas, se instalaron farolas de gas, conductos de agua y alcantarillas, al tiempo que se remodelaron numerosos edificios y se edificaron monumentos públicos a lo largo y ancho de la ciudad (en algunos casos con bastante mal gusto, todo hay que decirlo). Las plazas públicas son limpias y las fuentes relucen en las encrucijadas. Se procede a la demolición de miles de casuchas y se transforman barrios enteros, como los de la Plaza de Oriente, Barquillo o la Puerta del Sol, mientras que otros ven por primera vez la luz del día: Recoletos, Salamanca, la Castellana, Chamberí…

2. Detalle del Paseo del Prado. Autor, Rubenvike

Detalle del Paseo del Prado. Autor: Rubenvike

1. El Madrid del XIX. Autor, Manuel Vicente

Azulejo representando una estampa madrileña de finales del XVIII. Autor: Manuel Vicente

Sin embargo, los paseantes dominicales están menos interesados en estas nuevas barriadas que en el garbeo tradicional por Alcalá, Puerta del Sol y, sobre todo, el Paseo del Prado. Éste último ha cambiado bastante desde principios de siglo. A lo largo de dos kilómetros está sombreado por hileras de árboles cuyas ramas se entrecruzan para formar una bóveda de frescor. Ya no se camina sobre el barro sino sobre suelo sólido y plano. Al Prado van a pasearse las damas elegantes vestidas a la francesa y con sombreros de plumas, seguras de encontrar allí su “galán”. Es además el lugar preferido de la multitud cuando acaba la siesta. Allí se reúnen aprovechando un carril reservado solo a los coches de caballos, que aparecen allí desde todos los puntos de la ciudad. A uno y otro lado de la calle se sientan los peatones, a distancia respetuosa, en bancos de piedra o en sillas de alquiler (ocho maravedíes), y contemplan maravillados el espectáculo que ofrecen los coches y aquella distinguida sociedad de altos vuelos. Como es de suponer, chicos y chicas aprovechan la ocasión para urdir discretas intrigas a golpe de miradas furtivas, abanicos y pañuelos.

3. Paseo de Recoletos, en Madrid. Finales del siglo XIX. Autor, MnGyver

Paseo de Recoletos, en Madrid. Finales del siglo XIX. Autor: MnGyver

Nadie se aburre en Madrid y es fácil extraviarse deambulando por sus calles, pues están numeradas por manzanas y a menudo se comunican por medio de pasajes difíciles de encontrar. Será el corregidor Vizcaíno el que tendrá la feliz idea de numerar las calles por casas. Cuando hace calor y el tiempo es seco, los regadores utilizan las bocas de riego dispuestas a intervalos en los bordes de las aceras, y por medio de mangueras elevan al aire unos chorros de agua de hasta veinte o treinta metros, para caer nuevamente al empedrado en forma de lluvia. En las vías donde no hay bocas circulan enormes barricas de agua con ruedas, tiradas por caballos, de las que salen mangas de riego que el empleado acciona de uno a otro lado para conseguir que el agua llegue a todas partes. A los transeúntes también se los riega.

4. Ambiente nocturno en la Puerta del Sol. Autor, Mallol

Ambiente nocturno en la Puerta del Sol. Autor: Mallol

Todavía no han nacido las churrerías y el famosísimo chocolate con churros, tomado muy temprano por los trabajadores urbanos, o bien con ocasión de tertulias, a la hora de la merienda (la famosa chocolatería de San Ginés situada junto a la Plaza del Sol no fue fundada sino hasta 1894). Pero no por ello escasean las oportunidades de entretenimiento para los peatones. Si se gusta de madrugar hay que ir temprano a la Puerta de Toledo, que acaba de ser construida. Por allí entra a Madrid desde todas direcciones el transportista, el mercader o el agricultor, que viene a la capital a vender los productos de su región. Una familia de extremeños va de casa en casa ofreciendo picantes y chorizos. Algo más lejos, dos valencianos conducen un carro lleno de esteras, mientras que un grupo de arrieros de La Mancha llevan una docena de yeguas, y en cada una, a lado y lado de la silla de montar, aparecen cuatro barricas de vino fresco y oloroso que venden como rosquillas.

