Publicado el 4 comentarios

Las brujas de Zugarramurdi, o el oscuro mundo de la Inquisición (2ª Parte)

Las brujas de Zugarramurdi, o el oscuro mundo de la Inquisición (2ª Parte)

¿Por qué eran las brujas objeto de una persecución tan rigurosa por parte de la Iglesia y la sociedad de aquella época? En el centro de toda esta superchería pagana se encontraba el diablo, fuente de su magia, socio supremo y objeto de su adoración incondicional. A lo largo de la Edad Media el demonio recibió varios nombres por parte de las autoridades eclesiásticas, pero el más común fue sin duda el de Satán, o Satanás, palabra que significa “El Enemigo” y que solo en el Nuevo Testamento comienza a adquirir una preeminencia destacable. La figura del diablo fue evolucionando con el paso de los siglos. Es curioso constatar, por ejemplo, que lo que hoy definimos como estampa clásica del demonio nació en realidad de la fusión de distintos conceptos culturales: así, pintar al diablo de negro proviene de la asociación tradicional del color negro con el pecado, mientras que las alas derivan de su condición de ángel caído, ambas ideas tomadas de la cultura judeocristiana oriental. Por el contrario, la barba de chivo, las pezuñas partidas, los cuernos o la forma semi-animal proceden del dios celta Cernuno, mientras que los senos de mujer con que se representa en diversas obras pictóricas inglesas son un concepto tomado de la cultura grecorromana y la imagen de la diosa de la fertilidad, Diana.

2. Imagen del pueblo de Zugarramurdi. Autor, Jroura

Imagen del pueblo de Zugarramurdi. Autor: Jroura

3. La bruja. Obra pictórica de Salvator Rosa. 1640-1649

La bruja. Obra pictórica de Salvator Rosa. 1640-1649

Lucifer, el gran arcángel que se rebeló contra Dios y fue expulsado al infierno, no fue el único Señor adorado por los brujos en los aquelarres. Satán tenía también su corte de príncipes del mal, encabezados por figuras del calibre de Belcebú, Leviatán y Belial, y su capacidad para tomar posesión real del cuerpo de una persona fue uno de los terrores más evocados por el subconsciente del pueblo hasta fechas muy recientes. La posesión demoníaca acabó desempeñando un papel importante en la brujería, pues la bruja tenía potestad para ordenar al diablo que poseyera a una víctima en virtud de un pacto concluido entre ambos. Este pacto es citado ya en sus escritos por San Agustín, en el siglo V d.C. Gracias a él el diablo proporcionaba salud o alguna otra forma de poder terrenal a cambio de servicios diversos, y por supuesto la potestad sobre el alma del contratante humano tras su muerte física.

4. Ríos y umbrías en el valle de Baztán. Autor, F0ff0

Ríos y umbrías en el valle de Baztán. Autor: F0ff0

5. Bosques de la localidad con la llegada del invierno. Autor, Marycesyl

Bosques de la localidad con la llegada del invierno. Autor: Marycesyl

La asociación de pacto demoníaco y prácticas mágicas creció a lo largo de la Edad Media con la traducción de gran número de libros de origen islámico o griego, que hasta entonces se habían considerado perdidos. A pesar de las reticencias de la Iglesia los ritos mágicos fueron comunes entre los monarcas europeos, e incluso en la corte papal, y los nigromantes que las practicaban no eran en absoluto personas iletradas. Los métodos de conjuro varían considerablemente, pero por lo general implicaban fidelidad a una fórmula escrita a fin de atrapar al demonio dentro de una botella, un anillo o un espejo, para así ordenarle luego que proporcionase la ayuda deseada. En estas prácticas, luego repetidas con profusión por las brujas en sus ritos y aquelarres, el diablo exigía un tributo a cambio de esta ayuda, lo que solía resolverse con la entrega de una gallina o la propia sangre del nigromante. Pero en cualquier caso dicho pacto atrajo el rechazo más enérgico de los teólogos escolásticos y condenaba al practicante como hereje, ya que cedía a Satán unos derechos solo atribuibles a Dios. Peor aún: el mago era un apóstata, pues renunciaba a su Fe cristiana al prestarse a adorar al demonio o servirlo de alguna otra manera. Se asentaba por tanto el argumento clave que permitía su persecución por los inquisidores papales en toda Europa.

6. La cueva de los aquelarres, en Zugarramurdi. Autor, Carlalove

La cueva de los aquelarres, en Zugarramurdi. Autor: Carlalove

7. Lucifer y el Paraiso perdido. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Lucifer y el Paraíso perdido. Obra de Gustavo Doré (1832-1883)

Con el tiempo, los cargos consistentes en practicar magia y establecer pactos con el diablo se dirigieron contra campesinos ignorantes, y el mago pasó gradualmente de ser señor o socio del diablo a ser brujo, o bruja, un servidor a las órdenes de Lucifer. Según lo expresaría más adelante el rey Jacobo VI de Escocia: “Las brujas solo son siervas y esclavas del diablo; pero los nigromantes son sus señores y dueños”. Un signo claro del cambio es que la bruja suele acceder a servir a Satán a cambio de recompensas económicas o materiales muy escasas. Es muy frecuente que el demonio consiga su lealtad mediante el ofrecimiento de una monedilla, convertida en piedra inmediatamente después de realizarse el pacto irrevocable. Y resulta interesante señalar que cuando el mago-señor se transformó en bruja servil, el sexo del malhechor cambió de varón a hembra…

8. Las cumbres neblinosas de Zugarramurdi. Autor, Karrikas

Las cumbres neblinosas de Zugarramurdi. Autor: Karrikas

9. Mar de nieblas en el valle de Baztán. Autor, Iloiola

Mar de nieblas en el valle de Baztán. Autor: Iloiola

La caza de brujas de Zugarramurdi tuvo gran repercusión a nivel europeo, una fama que no decayó con los años y que terminó dando a la villa el merecido sobrenombre de “Pueblo de las Brujas”. La mayor parte de los acusados murió en las cárceles de la Inquisición o de camino a ellas (lo cual da idea del trato recibido de manos de sus carceleros) hasta que finalmente, y como resultado de las condenas leídas en el Auto de Fe del 7 de noviembre de 1610, once de los encausados fueron sentenciados a la inhumana y aterradora pena de hoguera. Seis víctimas subieron al cadalso y fueron quemadas en persona, mientras que otras cinco lo fueron en efigie (es decir, sus restos mortales, puesto que ya habían fallecido durante los días previos). La Iglesia quedó satisfecha y el peligro satánico conjurado. Pero el recuerdo de estos hechos resuena todavía en los bosques y en las sendas montañesas de la localidad, donde multitud de familias ignorantes de todo lo que no fuera sobrevivir con el trabajo de sus manos quedaron mutiladas para siempre. Rotas por la pérdida de padres, hermanos o hijos, y señaladas además de por vida por la zarpa del catolicismo y la ignorancia a ultranza de sus vecinos.

10. El Aquelarre. Obra de Francisco de Goya. 1821-1823

El Aquelarre. Obra de Francisco de Goya. 1821-1823

11. Detalle del museo de las brujas de Zugarramurdi. Autor, Jesús Reinoso

Detalle del museo de las brujas de Zugarramurdi. Autor: Jesús Reinoso

Es precisamente este recuerdo el que impulsó en fechas recientes la creación del Museo de las Brujas de Zugarramurdi en el antiguo edificio del hospital. Sin duda el lugar perfecto para comprender las consecuencias que el oscurantismo, la intolerancia y el extremismo de cualquier signo han causado en las poblaciones humanas bajo la bandera de la, en ocasiones, mal llamada civilización. No nos queda sino señalar que, en apenas unas semanas, esta población navarra celebrará el aniversario del proceso por brujería más famoso de la historia de España. Recordemos los nombres de los ajusticiados, y crucemos los dedos por que unos hechos tan tenebrosos e incomprensibles no vuelvan a repetirse en nuestra historia en el futuro: Domingo de Subildegui, Graciana Xarra, Petri de Juangorena, María de Echatute, María de Arburu y María Baztán de la Borda.

12. Senderos del Baztán. Autor, Fernando Elia

Senderos del Baztán. Autor: Fernando Elia

Publicado el 4 comentarios

Las brujas de Zugarramurdi, o el oscuro mundo de la Inquisición (1ª Parte)

Las brujas de Zugarramurdi, o el oscuro mundo de la Inquisición (1ª Parte)

“Sorginen Leizea” es una cueva de impresionantes dimensiones a medio kilómetro de Zugarramurdi, bello pueblo navarro situado en la comarca del Baztán. En sus profundidades corre todavía la Regata del Infierno, y se cree que allí tenían lugar los famosos ritos paganos denominados aquelarres, las reuniones de brujas y hechiceros en honor a Satán. Sin duda, el lugar es propicio para creer que tales cosas sucedieron realmente. La cueva se abre en la tierra como una boca sin dientes, y bajo las bóvedas de más de 10 metros de altura resuena con fuerza el fragor del río que la atraviesa, buscando a ciegas una salida, más allá de su cripta de piedra, para huir seguidamente entre saltos y rápidos hacia los densos robledales que sombrean toda la región. Pero lo asombroso es que Zugarramurdi tiene realmente una historia de aquelarres para contar, y que fue protagonista cierto de un proceso inquisitorial contra las brujas y los actos de brujería que supuestamente asolaban toda la región.

2. Auto de Fe. Obra de Pedro Berruguete. 1495

Auto de Fe. Obra de Pedro Berruguete. 1495

En 1610, con el reinado de Felipe III, los inquisidores Alonso Becerra Holguín y Juan Valle Alvarado llevaron adelante una auténtica caza de brujas que se centró en esta localidad navarra, basándose en las declaraciones realizadas por una joven llamada María de Ximildegui. En el relato la muchacha aseguraba haber tenido sueños extraños, que volaba y que había visto a varias personas del pueblo participando en aquelarres satánicos. Finalmente y como resultado de tales declaraciones, quedaron inculpadas más de trescientas personas, de las cuales cincuenta y tres fueron declaradas culpables y trasladadas a las oscuras cárceles de la Inquisición en Logroño… Pero ¿cuál fue el destino que hubieron de soportar los acusados en aquellos inicios del otoño de 1610? ¿En qué consistían aquellos temidos procesos, los métodos de los que se valía la Santa Inquisición para sentenciar o exculpar a los reos de los más horrendos crímenes, aún sin haberlos cometido?

3. Bosques y prados junto al pueblo. Autor, Worldsinfocus

Bosques y prados junto al pueblo. Autor, Worldsinfocus

4. Noche de brujas en el bosque navarro. Autor, Dorron

Noche de brujas en el bosque navarro. Autor, Dorron

El procedimiento inquisitivo fue creado por la Iglesia durante los siglos XIII y XIV con el objeto de descubrir con eficacia a los herejes y sospechosos de brujería. El mecanismo se ponía en marcha de forma independiente de las actuaciones de la Justicia al uso, lo que confería a los inquisidores un poder extraordinario. Un simple testimonio “de algunas personas buenas y honradas”, actuando a menudo por venganza o coacción, y ciertos indicios recabados en la zona podían llevar a una citación formal del sospechoso, que desde ese momento pasaba a estar en busca y captura. El presunto brujo se presentaba de forma voluntaria o forzada a la autoridad y se procedía a su encarcelamiento, al tiempo que todos sus bienes quedaban automáticamente confiscados por el tribunal.

5. La cueva de Zugarramurdi. Autor, Mr. Groka

La cueva de Zugarramurdi. Autor, Mr. Groka

El proceso se iniciaba con la citación del reo en la “sala del secreto”, donde se hallaban sobre el estrado los inquisidores junto al fiscal, y con un notario en una mesa anexa para copiar todas las declaraciones que allí se efectuasen. Lo normal era que los detenidos quisiesen autoinculparse de hechos que revestían poca gravedad, con el objetivo de esquivar las acusaciones más graves de brujería, de modo que el inquisidor mandaba encerrar a los reos durante varios días en las celdas del edificio antes de someterles a una nueva audiencia. En caso de mantenerse el preso en la misma actitud, el procedimiento seguía su curso y se abría la fase acusatoria.

6. El vuelo de la bruja. De la colección Los Caprichos. Francisco de Goya, 1799

El vuelo de la bruja. De la colección Los Caprichos. Francisco de Goya, 1799

El fiscal procedía a la lectura de la acusación en la que se contenían todos los cargos que se habían conseguido acumular contra él. Si el acusado negaba los cargos, el tribunal pasaba a nombrarle un abogado pagado por el propio reo, quien se comprometía bajo juramento a ayudar fielmente al preso y defenderlo de todas las acusaciones vertidas durante el proceso (aunque si en cualquier parte del mismo se descubría que el acusado era culpable, el letrado tenía la obligación de abandonar la defensa). Los medios para probar que el reo era culpable fueron fundamentalmente dos: la propia confesión voluntaria, y la prueba testifical. La primera no era ni mucho menos habitual, como puede suponerse, de modo que todo el trabajo del fiscal y el abogado debía apoyarse en el segundo mecanismo, basado en el testimonio de testigos.

7. Niebla en el valle. Autor, Elarequi61

Niebla en el valle. Autor, Elarequi61

8. Víctima del tormento del potro. Autor desconocido. Óleo sobre lienzo. 1870

Víctima del tormento del potro. Autor desconocido. Óleo sobre lienzo. 1870

Sin embargo, las instrucciones partían del principio de que tanto la condena como la absolución del reo debían descansar en la confesión del propio reo. Esto significaba que la declaración de supuesta brujería debía obtenerse muchas veces mediante sometimiento y tormento. La aplicación de tortura se hacía conforme a una normativa muy precisa: el acusado era conducido a la “sala del tormento”, lugar en el que se encontraba, además del ejecutor, un notario del secreto, dos inquisidores y el médico del tribunal. El medio de tormento más utilizado fue el torno, en el que el reo era tendido sobre una mesa sujetándole los pies a un punto fijo, mientras las manos se ataban a una cuerda enrollada en una rueda o torno, que hacía girar el verdugo. La tensión creciente de la cuerda originaba un estiramiento inhumano de todo el cuerpo, con el consiguiente dolor en músculos y articulaciones. El proceso de tormento podía durar varios días, intercalados con nuevos interrogatorios y periodos de aislamiento que se repetían una y otra vez hasta que, finalmente, el preso manifestaba de forma inequívoca su voluntad de declarar.

9. Paisaje de otoño en el valle de Baztán. Autor, Canduela

Paisaje de otoño en el valle de Baztán. Autor, Canduela

La sentencia se leía en privado cuando era absolutoria, o en el curso de un acto público solemne llamado Auto de Fe, donde se señalaban las penas en función de la gravedad del delito. Éstas eran comúnmente la abjuración (en caso de sospecha leve de brujería), que obligaba a la realización de determinados actos penitenciarios durante las misas de los domingos; penas privativas de libertad, a menudo perpetuas y que llevaban aparejadas por lo común la confiscación definitiva de los bienes del reo, y por supuesto multas, destierros, azotes y humillaciones públicas diversas. Entre estas últimas se encontraba oír misa descalzo en el altar mayor, a la vista de todos los asistentes, o realizar una procesión en actitud humilde y arrepentida de penitencia. Solo cuando el supuesto brujo persistía en su error se procedía a condenarlo a excomunión y pena capital, para lo cual era entregado a la justicia ordinaria encargada de organizar el acto público correspondiente: en casos de brujería, el suplicio y muerte en la hoguera.