5. Una gran ración de churros con chocolate. El desayuno perfecto de Madrid. Autor, Ellsea64

Una gran ración de churros con chocolate. El desayuno perfecto de Madrid. Autor: Ellsea64

1. La madrileña Plaza de Oriente. Autor, Doug

La madrileña plaza de Oriente. Autor: Rubenvike

La calle de Toledo parece una feria permanente con sus tiendas y cestos, sus albergues y tabernas, éstas últimas en número de ochocientas diez en Madrid. Es casi imposible cruzar y difícil avanzar debido a las carretas que descargan equipajes y viajeros, y cajas de género a la puerta de las posadas. De trecho en trecho aparecen hileras de mulas atadas unas a otras, encorvadas bajo el peso de los atados de paja. Basta el paso de un entierro para obstruir por completo la circulación. La gente se distrae mirando los cartelones de los comerciantes pintorescamente redactados: “Aquí arrancamos los dientes a gusto del cliente”, o bien este otro: “Aquí se venden hábitos completos para el difunto”.

6. Calle de Toledo, en Madrid. Autor, Miguel Díaz

Calle de Toledo, en Madrid. Autor: Miguel Díaz

En las calles de Madrid es donde se ejercen también los pequeños oficios. Hay aguadores reconocibles por sus grandes cántaros de barro color cera, provistos de un brillante aparato mecánico; por una moneda se tiene derecho a un vaso de agua y a un terrón de azúcar. Los libreros de viejo hacen su negocio en aparadores colocados en las aceras. No hace falta preguntarles por el contenido de los libros expuestos, pues a menudo no saben leer. Hay vendedores de pájaros con jaulas a las espaldas, donde cantan canarios y loros. Aquí, la vendedora de claveles, con su ramillete rojo dentro de un pequeño barrilete de madera lleno de agua. Allá la vendedora de billetes de lotería; más allá el vendedor de entradas para la corrida de toros y, naturalmente, en todas partes los limpiabotas.

7. Bella estampa de la Puerta de Alcalá. Autor, Claudiki

Bella estampa de la Puerta de Alcalá. Autor: Claudiki

Madrid 4

El castizo arte de tocar el organillo. Autor: M.Peinado

Toda esta gente trabaja de día, y con la llegada de la noche desaparecen en la sombra. Dos importantes personajes, por el contrario, no se manifiestan sino de noche: el pocero o limpiador de letrinas, y el sereno. A partir de medianoche los empleados de la empresa Sabatini empiezan su trabajo. Recorren la ciudad montados en coches especialmente acondicionados para bombear los excrementos; se detienen en cada pozo negro, lo vacían y cargan el fétido contenido, que volcarán en un vasto depósito común. En ocasiones los poceros circulan en el preciso momento en que los “elegantes” de Madrid vuelven a sus casas después de una noche de sarao, una cena o una sesión de teatro. Vayan en tílburi descubierto o a pie, los noctámbulos, embargados por la fetidez de la noche, no pueden evitar hacer gestos de asco y taparse la nariz.

8. La madrileña Puerta del Sol en 1857. Autor, Recuerdos de Pandora

La madrileña Puerta del Sol en 1857. Autor: Recuerdos de Pandora

El sereno es, en cambio, un personaje típicamente romántico, tan pagado de si mismo que llega a creerse el defensor armado de la seguridad del país. Cuando todo el mundo descansa se desprende de los brazos de esposa e hijos, se coloca su túnica negra, raída a causa de vientos y heladas, y toma su chuzo en el cual suspende un farol. Parte seguidamente y se sumerge en la noche, dueño de la calle. Descubre un portal mal cerrado e informa al propietario; apacigua una gresca de alborotadores en la puerta de una taberna; impide una agresión nocturna y acompaña a la víctima hasta su casa; ayuda en la captura de un ladrón. A veces permanece de pie, inmóvil, apoyado en su chuzo, con los ojos dirigidos hacia el cielo y la claridad de la luna, verdadera imagen quijotesca y medieval que guarda las calles madrileñas hasta que el alegre sonido de los pájaros anuncia la llegada de la aurora. Las campanas llaman a la primera misa y los devotos saltan de la cama. Es entonces cuando el sereno apaga su farol y, al igual que sus colegas, regresa a casa. Son “las cinco en punto”, anuncia. Madrid se despierta.