Continuará…

10. Valle del Baztán en invierno. Autor, Arnofoto.fr

Valle del Baztán en invierno. Autor, Arnofoto.fr

Publicado el 9 comentarios

En tierras del Pirineo y el Alto Cinca. La leyenda del Monte Perdido

En tierras del Pirineo y el Alto Cinca. La leyenda del Monte Perdido

En las tierras pirenaicas del Alto Cinca, en Aragón, se dice que el frío camina a voces y el invierno se entretiene junto a las cumbres tejiendo largos mantos de hielo. Pero más cierto que este dicho es la costumbre de los lugareños a la hora de arrimarse al fuego en noches oscuras, con el ganado bien a resguardo en bordas y corrales, para rememorar una y mil veces los hechos que dieron origen a la montaña más alta de todas: La reina del Sobrarbe, tal y como es conocida y nombrada con asombro en las cuatro esquinas de la región. A menudo el aire se arremolina allí creando grises velos y torbellinos de nieve, que envuelven en un denso manto los precipicios de roca como si quisieran con ello esconder el rostro de la montaña, hacerla invisible al viajero desprevenido. Pero vecinos, pastores y leñadores saben que sigue allí: sobre el Balcón de Pineta, en el lugar donde se sitúan las fuentes que dan origen al Cinca, el río de los Nabateros. Para ellos es, simplemente, el Monte Perdido. Y el lugar maldito donde una vez se extravió y desapareció para siempre cierto pastor de ovejas…

OLYMPUS DIGITAL CAMERA                                                             Lirio en el valle de Pineta. Autor: Jbenayas

El lugar donde hoy se levantan los imponentes riscos de Pineta no fue antaño más que una extensión de prados y aulagares donde en verano los pastores del Sobrarbe llevaban a pastar su ganado desde las aldeas vecinas. La cascada del Cinca no existía, y nadie había oído hablar nunca en el país de la esquiva flor del edelweiss, ni de neveros, aristas o fríos ibones de aguas verdeazuladas. En su origen el aire corría allí tibio, los lirios y las gencianas se arremolinaban en las laderas herbosas y el río Cinca, mucho más modesto que ahora, vagabundeaba por los ribazos en amplios meandros bordeados de cañizo y choperas dispersas, donde los pastores de ovejas se tumbaban a la sombra tras el trasiego con los rebaños esperando en grata compañía la hora del regreso. Uno de estos pastores, sin embargo, no era como los demás. Hosco y de pocos amigos, gustaba de apartarse discretamente hacia la parte más alta del río donde crecían grandes masas de boj y hayas de aspecto colosal. El pastor de ovejas era aficionado a tallar con su cuchillo figuras y utensilios de madera que luego vendía en la aldea a los nabateros y carboneros que por allí transitaban. Y así pasaba las tardes entre las ramas de aquellos arbustos, aislado de los demás, ensimismado con sus tallas y sus figuras de formas caprichosas, de faz tan descarnada y adusta como la suya.

3. Pastor del Pirineo. Autor, Javier Falcó

                                                                Pastor del Pirineo. Autor: Javier Falcó

4. Cabaña de pastores en los Llanos de La Larri, junto a Pineta. Autor, Joan Simon

                             Cabaña de pastores en los Llanos de La Larri, junto a Pineta. Autor: Joan Simon

Ocurrió pues que, cierta tarde en que había quedado solo tras el regreso de sus compañeros, un hombre encorvado y de aspecto miserable que venía caminando a orillas del río se le acercó y le dijo: “Llevo mucho tiempo sin probar bocado. Deme algo de comer, Dios se lo pagará”. El desconocido era ciertamente un pobre hombre que no tenía donde caerse muerto. Sus ropas eran andrajos, caminaba con la ayuda de un bastón y sus pies se encontraban descalzos, sucios y desollados por el constante deambular entre las aliagas y rocas del sendero. El rostro aparecía además demacrado, prueba de que no había tomado bocado al menos en varios días. “Deme algo de comer. Dios se lo pagará” repitió el mendigo, pero el pastor, tras mirarlo de arriba abajo, escondió su hato de comida y siguió tallando la madera ajeno a los sufrimientos del desconocido. La tarde fue cayendo sobre la campiña y el mendigo insistía. Le habló de largas jornadas sin un mendrugo de pan que llevarse a la boca, del frío que pasaba al caer la noche y de las veces en que, falto de un lugar donde cobijarse, se había visto obligado a dormir sobre la dura tierra con el viento por único compañero contra la soledad. Siguió insistiéndole con toda el alma, mas el pastor, duro de corazón, lo apartó de su lado y no quiso prestarle oídos a pesar de su necesidad.

5. Valle de Pineta desde La Larri. Autor, Juan Simon

                                                      Valle de Pineta desde La Larri. Autor: Juan Simon

Cuenta la leyenda que instantes después de negarle auxilio al mendigo, el valle quedó súbitamente envuelto en un denso y frío manto de niebla. Aquel extraño desconocido había desaparecido. Por momentos la bruma se hacía tan cerrada que el camino por donde había llegado se difuminó rápidamente en un gris uniforme, extraño, imposible de sondear más allá de unos pocos pasos. Nunca había conocido el pastor una niebla como aquella, de modo que, amedrentado, se levantó presuroso y junto a su perro fue a reunir al ganado que se encontraba disperso por los pastos. Hacía cada vez más frío. Llamó, gritó a pleno pulmón los nombres de cada animal, corrió de un lado a otro, pero el prado, el río y las colinas no le devolvieron ni tan siquiera el eco de sus voces. El hombre se encontraba solo y la nieve helada, que hasta entonces no había hecho acto de presencia, comenzó a caer entonces con una fuerza inusitada. En pocos minutos todo se congeló bajo un manto uniforme que crecía por momentos, más y más alto entre los cielos grises del Pirineo, mientras perro, pastor y ganado se perdían definitivamente tragados por la bruma. Nunca más se supo de ellos en el valle.

6. Detalle de la Ermita Nuestra Señora de Pineta. Autor, Titoalfredo

                                           Detalle de la Ermita Nuestra Señora de Pineta. Autor: Titoalfredo

Mucho tiempo después, en el lugar del Alto Cinca donde se extravió el pastor con su ganado, los vecinos de la aldea descubrieron al regresar a los pastos una nueva montaña. Ya no había allí prados, ni alamedas gráciles, ni colinas punteadas de gencianas y lirios entre las masas de aulagar. En su lugar, unos altos paredones de roca descarnada se elevaban inaccesibles como si quisieran asombrar al mundo con su faz altiva y cubierta de escarcha. El río ya no venía corriendo en lentos meandros sino que se precipitaba, sombrío y salvaje, para salvar las crestas peladas en un espectáculo que sobrecogía por su belleza, pero que también encogía el ánimo de los que hasta allí se aventuraban. Y alzándose sobre la roca y los bosques, subiendo siempre, más allá del fragor de las cascadas y del crepitar de los glaciares sin vida, dominando el corazón del Sobrarbe como una enorme bóveda construida de orgullo y soberbia, los pastores descubrieron en lo más alto un pico desconocido que brillaba incólume con los primeros rayos del día. Lo miraron y de seguido bajaron la vista, espantados. Porque en algún detalle de su perfil amortajado de nieblas reconocieron el rostro del pastor de ovejas que desapareció aquella noche, muchos meses atrás, tragado por la furia de la tormenta.