Plaza_Mayor_de_Madrid_06

Plaza Mayor de Madrid. Autor: Anónimo

Publicado el 5 comentarios

Valle de Gavarnie. En el país de la Brecha divina

Valle de Gavarnie. En el país de la Brecha divina

A 55 kilómetros de Lourdes y en pleno Parque Nacional de los Pirineos, en el departamento francés de Hautes-Pyrénées, se encuentra una de las maravillas naturales más impresionantes y conmovedoras de Europa. Hautes-Pyrénées incluye también enclaves de singular belleza como la reserva de Néouvielle, famosa por sus lagos de montaña engarzados entre bosques y picos nevados; las cascadas de Pont d’Espagne junto al Vignemale o el excelente mirador de Pic du Midi de Bigorre, sin duda el espacio museográfico más alto del continente… Pero a nuestro parecer, todo se queda corto frente a la grandiosidad del circo de Gavarnie, verdadero altar a lo sublime que en 1997 fue declarado con todo merecimiento Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

2. Prados y cascada en invierno. Autor, Mathieu Legros

                                                    Prados y cascada en invierno. Autor: Mathieu Legros

3. La entrada al pueblo de Gavarnie. Autor, Drumsara

                                                     La entrada al pueblo de Gavarnie. Autor: Drumsara

4. Pastos de verano junto al pueblo. Autor, Paulo Valdivieso

                                            Pastos de verano junto a la población. Autor: Paulo Valdivieso

5. Mar de nubes en Gavarnie. Autor, Petitonnerre

                                                         Mar de nubes en Gavarnie. Autor: Petitonnerre

Imaginen por un momento un boscoso valle enclavado entre alturas deslumbrantes, justo al otro lado de la frontera española. Prados, masas de hayas y de abetos de sabiduría centenaria, granjas desperdigadas en las alturas, subiendo más y más en escalones de un verdor imposible hasta los primeros lienzos de roca virgen, neblinosa, veteada por cientos de cortinas de agua de deshielo procedentes de los glaciares. Y de repente, tras volver un recodo del camino, aparece para grabarse en la retina de forma indeleble: es Gavarnie. El valle perfecto. La definición más acabada, más irreprochable y definitiva de lo que cualquiera en su sano juicio entendería por un paraíso de montaña.

6. Circo de Gavarnie. El rey del Mundo. Autor, David Domingo

                                               Circo de Gavarnie. El rey del Mundo. Autor: David Domingo

7. Otoño en el valle. Autor, TarValanion

                                                                 Otoño en el valle. Autor: TarValanion

8. Escaleras hacia el cielo. Autor, Cletus Awreetus

                                                          Escaleras hacia el cielo. Autor: Cletus Awreetus

9. Flores en las rocas. Autor, Francisco Antunes

                                                         Flores en las rocas. Autor: Francisco Antunes

La muralla de roca de Gavarnie se eleva 1500 metros desde el fondo del valle hasta las cimas que coronan este impresionante escenario natural. El Gran Astazu, el Pico Taillón o el Marboré, éste último con 3248 metros de altura, son sin duda los guardianes perfectos para custodiarla. Se trata de un circo de origen glaciar creado durante el Pleistoceno, cuando media Europa estaba cubierta de hielo, y los pliegues alpinos del Pirineo o los Alpes fueron cortados a cuchillo para formar estos desniveles de vértigo con forma de anfiteatro. Aquí existen pequeños lagos virginales escondidos entre las cumbres, espejos solo perturbados por el galope de las tormentas o la caricia imperceptible del silencio. Y las corrientes derretidas de los glaciares se trenzan para alimentar más abajo la que se considera como la cascada más alta de Europa, un salto prodigioso de agua pulverizada de más de 400 metros de altura.

10. Un descanso en plena ruta. Autor, Guillaume Baviere

                                                   Un descanso en plena ruta. Autor: Guillaume Baviere

11. Espectacular vista de la cascada de Gavarnie. Autor, Ekuinos

                                             Espectacular vista de la cascada de Gavarnie. Autor: Ekuinos

12. Río y cascada de Gavarnie. Autor, Nicolas Bayou

                                                 Río y cascada en el circo glaciar. Autor: Nicolas Bayou

13. Espectacular vista de la Brecha de Roland. Autor, Guillaume Baviere

                                        Espectacular vista de la Brecha de Roland. Autor: Guillaume Baviere

Para los más aventureros, las paredes teóricamente inaccesibles de Gavarnie pueden salvarse gracias a un paso al límite, verdadera creación tolkieniana que los lugareños denominan escaleras de Serradets y que ataja aprovechando las fracturas de la roca para dirigirse a la Brecha de Rolando. Un paisaje, el de la Brecha, que supera todo intento de la imaginación por concebirlo. A 2800 metros de altura, en mitad de la nada, los vientos de las cumbres arrecian con fuerza y se encajonan por este inmenso tajo en la roca amortajado de nieves perpetuas sobre su cara norte, y que con sus 40 metros de ancho y 100 metros de altura constituye el paso más elevado para dirigirse a España y al conocido valle de Ordesa.

14. Vistas sobre Gavarnie. Al fondo, el inicio de la cascada. Autor, Guillaume Pomente

                             Vistas sobre Gavarnie. Al fondo, el inicio de la cascada. Autor: Guillaume Pomente

15. El refugio de Serradets. Autor, Francisco Antunes

                                                      El refugio de Serradets. Autor: Francisco Antunes

16. Otra vista de la cabecera del valle. Autor, Cletus Awreetus

                                               Otra vista de la cabecera del valle. Autor: Cletus Awreetus

17. El típico paseo en burro por el valle de Gavarnie. Autor, Reuben Cleetus

                                     El típico paseo en burro por el valle de Gavarnie. Autor: Reuben Cleetus

La leyenda afirma que el héroe de las gestas de Carlomagno, Rolando, habiendo sido derrotado por las tribus vascas en la batalla de Roncesvalles y huyendo de la persecución a que se vio sometido, llegó hasta este paraje desolador, cubierto de rocas y hielo, por lo que le fue imposible proseguir su camino hasta Francia. Viéndose acorralado y para evitar que su espada Durandarte cayera en manos enemigas, la arrojó fuertemente contra la roca antes de morir provocando esta profunda hendidura, que hoy constituye un centro de peregrinación de numerosos montañeros y alpinistas llegados de toda Europa.

18. La brecha de Roland. Al pie, algunas personas. Autor, Cotitoo

                                            La brecha de Roland. Al pie, algunas personas. Autor: Cotitoo

19. Otra vista del mar de nubes sobre Gavarnie. Autor, Damien.be

                                           Otra vista del mar de nubes sobre Gavarnie. Autor: Damien.be

20. La soledad del montañero. Autor, Francisco Antunes

                                                   La soledad del montañero. Autor: Francisco Antunes

21. Niebla y misterio sobre la Brecha de Roland. Autor, Stevemonty

                                Niebla y misterio sobre la Brecha. Al pie, dos montañeros. Autor: Stevemonty

Les invitamos, pues, a realizar este recorrido fotográfico por el valle y sus enclaves geológicos más emblemáticos, sabedores de que la calidad de las imágenes no les defraudará. Destino ideal para el fotógrafo, el montañero o simplemente el amante de lo idílico, estamos además convencidos de que cualquiera que sea su caso no demorarán por mucho tiempo una visita obligada a este paraíso pirenaico. Gavarnie merece la pena, está enclavado en un valle con una importante oferta hostelera y por si fuera poco se encuentra muy cerca de España. Por otro lado, cualquier montañero sabe que nunca hay que desaprovechar una visita a estos valles durante la estación otoñal, cuando los días se hacen más cortos y la hoja muda de color, de modo que si no han planeado nada para este mes de octubre… quizás el país de la Brecha divina sea su destino más acertado.

22. El paso de la Brecha. Autor, Benoit Dandonneau

                                                       El paso de la Brecha. Autor: Benoit Dandonneau

Publicado el 3 comentarios

Córdoba y Medina Azahara. La vida en el Harén del Califa

Córdoba y Medina Azahara. La vida en el Harén del Califa

Según Ibn Idhari, escritor marroquí del siglo XIII, el primer Califa de Al-Ándalus disponía en su harén de más de 6300 esposas, concubinas y otras esclavas de variada raza o nacionalidad. Harén significa literalmente “Lo vedado”, y para nuestra mentalidad moderna evoca la imagen de un grupo de mujeres privadas de libertad tras los muros de palacio, bajo la vigilancia constante de los eunucos… ¿Cómo era y cómo se vivía realmente en el harem de Madinat al-Zahra, o Medina Azahara, la lujosa residencia que hizo construir Abderramán III en la ladera de una colina próxima a Córdoba?