7. Espectacular vista de las paredes de Pineta. Autor, Sharnik

                                               Espectacular vista de las paredes de Pineta. Autor: Sharnik

8. Balcón de Pineta y Monte Perdido cubierto de nieblas. Autor, Xoxote

                                         Balcón de Pineta y Monte Perdido cubierto de nieblas. Autor: Xoxote

Los lugareños afirman que esta montaña, encaramada a los neveros que tapizan las alturas, la más formidable, impresionante y peligrosa del Pirineo, surgió como castigo divino para aquel pastor que negó su caridad al vagabundo. Pues este vagabundo no era otro que San Antonio, de quien se dice que al despedirse se acercó hasta él y le susurró al oído: “Te perderás por avaricioso, y allí donde te pierdas surgirá un gran monte, inmenso, tan grande como tu falta de caridad». Es por ello que el Monte Perdido está compuesto sólo de piedra y hielo, como el corazón del pastor, y que las rocas aisladas que tapizan su base no son sino lo que queda del rebaño que una vez fue suyo, y que pereció irremediablemente al igual que su cuidador durante aquella tormenta. Éste es sin duda el secreto mejor guardado de la región: el lugar, bajo la eterna mirada de las Tres Sorores, donde el frío camina a voces y el invierno, soñoliento, se entretiene junto a las cumbres tejiendo largos mantos de hielo.

9. Monte Perdido en la distancia. Autor, Juan del Pozo

                                                      Monte Perdido en la distancia. Autor: Juan del Pozo

Publicado el Deja un comentario

De camino a Santo Domingo, o las aves que aprendieron de nuevo a cantar

De camino a Santo Domingo, o las aves que aprendieron de nuevo a cantar

Hoy, dos días después de la tragedia acaecida en Santiago de Compostela, no hay más palabras ni más sentimientos en nuestro ánimo que aquellos que nos sirvan para recordar. Recordar a las víctimas de tan desgraciado accidente; recordar a las familias, amigos o compañeros; recordar a los heridos; recordar las muestras de dolor y de angustia de quienes perdieron a alguien junto a esas fatídicas vías, tan solo a cuatro kilómetros de la estación, tan solo un día antes de la fiesta grande de Galicia. Nuestro recuerdo va con ellos como no podía ser de otra forma. Pero también, porque sabemos que la vida se abre camino a pesar de los conflictos más difíciles, nos gustaría asimismo hacer un quiebro a esta desgracia abriendo una ventana a la esperanza, a la gratitud y al amor.

Torre exenta de la Catedral. Autor, Juantiagues

                           Torre exenta de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada. Autor: Juantiagues

Santiago de Compostela ha sido y es meta de un rosario de gentes que, a lo largo de cientos de años, buscaron en ese mítico rincón del oeste de España el significado de una vida cargada de interrogantes. Querían poner rumbo a sus vidas, encontrar el secreto de la paz que todos ansiamos, también un medio para encauzar o reforzar su Fe. Compostela era asimismo la meta de los heridos y fallecidos en el accidente. Por eso, en medio del dolor y de la aflicción, no podemos olvidar que es precisamente este camino, el camino de los Peregrinos del mundo, el que ha escrito algunas de las páginas más hermosas de esperanza y de vida entre los que se decidieron a seguirlo. Como homenaje, aquí tenéis una de las más bellas. Ellos, ahora, también lo saben.

Camino de Santiago, a la altura de Santo Domingo. Autor, Calafellvalo

                                     Camino de Santiago, a la altura de Santo Domingo. Autor: Calafellvalo

“Cuenta la leyenda que hacia el año 1400, un matrimonio alemán que residía con su hijo en la localidad de Santés, en el norte de Francia, se decidió a ponerse en camino para visitar la tumba del Apóstol Santiago. Siguiendo los pasos de la ruta jacobea llegaron al fin a la villa de Santo Domingo de la Calzada, y cansados por el duro viaje decidieron hospedarse en un viejo mesón junto al camino. Los dueños recibieron a la familia y le ofrecieron mesa y cama, mas tenían una hija que les ayudaba en la tarea de atender a los peregrinos, y que al ver al joven alemán no pudo por menos que enamorarse de tan gallardo muchacho y desearlo. Desafortunadamente se vio rechazada, así que ideó un perverso y maligno plan para vengarse de tamaña ingratitud: cogiendo una valiosa taza de plata que sus padres atesoraban en el mesón, la introdujo a escondidas durante la noche en el zurrón del joven y esperó con paciencia la amanecida para ver cumplidos sus designios.

Plaza de España en Santo Domingo de la Calzada. Autor, Santiagues

                                     Plaza de España en Santo Domingo de la Calzada. Autor: Santiagues

Tal como planeó, al día siguiente, cuando los peregrinos se disponían a partir, la muchacha denunció la ausencia del objeto y culpó al hijo de los huéspedes, asegurando que le había visto levantarse de madrugada y meter la taza en su zurrón. Se requirió a las autoridades para que registrasen en la bolsa del alemán, quien muy sorprendido accedió a entregarla a los guardias. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio que efectivamente la taza extraviada se encontraba allí, mas no pudo hacer nada para remediar la situación, puesto que en aquellos tiempos el robo era un delito muy grave y estaba penado de forma rigurosa. De este modo el muchacho fue juzgado y condenado a pena de horca, sentencia que se cumplió implacablemente a los pocos días.

Vista nocturna de la Catedral. Autor, Neyzan

                                                          Vista nocturna de la Catedral. Autor: Neyzan

Los padres no pudieron enterrar el cadáver de su hijo al ser de Ley dejar al ajusticiado colgado durante semanas, como escarnio y aviso para ladrones, de modo que continuaron viaje y marcharon a Santiago totalmente angustiados ante la desdicha que se había abatido sobre ellos. A su regreso de Compostela decidieron pasar de nuevo por Santo Domingo de la Calzada, con el fin de ver por última vez a su hijo y rezar por él. Mas al arrodillarse delante del muchacho, cuyo cuerpo seguía colgado del madero, quedaron sorprendidos al escuchar claramente una voz que desde lo alto les decía: “Madre mía, ¿Por qué lloráis al muerto cuando está dichosamente vivo?. El bienaventurado Santo Domingo de la Calzada me ha conservado la vida, él me ha mantenido y sostenido como ahora me veis. Id y dad parte a la Justicia”.

Peregrinación de jóvenes a Santo Domingo. Autor, Laparroquia

                                           Peregrinación de jóvenes a Santo Domingo. Autor: Laparroquia

Con grandes muestras de alegría, los padres corrieron hacia el Barrio Viejo en donde se encontraba la casa del Corregidor y le comentaron punto por punto lo que había acontecido. Éste, práctico hombre de la Justicia del Rey, se encontraba en aquel momento sentado a la mesa y a punto de trinchar un gallo y una gallina de corral, por lo que no quiso dar crédito a las palabras de los peregrinos. Aún así insistieron en la veracidad de sus palabras, y entonces el Corregidor, viéndose importunado, exclamó: “¡Vuestro hijo está tan muerto como estas aves que voy a trinchar!”. Y es aquí cuando tuvo lugar el hecho milagroso del que todos se asombran y dan gracias desde entonces: pues no bien hubo dicho esto cuando las dos aves listas para la cena recobraron súbitamente sus plumas, y el gallo, irguiéndose cuan alto era, abrió su pico y comenzó a cantar…”

El mausoleo del Santo. Autor, Calafellvalo

                                                           El mausoleo del Santo. Autor: Calafellvalo

El gallinero de la Catedral. Autor, Calafellvalo

                                         El gallinero de la Catedral de Santo Domingo. Autor: Calafellvalo

Con el maravilloso milagro de Santo Domingo de la Calzada el joven peregrino recobraba la vida, y así toda la familia, eternamente agradecida por el regalo que se les había hecho, regresó a su patria con la mirada puesta en el futuro y el corazón acrecentado y rebosante de Fe. De esta forma tan sublime termina la historia del ahorcado, cuya primera versión la encontramos en el Liber Sancti Jacobi o Codex Calixtinus atesorado actualmente en la Catedral de Santiago de Compostela. Si nos atenemos a esta versión parece que los hechos ocurrieron mucho antes, hacia el año 1090, afirmándose que los peregrinos eran efectivamente de nacionalidad alemana, y que el muchacho a quien se le atribuyó el robo de una copa de plata atendía al nombre de Hugonell. Sea cual fuere la versión más próxima a la realidad, lo cierto es que desde entonces se atesora en la Catedral de la localidad riojana un trozo de madera de la infame horca, y que en un lucillo enrejado frente a la Capilla Santa, donde se hallan los restos de Santo Domingo, existen un gallo y una gallina blancos a los que se procura cuidar, alimentar y sustituir convenientemente cada mes… No es raro que surgiese al poco el siguiente dicho popular:

“Santo Domingo de la Calzada,
que cantó la gallina después de asada».