Reunión de árabes. Horace Vernet. Óleo sobre lienzo, 1834

Reunión de árabes. Horace Vernet. Óleo sobre lienzo, 1834

Situada a unos 8 kilómetros al noroeste de la ciudad y frente al valle del Guadalquivir, en una zona denominada “la montaña de la Desposada”, el yacimiento arqueológico de Medina Azahara está declarado hoy Bien de Interés Cultural desde 1923. Madinat al-Zahra, “La Ciudad de la Flor”, alude al nombre de la concubina más preciada y caprichosa del Califa, quien le pidió la construcción de este palacio para huir del bullicio y ajetreo de la corte cordobesa. Pero por bella que nos resulte esta historia, Al-Zahrá no fue en realidad sino una de las muchas “propiedades” de Abderramán. Aunque el Corán, curiosamente, es el único libro sagrado donde se cita claramente la frase “Casaos con una sola», la práctica de tener varias esposas y concubinas se hizo muy común con la expansión del Islam y tuvo su máxima expresión durante la Edad Media, en los fastuosos harenes de los mandatarios Omeyas y Abbasíes.

Interior de la mezquita cordobesa. Autor, James Gordon

Interior de la mezquita cordobesa. Autor, James Gordon

Las mujeres del harén pertenecían a dos grupos bien distintos. Las de clase más baja eran las sirvientas, que tenían asignadas labores de limpieza y servidumbre dentro del recinto vedado. Aunque rara vez llamaban la atención de Abderramán, estas esclavas podían con suerte abrirse camino en la escala del serrallo y alcanzar altos puestos, lo que les permitía retirarse al final de su vida disfrutando de suculentas pagas. Por el contrario, Las privilegiadas o de clase alta disponían de grandes bienes y a menudo eran liberadas por el Califa de su condición de esclavitud. Estas mujeres se escogían por su belleza y talento para ejercer funciones de cantantes o bailarinas privadas de palacio, al tiempo que sus compañeras más experimentadas las instruían en sus cometidos, vistiéndolas convenientemente antes de ser presentadas al Califa. Si éste se fijaba en alguna de ellas, de inmediato era conducida a una estancia personal donde la guardiana del baño y la dama de los ropajes la preparaban para su primera noche. Solo después de la velada, y si el Califa seguía otorgándole su aprecio, la mujer pasaba a convertirse en concubina real.

El mercado de esclavos. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1866

El mercado de esclavos. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1866

La vida para las concubinas en el harén estaba inmersa en la más absoluta de las rutinas. Las esclavas no musulmanas, traídas a menudo del África Negra o de mercados europeos (como Lyon y Arlés, en Francia), eran convertidas rápidamente al Islam, tras lo cual debían ir a la escuela para aprender a leer y escribir, a coser y a tocar instrumentos diversos. También gozaban de varias horas al día dedicadas a su propio recreo, que consistía básicamente en pasear por los jardines y ejercitar cuerpo y espíritu para agrado de su Señor.

La gran suerte reservada a unas pocas era llegar a convertirse en Primera Dama del Harén, o Princesa Madre, lo que solo podía conseguirse si la concubina o favorita real daba un hijo al Califa, y éste era además primogénito y por tanto heredero al trono. De ahí las abundantes crónicas relativas a intrigas, acusaciones en falso o envenenamientos para hacerse con el favor del soberano a costa de las rivales… Y también debido a ello, a las mujeres del harén se las vigilaba siempre muy de cerca. Para delitos especialmente graves no era raro que la víctima fuera atada de pies y manos, metida en un saco y arrojada por la noche a las aguas del Guadalquivir.

Vista de Córdoba y sus jardines. Autor, Sharon Mollerus

Vista de Córdoba y sus jardines. Autor: Sharon Mollerus

El harén estaba guardado por varias decenas de eunucos, que al igual que las mujeres pertenecían a todas las razas conocidas. Los eunucos eran llevados a palacio muy jóvenes y por lo general ya llegaban castrados desde el mercado de esclavos. Durante el siglo IX, la localidad francesa de Verdún fue centro tradicional de castración y lugar de residencia de numerosos médicos judíos, especialistas en realizar este tipo de operaciones. La castración entrañaba graves riesgos y no era raro que muriese el paciente, razón por la cual los eunucos alcanzaban elevadísimos precios a su llegada a Córdoba. Una vez allí el eunuco, siempre un niño de corta edad y de inusual belleza, se integraba fácilmente en la vida palaciega donde era frecuente que su aspecto inmaduro al llegar a adulto lo convirtiese en amante predilecto de su amo.