Peregrino y gallo. Autor, ErinEB

                                                                     Peregrino y gallo. Autor: ErinEB

Publicado el Deja un comentario

Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (2ª Parte)

Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (2ª Parte)

«Fue entonces cuando Mahmud, el hijo del campesino afortunado, regresó de una larga campaña por tierras del norte donde había ido junto a los suyos para hostigar a las huestes del rey cristiano de Oviedo, y al pasar por allí tuvo noticias de la muerte de su padre. En sabiendo ésto un gran pesar ocupó su espíritu, y el comandante de sus tropas quiso que marchase hasta su casa para ocuparse de la herencia, pues daba por bien merecida su libertad. Así pues Mahmud enjaezó el caballo, y tomando sus escasas pertenencias salió una mañana del campamento para arribar tres días después a la casa de su familia, de donde había faltado por espacio de siete largos años. Al llegar abrazó a su madre e hízose cargo de las tierras y del molino, que entretanto había hecho construir su padre a orillas del Guadiana. Y una vez hecho ésto lloró largamente la pérdida de su progenitor por las buenas obras que había acometido en vida, semejantes en número a las hojas del árbol centenario que, junto la entrada del pueblo, regala su sombra a todo aquel necesitado de descanso y compasión.

Río Guadiana en su curso alto. Autor, Roberto

                                                        Río Guadiana en su curso alto. Autor: Roberto

Pero la rueda no deja de girar, como suele decirse. Toma su medida de agua y la vierte bajo la moliz para dar pan, y al cabo quiso la fortuna que su ánimo se serenase con la vista del grano henchido y el canto alegre de los esclavos sobre la tierra fecunda y hermosa. Y así ocurrió que, estando una noche de estío junto a la orilla del río, la luna salió de detrás de la floresta e iluminó con rayos de plata aquel rincón de “La Encantada”, que tanta congoja había supuesto para los habitantes de la región. “Ahí se esconde el misterio del cual habló mi padre y sobre el que ningún ser, humano o divino, ha puesto todavía su mirada. ¿Quién se atreverá a descorrer el velo del viejo ulema?”. Esto pensaba Mahmud mientras observaba la tersa superficie de las aguas, cuando oyó o creyó oír un sonido triste que salía de la fronda de higueras. Era una voz de mujer, ahora estaba seguro, cantando un romance melancólico muy conocido en tierras de Oriente:

“En mi jardín, de primavera, vuelan los ibis,
Rosas inclinan sus cabezas escarlata.
Oh, Nilo, río de maravillas…”

Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autor, M. Peinado

                                          Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autor: M. Peinado

Mahmud quedó hechizado por aquella voz, y cogiendo una de las barcas que utilizaban para cargar la harina hasta el pueblo, púsose a remar al encuentro de aquel sonido. No pasó mucho tiempo antes de que entrase en el charco de luz de “La Encantada” junto a la orilla opuesta y allí, sentada sobre una roca y rodeada de juncos y de matas de arrayán, el muchacho vislumbró a una bella mujer de largos cabellos ensortijados, que ignorante de que la observaban peinaba sus bucles negros con un peine de oro. Al punto Mahmud quedó prendado de ella, y con el fin de oír mejor la melodía que brotaba de sus labios se acercó con su barca hasta quedar a escasos metros de la orilla. Pero Zulema, que así se llamaba la muchacha, lo vio venir y asustándose corrió a esconderse entre las higueras hasta desaparecer de su vista.

Orillas de un río en Octubre. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

                                      Orillas de un río en Octubre. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

Mas dice un proverbio cierto: “Deja el agua correr y todo estará cumplido”, así que a fuerza de visitas nocturnas, de quiebros, de risas y de disculpas, ambos jóvenes quedaron enamorados el uno del otro y fue de dominio público que todo acabaría mal, pues no pasaría mucho tiempo sin que llegase a oídos del padre de la muchacha, como finalmente ocurrió. Cierta noche en que ambos hallábanse paseando en la barca por el centro del río, el viejo ulema salió de su tienda y fue a caminar buscando el fresco de la corriente, como solía hacer cuando los calores del día habían sido excesivos. Al llegar al claro miró hacia el agua tersa y tranquila, que en ese momento refulgía por el brillo de la luna creciente, y fue entonces cuando descubrió a los amantes sobre la embarcación, comprendiendo así que todo estaba perdido y que la promesa que salvaguardaba a su hija había sido rota.

Presa de indignación el anciano alzó los ojos al cielo, y con un gran grito hundió su vara de olivo en la tierra húmeda, diciendo: “En la traición está la prueba de tu falso amor, hija mía. ¡Cúmplase lo que está mandado!”. Y a su voz las aguas se elevaron furiosas y la luna se cubrió de brumas oscuras, como aquella noche del diluvio, y un viento fuerte agitó los troncos de los olivos y las datileras inclinando sus troncos hasta casi rozar el suelo. Cuando todo hubo pasado, la luna volvió a brillar en la noche y el gran río calmose de inmediato, mas en el lugar donde solo un momento antes se encontraba la barca ya no había nada. El viejo, la embarcación y sus dos ocupantes se habían esfumado como un torbellino en la ventisca sin dejar rastro ¡Que Alá sea misericordioso y nos proteja!

Lamia. Obra de John William Waterhouse, 1909

                     Lamia arreglándose los cabellos junto al estanque. Obra de John William Waterhouse, 1909

Barca en el río Guadiana. Autor, Bruno Amaral

                                                          Barca en el río Guadiana. Autor: Bruno Amaral

Todo desapareció bajo las aguas, incluido aquel peine de oro con que la joven peinaba sus cabellos ensortijados. Y al día siguiente, en pleno periodo de lluvias, el cielo apareció despejado y no llovió. Tampoco lo hizo un día después ni en los restantes, contando hasta tres veces cien, y así pasaron semanas y meses sin que la tierra recibiese la bendición de una sola gota de agua. Los más viejos pensaron que el hechizo de “La Encantada” se había roto finalmente por causa del hijo del labrador, y así ocurrió de hecho. Los pozos y las huertas frondosas se secaron, los campos volvieronse a cubrir de polvo y quedaron al punto del color del heno, como ocurre también en nuestros días, y el río con su meandro misterioso, los campos de arrayanes y las centenarias higueras, todo pasó a ser solo un bello recuerdo al borde del olvido.

Otro rincón de las Lagunas de Ruidera. Autor, Xavier

                                                     Otro rincón de las Lagunas de Ruidera. Autor: Xavier

Como un sortilegio, el Guadiana se esfuma abruptamente en la reseca llanura manchega a la altura de Argamasilla de Alba, negando el placer de sus aguas y sus sombreadas orillas a los arrieros y labradores que atraviesan el lugar. Y solo unas leguas más adelante, junto al enclave conocido por el nombre de “Los Ojos del Guadiana”, el río vuelve a aparecer sobre la tierra para no dejarla ya hasta su desembocadura en los deltas del sur. Se dice que en años húmedos “lloran los ojos del Guadiana” y tal vez sea así en recuerdo de los desgraciados amores de Zulema y Mahmud, ahogados sin misericordia por los celos de un ulema anciano y cruel. Pero hay quien piensa que, en realidad, la muerte no fue el destino último que les deparó su imprudencia, y que ambos consiguieron huir y cruzar el mar para llegar finalmente a las tierras felices del Magreb y de Egipto, de donde era oriunda la muchacha, viviendo desde entonces junto a aquel río poderoso que atraviesa el desierto y que riega con sus aguas ese país bendecido de Dios ¡Los caminos de Alá son inescrutables!

Ofelia. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

                                                          Ofelia. Obra de John Everett Millais (1829-1896)

Si Zulema y Mahmud desaparecieron o no en las profundidades del Guadiana, eso es algo que nunca llegaremos a saber con seguridad. La leyenda afirma que en algunas épocas del año, durante las noches de luna creciente, puede verse junto a cierta roca una mujer bellísima desenredando con un peine de oro sus largos cabellos ensortijados, negros como alas de cuervo. Y que mientras lo hace lanza a todo aquel que halla la misma pregunta: “¿Quién crees que es más hermoso: mi peine de oro o yo?”. El que encontrándola conozca su historia y se apiade de ella, deberá sin dudar elegirla en lugar del peine, y así su alma se salvará y podrá regresar finalmente junto a su padre a orillas del río que una vez habitó. Pues se dice que el viejo ulema la espera todavía arrepentido por su mala acción, y que hizo esconder aquel meandro del Guadiana en las profundidades de La Mancha, con sus bosques de olivos y de higueras, para que sirviera a ambos de solaz lejos del paso del tiempo y las miradas envidiosas de los hombres. Y allí sigue oculta su corriente sin esperanza posible de retorno para nosotros, eternos ignorantes de los designios del profeta. ¿O sí la hay, acaso? Quizás todo cambie cuando alguien sea capaz de hallar el paradero de aquel peine de oro…

Lamia. Obra de Herbert Draper (1864-1920)

                                                          Lamia. Obra de Herbert Draper (1864-1920)

Publicado el 3 comentarios

Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (1ª Parte)

Guadiana, el río perdido, o la Leyenda de la Mora encantada (1ª Parte)

El río Guadiana, o río de Anna según la etimología árabe, sorprende a todo aquel que lo visita por su misterioso origen. Tras recorrer apenas un centenar de kilómetros desde su nacimiento en el manantial de los Zampuñones, junto a Villahermosa, su curso se sosiega al cruzar la extensa llanura del Campo de San Juan y llega finalmente a Argamasilla de Alba, donde desaparece sin dejar rastro. Este enigma ha llenado páginas y páginas durante siglos sin que todavía exista una teoría que pueda explicarlo satisfactoriamente. Como no podía ser de otra forma, las leyendas han ocupado el lugar de los hechos y ésta que a continuación referimos, la de Zulema y Mahmud, es solo una de las menos conocidas para el profano. Dicha historia tiene elementos comunes con otras similares en nuestro país y se refiere al mito de la mora, o la encantada, donde la mujer joven y el peine de oro con que arregla sus cabellos constituyen sin duda el centro de la narración… Os invitamos pues a que dejéis volar la imaginación recorriendo los dilatados horizontes de La Mancha. Y a que lo hagáis con la voz de un narrador imaginario, viajando a la época en que mito y realidad se daban la mano y caminaban juntos…

Lagunas de Ruidera. Autora, María Teresa Moya Díaz Pintado

   Lagunas de Ruidera. Autora: María Teresa Moya Díaz Pintado

“En los años lejanos que siguieron a la venida al trono del cuarto emir de Occidente, ¡que Alá lo tenga en su seno! sucedió que una pertinaz sequía asoló las tierras que se extienden en la llanura del Guadiana Alto, tan grande y duradera como nunca antes se había conocido. Las huertas quedaban resecas y expuestas al polvo de los caminos, las plantas se agostaban y en el fondo de las acequias, por donde antaño corría el agua alegre y feraz, crecían ahora los cardos y la grama hasta el punto que los habitantes olvidaron su trazado original, dejaron los campos y hubieron de emigrar finalmente a otras tierras más fértiles y agradecidas.

Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autora, María Teresa Moya Díaz-Pintado

Castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba. Autora: María Teresa Moya Díaz-Pintado

Ocurrió pues que vino a oídos de un pobre labrador la existencia, en una cueva cercana, de un sabio ulema recién llegado del camino a la Meca, y que había elegido aquel lugar para descansar sus viejos huesos de tantas fatigas acumuladas. El labrador reunió a su mujer y a su único hijo, y les dijo: “Iré a ver a este sabio entre los sabios, de quien dicen que ha leído los versos sagrados en la gran Mezquita de Damasco y conoce la magia de los justos, y le pediré que nos ayude en este difícil trance”. Y así, tras aparejar al asno y despedirse de su familia, salió al camino y se alejó entre los campos resecos de su hacienda.

Cueva de Medrano, en Argamasilla de Alba. Hito en la leyenda cervantina. Autora, Mª Lluïsa

Cueva de Medrano, en Argamasilla de Alba. Hito en la leyenda cervantina. Autora: Mª Lluïsa

Al cabo de varios días de viaje llegose hasta la cueva de la que había oído hablar, entró y encontró allí a un hombre anciano vestido con largos ropajes, y que tenía en la cabeza el turbante de los que han realizado el viaje a la ciudad santa, ¡que Mahoma sea cien veces bendito! Entonces le dijo: “Sabio ulema, en tu frente está la prueba de que conoces grandes maravillas, y que has visitado los cinco rincones del Paraíso donde florece la bondad de Dios. Apiádate de mí y de mi familia, pues una cruel sequía ha agostado los campos haciendo imposible la vida en mi país, y no tenemos ya otro camino que partir de las tierras de mis abuelos para no morir de sed y de miseria”. “Conozco el mal del que me hablas” contestó el ulema “y por ser fiel a los preceptos del Enviado te concederé lo que deseas. Tendrás agua para tus campos y tu ganado, el cielo se abrirá y caerá lluvia abundante haciendo florecer la reseca llanura, y surgirá un río donde nadie antes había conocido tal. Tú y tu familia, y los vecinos y amigos de tu familia no pasaréis más sed y tendréis de aquí en adelante hermosos frutos que os harán la vida regalada”. El labrador le dio encarecidamente las gracias, mas el sabio no había terminado de hablar.

Baño de Ninfas. Obra de Jan Brueghel el Viejo (1568-1625)

Baño de Ninfas. Obra de Jan Brueghel el Viejo (1568-1625)

“Todo esto lo alcanzarás con una condición. Pues has de saber que yo tengo una hermosa hija llamada Zulema, a la que quiero más que cualquier otra cosa en el mundo. Ella vivirá aquí para solaz mío, y a fin de que no sienta nostalgia del río y los jardines que la vieron nacer, allá en el lejano Nilo, construiré para ella un rincón maravilloso a orillas de éste, repleto de estanques y de nenúfares ocultos a la sombra de las higueras, donde podrá pasear y componer poemas y canciones para su anciano padre por el resto de sus días”. En este punto el ulema miró al labrador con ojos fieros antes de proseguir: “Todo el río será vuestro salvo este pequeño meandro repleto de verdor. Estará vedado, y nadie podrá entrar y perturbar al más preciado de mis desvelos si no es a costa de mi maldición solemne. Concédeme solo esto, y tendrás lo que pides”.

The Lady of Shallot. Obra de John William Waterhouse. 1888

The Lady of Shallot. Obra de John William Waterhouse. 1888

El pobre labrador se lo prometió cumplidamente, y partió enseguida de la cueva para volver al lado de los suyos, a los que refirió las extrañas maravillas que había oído de boca del anciano, no dejando de alertar sobre la condición que había impuesto para su cumplimiento. Nadie en el pueblo dio crédito a las palabras de su vecino hasta que una noche, estando él y su familia reposando en la terraza de su casa, vieron como la luna se ocultaba en densas sombras y un viento fuerte agitaba las datileras a orillas de la acequia, tras lo cual corrieron a refugiarse en la cuadra y cerraron puertas y ventanas por miedo de lo que pudiese suceder. No bien hubieron hecho esto cuando del cielo comenzaron a caer cataratas de agua que inundaron los campos e hicieron correr arroyos y regatos por donde nunca antes se habían visto.