El mercader de alfombras. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1887

El mercader de alfombras. Jean-Léon Gérôme. Óleo sobre lienzo, 1887

Se conoce una curiosa anécdota sobre el atractivo que ejercían los jóvenes en el que fue segundo Califa de Córdoba, Al-Hakam II. Este buen hombre poseía un harén bien surtido, pero a pesar de ello llegó a la edad de 46 años sin haber tenido ningún hijo, por lo que abundaban los rumores acerca de su manifiesta homosexualidad. Sea como fuere, una esclava cristiana de origen vasco consiguió finalmente hacerle padre siguiendo una moda entonces muy en boga en Bagdad: abandonó sus ropajes femeninos y se disfrazó de chico. Y hasta tal punto fue el cambio del agrado del Califa, que éste adoptó la costumbre de llamarla por el nombre masculino que había escogido: Yafar… Al poco tiempo, como era previsible, la inteligente concubina le dio un heredero y se convirtió en Princesa Madre del Califato.

Vista de las ruinas de Medina Azahara. Autor, Zarateman

Vista de las ruinas de Medina Azahara. Autor: Zarateman

Medina Azahara, una de las obras más notables y grandiosas que haya hecho el hombre, y prodigio entre los prodigios del Islam, desapareció cien años después de su construcción como consecuencia de la guerra civil que puso término al Califato de Córdoba. Sus tesoros fueron saqueados, sus jardines arrasados y desmantelados, y con el paso del tiempo la destrucción llegó a ser casi absoluta al utilizarse la residencia califal como cantera. El palacio quedó enterrado y olvidado hasta 1832, año en el que se identificaron los primeros vestigios que apuntaban al mítico enclave de Abderramán y su favorita, la bella Al-Zahrá. Gracias a los trabajos efectuados desde entonces en el yacimiento, Medina Azahara puede ser hoy visitada por el investigador y el turista, y aunque queda lejos aquel esplendor oriental que la caracterizó y la hizo famosa entre las cortes europeas, sin duda un recorrido por sus paseos, arcos y muros envejecidos por el tiempo nos permitirá hacer gala de nuestra imaginación, y retroceder hasta la época en que las pasiones humanas eran capaces de los más caprichosos designios… ¿Lo dudáis? Aquí tenéis otra muestra del poder de las mujeres del harén, aunque esta vez con el rey taifa Al-Mu‘tamid como protagonista:

Recepción en la sala del Estanque. Frederick Lewis. Óleo sobre lienzo, 1873

 Recepción en la sala del Estanque. Frederick Lewis. Óleo sobre lienzo, 1873

– Señor conde -dijo Patronio-, el rey Abenabet estaba casado con Romaiquía y la amaba más que a nadie en el mundo. Ella era muy buena y los moros aún la recuerdan por sus dichos y hechos ejemplares; pero tenía un defecto, y es que a veces era antojadiza y caprichosa.

»Sucedió que un día, estando Córdoba en el mes de febrero, cayó una nevada y, cuando Romaiquía vio la nieve, se puso a llorar. El rey le preguntó por qué lloraba, y ella le contestó que porque nunca la dejaba ir a sitios donde nevara. El rey, para complacerla, pues Córdoba es una tierra cálida y allí no suele nevar, mandó plantar almendros en toda la sierra para que, al florecer en febrero, pareciesen cubiertos de nieve y la reina viera cumplido su deseo».

De “El conde Lucanor”. Infante Don Juan Manuel

Danza oriental. Fabio Fabbi (1861-1946). . Autor, In Pastel

Danza oriental. Fabio Fabbi (1861-1946). . Autor: In Pastel


Si quiere realizar una visita guiada por Medina Azahara y la ciudad de Córdoba, le recomendamos hacerla con ArtenCórdoba , expertos en la interpretación del patrimonio histórico cordobés.