Al cabo de diez días las alamedas se hincharon de humedad y reverdecieron, y los campos pobláronse de tréboles y de lirios amarillos, perfumando el aire y haciendo llegar infinidad de aves para retozar en los lagos que surgían abundantes por todos los rincones de la llanura. Una y otra vez rodaban las nubes majestuosas, retumbando en el cielo, y descargaban agua en abundancia a semejanza de las ubres henchidas de una vaca cuando el ternero solicita su atención. Y tanto llovió, y tanta agua vino a correr por los campos, que el río Guadiana se desvió de su curso desde la cercana Ruidera y tuvo a bien cruzar estas tierras dejando abandonado su antiguo cauce. Los hombres quedaron maravillados de tal portento, nunca visto ni oído, y el labrador dio las gracias al cielo sacrificando uno de los dos cabritos que poseía, y diciendo: “Este es sin duda un regalo de Alá, ¡que su nombre sea cantado en todas las mezquitas de la tierra! De aquí en adelante las huertas darán abundante fruto y no habremos de temer más el hambre y la sed. Salgamos de casa y trabajemos la tierra como está mandado”.

Tormenta en la llanura. Autor, Frank StarmerTormenta en la llanura. Autor: Frank Starmer

Pasaron los años y el río Guadiana mantuvo su nuevo curso, y las lluvias, sin llegar a ser diluvio, siguieron regando las huertas y los bancales haciendo del lugar uno de los más fértiles y celebrados por los poetas de Al-Ándalus. No volvió a verse al anciano ulema en la cueva que le dio cobijo, pero todos estuvieron de acuerdo en que el viejo y su hija vivieron desde entonces junto a aquel rincón vedado del río, situado en uno de sus meandros y oculto a las miradas por datileras, arrayanes y extensos bosques de higueras y de olivos. Era aquel un jardín prohibido y nadie osó jamás poner su pie en él, y debido a ello llamaron a aquel lugar “La Encantada” y cubrieron de extensas dunas de arena todo su perímetro, para avisar a los incautos del peligro que acechaba entre sus gratas sombras”.

(FIN DE LA PRIMERA PARTE)

Después de la tormenta. Autor, Paul BicaDespués de la tormenta. Autor: Paul Bica

Río Guadiana. Autora María Teresa Moya Díaz-Pintado

Río Guadiana. Autora: María Teresa Moya Díaz-Pintado

Publicado el Deja un comentario

Por la sierra de la Demanda. La Leyenda del campo de la Horca

Por la sierra de la Demanda. La Leyenda del campo de la Horca

Entre las localidades de Cidones y Abejar existió antaño un yermo inculto conocido por los lugareños con el nombre de campo de la Horca. Durante el reinado de Fernando VII el lugar era paso obligado de viajeros que, procedentes de Soria, debían atravesar la sierra de la Demanda en dirección a Burgos para enlazar con el conocido Camino de los peregrinos. Se trataba de un camino en extremo complicado durante el invierno, y las historias locales insistían una y otra vez en la extrema lobreguez de aquel llano cubierto entonces de una infinita extensión de brezos y expuesto a todos los vientos, donde era casi imposible encontrar refugio o una mala posada ni en 10 leguas a la redonda. Sucedió pues que, cierta tarde de noviembre, un cazador y su montura atravesaron aquel lugar en dirección a la cresta de la Penada, y dado que estaba pronto a nevar y la noche amenazaba con ser en extremo inclemente, el viajero salió del camino y cabalgó con brío hacia un valle cercano donde le pareció haber visto esa misma mañana una choza de adobe abandonada. Poco después alcanzó a otro viajero que llevaba la misma dirección que él, de modo que fue a situarse a su lado y preguntole si conocía la zona y sabía de algún lugar decente donde obtener cena y cama. El caminante, a decir de su aspecto un capellán o un clérigo, sonrió señalando hacia el fondo del valle. “Tengo un encargo que hacer y no puedo acompañarle, pero no muy lejos se encuentra la cabaña de un pastor de ovejas. Vaya allí y encontrará refugio”, y en diciendo ésto saludó al cazador y se desvió hacia un alto que se veía enfrente, desapareciendo al poco tras unos árboles a la derecha del camino.

Plaza Mayor de Soria

                                                                            Plaza Mayor de Soria

Del cielo oscuro comenzaron a caer finos copos de nieve, de modo que el cazador apresuró su marcha y llegó finalmente a la choza indicada, una estructura baja de adobe y con techado de brezo que parecía a todas luces abandonada. A lo lejos se oía débilmente el sonido de una campana, cosa que al pronto le extrañó, pues no tenía constancia de núcleos habitados en el lugar. Tras desmontar y acercarse a pasos precipitados el viajero comenzó a golpear la entrada con el pie, pero apenas hubo dado el primer golpe cuando del agujero situado en lo alto del techado comenzó a salir un humo denso, oscuro, que se deshilachó enseguida en finas hebras con el ímpetu de la ventisca. Lo que parecía lugar despoblado tomó vida, oyose ruido de pasos y al poco la puerta se abría dejando ver en el hueco un hombrecillo achaparrado y adusto, que sostenía una lámpara de grasa encendida en la mano. La llama ardía débilmente en la penumbra mientras el hombre escudriñaba al forastero.

Campos de Soria. Autor, Cornava

                                                                  Campos de Soria. Autor: Cornava

“No es tiempo para viajes. Pase y acérquese al fuego” dijo en un susurro. “Gracias. Me he retrasado y mi caballo necesita descanso y paja”. El cazador se percató enseguida del hedor indescriptible que emanaba de aquel habitáculo. “Yo dormiré fuera, creo que no…” “Este es el campo de la Horca y mañana colgarán a un hombre” sentenció el desconocido súbitamente. “Por el amor de Dios, entre y duerma aquí esta noche. No es tiempo para viajes, señor”. Sin saber muy bien por qué, el aspecto, el olor y la forma de hablar de aquel individuo confundieron al viajero. Balbuceando una disculpa saltó sobre su montura mientras el personaje lo seguía a gritos, pero un momento más tarde el jinete se encontraba ya bajando la pendiente y esquivando hábilmente las masas de helechos en busca de la continuación del sendero, que de seguro descendía hasta el fondo del valle. Las voces se perdieron tras él, cada vez más débiles e inconexas, hasta que la choza y su inquilino desaparecieron finalmente de la vista. Todo quedó atrás. La oscuridad envolvió el valle y el aire se llenó nuevamente de silencios, del olor a brezo húmedo y del suave tacto de la nieve al caer.


Viajero en la niebla. Obra de Theodor Severin Kittelsen. 1900                                            Viajero en la niebla. Obra de Theodor Severin Kittelsen. 1900

Con una inmensa sensación de alivio el cazador cabalgó entonces hacia el alto que se abría al este y adonde le pareció que se dirigía aquel caminante solitario que halló en el camino apenas una hora antes. Las campanas seguían tocando un sonido triste, extraño, que iba y venía en leves impulsos a capricho de las rachas de viento. Mientras las oía pensó que sería buena idea seguir al clérigo y trabar amistad con él, pues quizás fuese oriundo de lugar y, en ese caso, forzosamente habría de conocer algún sitio donde guarecerse durante aquella fría noche. No tuvo que buscar mucho. Tras sobrepasar unas rocas peladas y bordeadas de helechos, llegó al alto barrido por el viento y sus pasos le condujeron fácilmente hasta lo que parecía un sólido edificio difuminado en la oscuridad, sin duda una ermita o una vieja iglesia. Aquel era pues el origen de los tañidos, se dijo. Tras una de las altas ventanas brillaba una luz y junto a la puerta descubrió al fin la figura del religioso, pequeño y oscuro, agitando la mano y mirándolo con cara sonriente. “Vamos, acérquese. Aquí podrá reposar sus huesos cómodamente por esta noche y reponerse de sus fatigas”.

Iglesia de la Asunción. Cueva de Ágreda, Soria. Autor, Eugenio Hanson

                                    Iglesia de la Asunción. Cueva de Ágreda, Soria. Autor: Eugenio Hanson

Los dos compañeros de viaje estaban sentados en el suelo, uno frente a otro, mientras el fuego ardía con intensidad en una chimenea de grandes proporciones situada a un lado de la estancia. A las preguntas sobre el extraño habitante del páramo que vivía allá abajo, el cura sonrió y empezó a hablar. “Es un lugar extraño, éste. Nadie se aventura por estos despoblados si no es necesario para el negocio. Hasta el párroco de Abejar se ausenta sin justificación posible dejando de hacer sus obligaciones para con Dios. La caza escasea y los venados no abandonan la protección de los bosques, allá abajo, en Cidones. Incluso es raro ver rebaños de ovejas, pues la zona está infectada de lobos. Sobre todo cuando la nieve cubre el paso de la Penada y bajan de la sierra en manadas hasta el valle, buscando presa fácil. Un sitio raro, sí.”. Mientras hablaba el viajero guardó silencio y comenzó a observar a su compañero con algo más de detenimiento. Eran hábitos de dominico los que llevaba puestos, no cabía duda, pero estaban raídos y deteriorados hasta lo indecible. Resultaba evidente el descuido mostrado por su interlocutor. Su rostro aparecía además demacrado y con una expresión algo ausente, fijos los ojos en algún punto por encima de su cabeza. No terminaba de sentirse tranquilo en su presencia y, lo que era más incómodo, venía notando desde hacía rato un tufo indefinible a humedad rancia y a hojarasca que parecía emanar directamente de su persona. Sin duda era difícil de definir, aunque en cierto modo le traía a la memoria el olor de los sótanos por largo tiempo cerrados, o de la tierra removida.

El cura seguía hablando. “Usted no conoce ni por asomo estos lares. Escuche, escuche con atención… ¿Puede oir el tañido de la campana ahí arriba? Seguirá repicando toda la noche pues mañana se ajusticia aquí a alguien, un desgraciado forastero según tengo entendido. Yo soy el único que viene aquí a cumplir con el sagrado mandato de dar sepultura, pues es de recibo no tratar a penados como si fuesen perros”. Continuaba sonriendo y movía incansables las manos en su dirección, unas manos seniles a todas luces, acartonadas y cubiertas de llagas oscuras. El viajero lo miraba cada vez más incrédulo y no pudo evitar que una creciente sensación de alarma fuese asomando a su rostro. Al momento descubrió algo que no había visto antes: el párroco protegía su cuello con un gran pañuelo negro de lino similar al que utilizan las viudas, algo en verdad inaudito para un religioso. Lo tenía manchado de tierra y firmemente anudado a la nuca, extendiéndose desde allí para cubrir todo el espacio por debajo de la barbilla como si quisiera esconder la garganta de miradas indiscretas. De improviso fue muy consciente de su propia vulnerabilidad. Poco a poco un sudor frío perló su frente y bajó incontenible por la espalda, sensación que se agudizó hasta el extremo al descubrir cierto detalle en su acompañante que le hizo sentir nauseas, pues de los orificios de su nariz asomaban como por descuido dos sucios trozos de algodón blanco. Recordaba haber visto tiempo atrás algo parecido en el funeral de una aldea, cuando los familiares más cercanos adecentaban al difunto y lo preparaban antes de introducirlo en la caja. El olor a podredumbre era ahora más fuerte que nunca.

Paisaje de la Sierra de la Demanda. Autor, Carlos Pons

                                                   Paisaje de la Sierra de la Demanda. Autor: Carlos Pons

La campana seguía tañendo sin parar cuando una fría racha cargada de nieve le vino al rostro. Al levantar la vista observó alarmado que el techado era apenas una estructura de vigas informes, carentes de cubierta, por donde se introducía sin obstáculo alguno el frío nocturno y los vientos procedentes de la sierra. El edificio se caía en pedazos y su campanario, simplemente, no existía. Fue entonces cuando tuvo un presentimiento fugaz, levantose y corrió afuera sin preocuparse más del clérigo. Sintió un alivio infinito al dejarlo atrás. Al dar la vuelta al edificio, tropezando con los bloques caídos y las zarzas que obstaculizaban su camino, descubrió a alguna distancia una construcción plana de madera, carcomida y decrépita en extremo, y que debió de utilizarse en tiempos como cadalso para los ajusticiados a pena de horca. Desde allí miró hacia el edificio. Por el hueco donde debería haber estado su campanario se veían oscilar claramente las luces y sombras del fuego encendido que iluminaban desde dentro la estructura en ruinas. Todo era ruinoso en aquel lugar. Y mientras trataba de entender lo que ocurría, algo comenzó a moverse y a emitir secos crujidos a su espalda. El pánico lo envolvió mientras giraba lentamente la cabeza para enfrentarse al origen de aquel sonido, al tiempo que un grito pugnaba por salir de su garganta. Y entonces lo descubrió. Frente a si el cadalso aparecía en toda su magnitud y brillaba débilmente en la oscuridad del páramo. De la viga principal colgaban dos cuerdas de esparto: una vacía. La otra, oscilando en amplios círculos con los remolinos de la ventisca, sostenía el peso de un hombre colgado a su extremo. Un hombre bajo, oscuro. Un penado con el rostro contraído en un rictus odioso semejante a una sonrisa cruel, y el cuerpo cubierto por los negros ropajes de la Orden de los Dominicos

7. Iglesia de San Juan Bautista, en Abejar, Soria

                                                      Iglesia de San Juan Bautista, en Abejar, Soria

En el año de 1617, dos siglos antes de estos acontecimientos, cierto clérigo oriundo de la zona fue colgado por robo y asesinato en el despoblado conocido por Fontarejos, donde antaño se levantaba un poblado del mismo nombre y su iglesia parroquial consagrada a San Cristóbal. Enterraron el cuerpo dentro de una zanja improvisada en el brezal, junto a la que fue su parroquia, y desde entonces los locales se refirieron a aquel paraje como el campo de la Horca y evitaron en lo posible acercarse al páramo mediado el mes de noviembre, cuando se cree tuvo lugar el linchamiento. Cuentan que durante las noches que preceden a la fecha fatídica puede oírse de nuevo el tañido de las campanas, vibrando en el aire helado sobre las ruinas, y que al mirar hacia sus naves abandonadas y sin vida éstas brillan débilmente con el fulgor de los fuegos que era costumbre encender para solaz de pastores y viajeros extraviados. Al día siguiente de los hechos que se han narrado, un pastor loco que vivía en el camino del Paso descubrió el cadáver del viajero extraviado la tarde anterior, y que durante toda la noche se había buscado sin éxito por los bosques que rodean el pueblo de Cidones. Su cadáver mostraba el rostro congestionado a causa del frío intenso, dijeron. También tenía el cuello fracturado. Roto y doblado en una posición a todas luces inverosímil, tal y como ocurre a veces con los ajusticiados de horca cuando el golpe de la soga es rápido y letal. El médico de la localidad certificó que la causa del fallecimiento había sido una desgraciada caída del caballo, probablemente a causa de las singularidades del terreno o del ataque de algún animal. Un accidente de caza, sin duda. El pastor regresó aquel mismo día hasta el páramo solitario, a su camino del Paso y a su choza perdida en el brezal, y pensó una vez más, con las primeras ventiscas de noviembre, que el campo de la Horca se había cobrado una nueva víctima.

Brezales en flor. Autor, Senderismo Sermar

                                                           Brezales en flor. Autor: Senderismo Sermar